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Escuchar la historia de ‘Toñito’ se siente como estar oyendo la vida de un calidoso del fútbol, de un hombre que con gambetas quería sacar a su familia adelante. Tal vez él pudo ser un crack del balón, por qué no, un fichaje importante para Once Caldas, el Deportivo Pereira o cualquier otro equipo del Eje Cafetero y, si se piensa con más optimismo, un jugador profesional de al menos nivel nacional.
Su hermana Aracelly habla de él con orgullo. Como una persona que no se le dio el tema de los estudios y que, pese al amor tan grande que tenía por el fútbol, prefirió dedicarle su vida a trabajarle a la finca de sus papás. Ricardo Antonio o ‘Toñito’ para sus cinco hermanos mayores, recogía café y cargaba caña para hacer panela en Samaná (Caldas). Era el más chico de los Hincapié Ospina, pero eso no le quitaba responsabilidades; Ricardo trabajaba o trabajaba, ese era el ejemplo de sus mayores, a quienes la disciplina férrea de talante paisa jamás les hizo opacar un amor tan grande como el que él le tenía al balón y a sus cultivos.
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El 2 de noviembre de 2005 se acabó todo. Ese día, temprano como siempre, Ricardo -de 18 años- estaba en los cafetales de la finca con su hermana Luz Enith, de 28. Su tarea del día era especial: tan pronto acabaran de recoger la mayor cantidad de granos, debían ir al pueblo por un ponqué de cumpleaños para su mamá, que cumplía al día siguiente.
Ricardo y Luz Enith tenían que ir con Aracelly, una de sus hermanas mayores, pero ella estaba ocupada en otros asuntos de la finca junto a su esposo y no los pudo acompañar. Eso fue para ella un golpe del destino, que ahora le permite contar la historia de sus dos hermanitos a los que una guerra maldita, cruel e injusta les arrebató. Por poco y sin dejar rastro.
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El consentido de Luz Enith era ‘Toñito’, andaban de arriba para abajo en los cafetales y a pesar de los 10 años que los separaban, eran compinches. “Se querían mucho, eran el orgullo para mis papás y para nosotros y a pesar de que mi hermana ya había formado una familia, nunca se olvidó de nadie en la casa”.
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En 2005 había una guerra sin cuartel en el nororiente de Caldas, entre el frente 47 de las Farc y el Ejército Nacional. Elda Neyis Mosquera, histórica comandante de esa guerrilla, conocida como Karina, fue una de las personas que con su poder militar convirtió a Samaná en lo que algunos pobladores recuerdan para ese momento como un “pequeño Caguán”. Había guerrilla por doquier: milicianos en el casco urbano, incontables filas de guerreros rasos en las veredas del municipio y amenazas a la orden del día para ganar control territorial.
El Ejército llegó con órdenes de contraguerrilla asumidos por la Tercera División. Para muchos, el remedio fue peor que la enfermedad, porque lo que era un secreto a voces pasó a ser realidad testimoniada que incluso fue recopilada por el Informe Final de la Comisión de la Verdad: decenas de narraciones decían que los militares llegaban casi que puerta por puerta para preguntar por los jóvenes en Samaná (y otros lugares del Eje Cafetero) y crear imaginarios falsos que los vincularan con la guerrilla. La campaña de “todo sea por entregar resultados” hizo de esa guerra algo deshumanizante. A los jóvenes se les vinculaba con la guerrilla, sin defensa o inocencia que valiera.
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Sin amenazas previas, pero sí siendo receptores de insultos o señalamientos falsos, el 2 de noviembre de 2005 los dos hermanos menores de los Hincapié Ospina salieron de su finca para planear el cumpleaños de su madre, María del Rosario Ospina.
No alcanzaron a llegar por el ponqué que les encargaron. Ambos fueron víctimas de los mal llamados ‘falsos positivos’. En el camino fueron retenidos, asesinados y desaparecidos por militares que sin pudor alguno se presentaron ante los Hincapié Ospina, al día siguiente en el cumpleaños de María, como miembros del “Batallón de Contraguerrillas Cacique Quimbaya”.
“¡Dónde están mis hijos! ¡dónde están mis hijos! Así, destrozada y con sus ojitos todos aguados eran los gritos de mi mami a los militares. Pedía lo que cualquier madre hubiera pedido: que se los devolvieran, como fuera pero que regresaran. En la cara, en medio de su celebración, uno de esos señores le dijo a mi mamá que Ricardo y Luz Enith habían sido dados de baja por ser guerrilleros. Que sus cuerpos no podían ser entregados por ser guerrilleros y que no iban a trasladarlos a ningún lugar que no fuera su batallón”.
Con el corazón en la mano, María del Rosario comenzó una lucha (casi en solitario) para encontrar la verdad de lo que les sucedió a sus hijos. Eso le costó amenazas en contra de su vida y la de su familia. Lo intentó hasta que más pudo, pero si seguía, su historia y el legado de su búsqueda habrían sido diferentes.
El sueño de María del Rosario
En 2012 se reanudó la búsqueda de Ricardo y Luz Enith, porque en el pueblo se juntó la naciente Asociación Renacer, colectivo de víctimas de desaparición forzada y homicidios de Samaná con la Fundación para el Desarrollo Comunitario de Samaná (Fundecos).
Ellos alentaron a personas como los Hincapié Ospina a no escatimar esfuerzos y a seguir con la búsqueda de los suyos. En todos esos años nadie les dio la cara. Hasta 2012, doña María del Rosario, Aracelly, su padre y sus hermanos vivieron con miedo. El tiempo pasaba y no había pistas. Eran cautos y solo los movía el amor por sus seres queridos. Según Aracelly, desde ese entonces los chismes comenzaron a rondarlos: “unos decían que estaban en un cementerio de Manizales, otros que los habían descuartizado sin dejar rastro y otros que hasta creían que no los habían sacado de Samaná”.
Llegó la firma del Acuerdo de Paz y al rompecabezas de los Hincapié se sumó la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD). El caso de Ricardo y de Luz Enith era uno más dentro de los folios de la institución humanitaria, pero una enfermedad terminal que le detectaron a María del Rosario hizo que priorizaran la búsqueda de sus hijos.
La vida se le iba a una mujer que no supo más que amar con todas sus fuerzas a los suyos y quien más allá de la vida dio respuestas.
La madre de los Hincapié Ospina falleció en 2018, sin haber dado con el paradero de Ricardo y Luz Enith. En 2012 escuchó en la radio que iban a reactivarse las labores de búsqueda de personas dadas por desaparecidas en Samaná e inmediatamente notificó su caso a la Defensoría del Pueblo. Fue una lucha hasta su último día de vida.
Cuando su caso fue priorizado, su salud no le permitió seguir al pie de cañón, pero alcanzó a darle testimonios al Equipo Colombiano Interdisciplinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocial (Equitas), que sirvieron para atar cabos y buscar en lugares precisos. Poco a poco las pistas iban mostrando que los cuerpos de Ricardo y Luz Enith nunca salieron de Samaná.
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Tras la muerte de María del Rosario, les tomaron muestras de ADN a los cuatro hermanos Hincapié Ospina. El trabajo forense no se detuvo y en 2021 identificaron a Luz Enith en el cementerio San Agustín de Samaná, uno de los 16 camposantos en Colombia con medidas cautelares, para la protección, búsqueda e identificación de personas que fueron desaparecidas durante la guerra.
Faltaba ‘Toñito’. No había pesquisas claras para dar con él y las medidas de último recurso terminaron siendo la única solución.
“La UBPD nos dijo como a mitad de 2021 que lo último que faltaba por hacer era exhumar a mi madre, extraerle una muestra dental y así cotejar información. Fue una decisión y un hecho tortuoso para nosotros, pero debíamos hacerlo. Era parte del sueño de mi mamita y ella, estando bajo tierra, nos siguió dando respuestas. Con eso encontramos a Ricardo Antonio”.
A inicios de este año se confirmó la noticia y comenzó un trabajo interinstitucional para entregar dignamente los cuerpos de los hermanos Hincapié, que en los registros de la UBPD son la séptima y octava persona, respectivamente, que encuentran tras estar desaparecidos por causas de la guerra en Samaná.
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El domingo 20 de noviembre de 2022 se cumplió el sueño de María del Rosario, en una jornada triste, pero esperanzadora por encontrar a los dos que les faltaban. El amor de los Hincapié ha vencido la muerte con creces y para ellos, este apenas es un capítulo para encontrar toda la verdad de lo que les sucedió a los suyos. Ahora, en paz y dignamente, descansan en el cementerio San Agustín, en su natal Samaná -tan cafetera como ellos.
“Seguimos en la tarea, sabremos el nombre de los responsables de estos “falsos positivos”, le cumpliré a mi mamá, acompañaré el dolor de mis sobrinos que vieron a su mamá volver en un cofre y manejaré la frustración… Dios mío, ellos sólo iban por un pastel”, dijo Aracelly.
*En la búsqueda y entrega de los Hincapié Ospina, además de la participación de la UBPD, Equitas, Fundecos y Renacer, estuvo activa la Jurisdicción Especial para la Paz, Naciones Unidas, el Instituto de Medicina Legal y el Centro de Estudios sobre Conflicto, Violencia y Convivencia Social (Cedat).