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Weimar Armando Castro Méndez y Edward Benjamín Rincón Méndez eran compinches desde niños. Su historia era la de los primos que crecen juntos, se acompañan a todas partes y, entre una y otra pilatuna, resultan convirtiéndose en hermanos. Ambos tenían 19 años y vivían en Bogotá. Acababan de graduarse del colegio y estaban buscando un crédito para entrar a la Universidad, pero les arrebataron la vida antes de lograrlo.
Salieron de sus casas en la tarde del 21 de junio de 2004, a encontrarse con una amiga, y no regresaron. Dos días después, mientras sus familias recorrían los barrios, hospitales y oficinas de la Policía preguntado por los jóvenes, sus cuerpos sin vida fueron hallados en la localidad de Ciudad Bolívar.
Weimar y Edward aparecieron vestidos con uniformes camuflados cubiertos de sangre, y fueron señalados de ser miembros de un grupo guerrillero. Se trata de uno de los primeros casos de ejecuciones extrajudiciales cometidas por el Ejército que se conocieron en Bogotá, cuatro años antes de que estallaran las denuncias por los mal llamados ‘falsos positivos’ en Soacha y otros lugares del país.
“Cumplimos 20 años de lucha, de remar para buscar justicia, pero todavía no la tenemos. Aún no sabemos quiénes son los responsables del crimen de mis muchachos, no nos han dicho la verdad de este caso”, dice Beatriz Méndez, madre de Weimar y tía de Edward.
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Ella y su hermana, Clara Inés, se han encargado de mantener viva la memoria de los dos jóvenes. Por eso esta semana, para conmemorar las dos décadas del crimen, organizaron un acto simbólico en la finca donde viven, en Boyacá.
Desempolvaron los afiches que han llevado a tantos plantones y manifestaciones en compañía de las Madres de Soacha, imprimieron los rostros de sus hijos y extendieron un telar blanco para que familiares y conocidos les dejaran un mensaje.
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También mandaron hacer una pancarta de fondo amarillo con algunas frases en letras negras, que resumen parte de sus consignas: “En memoria de Edward y Weimar, jóvenes asesinados por un Estado criminal. 20 años de ausencia. Sin olvido. Ni falsos ni positivos”.
A Clara Inés todavía le cuesta volver la vista atrás para pensar en lo que sometieron a su hijo y su sobrino: “Lo más duro es recordar todas las humillaciones por las que pasaron, cómo los obligaron a colocarse esos uniformes para disfrazarlos y tildarlos de guerrilleros”.
La familia sigue a la espera de justicia
El informe de Medicina Legal indicó que en los cuerpos de Edward y Weimar se encontraron signos de tortura y se extrajeron, en suma, 59 proyectiles de bala.
Habrían sido asesinados apenas siete horas después de salir de su casa, hacia las 11 de la noche del 21 de junio de 2004.
“Dicen que los mataron en un combate con el Ejército, pero ¿desde cuándo se ven enfrentamientos en la ciudad?, ¿Dónde están, entonces, los muertos del otro bando?, porque con ese montón de balas que impactaron a mis muchachos el combate tuvo que haber sido largo”. Esas son algunas de las preguntas que Beatriz tiene desde hace años.
Se ha encontrado con militares que prometen darle pistas, ha escuchado sus testimonios ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), ha presentado solicitudes e insistencias, pero aún sigue con la incertidumbre abierta.
“Todos dicen que van a ayudar, pero al final nadie da claridades. No hay un responsable directo, no sabemos si un coronel dio la orden o si hubo un reclutador. De la justicia no hemos visto nada”, dice la madre de Weimar.
Su hermana plantea que además de las deudas en verdad y justicia, el Estado no ha hecho ningún esfuerzo por reparar a sus familias.
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“Llevamos 20 años luchando casi sin avances, sin una noticia positiva. También nos hace falta la indemnización para poder unificarnos con la familia y llevar una mejor calidad de vida, porque yo no parí hijos para esa guerra que nada tenía que ver con mi familia, mucho menos para destruirla y hacernos pasar tanto dolor”, asegura Clara.
Tras dos décadas, estas madres exigen que las instituciones agilicen sus labores y les entreguen respuestas: “Yo voy a seguir remando. Algún día tendré que encontrar la orilla, porque en la mitad no me puedo quedar”, sentencia Beatriz.
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