Julieta Lemaitre: la magistrada de la JEP que investiga el secuestro en Colombia

La togada de la Jurisdicción Especial para la Paz ha sido, hasta ahora, la primera jueza que imputó delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra al secretariado de las Farc desde que comenzó la justicia transicional hace tres años y medio.

Valentina Parada Lugo
05 de diciembre de 2021 - 02:00 a. m.
Julieta Lemaitre Ripoll, abogada de la Sala de Reconocimiento de Verdad, Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas de la JEP.  / Gustavo Torrijos
Julieta Lemaitre Ripoll, abogada de la Sala de Reconocimiento de Verdad, Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas de la JEP. / Gustavo Torrijos
Foto: GUSTAVO TORRIJOS
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Cuando Julieta Lemaitre Ripoll escuchó los primeros relatos de las víctimas de secuestro de las extintas Farc, apenas asumió su cargo como magistrada relatora del Caso 01, de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), sintió que mucho de lo que escuchó ese día parecía sacado de un libro. Fue después de oír a las familias de los diputados del Valle, la excandidata presidencial Íngrid Betancourt y Alan Jara, exgobernador del Meta, cuando llegó a su casa a buscar en su biblioteca el libro en el que sentía que ya había leído esas historias. Era La vorágine, la obra cuyo principio tiene una frase que resume parte de lo que, para ella, ha sido el conflicto armado en Colombia: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”.

La magistrada de la Sala de Reconocimiento de Verdad, Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas, que hoy es una de las abogadas que más sabe sobre el secuestro en el país, explica que en los tres años y medio que lleva investigando este delito —que en la JEP formalmente lleva el nombre de Toma de rehenes y otras graves privaciones a la libertad cometidas por las Farc— se ha topado con retos con los que no se imaginó tener que lidiar, como el del lenguaje. “Una de las cosas más difíciles ha sido entender cómo las palabras que se usan son tan trascendentales: nos pasó con la palabra ‘retenciones’, que en realidad empezamos a usar porque así se llama el delito formalmente y no podíamos darle la calificación jurídica de secuestro, porque eso es casi lo último que se hace. Cuando empezamos a ver que mucha gente se sentía ofendida yo no entendía por qué. Ahora nos está pasando con el crimen de la esclavitud: las Farc no tienen problema en reconocer tratos inhumanos y degradantes, pero no admiten que fue esclavitud. Eso es complejo de entender”, afirma.

Lo dice quien ha dedicado media vida a estudiar la sociología y la antropología del derecho, que en palabras sencillas es la aplicación de las leyes en contextos reales, difíciles, de pobreza, exclusión y ausencia de institucionalidad. Lemaitre está convencida de que el Estado siempre llega tarde. Así es el nombre de su más reciente libro, publicado en 2019, donde explica, entre otras cosas, por qué uno de los orígenes del conflicto armado tiene como base la ausencia estatal en regiones incomunicadas a las que no han llegado la salud, la educación, el alcantarillado, la energía eléctrica, las vías y mucho menos las oportunidades. Aunque para ella, la teoría se ha quedado corta ante la realidad colombiana que se ha sentido por fuera de las ciudades.

Antes que abogada, Lemaitre es feminista y defensora de derechos humanos. Tiene una maestría en Género y Religión de la Universidad de Nueva York y es doctora en Derecho de la Universidad de Harvard. Antes de llegar a trabajar en la justicia transicional se dedicaba a la academia como docente e investigadora en la Universidad de los Andes. Entre 1998 y 1999 trabajó como asesora en temas de violencia intrafamiliar y derechos sexuales y reproductivos en la Dirección Nacional para la Equidad de la Mujer. En eso centró parte de su vida, en épocas en las que la palabra “feminismo” solo era nombrada en los libros y no resonaba en la televisión ni en las conversaciones callejeras como ahora. “Yo hablaba de feminismo cuando eso se consideraba exótico en la sociedad”, cuenta.

(Vea: Julieta Lemaitre: “Identificaremos los hechos más graves del conflicto”)

A pesar de eso, cuando entró a la justicia transicional no quiso que su trabajo en la investigación solo girara en torno a las violencias de género en el marco de la guerra, como sí lo hace la Comisión de Género de la JEP, sino que quiso litigar desde la Sala de Reconocimiento, donde luego le asignaron ser la cabeza visible del primer caso que abrió la Jurisdicción. Desde ese momento, su nombre pasó de ser conocido solo en los salones de clase y en el gremio académico a ser una de las magistradas más visibles ante el país, por imputar crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad a la extinta guerrilla de las Farc por uno de los delitos más atroces que cometieron: 21.396 víctimas de secuestro han sido identificadas con nombre y cédula. Pero ser reconocida no es que le guste ni le emocione; todo lo contrario, es una mujer reservada, de pocas palabras y tímida. Tiene una voz bajita, casi susurrada y dice que le incomoda cuando siente que se quedan mirándola en la calle. “Como cuando uno sabe que ha visto a alguien en algún lado, pero no sabe quién es”, asegura.

Por eso, no solo es reservada con las personas que desconoce sino incluso con su propia familia, a quienes procura no contarles muchos detalles sobre los crudos relatos que tiene que escuchar casi a diario. Su esposo, arquitecto, y sus dos hijos (de 16 y 11 años) son su bastión para resistir a las críticas que los opositores de la JEP les hacen fuertemente a los togados. Cuando les preguntan a sus hijos a qué se dedica su mamá, prefieren no entrar en detalles y solo cuentan que es jueza de la República. “Aunque el menor me ve como una heroína, porque dice que tengo que enfrentarme a criminales de guerra y eso le parece súper wow”, cuenta entre risas.

En su casa habla poco de su trabajo y más bien dedica tiempo a estar con sus dos hijos, ayudarles con las tareas del colegio, cocinar, que es otra de sus grandes pasiones, y la música, uno de sus pasatiempos. Su rutina comienza, diariamente, a las 6:00 a.m., cuando se despierta con su esposo en función de alistar a los pequeños para ir a estudiar. “Yo digo que tengo hijos, no tengo hobbies, porque entre tener familia y trabajar no queda mucho tiempo de hacer más”, dice y sonríe. Pero en realidad sí los tiene.

Para cuidar su salud mental de todo lo que debe oír a diario, disfruta leer sobre literatura, filosofía y botánica. Esta última especialmente porque ahora, en la terraza de su casa, está sembrando un jardín. “Le estoy poniendo pasto, árboles nativos como el guayacán, la mermelada, la salvia, los heliotropos y en general las flores andinas. Llevo mucho tiempo intentando conseguir un borrachero, pero a todos los viveros de Bogotá que voy me dicen que eso no se consigue”, lo dice mientras cuenta que dos de los libros que está leyendo ahora son La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlinck, y El jardín natural, de Henk Gerritsen, “que me han ayudado mucho a pensarme en un jardín con plantas propias de la región”. En eso pasa sus fines de semana: entre la jardinería, el amor por el rock (que comparte con su hijo mayor, que es guitarrista), los paseos familiares, su mascota y la cocina típica costeña, que la devuelve a sus raíces.

Julieta, de 52 años, es cartagenera y aunque lleva más de dos décadas fuera de su ciudad natal, no pierde el acento caluroso ni el amor por el mar, que es quizá lo que más extraña luego de su familia. “Todavía me hace mucha falta el mar, como si él fuera una persona”. Recuerda que, de pequeña, por las tardes se iba a la playa a ver llegar a los pescadores y a los turistas justo en la puesta del sol. Nunca se aburría, pese a que le tocó la Cartagena de los años 70 y 80, cuando el conflicto armado se empezó a sentir con más fuerza, por la cantidad de personas desplazadas que llegaron desde Córdoba, Sucre y el Urabá antioqueño a buscar oportunidades allí. “En ese entonces en Cartagena no había tanta violencia armada ni política, entonces era un lugar al que llegaba gente que no tenía nada a asentarse en invasiones y empezar una vida de cero”, recuerda.

(Le puede interesar: ‘Mandos medios y ejecutores de las Farc también serán acusados de secuestro este año’: JEP)

Esa fue, de hecho, una de sus primeras inspiraciones para hacer investigaciones sobre el desplazamiento forzado y sobre el origen de aquellos barrios y corregimientos en Colombia que han empezado con invasiones irregulares de personas que salieron huyendo de la guerra y la muerte en sus territorios. Lemaitre ha puesto el ojo sobre las realidades de estas familias, por ejemplo, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, espacio en el que también ha podido trabajar con mujeres víctimas de violencia intrafamiliar. El trabajo en el territorio que ha ejercido para sus investigaciones sociales siempre la ha hecho pensar y repensarse el país y es allí donde más ha aplicado la filosofía, carrera que le hubiera gustado estudiar si no hubiera sido abogada. “De adolescente pensé que este no era un país para estudiar Filosofía ni Letras, sino para estudiar Derecho, pero me gustan mucho ambas cosas”, explica.

Lemaitre no pierde la capacidad de asombro frente a un país que ha tenido que reseñar y contar desde la justicia. Está convencida, además, de que Colombia no es un país violento como muchos dicen y una muestra de ello es ser el país con más desplazados internos del mundo. “Aquí la gente, antes de que le peguen un tiro, prefiere dejarlo todo y empezar de cero. Ni siquiera a los excombatientes de las Farc les gusta la violencia, muchos de los relatos que he oído de ellos es de gente que se vio arrastrada a eso, les tocó y eso me impresiona. Somos un país sin Estado, porque la labor del Estado es dirimir los conflictos y si eso no sucede, pues terminamos en la violencia”.

Hace pocos meses, en una diligencia judicial de la Jurisdicción en Miravalle, San Vicente del Caguán (Caquetá), se tomó una fotografía debajo de un papayo mientras vestía su toga de magistrada. La tiene guardada en la galería de su celular, asegura que es de sus fotografías favoritas. “La gente nos decía que allá nunca había ido un juez de la República, que yo era la primera: yo creo que eso es lo que hay que hacer en Colombia, llegar a las regiones donde el Estado no existe. Eso es lo que estamos haciendo desde la JEP”.

Valentina Parada Lugo

Por Valentina Parada Lugo

Comunicadora Social - Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, con experiencia en cubrimiento de conflicto armado y crisis humanitaria. @valentinaplugo vparada@elespectador.com

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Carlos(92784)06 de diciembre de 2021 - 01:26 a. m.
Felicitaciones a la Dra Lemaitre extensiva a todos sus compañeros y colegas, verdaderos heroes de la patria . Muchos aun extrañamos a la Dra Patricia Linares, otra magistrada llena de meritos y sabiduria.
Usuario(59423)06 de diciembre de 2021 - 12:31 a. m.
Esta señora es de la "clase alta" de Cartagena (Colombia), unas de las herederas mas afortunadas y adineradas del Pais y de una familia que otrora era trabajadora, pero ahora se volvieron, igual que adelina covo en chupa sangre extrema del Estado. De aca no sale nada bueno
JOSE(94138)06 de diciembre de 2021 - 12:03 a. m.
" QUE NOS CUENTEN UNA DE VAQUEROS....! " para "creerle" a esa porqueria de de la jep ....
  • JACN(65090)06 de diciembre de 2021 - 01:46 a. m.
    Usted jamas entendería, quedese con con sus pequeñas e insignificantes ideas.....eso lo hará muy feliz.
Tomas(10675)05 de diciembre de 2021 - 10:06 p. m.
Ojalá se quite de las neuronas la idea generada en la Habana de que el secuestro es retención política. Ya es tiempo de trabajar y sacar conclusiones señores de la JEP!
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