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Frente a un centenar de familiares de víctimas de desaparición forzada, temblando desde la punta de los pies hasta la punta de las pestañas y con la voz quebrada, Alejandro Valencia se reconoció plenamente vulnerable. Fue en el homenaje conjunto entre la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas a las mujeres buscadoras. Valencia, de 59 años, contextura menuda y unas gafas de cristal grueso, relató uno a uno los casos de desaparición forzada que ha vivido y acompañado, y que definitivamente han marcado su vida y su trabajo.
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“Con frecuencia guardo silencio, demasiado silencio”, inició para luego romperlo. Contó que la desaparición forzada lo ha perseguido. Que su trabajo de 30 años en la defensa de los derechos humanos inició acompañando a Fabiola Lalinde en la búsqueda de su hijo Luis Fernando Lalinde, primero desde la Comisión Andina de Juristas Seccional Colombiana (ahora Comisión Colombiana de Juristas) y luego desde la recién fundada Defensoría del Pueblo. Que “La humanización de la guerra”, libro que publicó a sus 28 años, fue dedicado a su amigo desaparecido Alirio Pedraza, abogado del Comité de Solidaridad con Presos Políticos y uno de los pocos defensores que como él reivindicaban la aplicación del DIH en la época.
Se quebró aún más cuando relató el caso de su hermano Hernando, exiliado hace más de 35 años cuando como procurador delegado derechos humanos destituyó por primera vez en la historia de Colombia a un militar activo por la desaparición de una persona: Nydia Erika Bautista. Mencionó los casos de desaparición forzada que acompañó en su paso por seis comisiones de verdad internacionales: las de Ecuador, Paraguay, Perú, Guatemala, Bolivia y Panamá. Y finalizó con la frustración que le produjo no poder encontrar ni vivos ni muertos a los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, México, cuando hizo parte del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes designado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para la investigación.
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En ese relato, Valencia resumió la amplia trayectoria en derechos humanos y derecho internacional humanitario, justicia transicional y verdad histórica, que lo llevó a ser escogido como comisionado de la verdad en Colombia. En los últimos tres años, Valencia lideró el capítulo de Violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario del Informe Final, que revelará las lógicas, el modus operandi, la intencionalidad, los impactos y las responsabilidades detrás de estás. El capítulo tendrá casos inéditos.
Desenredar los entramados
Para Alejandro Valencia, hablar es sinónimo de mover las manos. Al ritmo de sus palabras, danza una decena de manillas que lleva atada a sus muñecas. Nunca antes había usado una, y la mayoría de las que ahora lleva se las han regalado los responsables. “Yo me he dedicado, como digo coloquialmente, a entrevistar a los ‘malos’. Como soy el comisionado enlace formal con la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), soy el que más ha entrevistado a comparecientes: militares, guerrilleros, paramilitares y me he encontrado con unos testimonios impresionantes”, explica mientras cuida las palabras para no revelar detalles previo a la presentación oficial del informe.
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En entrevistas de más de 20 horas, se ha encontrado casos como el de un hombre que entró a una guerrilla siendo menor de edad, pasó por tres grupos armados y duró 26 años en el conflicto armado. Pero su mayor interés ha sido desenmascarar los entramados que, para él, revelan que las responsabilidades en el conflicto armado no han sido unívocas.
“Hemos encontrado cosas que de alguna manera ya sabíamos pero que resultan siendo más descaradas y profundas de lo que se podía imaginar”, explica. Entre ellos, los íntimos vínculos entre fuerza pública y paramilitares; el tema del narcotráfico, que, dice “uno sabe que es transversal al conflicto pero nadie llega a dimensionar la profundidad”; y con la parapolítica, que efectivamente fueron los políticos quienes buscaron a los paramilitares y no al revés.
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Para él, estas relaciones revelan “una paleta a todo color”. “Hay entramados políticos, entramados de actores armados, entramados con el narcotráfico… Hemos encontrado relaciones de narcotraficantes con paramilitares pero también con guerrilleros, y alianzas incluso de guerrilleros con paramilitares y hasta con el mismo Ejército”, describe.
“Vamos a tener unos casos bien específicos sobre despojo de tierras y desplazamiento forzado donde uno puede ver la relación de los políticos, los empresarios, los funcionarios del Estado con los actores armados, porque en muchos casos está involucrado desde el notario hasta el alcalde y hasta el gobernador”, añade Valencia. Parte de esa investigación empezó a ver la luz en diciembre pasado en la exposición “Huellas de la desaparición: los casos de Urabá, Palacio de Justicia y Territorio Nukak”. La primera de las tres salas mostró los mecanismos y patrones del despojo de tierras en el Urabá antioqueño.
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Chocar, de nuevo, con la burocracia estatal
Con la experiencia que traía de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala, Valencia fue el encargado del relacionamiento con la fuerza pública colombiana para el acceso a la información. Pero a pesar de las facultades que tenía la comisión, el choque contra la burocracia institucional fue contundente.
“Es curioso, porque aquí formalmente todos nos respondieron, pero, por ejemplo, solicitábamos el acceso a documentos muy puntuales y nos entregaban información de fuentes públicas a las que era obvio que ya teníamos acceso. Y cuando reclamamos nos decían que los documentos no aparecían, que fueron destruidos y que se quemaron en una toma guerrillera”, recuerda.
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Tuvieron que pedir una reunión privada con la plana mayor del Ejército para exigir la información. “Estaban hasta Carlos Holmes Trujillo (entonces Ministro de Defensa) y Eduardo Enrique Zapateiro (general del Ejército) y les cuestionamos qué pasaba con la información y por qué no nos la entregaban. Les dijimos ‘Miren, esa información es para verificar y contrastar porque la Comisión igual va a decir ciertas cosas con otras fuentes’ y finalmente va a ser así”, relata. Finalmente lograron acceder a alguna documentación militar y policial gracias a viejos conocidos, pero Valencia reconoce que el acceso a este tipo de material fue ínfimo.
Tal vez el episodio en que se hizo más evidente ese choque fue en las entrevistas realizadas Dairo Antonio Úsuga, más conocido como “Otoniel”, máximo líder del Clan del Golfo. Pese a la insistencia de la comisión, el testimonio tuvo que se recogido en su celda en La Picota, rodeado de cámaras y en condiciones que no garantizaban su confidencialidad. Incluso, una de las sesiones de escucha fue interrumpida por supuestos riesgos de fuga del exparamilitar y, finalmente, las dos grabadoras usadas en las diligencias de escucha fueran robadas en hechos que aún no se han esclarecido pero en los que no se perdió información.
El gigante humano
Cuando Alejandro Valencia habla, sus manos parecen un molino. Ese fue el rasgo que Alfredo Molano Bravo resaltó de él frente al resto de miembros de la Comisión de la Verdad en una actividad previa a una reunión. “Dijo que lo que más le gustaba de mí era la forma en que movía las manos porque yo parecía un molino. Y que detrás de todo molino siempre hay un gigante”, recuerda Valencia con nostalgia.
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Ese gigante se considera afortunado por su paso por la comisión. “Ha sido todo un privilegio. Yo conocía bien Colombia, pero con la comisión uno logra una cercanía brutal a esa realidad tan perversa de la guerra desde muy diferentes perspectivas”, añade. Y espera que el Informe Final, que se entregará este martes, abra las puertas para que se construya un país más humano.
“Esperamos que este sea un empujón relevante, que podamos acercar al país a la memoria y a responder el por qué y el para qué de ciertas cosas. Es claro que esto no termina aquí, pero esperamos que sea una contribución en el camino de la reconciliación”, señala.