“El periodismo está llamado a darle un rostro a la desaparición forzada”: Natalia Botero
Hoy se inaugura, en el Museo Casa de la Memoria de Medellín, la exposición fotográfica “Giro en la mirada” de la fotoperiodista Natalia Botero, quien ha retratado el conflicto armado durante 25 años. La exposición recoge dos historias de desaparición forzada y podrá recorrerse de manera virtual.
Carolina Ávila Cortés
Natalia Botero comenzó a retratar la desaparición forzada desde su cara más visible y cruda: las fosas comunes. A partir de 2005, con la ley de Justicia y Paz con la que se desmovilizaron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el Estado empezó a cavar para encontrar a los muertos sin nombre que mencionaban los paramilitares en sus audiencias. Botero se preguntó por qué sólo hasta entonces Colombia apenas hablaba de la desaparición forzada como uno de los apéndices más duros del conflicto armado.
Con cada exhumación de la Fiscalía que acompañó en Antioquia y Chocó descubrió la historia detrás de los muertos, sus nombres y los vivos que se quedaron para buscarlos. Las familias, su soledad en la búsqueda y su zozobra permanente fue lo que más le impactó. Ya son 12 años, de los 25 que tiene como fotoperiodista cubriendo la guerra colombiana, los que ha dedicado a acompañar a las familias a través de su cámara fotográfica.
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“Yo soy una reportera del conflicto, pero no quiero seguir hablando de él, quiero darle la vuelta y encontrar historias de vida y poderlas mantener en la memoria del país. Encontrar ese descanso y ese silencio en la fotografía que le pueda dar un poco de alivio a los otros y a mí misma”, dice.
Este viernes, Natalia Botero presentará su exposición “Giro en la mirada” en el Museo Casa de la Memoria de Medellín. En esta serie fotográfica relata el camino en la búsqueda de Romelia Muriel y Edilma Marín, dos madres a las que les arrebataron sus hijos. Será inaugurada de forma virtual hoy a las 4:00 p.m, por el canal de Youtube del Museo Casa de la Memoria.
¿Qué ha sido más difícil de asimilar dentro de su trabajo como fotoperiodista: retratar la sevicia y los innumerables cuerpos en las fosas comunes o a las familias?
Las familias.
He tenido muchas dificultades en este trabajo, porque fotografiar las fosas era ir a la zona de conflicto era meterse en la boca del lobo por ser periodista independiente y mujer o porque en muchos casos pensaban que era de la Fiscalía. Pero como periodista uno trata de sortearlo. Para mí lo más difícil ha sido fotografiar, acompañar y estar con las familias porque todo el tiempo ellos se cuestionan por qué no han podido encontrar a sus seres queridos, por qué otros sí y ellos no, por qué el Estado no ha hecho más y por qué no han logrado encontrar su objetivo de la verdad. Entonces es un duelo permanente y sienten que uno es el alivio por acompañarlos, pero uno no tiene la respuesta.
Se volvió una consigna el acompañar a las familia, porque a la final lo importante son ellos, los vivos, cómo resisten para encontrar a sus muertos.
¿Cómo surge esta exposición y por qué se llama “Giro en la mirada”?
Viene de una reflexión personal desde mi trabajo fotoperiodístico. Cuando empecé en 2008 a trabajar en serio el tema de la desaparición forzada hice un giro en la mirada de cómo abordar el tema, porque yo lo estaba haciendo desde la fotografía forense y en este trayecto de la búsqueda de los desaparecidos hallé a las familias. Ahí mi trabajo hizo un giro. No era sólo buscar el cuerpo, sino encontrarse con su historia de vida.
Pensar en hablar de la desaparición desde lo forense es también muy trágico para las familias. Es revictimizar y volver a abrir la brecha del dolor. Lo bonito de la exposición es que cuenta esos momentos que se presentan mucho: quién era el otro, cómo es la búsqueda, cómo se vive la ausencia y también lo que significa el desaparecido en la vida de quien lo busca.
¿Cuáles son las historias de búsqueda de Romelia y Edilma?
Una de las historias es de Jonathan Marín, hijo de Edilma, y transcurre en Medellín, en la época de la Operación Orión en la Comuna 13. El muchacho desaparece a los 15 años a manos del Bloque Cacique Nutibara. Era un menor de edad líder en su comunidad.
Y la otra es una historia en el campo, en la ruralidad que transcurre en Ituango, una zona muy compleja sobre todo por la construcción de la hidroeléctrica. Allí son dos los hermanos que desaparecen, los hijos de Romelia: Diana Marcela de 15 años y Jorge Iván de 17. La diferencia en la desaparición entre el uno y el otro son dos días y por grupos armados diferentes, ella por la guerrilla y el hermano por los paramilitares.
¿Cómo están construidos los relatos en estas fotografías?
Quien la visite podrá entender lo que es el drama de una desaparición, la tragedia de una vida truncada para la familia, pero también lo que significan esas personas que se llevaron, lo que construyeron en vida.
No es sólo la fotografía de autor, que podría ser la mía, sino cómo las ideas de ellos y mis propias fotos hacen ese relato de vida del ausente. Lo que hago, de la mano de las familias, es construir ese relato de memoria donde ellas hacen fotografías o buscan sus archivos. Van a encontrar en uno de los casos los manuscritos del chico que desapareció y por qué en esos manuscritos se expresa tan claro qué es lo que pasa en el país en su momento y da las claves de por qué es posible que alguien como él desaparezca en un país como Colombia.
Luego de tantos años trabajando temas de desaparición forzada, ¿cómo tramitar el dolor con las familias, su privacidad y también las expectativas de encontrar a sus seres queridos?
Con ellas ha sido un proceso muy largo. Desde 2010 hay una permanente comunicación y una aceptación porque las historias se cuenten, aunque tienen cierto temor a que sean narradas porque todavía los actores están en la zona. Pero las familias también sienten un gran alivio porque han podido elaborar el discurso frente a la ausencia del otro.
(Vea también: Tres exguerrilleras que lideran la búsqueda de los desaparecidos en el conflicto)
Y yo con la fotografía también pasé por el proceso de darle ese valor de por qué lo están buscando, por qué lo extrañan, de no quedarse sólo con el hecho victimizante de que el conflicto se los llevó y los asesinaron. Su vida se les truncó y el Estado también ha generado desidia y las familias se sienten solas, entonces es un mar de dolor y de tristezas, pero es encontrarse con sus historias, excavar sin manosear este dolor.
La mirada está en que desde el periodismo no sólo es la investigación de un caso, sino cómo les sirve a ellos en una función social, familiar, de reconstrucción de tejidos, de conciliación, de hacer el duelo.
Esa es la narrativa que se construye entre la fotografía y las familias, pero ¿cómo lograr que los demás colombianos entiendan la dimensión de la desaparición forzada?
Con los años me he dado cuenta de que el horror es tan profundo que si nos quedamos en el hecho victimizante no va a dejar de ser una noticia más. En cambio, si descubrimos esas historias que son las que le dan voz y rostro a la desaparición podemos generar más capacidad de entendimiento, comprensión y acercamiento.
No es sólo de hablarlo cuando se conmemora el Día del Desaparecido, hay que hablar permanentemente de las historias de vida que son truncadas, porque es que la gente no ha podido entender que una desaparición forzada es peor que un asesinato. Y no estoy diciendo que el uno no sea tan grave como el otro. Pero la desaparición es una zozobra permanente, rompe la estabilidad de una familia, los lazos, la confianza. Realmente es un flagelo muy cruel. Al desaparecido no hay un lugar donde llorarlo, donde rezarlo, no hay donde hacerle ese lugar en la memoria en un mausoleo. Además, la desaparición es una cosa tan incierta que las cifras son muy difíciles de aterrizar. En Colombia no hemos podido entender lo que significa la tragedia de la desaparición forzada.
¿Los periodistas hablamos lo suficiente de la desaparición forzada?
Siempre he tenido la teoría de que si los periodistas, y sobre todo los fotoperiodistas que éramos los que estábamos en primera línea haciendo las fotografías de la guerra, hubiéramos tomado un alto en el camino para darle más voz a las víctimas habríamos contribuido a que la guerra no tuviese esas dimensiones que tuvo. Y es lo que pienso hoy, si nosotros estamos todos los días hablando realmente de la desaparición forzada no dejaremos que se vuelva paisaje.
Estoy completamente convencida de que se tiene que hablar más y en todos los lenguajes. Ojalá todos los días el periodismo contara una historia de vida de un desaparecido, así vamos a entender que es que somos nosotros, los ciudadanos de a pie, a los que nos está pasando esto. Esa es nuestra responsabilidad. Estamos llamados a ponerle rostro a la desaparición forzada e investigarla.
Natalia Botero comenzó a retratar la desaparición forzada desde su cara más visible y cruda: las fosas comunes. A partir de 2005, con la ley de Justicia y Paz con la que se desmovilizaron las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el Estado empezó a cavar para encontrar a los muertos sin nombre que mencionaban los paramilitares en sus audiencias. Botero se preguntó por qué sólo hasta entonces Colombia apenas hablaba de la desaparición forzada como uno de los apéndices más duros del conflicto armado.
Con cada exhumación de la Fiscalía que acompañó en Antioquia y Chocó descubrió la historia detrás de los muertos, sus nombres y los vivos que se quedaron para buscarlos. Las familias, su soledad en la búsqueda y su zozobra permanente fue lo que más le impactó. Ya son 12 años, de los 25 que tiene como fotoperiodista cubriendo la guerra colombiana, los que ha dedicado a acompañar a las familias a través de su cámara fotográfica.
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“Yo soy una reportera del conflicto, pero no quiero seguir hablando de él, quiero darle la vuelta y encontrar historias de vida y poderlas mantener en la memoria del país. Encontrar ese descanso y ese silencio en la fotografía que le pueda dar un poco de alivio a los otros y a mí misma”, dice.
Este viernes, Natalia Botero presentará su exposición “Giro en la mirada” en el Museo Casa de la Memoria de Medellín. En esta serie fotográfica relata el camino en la búsqueda de Romelia Muriel y Edilma Marín, dos madres a las que les arrebataron sus hijos. Será inaugurada de forma virtual hoy a las 4:00 p.m, por el canal de Youtube del Museo Casa de la Memoria.
¿Qué ha sido más difícil de asimilar dentro de su trabajo como fotoperiodista: retratar la sevicia y los innumerables cuerpos en las fosas comunes o a las familias?
Las familias.
He tenido muchas dificultades en este trabajo, porque fotografiar las fosas era ir a la zona de conflicto era meterse en la boca del lobo por ser periodista independiente y mujer o porque en muchos casos pensaban que era de la Fiscalía. Pero como periodista uno trata de sortearlo. Para mí lo más difícil ha sido fotografiar, acompañar y estar con las familias porque todo el tiempo ellos se cuestionan por qué no han podido encontrar a sus seres queridos, por qué otros sí y ellos no, por qué el Estado no ha hecho más y por qué no han logrado encontrar su objetivo de la verdad. Entonces es un duelo permanente y sienten que uno es el alivio por acompañarlos, pero uno no tiene la respuesta.
Se volvió una consigna el acompañar a las familia, porque a la final lo importante son ellos, los vivos, cómo resisten para encontrar a sus muertos.
¿Cómo surge esta exposición y por qué se llama “Giro en la mirada”?
Viene de una reflexión personal desde mi trabajo fotoperiodístico. Cuando empecé en 2008 a trabajar en serio el tema de la desaparición forzada hice un giro en la mirada de cómo abordar el tema, porque yo lo estaba haciendo desde la fotografía forense y en este trayecto de la búsqueda de los desaparecidos hallé a las familias. Ahí mi trabajo hizo un giro. No era sólo buscar el cuerpo, sino encontrarse con su historia de vida.
Pensar en hablar de la desaparición desde lo forense es también muy trágico para las familias. Es revictimizar y volver a abrir la brecha del dolor. Lo bonito de la exposición es que cuenta esos momentos que se presentan mucho: quién era el otro, cómo es la búsqueda, cómo se vive la ausencia y también lo que significa el desaparecido en la vida de quien lo busca.
¿Cuáles son las historias de búsqueda de Romelia y Edilma?
Una de las historias es de Jonathan Marín, hijo de Edilma, y transcurre en Medellín, en la época de la Operación Orión en la Comuna 13. El muchacho desaparece a los 15 años a manos del Bloque Cacique Nutibara. Era un menor de edad líder en su comunidad.
Y la otra es una historia en el campo, en la ruralidad que transcurre en Ituango, una zona muy compleja sobre todo por la construcción de la hidroeléctrica. Allí son dos los hermanos que desaparecen, los hijos de Romelia: Diana Marcela de 15 años y Jorge Iván de 17. La diferencia en la desaparición entre el uno y el otro son dos días y por grupos armados diferentes, ella por la guerrilla y el hermano por los paramilitares.
¿Cómo están construidos los relatos en estas fotografías?
Quien la visite podrá entender lo que es el drama de una desaparición, la tragedia de una vida truncada para la familia, pero también lo que significan esas personas que se llevaron, lo que construyeron en vida.
No es sólo la fotografía de autor, que podría ser la mía, sino cómo las ideas de ellos y mis propias fotos hacen ese relato de vida del ausente. Lo que hago, de la mano de las familias, es construir ese relato de memoria donde ellas hacen fotografías o buscan sus archivos. Van a encontrar en uno de los casos los manuscritos del chico que desapareció y por qué en esos manuscritos se expresa tan claro qué es lo que pasa en el país en su momento y da las claves de por qué es posible que alguien como él desaparezca en un país como Colombia.
Luego de tantos años trabajando temas de desaparición forzada, ¿cómo tramitar el dolor con las familias, su privacidad y también las expectativas de encontrar a sus seres queridos?
Con ellas ha sido un proceso muy largo. Desde 2010 hay una permanente comunicación y una aceptación porque las historias se cuenten, aunque tienen cierto temor a que sean narradas porque todavía los actores están en la zona. Pero las familias también sienten un gran alivio porque han podido elaborar el discurso frente a la ausencia del otro.
(Vea también: Tres exguerrilleras que lideran la búsqueda de los desaparecidos en el conflicto)
Y yo con la fotografía también pasé por el proceso de darle ese valor de por qué lo están buscando, por qué lo extrañan, de no quedarse sólo con el hecho victimizante de que el conflicto se los llevó y los asesinaron. Su vida se les truncó y el Estado también ha generado desidia y las familias se sienten solas, entonces es un mar de dolor y de tristezas, pero es encontrarse con sus historias, excavar sin manosear este dolor.
La mirada está en que desde el periodismo no sólo es la investigación de un caso, sino cómo les sirve a ellos en una función social, familiar, de reconstrucción de tejidos, de conciliación, de hacer el duelo.
Esa es la narrativa que se construye entre la fotografía y las familias, pero ¿cómo lograr que los demás colombianos entiendan la dimensión de la desaparición forzada?
Con los años me he dado cuenta de que el horror es tan profundo que si nos quedamos en el hecho victimizante no va a dejar de ser una noticia más. En cambio, si descubrimos esas historias que son las que le dan voz y rostro a la desaparición podemos generar más capacidad de entendimiento, comprensión y acercamiento.
No es sólo de hablarlo cuando se conmemora el Día del Desaparecido, hay que hablar permanentemente de las historias de vida que son truncadas, porque es que la gente no ha podido entender que una desaparición forzada es peor que un asesinato. Y no estoy diciendo que el uno no sea tan grave como el otro. Pero la desaparición es una zozobra permanente, rompe la estabilidad de una familia, los lazos, la confianza. Realmente es un flagelo muy cruel. Al desaparecido no hay un lugar donde llorarlo, donde rezarlo, no hay donde hacerle ese lugar en la memoria en un mausoleo. Además, la desaparición es una cosa tan incierta que las cifras son muy difíciles de aterrizar. En Colombia no hemos podido entender lo que significa la tragedia de la desaparición forzada.
¿Los periodistas hablamos lo suficiente de la desaparición forzada?
Siempre he tenido la teoría de que si los periodistas, y sobre todo los fotoperiodistas que éramos los que estábamos en primera línea haciendo las fotografías de la guerra, hubiéramos tomado un alto en el camino para darle más voz a las víctimas habríamos contribuido a que la guerra no tuviese esas dimensiones que tuvo. Y es lo que pienso hoy, si nosotros estamos todos los días hablando realmente de la desaparición forzada no dejaremos que se vuelva paisaje.
Estoy completamente convencida de que se tiene que hablar más y en todos los lenguajes. Ojalá todos los días el periodismo contara una historia de vida de un desaparecido, así vamos a entender que es que somos nosotros, los ciudadanos de a pie, a los que nos está pasando esto. Esa es nuestra responsabilidad. Estamos llamados a ponerle rostro a la desaparición forzada e investigarla.