La lucha por hallar a los desaparecidos tras el bombardeo a Raúl Reyes en Ecuador

La familia de Wilson Macías empezó una batalla para recuperar el cuerpo de este y otros 20 combatientes de las extintas FARC, que estarían en un cementerio de Quito. Tras cuatro años tocando puertas los avances son escasos. Esta es su historia.

Julián Ríos Monroy
02 de julio de 2024 - 07:30 p. m.
Wilson Macías Peña perteneció al Bloque Sur de las FARC y fue jefe de seguridad de 'Raúl Reyes'.
Wilson Macías Peña perteneció al Bloque Sur de las FARC y fue jefe de seguridad de 'Raúl Reyes'.
Foto: Ilustración: María Fernanda Acosta.

Róbinson devuelve el esfero al bolsillo de su camisa, se acomoda la boina, cierra los ojos y empieza a arañar su memoria hasta que las imágenes se asoman. Después del atentado que sufrió hace algunos años varios recuerdos se perdieron para siempre, pero este sigue allí, borroso, pero vivo. Y se esfuerza para retenerlo.

Todo ocurrió un día de 2004, cuando aún vestía uniforme camuflado y llevaba el brazalete de la guerrilla de las FARC. Le encomendaron acompañar la marcha del segundo comandante, Luis Édgar Devia —a quien en la guerra todos conocían como Raúl Reyes—, desde Caquetá hasta la frontera con Ecuador.

Junto a Reyes, con la constancia de la sombra, siempre estaba su jefe de seguridad, Wilson Macías Peña (’Julio García’) , uno de los tres hermanos de Róbinson que se vincularon a la guerrilla.

Llevaban varios años sin verse y, por instrucción del comandante, viajaron codo a codo. Durante la semana que duró el recorrido estuvieron compartiendo y recordando anécdotas. Sabían que debían aprovechar esa oportunidad de reencuentro, tan escasa en la guerra.

Tan escasa y, sobre todo, tan incierta, como comprobaría Róbinson cuatro años después. La madrugada del 1° de marzo de 2008, luego de un ataque conjunto de las Fuerzas Militares cerca de Santa Rosa de Yanamaru, en territorio ecuatoriano, fueron asesinados Raúl Reyes y otros 22 combatientes. La noticia del bombardeo, que significó el mayor golpe del gobierno de Álvaro Uribe a las FARC, no tardó en llegar a través de los radios de comunicación de la guerrillerada.

“Eso fue muy duro, el Mono era el hermano que más quería, porque mi mamá murió cuando éramos pequeños y él se encargó de la crianza. De los cuatro hermanos que nos fuimos para la guerrilla, él fue el único que no sobrevivió”, cuenta Róbinson, quien firmó el Acuerdo de Paz de 2016 y desde entonces está en la vida civil.

“Todos los cuerpos merecen ser buscados”

Pocos meses después de dejar las armas se vinculó a las iniciativas de búsqueda de desaparecidos lideradas por los excombatientes, como parte de su compromiso con las víctimas. Empezaron a seguir el rastro de los cuerpos de civiles que las FARC habían sepultado, de exparamilitares que murieron en combates y el de sus antiguos compañeros.

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No importa qué pasado tenga la persona, su familia no es responsable de lo que hace un ser querido y hay que ayudar a borrar esas huellas del conflicto

“En la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) aprendí que hay que buscar todos los cuerpos, porque sus familias los están esperando para descansar. No importa qué pasado tenga la persona, su familia no es responsable de lo que hace un ser querido y hay que ayudar a borrar esas huellas que dejó el conflicto”, dice Róbinson.

Bajo esa consigna, desde 2020 empezó a presentar solicitudes en distintas entidades para tratar de encontrar a su hermano.

Según las pistas que ha recopilado, luego del bombardeo una congregación religiosa se encargó de que los cuerpos fueran llevados al cementerio de San Diego, en Quito, la capital de Ecuador. Por eso ha tocado la puerta no solo de la UBPD, sino también de la Cancillería y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), para adelantar las labores de identificación, exhumación y posible repatriación, pero después de cuatro años las gestiones aún no han dado ningún resultado.

Según respondió el Ministerio de Relaciones Exteriores, desde el 12 de marzo de 2024 el Consulado de Colombia en Quito ofició a la Fiscalía y Cancillería ecuatorianas para ponerlas al tanto de la solicitud de los familiares de Wilson. Sin embargo, “a la fecha no se ha obtenido respuesta alguna por parte de dichas entidades”.

Una de las metas de Róbinson, para agilizar la búsqueda, es encontrar a las demás familias de los guerrilleros muertos en el bombardeo al campamento de Reyes. Ha recorrido los departamentos de Putumayo, Huila, Caquetá y Nariño preguntando por esas personas, pero hasta ahora solo ha ubicado a cinco de las 20 familias. Uno de los principales desafíos es que se conocen los seudónimos que los combatientes usaban al entrar a la guerrilla, pero no sus nombres reales.

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“Nosotros pedimos que haya voluntad política, tanto de los gobiernos colombiano como del ecuatoriano, para poder avanzar. Ya se sabe dónde están los cuerpos, pero por ser fuera del país todo resulta más difícil. Necesitamos ayuda de las instituciones, porque sentimos que somos las familias quienes estamos moviendo esta búsqueda”, dice Isabela Sanroque, la esposa de Róbinson.

Necesitamos ayuda de las instituciones, porque sentimos que somos las familias quienes estamos moviendo esta búsqueda

Mientras tanto, para los Macías Peña, hallar los restos de Wilson se ha convertido en un anhelo de la familia entera. Es una expectativa que quiebra a Róbinson: “Mi papá dice que no se quiere morir sin saber que él ya está de vuelta. Toda la familia habla de cómo vamos a enterrarlo cuando vuelva su cuerpo. Tenemos ese duelo pendiente”.

La última marcha de “los cucarros”

El viaje se dio hacia mediados de 2004, y duró una semana entera. Los guerrilleros se embarcaron en un puerto del río Caguán y navegaron en medio de la selva amazónica hasta entrar a Putumayo. Caminaron, caminaron, caminaron.

En los descansos, Róbinson y Wilson recordaron las anécdotas de la infancia, cuando a los hermanos Macías les pusieron el apodo de “los cucarros” en Isnos, su pueblo natal, en Huila. Contaron historias de su paso por la guerrilla, de sus actos de indisciplina. Hablaron de su papá, de la valentía del viejo para seguir adelante después de quedar viudo y ver salir a la mayoría de sus hijos a empuñar las armas.

Cuando llegaron al río Putumayo se montaron en otra lancha y avanzaron hasta el brazo del San Miguel, el límite natural con la provincia de Sucumbíos. Allá se despidieron, Raúl Reyes, Wilson y su tropa cruzaron hacia Ecuador, y Róbinson dio media vuelta. Esa fue la última vez que se vieron.

Ese primer día de marzo de 2008, Róbinson estaba recorriendo las sabanas del Yarí cuando se enteró del bombardeo. Sabía que Wilson siempre dormía cerca del comandante, y pronto reafirmó sus sospechas: era una de las víctimas de la llamada Operación Fénix.

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En el país la discusión por esos días se centró en la importancia del golpe a las FARC. Como señaló la Comisión de la Verdad en uno de sus informes, era la primera vez desde 1964 que se impactaba al secretariado de la entonces guerrilla.

Raúl Reyes había sido negociador en el proceso de paz del Caguán, se le conocía como el “canciller” de las FARC y era clave para las gestiones de intercambio humanitario y las finanzas del grupo. Con esa operación, dice el documento, “se rompió el mito de que el secretariado era invulnerable” y “se cambió el balance estratégico de la guerra”.

Durante las semanas siguientes, mientras se agudizaba la crisis diplomática entre Uribe y el presidente Rafael Correa por la intervención de militares colombianos en suelo internacional, nadie preguntó por los cuerpos de los guerrilleros. Al parecer, solo extrajeron el de Reyes y otras dos personas, pero los demás quedaron a la deriva.

Mi papá dice que no se quiere morir sin saber que él ya está de vuelta

La batalla por encontrarlos

Miles de combatientes corrieron esa misma suerte durante los más de 50 años de guerra entre el Estado y las extintas FARC. Selva adentro, sus compañeros en armas se tragaban el dolor de esas muertes.

Sus familiares, muchas veces, ni siquiera supieron que sus seres queridos fallecieron, o solo se enteraron tras la firma del Acuerdo de Paz de 2016. Otras siguen esperando, buscando, luchando para saber qué fue del paradero de sus seres queridos.

Hoy en día, 132 excombatientes de las FARC se dedican a la búsqueda de personas dadas por desaparecidas desde la Corporación Humanitaria Reencuentros, que en los últimos años ha documentado 1.128 casos de antiguos guerrilleros, víctimas o combatientes de otros grupos.

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Al cierre de 2023, la organización le había entregado a la Unidad de Búsqueda información de 49 posibles lugares de localización de cuerpos en cementerios y 90 a campo abierto. Esos insumos han sido claves para el hallazgo de 142 cuerpos y la identificación de otros 90.

Para Róbinson, que ha participado en esas actividades —y que vive en carne propia el drama de no hallar a un familiar—, contribuir en la búsqueda de las personas desaparecidas es un paso obligado para encontrar la paz: “Tenemos tantos dolores acumulados, tantas perdidas. Creo que hace falta mucho para que la sociedad pueda comprender este dolor y entienda que los firmantes de paz merecemos encontrar a nuestros seres queridos”.

Julián Ríos Monroy

Por Julián Ríos Monroy

Periodista y fotógrafo. Es subeditor de Colombia+20 y profesor de cátedra en la Universidad del Rosario.@julianrios_mjrios@elespectador.com

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carlos(6836)02 de julio de 2024 - 06:47 p. m.
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Gvbnllnh. Bvc. Nm. N jn(98086)02 de julio de 2024 - 05:25 a. m.
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Pathos(78770)02 de julio de 2024 - 04:28 a. m.
Lamentable historia q deja ver el drama humano de una familia que carga su dolor dejando intacto el contexto criminal de sus jefes cuyo oficio era asesinar campesinos colombianos y beneficiarse del narcotráfico,al amparo del paso del río San Miguel para refugiarse en territorio ecuatoriano
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