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                                                                                                                                Julieta Lemaitre: la magistrada de la JEP que investiga el secuestro en Colombia

                                                                                                                                La togada de la Jurisdicción Especial para la Paz ha sido, hasta ahora, la primera jueza que imputó delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra al secretariado de las Farc desde que comenzó la justicia transicional hace tres años y medio.

                                                                                                                                Valentina Parada Lugo

                                                                                                                                Periodista de Investigación
                                                                                                                                Julieta Lemaitre Ripoll, abogada de la Sala de Reconocimiento de Verdad, Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas de la JEP. / Gustavo Torrijos
                                                                                                                                Foto: GUSTAVO TORRIJOS
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Lo dice quien ha dedicado media vida a estudiar la sociología y la antropología del derecho, que en palabras sencillas es la aplicación de las leyes en contextos reales, difíciles, de pobreza, exclusión y ausencia de institucionalidad. Lemaitre está convencida de que el Estado siempre llega tarde. Así es el nombre de su más reciente libro, publicado en 2019, donde explica, entre otras cosas, por qué uno de los orígenes del conflicto armado tiene como base la ausencia estatal en regiones incomunicadas a las que no han llegado la salud, la educación, el alcantarillado, la energía eléctrica, las vías y mucho menos las oportunidades. Aunque para ella, la teoría se ha quedado corta ante la realidad colombiana que se ha sentido por fuera de las ciudades.

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                                                                                                                                (Vea: Julieta Lemaitre: “Identificaremos los hechos más graves del conflicto”)

                                                                                                                                A pesar de eso, cuando entró a la justicia transicional no quiso que su trabajo en la investigación solo girara en torno a las violencias de género en el marco de la guerra, como sí lo hace la Comisión de Género de la JEP, sino que quiso litigar desde la Sala de Reconocimiento, donde luego le asignaron ser la cabeza visible del primer caso que abrió la Jurisdicción. Desde ese momento, su nombre pasó de ser conocido solo en los salones de clase y en el gremio académico a ser una de las magistradas más visibles ante el país, por imputar crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad a la extinta guerrilla de las Farc por uno de los delitos más atroces que cometieron: 21.396 víctimas de secuestro han sido identificadas con nombre y cédula. Pero ser reconocida no es que le guste ni le emocione; todo lo contrario, es una mujer reservada, de pocas palabras y tímida. Tiene una voz bajita, casi susurrada y dice que le incomoda cuando siente que se quedan mirándola en la calle. “Como cuando uno sabe que ha visto a alguien en algún lado, pero no sabe quién es”, asegura.

                                                                                                                                Por eso, no solo es reservada con las personas que desconoce sino incluso con su propia familia, a quienes procura no contarles muchos detalles sobre los crudos relatos que tiene que escuchar casi a diario. Su esposo, arquitecto, y sus dos hijos (de 16 y 11 años) son su bastión para resistir a las críticas que los opositores de la JEP les hacen fuertemente a los togados. Cuando les preguntan a sus hijos a qué se dedica su mamá, prefieren no entrar en detalles y solo cuentan que es jueza de la República. “Aunque el menor me ve como una heroína, porque dice que tengo que enfrentarme a criminales de guerra y eso le parece súper wow”, cuenta entre risas.

                                                                                                                                En su casa habla poco de su trabajo y más bien dedica tiempo a estar con sus dos hijos, ayudarles con las tareas del colegio, cocinar, que es otra de sus grandes pasiones, y la música, uno de sus pasatiempos. Su rutina comienza, diariamente, a las 6:00 a.m., cuando se despierta con su esposo en función de alistar a los pequeños para ir a estudiar. “Yo digo que tengo hijos, no tengo hobbies, porque entre tener familia y trabajar no queda mucho tiempo de hacer más”, dice y sonríe. Pero en realidad sí los tiene.

                                                                                                                                Para cuidar su salud mental de todo lo que debe oír a diario, disfruta leer sobre literatura, filosofía y botánica. Esta última especialmente porque ahora, en la terraza de su casa, está sembrando un jardín. “Le estoy poniendo pasto, árboles nativos como el guayacán, la mermelada, la salvia, los heliotropos y en general las flores andinas. Llevo mucho tiempo intentando conseguir un borrachero, pero a todos los viveros de Bogotá que voy me dicen que eso no se consigue”, lo dice mientras cuenta que dos de los libros que está leyendo ahora son La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlinck, y El jardín natural, de Henk Gerritsen, “que me han ayudado mucho a pensarme en un jardín con plantas propias de la región”. En eso pasa sus fines de semana: entre la jardinería, el amor por el rock (que comparte con su hijo mayor, que es guitarrista), los paseos familiares, su mascota y la cocina típica costeña, que la devuelve a sus raíces.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                (Le puede interesar: ‘Mandos medios y ejecutores de las Farc también serán acusados de secuestro este año’: JEP)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esa fue, de hecho, una de sus primeras inspiraciones para hacer investigaciones sobre el desplazamiento forzado y sobre el origen de aquellos barrios y corregimientos en Colombia que han empezado con invasiones irregulares de personas que salieron huyendo de la guerra y la muerte en sus territorios. Lemaitre ha puesto el ojo sobre las realidades de estas familias, por ejemplo, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, espacio en el que también ha podido trabajar con mujeres víctimas de violencia intrafamiliar. El trabajo en el territorio que ha ejercido para sus investigaciones sociales siempre la ha hecho pensar y repensarse el país y es allí donde más ha aplicado la filosofía, carrera que le hubiera gustado estudiar si no hubiera sido abogada. “De adolescente pensé que este no era un país para estudiar Filosofía ni Letras, sino para estudiar Derecho, pero me gustan mucho ambas cosas”, explica.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Julieta Lemaitre Ripoll, abogada de la Sala de Reconocimiento de Verdad, Responsabilidad y Determinación de Hechos y Conductas de la JEP. / Gustavo Torrijos
                                                                                                                                Foto: GUSTAVO TORRIJOS
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Lo dice quien ha dedicado media vida a estudiar la sociología y la antropología del derecho, que en palabras sencillas es la aplicación de las leyes en contextos reales, difíciles, de pobreza, exclusión y ausencia de institucionalidad. Lemaitre está convencida de que el Estado siempre llega tarde. Así es el nombre de su más reciente libro, publicado en 2019, donde explica, entre otras cosas, por qué uno de los orígenes del conflicto armado tiene como base la ausencia estatal en regiones incomunicadas a las que no han llegado la salud, la educación, el alcantarillado, la energía eléctrica, las vías y mucho menos las oportunidades. Aunque para ella, la teoría se ha quedado corta ante la realidad colombiana que se ha sentido por fuera de las ciudades.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                (Vea: Julieta Lemaitre: “Identificaremos los hechos más graves del conflicto”)

                                                                                                                                A pesar de eso, cuando entró a la justicia transicional no quiso que su trabajo en la investigación solo girara en torno a las violencias de género en el marco de la guerra, como sí lo hace la Comisión de Género de la JEP, sino que quiso litigar desde la Sala de Reconocimiento, donde luego le asignaron ser la cabeza visible del primer caso que abrió la Jurisdicción. Desde ese momento, su nombre pasó de ser conocido solo en los salones de clase y en el gremio académico a ser una de las magistradas más visibles ante el país, por imputar crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad a la extinta guerrilla de las Farc por uno de los delitos más atroces que cometieron: 21.396 víctimas de secuestro han sido identificadas con nombre y cédula. Pero ser reconocida no es que le guste ni le emocione; todo lo contrario, es una mujer reservada, de pocas palabras y tímida. Tiene una voz bajita, casi susurrada y dice que le incomoda cuando siente que se quedan mirándola en la calle. “Como cuando uno sabe que ha visto a alguien en algún lado, pero no sabe quién es”, asegura.

                                                                                                                                Por eso, no solo es reservada con las personas que desconoce sino incluso con su propia familia, a quienes procura no contarles muchos detalles sobre los crudos relatos que tiene que escuchar casi a diario. Su esposo, arquitecto, y sus dos hijos (de 16 y 11 años) son su bastión para resistir a las críticas que los opositores de la JEP les hacen fuertemente a los togados. Cuando les preguntan a sus hijos a qué se dedica su mamá, prefieren no entrar en detalles y solo cuentan que es jueza de la República. “Aunque el menor me ve como una heroína, porque dice que tengo que enfrentarme a criminales de guerra y eso le parece súper wow”, cuenta entre risas.

                                                                                                                                En su casa habla poco de su trabajo y más bien dedica tiempo a estar con sus dos hijos, ayudarles con las tareas del colegio, cocinar, que es otra de sus grandes pasiones, y la música, uno de sus pasatiempos. Su rutina comienza, diariamente, a las 6:00 a.m., cuando se despierta con su esposo en función de alistar a los pequeños para ir a estudiar. “Yo digo que tengo hijos, no tengo hobbies, porque entre tener familia y trabajar no queda mucho tiempo de hacer más”, dice y sonríe. Pero en realidad sí los tiene.

                                                                                                                                Para cuidar su salud mental de todo lo que debe oír a diario, disfruta leer sobre literatura, filosofía y botánica. Esta última especialmente porque ahora, en la terraza de su casa, está sembrando un jardín. “Le estoy poniendo pasto, árboles nativos como el guayacán, la mermelada, la salvia, los heliotropos y en general las flores andinas. Llevo mucho tiempo intentando conseguir un borrachero, pero a todos los viveros de Bogotá que voy me dicen que eso no se consigue”, lo dice mientras cuenta que dos de los libros que está leyendo ahora son La inteligencia de las flores, de Maurice Maeterlinck, y El jardín natural, de Henk Gerritsen, “que me han ayudado mucho a pensarme en un jardín con plantas propias de la región”. En eso pasa sus fines de semana: entre la jardinería, el amor por el rock (que comparte con su hijo mayor, que es guitarrista), los paseos familiares, su mascota y la cocina típica costeña, que la devuelve a sus raíces.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                (Le puede interesar: ‘Mandos medios y ejecutores de las Farc también serán acusados de secuestro este año’: JEP)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esa fue, de hecho, una de sus primeras inspiraciones para hacer investigaciones sobre el desplazamiento forzado y sobre el origen de aquellos barrios y corregimientos en Colombia que han empezado con invasiones irregulares de personas que salieron huyendo de la guerra y la muerte en sus territorios. Lemaitre ha puesto el ojo sobre las realidades de estas familias, por ejemplo, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, espacio en el que también ha podido trabajar con mujeres víctimas de violencia intrafamiliar. El trabajo en el territorio que ha ejercido para sus investigaciones sociales siempre la ha hecho pensar y repensarse el país y es allí donde más ha aplicado la filosofía, carrera que le hubiera gustado estudiar si no hubiera sido abogada. “De adolescente pensé que este no era un país para estudiar Filosofía ni Letras, sino para estudiar Derecho, pero me gustan mucho ambas cosas”, explica.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lemaitre no pierde la capacidad de asombro frente a un país que ha tenido que reseñar y contar desde la justicia. Está convencida, además, de que Colombia no es un país violento como muchos dicen y una muestra de ello es ser el país con más desplazados internos del mundo. “Aquí la gente, antes de que le peguen un tiro, prefiere dejarlo todo y empezar de cero. Ni siquiera a los excombatientes de las Farc les gusta la violencia, muchos de los relatos que he oído de ellos es de gente que se vio arrastrada a eso, les tocó y eso me impresiona. Somos un país sin Estado, porque la labor del Estado es dirimir los conflictos y si eso no sucede, pues terminamos en la violencia”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hace pocos meses, en una diligencia judicial de la Jurisdicción en Miravalle, San Vicente del Caguán (Caquetá), se tomó una fotografía debajo de un papayo mientras vestía su toga de magistrada. La tiene guardada en la galería de su celular, asegura que es de sus fotografías favoritas. “La gente nos decía que allá nunca había ido un juez de la República, que yo era la primera: yo creo que eso es lo que hay que hacer en Colombia, llegar a las regiones donde el Estado no existe. Eso es lo que estamos haciendo desde la JEP”.

                                                                                                                                Por Valentina Parada Lugo

                                                                                                                                Comunicadora Social - Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, con experiencia en cubrimiento de conflicto armado y crisis humanitaria. @valentinaplugo vparada@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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