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Un suspiro, exhalar el aire del pecho y sentir que la propia vida se va con él. “Me la mataron”, dice Margarita quien se despierta exaltada. Acaba de tener una pesadilla. Está empapada en sudor y lágrimas. Su hija Carol no llegó a dormir anoche a la casa, algo que Margarita sabe que no es normal. Está inquieta, se lleva las manos a la cara para limpiarse las lágrimas. Es inútil, está desconsolada.
Son las 8:30 a.m. del 26 de octubre de 2002, suena el teléfono. Es John, el amigo de Carol con el que ella había quedado de encontrarse la noche anterior, y el hijo de una de las vecinas de Margarita, le dice que todo está bien, que Carol está con él, pero que le pase a su madre. Margarita le pasa el teléfono. Se sienta. Sabe que nada está bien. La voz del joven no deja de retumbar en su cabeza, “todo está bien”. En medio de la sala de la casa de un barrio popular en Itagüí, a la que habían llegado Margarita y sus hijos hace apenas una semana desplazados de la comuna 13 de Medellín, sentada en el sillón, siente que la vida se le empieza a desvanecer, el corazón le retumba con fuerza en el pecho, quizás es taquicardia o una premonición, quizás es solo la vida anunciándole que nada volverá a ser como antes.
Han pasado 22 años, y Carol nunca más volvió. A sus 18 años, la guerra absurda de un país sumido en la pobreza y la violencia, la separó de su mamá, de sus hermanos y de su propia vida.
No fue la única. Según la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) hay más de 160 solicitudes de búsqueda de personas desaparecidas forzadamente en el marco de la incursión militar Orión, una operación militar y paramilitar llevada a cabo entre el 2002 y el 2003 en la comuna 13, que presuntamente buscaba contrarrestar la presencia de milicias urbanas de las extintas FARC-EP, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el CAP (Comandos Armados del Pueblo), dejando a su paso cientos de personas muertas, torturadas y desaparecidas.
La operación militar fue liderada por el general (r) Mario Montoya Uribe, entonces comandante de la IV Brigada del Ejército, y hoy compareciente ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), imputado por crímenes de guerra y lesa humanidad.
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La historia de Carol, es una de tantas. Como la historia de Mario, esposo de Luz Ángela, un hombre trabajador de Colanta, que como todos los días ese 24 de noviembre de 2002 madrugó para cumplir con sus obligaciones. Ese día, su hija ya había salido del año escolar y no había que llevarla al colegio. Entonces, Mario decidió sacar su carro para dirigirse a su trabajo y realizar sus funciones diarias, sin sospechar lo que le esperaba. Se subió al carro y sintió el frío de un revolver apuntándole. Un hombre lo acompañaba. Empezaron a bajar una de las pendientes pronunciadas de la comuna a toda velocidad. Otros dos hombres lo estaban esperando unos metros más abajo. Nunca se volvió a saber de él.
Similar es la historia de Carlos, hijo de Gloria, una mujer humilde que vivía de vender empanadas, arepas, confites y víveres para sacar adelante a sus ocho hijos y un hogar en el barrio Robledo de Medellín. Una mujer paisa, trabajadora, entregada a su familia, que una vez vio partir a su hijo mayor y jamás lo vio regresar. Carlos, un joven de 27 años que estaba haciendo planes con su novia para formar una familia, llegó el viernes 29 de noviembre de 2002 muy temprano a la casa de doña Gloria, fue a pagarle una plata que le debía, diciendo “que no se quería ir debiéndole a nadie”. Se despidió sin darle un beso a su madre y sin desayunar. Carlos llegó a su casa ubicada en la comuna 13 para descansar un rato. Dicen que estaba dormido cuando a las 10:00 a.m. un golpe en la puerta, lo despertó. Se levantó a ver qué pasaba y dos hombres lo estaban esperando. Se lo llevaron con lo que tenía puesto y nada más. Dice Gloria, que se lo llevaron muerto del hambre, para hablar con él y hasta hoy, no han terminado la conversación porque no ha regresado.
Son más de 160 vidas que quedaron a medias en el marco de esta intervención militar. Historias que reclaman un cierre digno. Un final que es esquivo. Son historias que se suman a las 111.640 que existen en el país, según el último reporte de la UBPD. Son 111.640 personas víctimas de desaparición forzada que hacen parte del universo del Plan Nacional de Búsqueda de la UBPD a corte de agosto del presente año.
En el marco del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, que se conmemoró el pasado 30 de agosto, estas historias recuerdan que la desaparición no solo es una violación de derechos humanos, sino una infracción al Derecho Internacional Humanitario, con un profundo impacto psicológico en los seres queridos de la persona desaparecida. Es vivir de forma permanente en el dolor. Es lidiar con preguntas sin respuestas, con un dolor prolongado y sostenido.
Según el Informe Final de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV) publicado a mediados de 2022, pueden existir más de 210.000 víctimas de desaparición forzada en Colombia. Sin embargo, las dificultades en los procesos de denuncia y el acceso a la justicia implican que exista un subregistro, y que no se tenga una cifra clara de cuántas personas hay desaparecidas en el marco de los 60 años de conflicto. En los diferentes procesos de investigación liderados por la JEP y en las jornadas de esclarecimiento de la CEV, se ha podido determinar que más del 52 % de las desapariciones forzadas en el marco del conflicto, fueron ejecutadas por grupos paramilitares, y el 24 %, por la extinta guerrilla de las FARC-EP.
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Estas cifras muestran la estrategia de terror que sembraron los grupos armados. Es un llamado a reconocer el profundo dolor que causa, y la necesidad urgente de aunar esfuerzos para contribuir a la búsqueda de cada una de las personas dadas por desaparecidas, para aliviar el sufrimiento de sus familias, pero también para reconstruir la confianza y el tejido social que permita una verdadera consolidación de la paz en Colombia.
La firma del Acuerdo de Paz de 2016 fue determinante para conocer estas cifras, consolidadas por la UBPD y la CEV, dos entidades creadas tras esa firma con la extinta guerrilla de las FARC.
La resistencia de las mujeres de La Escombrera
Cuando le desaparecieron a su hijo, doña Gloria duró dos años encerrada, llorando, sin poder moverse. El dolor de su pérdida congeló su vida, la puso en pausa. Casi 22 años después de la desaparición que la marcó para siempre, y a sus 72 años, Gloria junto a Margarita, Luz Ángela y otras 177 mujeres buscadoras, han recorrido un largo camino para reclamar la verdad y la justicia que parece aún no llegar para ellas, ni para sus seres queridos.
Se conocieron hace más de una década en el Parque de Berrío, en el centro de Medellín. Allí se reunían con otros cientos de mujeres víctimas del conflicto armado para alzar sus voces, para que, en medio de sus plantones y caminatas, el Estado reconociera que la muerte violenta de una persona era el fracaso de una sociedad entera, y así se pudiera poner fin al conflicto.
Sin embargo, en medio de estas acciones de resistencia y sin estarlo buscando, estas mujeres encontraron por sí solas, y de la mano de organizaciones acompañantes como la Corporación Jurídica Libertad y la Fundación Santa Laura Montoya, su propio camino. Impulsadas por lo que les decían sus instintos de madre, de esposa, de hija, empezaron a compartir sus historias y rápidamente comprendieron que tenían todo en común. No solo el hecho victimizante que marcó sus vidas, la fecha en que había pasado, las formas en que habían ocurrido los hechos, sino también los planes que tenían para el futuro.
La Escombrera las llamaba. Un lugar que parece una herida abierta en el centro de la montaña antioqueña, en donde se vertieron los escombros que dejó a su paso el desarrollo de la ciudad, y que se ubica a solo 20 minutos de la comuna 13, una de las zonas más vulnerables y emblemáticas de Medellín, que se convirtió en el epicentro de una disputa territorial, una guerra urbana auspiciada por el narcotráfico.
Estas mujeres suben todos los días a La Escombrera desde la Biblioteca San Javier. Lo hacen para reconstruir lo que les pasó, para sanar sus heridas, para verificar las diferentes intervenciones técnico-forenses que se han realizado y que hoy encabeza la UBPD gracias a las medidas cautelares otorgadas por el Magistrado Gustavo Salazar, de la Sección de Ausencia de Reconocimiento de la JEP. Para Luz Janeth Forero, directora de la UBPD, la intervención en La Escombrera “es una de las más importantes y estratégicas, que responde con eficiencia al derecho de búsqueda de muchas víctimas de la comuna 13″, y afirma que “la búsqueda hoy es constante, y no cesa”.
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Pero aunque esa labor no termine, estas mujeres siguen sin encontrar a sus seres queridos. Con ese dolor e incertidumbre, han renacido y ahora son la asociación Mujeres Caminando por la Verdad, una organización en donde convergen mujeres víctimas, de las organizaciones acompañantes, y otras mujeres que han llegado a esta asociación con el mismo objetivo de buscar la dignificación de las víctimas y el reconocimiento de sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación integral y las garantías de no repetición. Una organización que ya no busca a un solo desaparecido, sino que los busca a todos.
“Carol es la razón de donde yo he llegado. Ella es la que me ha dado fuerza para seguir luchando, para seguir buscando. Hoy estamos todas juntas, cargando nuestras fotos cerca del pecho, diciéndole a todo el mundo que aquí estamos. Nosotras somos muchas, y seguiremos esperando a nuestros seres queridos” afirma Margarita.
Estas mujeres buscadoras tienen un método, hasta ahora infalible para resistir el inevitable paso del tiempo, el cansancio y el desaliento: sostenerse las unas de las otras. Son mujeres fuertes que encontraron en la sororidad su propia fuerza y su voz. Son mujeres con historias similares, todas víctimas de la violencia, todas humildes y trabajadoras, que tienen que poner en pausa sus actividades económicas, esas que les dan de comer a ellas y a sus familias, para poder transitar el dolor, para poder habitar un mundo que les negó una vida digna, una vida en paz. Que les regaló de por vida ese dolor en el pecho, continuo, esas pesadillas constantes, esas historias sin cierre.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Colombia, gracias al apoyo de la Embajada de Noruega, viene acompañando a la asociación Mujeres Caminando por la Verdad junto con la Corporación Jurídica Libertad, para garantizar su preparación frente al proceso de intervención en La Escombrera, aprobado en la audiencia del 25 de julio de 2024. De igual manera, el PNUD ha prestado asistencia técnica a las mesas de seguimiento de la medida cautelar convocadas por la JEP.
Este acompañamiento histórico que ha adelantado el PNUD con organizaciones de la sociedad civil, que buscan a personas dadas por desaparecidas, es indispensable para la efectiva participación de las víctimas en procesos de justicia transicional. Para Gloria, el acompañamiento técnico y psicosocial ha sido fundamental para entender bien los pasos que siguen a la intervención en La Escombrera y para poder enfrentar este proceso; también resalta la importancia de que esto se siga dando, sobre todo para los esposos y familiares de las mujeres buscadoras que no participan en estas jornadas y transitan sus pérdidas en silencio y en soledad. “Nuestra lucha ahora es por todos y así algunas de nosotras nos vayamos muriendo, seguirán naciendo más como nosotras para continuar esta lucha” dice Gloria. En una ciudad que les negó la primavera, ellas han plantado semillas de dignidad, resiliencia, memoria, fuerza y solidaridad, que germinaran cuando cada una de las personas dadas por desaparecidas sea encontrada.
*Comunicadora de PNUD Colombia
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