La historia del hallazgo de una madre desaparecida hace 32 años que creían muerta
Mariela quiso salir de la guerra, pero la persecución de un grupo guerrillero la obligó a abandonar a sus hijos y huir a Venezuela. Tres décadas después, mientras la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos seguía su rastro, sus parientes entraron en contacto a través de Facebook. Así fue el reencuentro de la primera colombiana hallada con vida en otro país.
Julián Ríos Monroy
Mariela siempre cumplía 40 años. No sabía con exactitud cuántos tenía ni la fecha de su nacimiento, pero sus dos hijas -las menores, las que concibió luego de su huida- le celebraban el cumpleaños cada 10 de noviembre. A falta de certezas, adivinaron esa edad que quedó congelada en el tiempo.
En Colombia todos creían que estaba muerta. Unos decían que había caído en un combate con el Ejército; otros, que unos guerrilleros la habían asesinado en una emboscada. Carmen y Ariel*, sus dos hijos, que dejó al cuidado de sus abuelos, ni siquiera recordaban su rostro. No había pruebas de la muerte de Mariela, pero aceptaron esa versión casi por descarte: “Si estuviera viva habría regresado a buscarnos”, se repitieron durante las últimas tres décadas.
No tenían forma de saber que se había perdido del mapa para protegerse y protegerlos de una persecución que llevaba la lápida a cuestas, de la que solo pudo escapar atravesando 640 kilómetros y un paso fronterizo que la llevó a internarse en otro país: Venezuela. Llevaba más de 30 años viviendo allá, en silencio, casi escondida, cuando sus hijos en Colombia empezaron a buscarla, a la par que sus hijas venezolanas escudriñaban el paradero de sus parientes.
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Mariela no existe en ninguna base de datos. No tiene cédula ni documento de identificación de ningún país. Ese fue uno de los desafíos que tuvo que sortear la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), que le seguía el rastro desde 2020, para confirmar su identidad y lograr un reencuentro que Mariela añoraba desde que tuvo que abandonar a su familia y huir en 1991. Un reencuentro que, para materializarse, necesitó el fin de una pandemia, la solución de una crisis diplomática binacional de siete años y la ayuda de las redes sociales.
“Cuando nos dijeron que las muestras de ADN coincidían fue una alegría muy grande. Después de tantos años pensábamos que no iba a aparecer, pero ahora íbamos a tener una mamá”.
***
Mariela es dueña de unos labios delgados y un par de ojos apagados que necesitan una cirugía pronto. Tiene la piel cobriza y una voz tranquila en la que ya no queda nada del acento caribe propio de los Montes de María, donde nació.
Habla poco sobre aquello que la motivó a abandonar Colombia. “Fue por esos sucesos feos. A mí me daba miedo y tuve que salir”, dice con esos dejos que delatan que lleva más de media vida viviendo en Venezuela.
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Con “sucesos feos” se refiere a la guerra, que conoció siendo menor de edad. En 1987, cuando su hija Carmen tenía un año, Mariela la entregó a sus abuelos paternos y empezó a formar parte del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), una guerrilla de cerca de 200 integrantes que se fundó a inicios de los años 80.
Después de tres años en las filas del grupo armado quedó embarazada otra vez. Ariel, su segundo hijo, nació en enero de 1991, poco antes de que esa guerrilla firmara un tratado de paz con el gobierno de César Gaviria y se desmovilizara.
Mariela desertó antes, pero tuvo que enfrentarse a las amenazas y el exterminio que otras guerrillas iniciaron contra los excombatientes del PRT y los disidentes que se agruparon en el movimiento Colombia Libre.
Al final, la única opción fue dejar a Ariel en manos de sus abuelos maternos y huir sola. Ese fue el inicio de un viacrucis de 32 años que apenas terminó este 2023.
***
Carmen creció escuchando que era igualita a su mamá: “Mi abuelito me decía que tenía la misma cara. Me abrazaba y repetía que ella estaba muerta, pero éramos idénticas”. Hoy tiene 37 años y es parte de la Junta de Acción Comunal de su vereda, donde a finales de 2020 la impulsaron a presentar el caso de su mamá ante la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, para dar con el paradero de su cuerpo.
Además: Por abandono, en cementerios del Meta se podrían perder rastros de desaparecidos
Ariel fue criado por los padres de Mariela, que lo mandaron a registrar como si fuera un hijo más, con sus apellidos. En el 2000, cuando tenía 9 años, él y sus abuelos sobrevivieron a una masacre. Para esa época el conflicto era tan fuerte en los Montes de María, que tuvieron que desplazarse a otro departamento, como lo hicieron más de 215.000 habitantes de esa región ubicada entre Bolívar y Sucre.
Los dos hermanos, criados en hogares distintos, se mantuvieron unidos con el anhelo de saber la suerte de su madre. De saber al menos qué había pasado con ella. Después de años de silencio por miedo a que los estigmatizaran, le entregaron a la UBPD la información que habían recopilado con sus vecinos, pero el rompecabezas aún estaba lejos de armarse.
***
Cuando Ariel recibió a través de Facebook ese mensaje que cambiaría todo, sintió una ilusión mezclada con desconfianza. Nohra, la primera hija que tuvo Mariela en Venezuela, le escribió para decirle que era su hermana. Que su mamá no estaba muerta. Que tenía, además, otra hermana: Martha. Que estaba en Maracaibo y quería que se reencontraran.
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“Mi mamá nunca se olvidó de los nombres de ellos, y a partir de eso empezamos a buscar. Ella no tenía cómo identificar a mis hermanos, porque cuando huyó eran muy niños y después de 30 años uno cambia mucho, pero le mostramos una foto y reconoció a uno de sus hermanos. Ahí se fue dando la búsqueda”, cuenta Nohra.
“Ella no tenía cómo identificar a mis hermanos, porque cuando huyó eran muy niños y después de 30 años uno cambia mucho, pero le mostramos una foto y reconoció a uno de sus hermanos”.
Ariel, que toda la vida escuchó otra historia, llegó a pensar que se trataba de una estafa. “A él le dio susto. Nos contó lo que había pasado y empezamos a hacer contacto con la familia venezolana. Ese mensaje por redes sociales fue clave, porque ahí supimos que estaba viva, lo que iba en contra de la hipótesis inicial que nos arrojaba la información que nos daban”, cuenta Ella Cecilia del Castillo, coordinadora del grupo territorial de la Unidad de Búsqueda en Sucre.
Todo eso ocurrió entre febrero y marzo de 2021. La UBPD les tomó muestras de ADN a Carmen y Ariel, y empezó el proceso de contraste de información para verificar que Mariela fuera su madre. Una nueva estación del viacrucis comenzó cuando la entidad buscó traer a la mujer hasta Colombia para tomar la muestra de ADN.
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Sin cédula y en medio de una crisis diplomática entre el gobierno de Iván Duque y el de Nicolás Maduro, que mantenía las fronteras cerradas, el riesgo era muy alto. En su ruta había 13 controles de revisión de documentos de la Guardia Venezolana. Pasar por una trocha ilegal no era una opción: podían deportarla o encarcelarla. Solo hasta marzo de 2022, después de un año de gestiones, la Unidad de Búsqueda logró reunirse con Mariela para verificar su identidad y comprobar lo que ya todos veían como un hecho.
Carmen lo recuerda bien: “Cuando nos dijeron que las muestras coincidían fue una alegría muy grande. Hablé con mi hermano Ariel. Lloramos. Después de tantos años pensábamos que no iba a aparecer, pero ahora íbamos a tener una mamá”.
***
Mariela no sabe cuánto tiempo tuvo que esperar en el salón de paredes blancas y piso ajedrezado donde se dio el reencuentro, a mediados de mayo de este año. Los nervios no la dejaban tranquila. Tenía miedo de que esos niños que dejó al cuidado de sus abuelos cuando tenían uno y seis años -y que ahora eran adultos de 32 y 37- le guardaran rencor.
Carmen, su hija mayor, no pudo dormir la noche anterior. No dejaba de pensar cómo iba a ser ver a su mamá después de tanto tiempo.
Cuando el momento llegó nadie pudo contenerse. Nohra, Martha, Carmen y Ariel se fundieron con Mariela en uno y todos los abrazos que fueron posibles.
Ese día sus hijas y nietos venezolanos, y ella misma, se enteraron de que no tenía 40 años, sino 51, y de que su fecha de cumpleaños no era el 10 de noviembre, sino el 24. Se enteraron de que sus hermanos crecieron resistiendo de cerca el rigor de la guerra, que su abuela había muerto unos meses atrás, sin perder la esperanza de encontrar a esa hija desaparecida a la que nunca volvió a ver.
Sus hijos colombianos por fin pudieron preguntar por qué su madre no había vuelto a buscarlos y entender sus razones. Pudieron saber detalles de su infancia y conocer la historia de la mujer que extrañaron por más de tres décadas.
“Llegué a pensar que me iba a morir sin que nos conociéramos. Ahora lo que resta es volver a unirnos”
“Nunca perdí las esperanzas. Fueron casi dos años desde que los encontramos para poder vernos. Llegué a pensar que me iba a morir sin que nos conociéramos. Ahora lo que resta es volver a unirnos”, dice Mariela, que se convirtió en la primera persona dada por desaparecida que la UBPD encuentra con vida en el exterior.
Aún quedan más de 1.700 personas desaparecidas en los Montes de María
El caso de Mariela hace parte del Plan Regional de Búsqueda de la UBPD en los Montes de María y Morrosquillo. En estas regiones se estima que hubo al menos 1.734 personas desaparecidas entre 1948 y 2012.
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Entre ellas hay 27 casos de desaparición relacionados con niños, niñas, adolescentes y jóvenes reclutados por grupos armados ilegales. Hasta ahora, la UBPD ha recibido más de 330 solicitudes de búsqueda por parte de familiares que esperan hallar a sus seres queridos.
El riesgo mantuvo la condición de desaparición
Para la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, el caso de Mariela da cuenta de cómo las situaciones de vulneración y riesgo en razón de género pueden mantener la condición de desaparición. Ella tuvo que abandonar su territorio con las manos vacías, apenas con 20 años. En busca de empleo resultó llegando a La Guajira.
Según su relato, allí una mujer “la llevó por medio de engaños” a Venezuela, a trabajar como empleada doméstica, pero no le pagaba: trabajaba por la comida. Bajo esa situación de explotación, ante la falta de dinero y documentación, Mariela se quedó a vivir en condiciones precarias en ese país, sin oportunidad de buscar a su familia y con miedo de salir a las calles y ser detenida por las autoridades, lo que también evitó que accediera a un empleo digno, al sistema de salud, entre otros derechos.
* Todos los nombres de los miembros de la familia fueron modificados por seguridad.
Mariela siempre cumplía 40 años. No sabía con exactitud cuántos tenía ni la fecha de su nacimiento, pero sus dos hijas -las menores, las que concibió luego de su huida- le celebraban el cumpleaños cada 10 de noviembre. A falta de certezas, adivinaron esa edad que quedó congelada en el tiempo.
En Colombia todos creían que estaba muerta. Unos decían que había caído en un combate con el Ejército; otros, que unos guerrilleros la habían asesinado en una emboscada. Carmen y Ariel*, sus dos hijos, que dejó al cuidado de sus abuelos, ni siquiera recordaban su rostro. No había pruebas de la muerte de Mariela, pero aceptaron esa versión casi por descarte: “Si estuviera viva habría regresado a buscarnos”, se repitieron durante las últimas tres décadas.
No tenían forma de saber que se había perdido del mapa para protegerse y protegerlos de una persecución que llevaba la lápida a cuestas, de la que solo pudo escapar atravesando 640 kilómetros y un paso fronterizo que la llevó a internarse en otro país: Venezuela. Llevaba más de 30 años viviendo allá, en silencio, casi escondida, cuando sus hijos en Colombia empezaron a buscarla, a la par que sus hijas venezolanas escudriñaban el paradero de sus parientes.
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Mariela no existe en ninguna base de datos. No tiene cédula ni documento de identificación de ningún país. Ese fue uno de los desafíos que tuvo que sortear la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), que le seguía el rastro desde 2020, para confirmar su identidad y lograr un reencuentro que Mariela añoraba desde que tuvo que abandonar a su familia y huir en 1991. Un reencuentro que, para materializarse, necesitó el fin de una pandemia, la solución de una crisis diplomática binacional de siete años y la ayuda de las redes sociales.
“Cuando nos dijeron que las muestras de ADN coincidían fue una alegría muy grande. Después de tantos años pensábamos que no iba a aparecer, pero ahora íbamos a tener una mamá”.
***
Mariela es dueña de unos labios delgados y un par de ojos apagados que necesitan una cirugía pronto. Tiene la piel cobriza y una voz tranquila en la que ya no queda nada del acento caribe propio de los Montes de María, donde nació.
Habla poco sobre aquello que la motivó a abandonar Colombia. “Fue por esos sucesos feos. A mí me daba miedo y tuve que salir”, dice con esos dejos que delatan que lleva más de media vida viviendo en Venezuela.
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Con “sucesos feos” se refiere a la guerra, que conoció siendo menor de edad. En 1987, cuando su hija Carmen tenía un año, Mariela la entregó a sus abuelos paternos y empezó a formar parte del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), una guerrilla de cerca de 200 integrantes que se fundó a inicios de los años 80.
Después de tres años en las filas del grupo armado quedó embarazada otra vez. Ariel, su segundo hijo, nació en enero de 1991, poco antes de que esa guerrilla firmara un tratado de paz con el gobierno de César Gaviria y se desmovilizara.
Mariela desertó antes, pero tuvo que enfrentarse a las amenazas y el exterminio que otras guerrillas iniciaron contra los excombatientes del PRT y los disidentes que se agruparon en el movimiento Colombia Libre.
Al final, la única opción fue dejar a Ariel en manos de sus abuelos maternos y huir sola. Ese fue el inicio de un viacrucis de 32 años que apenas terminó este 2023.
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Carmen creció escuchando que era igualita a su mamá: “Mi abuelito me decía que tenía la misma cara. Me abrazaba y repetía que ella estaba muerta, pero éramos idénticas”. Hoy tiene 37 años y es parte de la Junta de Acción Comunal de su vereda, donde a finales de 2020 la impulsaron a presentar el caso de su mamá ante la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, para dar con el paradero de su cuerpo.
Además: Por abandono, en cementerios del Meta se podrían perder rastros de desaparecidos
Ariel fue criado por los padres de Mariela, que lo mandaron a registrar como si fuera un hijo más, con sus apellidos. En el 2000, cuando tenía 9 años, él y sus abuelos sobrevivieron a una masacre. Para esa época el conflicto era tan fuerte en los Montes de María, que tuvieron que desplazarse a otro departamento, como lo hicieron más de 215.000 habitantes de esa región ubicada entre Bolívar y Sucre.
Los dos hermanos, criados en hogares distintos, se mantuvieron unidos con el anhelo de saber la suerte de su madre. De saber al menos qué había pasado con ella. Después de años de silencio por miedo a que los estigmatizaran, le entregaron a la UBPD la información que habían recopilado con sus vecinos, pero el rompecabezas aún estaba lejos de armarse.
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Cuando Ariel recibió a través de Facebook ese mensaje que cambiaría todo, sintió una ilusión mezclada con desconfianza. Nohra, la primera hija que tuvo Mariela en Venezuela, le escribió para decirle que era su hermana. Que su mamá no estaba muerta. Que tenía, además, otra hermana: Martha. Que estaba en Maracaibo y quería que se reencontraran.
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“Mi mamá nunca se olvidó de los nombres de ellos, y a partir de eso empezamos a buscar. Ella no tenía cómo identificar a mis hermanos, porque cuando huyó eran muy niños y después de 30 años uno cambia mucho, pero le mostramos una foto y reconoció a uno de sus hermanos. Ahí se fue dando la búsqueda”, cuenta Nohra.
“Ella no tenía cómo identificar a mis hermanos, porque cuando huyó eran muy niños y después de 30 años uno cambia mucho, pero le mostramos una foto y reconoció a uno de sus hermanos”.
Ariel, que toda la vida escuchó otra historia, llegó a pensar que se trataba de una estafa. “A él le dio susto. Nos contó lo que había pasado y empezamos a hacer contacto con la familia venezolana. Ese mensaje por redes sociales fue clave, porque ahí supimos que estaba viva, lo que iba en contra de la hipótesis inicial que nos arrojaba la información que nos daban”, cuenta Ella Cecilia del Castillo, coordinadora del grupo territorial de la Unidad de Búsqueda en Sucre.
Todo eso ocurrió entre febrero y marzo de 2021. La UBPD les tomó muestras de ADN a Carmen y Ariel, y empezó el proceso de contraste de información para verificar que Mariela fuera su madre. Una nueva estación del viacrucis comenzó cuando la entidad buscó traer a la mujer hasta Colombia para tomar la muestra de ADN.
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Sin cédula y en medio de una crisis diplomática entre el gobierno de Iván Duque y el de Nicolás Maduro, que mantenía las fronteras cerradas, el riesgo era muy alto. En su ruta había 13 controles de revisión de documentos de la Guardia Venezolana. Pasar por una trocha ilegal no era una opción: podían deportarla o encarcelarla. Solo hasta marzo de 2022, después de un año de gestiones, la Unidad de Búsqueda logró reunirse con Mariela para verificar su identidad y comprobar lo que ya todos veían como un hecho.
Carmen lo recuerda bien: “Cuando nos dijeron que las muestras coincidían fue una alegría muy grande. Hablé con mi hermano Ariel. Lloramos. Después de tantos años pensábamos que no iba a aparecer, pero ahora íbamos a tener una mamá”.
***
Mariela no sabe cuánto tiempo tuvo que esperar en el salón de paredes blancas y piso ajedrezado donde se dio el reencuentro, a mediados de mayo de este año. Los nervios no la dejaban tranquila. Tenía miedo de que esos niños que dejó al cuidado de sus abuelos cuando tenían uno y seis años -y que ahora eran adultos de 32 y 37- le guardaran rencor.
Carmen, su hija mayor, no pudo dormir la noche anterior. No dejaba de pensar cómo iba a ser ver a su mamá después de tanto tiempo.
Cuando el momento llegó nadie pudo contenerse. Nohra, Martha, Carmen y Ariel se fundieron con Mariela en uno y todos los abrazos que fueron posibles.
Ese día sus hijas y nietos venezolanos, y ella misma, se enteraron de que no tenía 40 años, sino 51, y de que su fecha de cumpleaños no era el 10 de noviembre, sino el 24. Se enteraron de que sus hermanos crecieron resistiendo de cerca el rigor de la guerra, que su abuela había muerto unos meses atrás, sin perder la esperanza de encontrar a esa hija desaparecida a la que nunca volvió a ver.
Sus hijos colombianos por fin pudieron preguntar por qué su madre no había vuelto a buscarlos y entender sus razones. Pudieron saber detalles de su infancia y conocer la historia de la mujer que extrañaron por más de tres décadas.
“Llegué a pensar que me iba a morir sin que nos conociéramos. Ahora lo que resta es volver a unirnos”
“Nunca perdí las esperanzas. Fueron casi dos años desde que los encontramos para poder vernos. Llegué a pensar que me iba a morir sin que nos conociéramos. Ahora lo que resta es volver a unirnos”, dice Mariela, que se convirtió en la primera persona dada por desaparecida que la UBPD encuentra con vida en el exterior.
Aún quedan más de 1.700 personas desaparecidas en los Montes de María
El caso de Mariela hace parte del Plan Regional de Búsqueda de la UBPD en los Montes de María y Morrosquillo. En estas regiones se estima que hubo al menos 1.734 personas desaparecidas entre 1948 y 2012.
Lea: Así funciona el entramado criminal del Clan del Golfo en Montes de María
Entre ellas hay 27 casos de desaparición relacionados con niños, niñas, adolescentes y jóvenes reclutados por grupos armados ilegales. Hasta ahora, la UBPD ha recibido más de 330 solicitudes de búsqueda por parte de familiares que esperan hallar a sus seres queridos.
El riesgo mantuvo la condición de desaparición
Para la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, el caso de Mariela da cuenta de cómo las situaciones de vulneración y riesgo en razón de género pueden mantener la condición de desaparición. Ella tuvo que abandonar su territorio con las manos vacías, apenas con 20 años. En busca de empleo resultó llegando a La Guajira.
Según su relato, allí una mujer “la llevó por medio de engaños” a Venezuela, a trabajar como empleada doméstica, pero no le pagaba: trabajaba por la comida. Bajo esa situación de explotación, ante la falta de dinero y documentación, Mariela se quedó a vivir en condiciones precarias en ese país, sin oportunidad de buscar a su familia y con miedo de salir a las calles y ser detenida por las autoridades, lo que también evitó que accediera a un empleo digno, al sistema de salud, entre otros derechos.
* Todos los nombres de los miembros de la familia fueron modificados por seguridad.