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Llegar hasta el punto donde estuvo enterrado por 30 años Pastor Gutiérrez Lizarazo requirió primero de un trayecto de 45 minutos en carro, desde Pamplona hasta el páramo Caracolí, en zona rural de Labateca (Norte de Santander). Luego tuvimos que hacer una caminata de cinco horas por la montaña hasta llegar a los 3.030 metros de altura.
Un equipo de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), conformado por nueve personas, viajó el pasado 11 de noviembre con cuatro periodistas, tres mulas que cargaron todo el equipaje y tres campesinos que fungieron de guías. Estos últimos eran quienes sabían de la fosa clandestina.
Pastor Gutiérrez Lizarazo fue reclutado por el Eln en la vereda Chona, en Norte de Santander, cuando tenía 16 años. Era 1989 y Pastor vivía junto a su hermano mayor Gabriel, la esposa de él y sus dos hijos. Gabriel no estaba el día que se llevaron a su hermano. Se enteró por sus vecinos y porque era lo que se escuchaba que pasaba con los jóvenes de la región.
Esto nos lo dijo Gabriel a los periodistas una vez habían sacado el cuerpo de Pastor. A todo nos respondió con monosílabos y voz apagada. Estaba nervioso e intimidado, ¡cómo no!: lo arrinconamos con miles de preguntas cuando recién estaba asimilando que luego de 32 largos años había encontrado el cuerpo de su hermano.
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Nos equivocamos, no era el momento para entrevistarlo. Nos ganó el afán de no perder la luz del día para grabarlo en cámara, ni que le cogiera la noche a todo el equipo para bajar de la montaña. Debimos ser responsables y empáticos con su dolor; humanos antes que periodistas.
Nos contó que su hermano era “carilargo”, de pelo negro y lacio, y que murió en 1991. Sobre su muerte hay dos versiones que tendrá que comprobar la UBPD: o que fue “ajusticiado” por esta guerrilla porque quería irse o que murió a manos del Ejército en indefensión junto a otro hombre del que nadie sabe su nombre.
Los campesinos sabían de su ubicación porque además los cuerpos quedaron parcialmente expuestos y las aves de carroña los estaban destrozando. Para protegerlos y por tradición católica construyeron una placa de cemento sobre ellos con dos cruces talladas. Con los años, esa placa fue engullida por la vegetación hasta perderse de vista.
Cuando llegamos a la cima, el equipo forense de la UBPD delimitó el espacio que les señaló Luis Gregorio, campesino y amigo de Gabriel que conoció de la fosa en 1998 mientras construía una pequeña casa de madera para el dueño de esa finca. “No subimos antes por miedo”, también nos contó, porque en ese momento seguía la presencia de hombres armados en la zona. Era el único espacio con arbustos y flores en esa parte de la ahora finca abandonada.
La UBPD ha recopilado dentro del plan regional de búsqueda del área metropolitana de Cúcuta y frontera que durante 49 años se registraron 2.221 personas desaparecidas en Norte de Santander. Entre 1998 y 2005 se concentró el 44,8% del total de esos casos. Los jóvenes desaparecidos por reclutamiento forzado eran estudiantes o campesinos, como Pastor.
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Este caso les llegó a través de la Corporación Construyendo Poder, Democracia y Paz que con apoyo del GIZ y desde el 2017 recogió 206 casos de personas desaparecidas de diferentes municipios de este departamento, entre esos Labateca. Le entregaron formalmente esta información a la UBPD en agosto de 2019.
Luego de que la placa de cemento quedó totalmente descubierta, el padre Jesús Gabriel Sánchez se puso su túnica blanca y pulcra que había llevado al hombro durante la caminata y oró por el eterno descanso de los dos hombres inhumados. Su presencia allí había sido una petición expresa de la familia a la UBPD.
Gabriel no lloró. En sus ojos se notaba la ansiedad de intentar reconocer a su hermano ahí mismo. Carlos Ariza, antropólogo forense de la UBPD, le explicó lo que seguía en el proceso de identificación: que los huesos serían comparados con las tomas de muestras genéticas que les habían hecho a él y sus hermanos y que una vez se confirmara que era Pastor, le entregarían el cuerpo.
Luego describió y entregó cada hueso a su compañero Johan para que los guardara con cuidado en una bolsa marcada. “Extremidad inferior izquierda cuerpo 1″, decía. Y así con cada zona y cada cuerpo. “Es un adulto joven y un subadulto, esto significa que tiene tal vez menos de 19 o 18 años. Encontramos signos de violencia y disposición arbitraria; proyectiles de armas de fuego que seguramente provocaron sus muertes”, nos explicó Ariza.
Los campesinos dejaron la parte de la placa que tenía las cruces sobre la base de un árbol cercano. El padre Jesús Gabriel me contó que era tradición dejar una cruz en el sitio donde se enterraba la gente para dignificarlos, para que supieran que había alguien que se preocupaba por ellos y los cuidaba a pesar de que no estuviera su familia.
Alrededor de las 5:17 p. m. terminó la recuperación. El equipo amarró las bolsas con los dos cuerpos en una de las mulas para la bajada. Emprendimos el regreso para acampar en una de las casas de los campesinos y seguir al otro día cuesta abajo, ya de regreso a Cúcuta. En la sede de Medicina Legal están ahora los dos cuerpos a la espera de su identificación.
Ese mismo día, Gabriel regresó a la vereda Chona a seguir con sus labores de campo. Continúa a la espera de una respuesta. “Era duro el sentimiento de no poder recuperarlo porque imagínese las condiciones en las que se encontraba. Ojalá que más familias tengan esta oportunidad que tuve yo de poder recuperar a sus seres queridos para darles la cristina sepultura que se merecen”, nos dijo.
La forma más eficaz de los grupos armados para desaparecer a las personas -y con ellas cualquier evidencia del delito- fue enterrarlas en sitios selváticos inaccesibles, lanzar los cuerpos a los ríos o al mar o incluso darlos a animales como comida. En un país de 99.235 desaparecidos, según la UBPD, ese flagelo esconde miles de horrores.
La desaparición no solo es lo que cuentan los huesos: las cicatrices de torturas o las balas, sino también la incertidumbre agonizante que significa para las familias no saber nada de su ser querido.
Una exhumación, como lo evidenció esta, requiere de un gran trabajo: personal calificado, el esfuerzo físico de caminar durante horas cargando palas y equipos forenses y acampar en ambientes hostiles. Y eso es solo una parte. Puede tomar meses o años documentar un solo caso y otros más dar con el sitio. Luego viene recuperar su cuerpo y lograr su identificación toma otro largo tiempo.
Por eso el hallazgo de Pastor, a pesar de los 32 años transcurridos y la altura donde estaba su fosa, no deja de ser una esperanza para las miles de sus familias que aún siguen esperando.