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A través de una videoconferencia, la excandidata presidencial Íngrid Betancourt narró ante los magistrados de la Sala de Reconocimiento, Verdad y Responsabilidad de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) cómo fue su secuestro, perpetrado el 23 de febrero de 2002, cuando se dirigía hacia San Vicente del Caguán (Caquetá), y dio detalles de lo que vivió durante seis años y cuatro meses de cautiverio.
Aseguró, además, que luego de ser raptada se hizo pública una versión oficial que no tuvo cómo refutar: mientras las autoridades en ese momento aseguraron que ella sabía de los riesgos que implicaba tomar una carretera y que ella incluso -supuestamente- firmó un documento que así lo acreditaba, ella aseguró que no sabe de la existencia de documento.
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“Lo que sí sé es que si era tan peligroso y si el Estado tenía tan claro que yo corría un riesgo por qué nos facilitaron un vehículo oficial del DAS con placas de las FF.MM.”. Se preguntó también por qué, posteriormente, la orden fue quitarle los escoltas. “¿Por qué las personas en las que tenía que confiar (el general del Ejército Arcesio Barrera y mi escolta Ómar Garzón) me dijeron que no había ningún peligro? ¿Por qué no cerraron la vía? No solo por mí, sino por los demás civiles…”
Y agregó: “Alguien sabía que me iban a secuestrar y se estaban curando en salud (…) He tenido mucho tiempo secuestrada en la selva y tiempo después para preguntarme si cometí un error, si fue mi culpa. Quiero que desde el fondo de mi alma tengo la convicción de que actué como cualquier persona hubiera actuado. Tenía confianza en nuestro Estado, en el gobierno”.
“Acuso a las Farc de tortura psicológica contra mí y mi familia”
Asegura que, si bien no conoce la verdad alrededor de los hechos que antecedieron su secuestro, los hechos que vivió durante ese tiempo son contundentes. Se refirió a las torturas físicas y psicológicas de las que fue víctima a manos de miembros de las Farc y de la incertidumbre que implicaba estar lejos de su familia. Desde el primer día de su cautiverio inició lo que denominó su “descenso al infierno”.
“El 23 de marzo de 2002 un mes después de mi secuestro fallece mi padre. Las Farc no asesinaron a mi padre, pero sí son responsables de su calvario. Mi hermana me cuenta que en el lecho de su muerte preguntaba: ‘¿dónde está la niña?’. Yo estaba en las selvas. Cuando me enteré que él había muerto casi me enloquezco, pensé que uno como ser humano no podía vivir sin dormir. Y duré un año así. No dormía. No dormía porque cuando lo hacía, soñaba con mi padre, en momentos muy felices con él, como niña. Cuando me despertaba, me despertaba en la pesadilla: yo secuestrada y él muerto. Fue tanto el dolor que prefería no dormir (…) Yo acuso a las Farc de tortura psicológica contra mí y mi familia”.
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Narró que durante el día caminaba sin parar “como un animal enjaulado”, porque no quería pensar en el dolor que sentía con la muerte de su padre. “No quería pensar en el dolor de mis hijos que como yo, debían pensar, que estaba muerta (…) Sudaba en las noches. Sudaba de miedo. De un miedo diferente. De un miedo de que me llegara otra mala noticia sobre mis hijos o sobre mi madre. Por eso, para sobrevivir la salida era escaparme. Hice muchos intentos. Cada vez que me capturaron los castigos fueron terribles”.
Recuerda que estar encerrados en una selva, sin testigos, sin justicia, sin nade a quien hacerle un reclamo, los secuestrados se sometieron a la arbitrariedad de los guerrilleros, de quienes cargaban los fusiles.
Dijo que los guerrilleros, en su mayoría, eran adolescentes, que no pasaban los 16 años. Otros aún eran niños, según sus cálculos de unos 9 años. Aunque al principio, los combatientes intentaban hablar con los secuestrados, con el paso del tiempo la relación se degradaba. “Estos muchachos poco a poco se transformaban en seres sádicos y perversos. Ahí empezó una dura escuela para aprender a hacerle el quite a esa perversión”.
De comida podrida y otros detalles perversos
Íngrid Betancourt se refirió también a lo que ella denominó “detalles perversos y sin importancia” durante el secuestro. Contó momentos en que los guardianes les escupían la comida y en una ocasión, por ejemplo, relató cómo ella y sus compañeros esperaban a que los alimentaran y los guerrilleros llegaron con una cabeza de cerdo podrida, llena de moscas y gusanos.
A los secuestrados los despojaron de su nombre. Los llamaban por un número que les asignaban o les ponían apodos. “Me decían la garza, perra, paquete, carga. Y nosotros luchando palmo a palmo para convencernos de que seguíamos siendo seres humanos. Era una guerrilla machista, misógina".
Durante muchos años los secuestrados estuvieron encadenados a los árboles de la selva. Para premiarlos o castigarlos, las Farc tenían cadenas delgadas o pesadas. Las mujeres, sin embargo, eran quienes siempre usaban las pesadas. La excandidata recuerda que un guerrillero que se ensañó con ella le apretó tanto la cadena a su cuello que no la dejaba pasar saliva.
Habló de que el hecho de ser mujer hacía más complejo el cautiverio. La crueldad estaba marcada en la cotidianidad: bañarse, tener elementos de primera necesidad o, incluso, hacer sus necesidades fisiológicas. “Recuerdo la crueldad del guerrillero. Me acuerdo pidiéndole al guardia que me soltara un segundo para para hacer del cuerpo y respondió: usted lo que tiene que hacer, perra, lo hace frente a mí”.
El comandante en una ocasión la hizo dormir en un nido de garrapatas. “Las caletas donde me hacían dormir eran sobre los chontos (es decir sobre las letrinas de la selva). Era incómodo para ellos y una tortura para mí", dijo Betancourt.
Los testimonios serán aportados dentro del proceso que se adelanta por las retenciones ilegales a manos de Farc, entre las que se incluyen casos de secuestros, homicidios, desapariciones, entre otros, ocurridos durante el conflicto armado.