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Cuando era niña, María José Rodríguez Lahourguette acompañó a su mamá, Nilda, a una marcha por los detenidos desaparecidos de la dictadura en la Avenida 18 de Julio, una de las vías principales en Montevideo (Uruguay). Cuando le preguntó qué hacían allí, ella le contestó que estaban acompañando a la abuela de Alejandro y Fernanda, dos de sus compañeros de la escuela que tenían sus papás desaparecidos.
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Pero descubrir la verdad que había detrás le tomó algunos años y muchos silencios. En realidad, María José y Nilda asistían a estas marchas, tan comunes durante las décadas de los setenta y ochenta en las dictaduras en el cono sur de América Latina, porque su padre, José Washington Rodríguez Rocca, era también un desaparecido.
María José nació el 10 de diciembre de 1973, seis meses después de que se diera el golpe de Estado en Uruguay por parte de las Fuerzas Armadas y el presidente Juan María Bordaberry. Ella creció en medio de una dictadura cívico-militar y con el silencio de su mamá como una forma de protegerla. Hablar durante esos años de que su padre era guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN) significaba la prisión, la desaparición forzada, el exilio o la muerte.
A sus 12 años, en 1985, terminó la dictadura y empezaron a surgir las respuestas. En su adolescencia su madre le contó la historia de cómo José había desaparecido de sus vidas. “No fue fácil para nada. En la cabeza de una adolescente, en esa edad que hay mucha bronca y rebeldía, me pasaba que no lo podía conversar con nadie, no lo podía exteriorizar. Era tal el silencio y el hermetismo en mi familia, que no nos permitíamos asumirlo”, recuerda María José.
José pasó a la clandestinidad el 8 de junio de 1972, cuando las Fuerzas Conjuntas fueron a preguntarlo a su casa. Un familiar llegó hasta la Fábrica Uruguaya de Neumáticos S. A., donde trabajaba, y lo alertó para que no regresara. Desde ahí decidió alejarse de su familia y amigos para convertirse en un perfecto desconocido en su país y sobrevivir.
Nilda y José se conocían desde el barrio. La relación comenzó también en los setenta. Ella sabía que él estaba en el Movimiento, que era un militante de base, de los comandos de apoyo para cualquier actividad que hicieran los Tupamaros contra el gobierno. En tiempos de clandestinidad, acordaban con sigilo un punto de encuentro. O él la llamaba o le mandaba la razón con alguien. Y entonces el día del encuentro José llegaba con el pelo teñido, bigotes y gafas para no ser reconocido.
El MLN surgió formalmente en 1965 en respuesta a las diversas manifestaciones populares, sindicales y obreras en contra de las políticas económicas del gobierno uruguayo. A comienzos de los 70 lograron las fugas de prisioneros políticos en varias cárceles, aumentaron los homicidios y los secuestros, y con esto también creció la represión de las fuerzas estatales. Poco a poco se fue desarticulando la organización: en 1972 capturaron a la dirigencia de los Tupamaros y otros fueron al exilio.
José formó parte de este último grupo. El 13 de abril de 1973 salió de Uruguay hacia Mendoza (Argentina) bajo del nombre de Juan Edgardo García Pazos. De allí cruzó a Chile, luego a Cuba y finalmente terminó en Colombia, a comienzos de los ochenta, para integrar la guerrilla del M-19.
“El día que mi papá es obligado a abandonar Uruguay, mi mamá lo acompaña al aeropuerto internacional de Carrasco. Mi papá le dice textual: ‘Vendé el tocadisco que en una semana te vengo a buscar’. A partir de ahí ella pierde el contacto con él”, cuenta María José. Y agrega que ella lo esperó, pero llegó el momento en el que tuvo que hacer su vida. “En la medida en que pudo intentó averiguar por él, pero había temas que no se podían hablar. Tenía que resguardarnos de alguna forma”.
El vacío de la figura paterna siempre la llenó de preguntas. Desde joven empezó a organizar un rompecabezas con la vida de su padre: quién fue él, cómo era, qué tal era su personalidad, qué ideales tenía. Dice que nunca lo ha juzgado por sus decisiones, al contrario, tiene un profundo respeto por sus convicciones.
A sus 20 años, como empleada de la Universidad de la República, María José conoció a una mujer del MLN que había estado exiliada en Suecia. “A partir de ese día me propuse llegar hasta el final en su búsqueda. Siento que mi papá no merece quedar en el olvido, que no se puede dar vuelta a una hoja que es muy pesada. Pude hacer mi familia y con mis hijos entendí todo lo que me perdí o lo que no tuve. Y duele, pero trato de calmar ese dolor buscando respuestas”.
La mujer la vinculó con Raúl Olivera, coordinador del Observatorio Luz Ibarburu, una red de organizaciones de la sociedad civil que se encarga en Uruguay de monitorear el cumplimiento de una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos con relación a los delitos cometidos en la dictadura. Ambos pudieron dar con la ruta que José tomó luego del exilio hasta su llegada a Colombia. Fue un trabajo de años y muchos obstáculos.
“Respaldo del Estado no ha existido. En todos los casos relacionados con la violación a los derechos humanos, salvo en los últimos años, ha habido total ausencia. José no es considerado víctima del terrorismo estatal ni tampoco está dentro del registro de desaparecidos reconocido oficialmente, solo se reconocen los que fueron desaparecidos por acción directa del Estado o por complicidad. Si el Estado no se ha preocupado por los desaparecidos acá en Uruguay, difícilmente se ocupará de otros casos fuera del país”, sostiene Raúl Olivera.
De acuerdo con la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, la dictadura dejó 197 casos de personas de las que no se sabe su paradero. Pero claro, así como lo señala Olivera, hay un subregistro. En Colombia esa cifra es superada de lejos. La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) estima que son más de 120.000 las y los colombianos desaparecidos a causa de un conflicto armado de más de 52 años.
En 2015, a través del hijo de otro uruguayo desaparecido en Colombia, María José entró en contacto con un grupo de exguerrilleros del M-19. Varios le contaron que su padre había logrado sacar cédula colombiana bajo el nombre de Rubén y que se unió a esta guerrilla entre 1977 y 1978, en Cali. Otro le dijo que lo había visto en Bogotá en 1980 junto a su pareja colombiana y su hija. Así fue llegando hasta Héctor*, un campesino que estuvo en el M-19 durante siete años, hasta 1982, cuando se acogió a la amnistía presidencial de Belisario Betancur.
“José fue un estafeta en la organización. Era el que llevaba los casetes y mensajes, y volvía cada ocho o 15 días a nuestro campamento. Él se podía movilizar sin ningún problema por todo el país porque tenía sus papeles al día. Con él nos conectamos mucho. Él siempre me cambiaba cigarrillos por galletas”, describe Héctor.
En 2019 le contó a María José que su padre falleció en un operativo militar a comienzos de 1982, en un departamento al suroccidente del país**: “Era un campamento provisional en el que llevábamos dos días. Llegó el Ejército y nos disparó a ráfagas. Ahí cayó él, cuando volteé a mirar estaba como a cuatro o cinco metros y me di cuenta de que no había ninguna salvación, porque las tres ráfagas que le dieron era con pura bala explosiva, esa que entra y explota dentro del cuerpo”.
Según Héctor, junto con dos compañeros, tuvieron tiempo de cavar hueco y enterrarlo al lado de un árbol de caucho: “Lo tapamos y salimos corriendo porque el Ejército nos estaba encerrando. Éramos 22 y nos dividimos en el monte. Luego algunos campesinos nos dijeron que los militares habían llegado hasta el campamento y que levantaron todo, hasta los tres huecos que usamos de letrina, para guardar la basura y donde enterramos a José Washington. Nosotros tenemos la duda de si lo volvieron a tapar, si lo dejaron destapado o si se lo llevaron para el batallón”.
Para María José y Nilda enterarse de la muerte de su padre fue una mezcla de sentimientos. De cierta forma les dio tranquilidad, porque eso significó que él no las abandonó. “Lo que creemos es que murió por lo que quería, en la lucha por la igualdad y la justicia. Quizás es el consuelo del tonto, pero es así”, justifica.
Nunca ha visitado Colombia. La búsqueda la ha hecho con el apoyo de la Fundación Hasta Encontrarlos, la organización que ha seguido el rastro de José en el país y que el 11 de julio de 2019 le presentó a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas una solicitud de búsqueda del uruguayo.
En febrero de 2020, Hasta Encontrarlos y Héctor confirmaron el sitio donde fue enterrado, es decir, que el árbol de caucho y las señales que recuerda Héctor siguieran intactos. Esta información se la entregaron a la Unidad y el 8 de diciembre de 2020 fue una comisión territorial a hacer la verificación del sitio.
Hoy hay dos opciones: que el cuerpo de José Washington siga enterrado en ese sitio y pueda ser recuperado o que efectivamente militares lo hayan sacado del lugar. En las dos vías tiene que trabajar la UBPD para darle una respuesta a María José. Ella está a la espera de una pronta reunión para definir la fecha en la que se hará la prospección del cuerpo, pero espera que sea en febrero. En caso dado de que el cuerpo no esté, la Unidad tendrá que acudir a información del Ejército de la época para dar con el lugar donde fue enterrado.
Los primeros signos para identificar el cuerpo de José serían la hebilla en forma de ancla que llevaba ese día y, recuerda Héctor, la incrustación de oro que tenía en el diente incisivo derecho o la falta de un dedo que le fue mutilado en la mano izquierda. “Mi mamá no sabe lo que se viene, se quedó solamente en la petición que le hice a la UBPD, pero no sabe del lugar y la prospección porque ella ya es de edad y es injusto crearle expectativas. Para ella todo esto ha sido remover algo que tenía guardado, pero no ha sanado”, sostiene.
La UBPD busca en Colombia a 15 personas de nacionalidad extranjera desaparecidas posiblemente por el conflicto armado. Diez de ellas son hombres, tres mujeres y dos personas de sexo desconocido. Ocho son ecuatorianas, dos venezolanas, una israelí, una marroquí, una peruana, una dominicana y una uruguaya.
De estar vivo, José Washington tendría 79 años. “A mí me hubiese gustado encontrarlo vivo para que supiera que por lo que se sacrificó, luchó y peleó en Uruguay dio frutos. Tuvieron que pasar 40 años para que la izquierda en mi país, y no solo con José Mujica, encabezara el gobierno”.
María José está escribiendo un libro de un solo ejemplar para dejárselo a sus hijos, de 19 y 13 años, por si ellos en algún momento quieren recurrir a su abuelo. Ahí podrán encontrarlo. Le ayudó a encajar muchas piezas del rompecabezas, descubrir la infancia y vida de su padre a través de quienes lo conocieron. Terminar el libro le llevará un rato más, ya que espera el resultado de la búsqueda en Colombia. “Quiero que la última frase del libro sea ¡Lo logré!”.
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*El nombre fue cambiado por seguridad
**Nos abstenemos de revelar el sitio para no interferir en la búsqueda de su cuerpo.