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                                                                                                                                La maestra antioqueña que hurgó la tierra hasta encontrar a su hermano

                                                                                                                                Betty Loaiza resistió desde su escuela rural mientras la desaparición de líderes se convertía en una táctica común de los grupos armados en San Carlos, Antioquia. Cuando el turno fue para su hermano Iván, empezó a acumular una década buscando pistas pacientemente.

                                                                                                                                Mariana Escobar Roldán

                                                                                                                                En San Carlos (Antioquia), Betty Loaiza encontraba a los niños llorando, diciendo “profe, es que se llevaron a papá”, “profe, es que anoche se nos robaron las vacas”, “profe, es que nos va a tocar pegar para la ciudad”. Muchas veces no era posible dar clases.
                                                                                                                                Foto: Laura Montoya
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Al menos seis grupos armados hicieron presencia entre 1998 y 2005, los años en que el conflicto armado fue más agudo. Llegaron con tropas, fusiles, granadas y cilindros. Algunos se disputaban el bien más preciado de San Carlos: el agua; otros querían ganar el control del territorio, y otros más, fanáticos de una ideología, líder o corriente, se obsesionaron con arrebatarle el poder a unos o a otros.

                                                                                                                                Lo cierto es que durante esos años, guerrillas, paramilitares y Ejército participaron en 33 masacres. El homicidio, el uso de minas antipersona, el secuestro, las amenazas, el despojo y el desplazamiento fueron otras de sus macabras tácticas. De hecho, el Centro Nacional de Memoria Histórica reportó que más de 18 mil personas huyeron de San Carlos en ese lapso, mientras los que se quedaron soportaron toques de queda, enfrentamientos, bombas y requisas para proteger su historia y la de sus familias, o desaparecieron.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                (Lea más: En busca de los desaparecidos de la operación Berlín)

                                                                                                                                Su escuela, la de la vereda de Vallejuelo, fue la única de ese municipio que nunca cerró. “Siempre había algún valiente que fuera a acompañar a los niños, mientras las otras instituciones, o tenían que clausurarse porque todos los estudiantes de la vereda se habían desplazado, o los profesores no podían ir a abrirla”, cuenta.

                                                                                                                                Llegar a la escuela no era sencillo. Betty encontraba a los niños llorando, diciendo “profe, es que se llevaron a papá”, “profe, es que anoche se nos robaron las vacas”, “profe, es que nos va a tocar pegar para la ciudad”. Muchas veces no era posible dar clases.

                                                                                                                                Un día, por ejemplo, la comunidad de Vallejuelo estaba muy asustada. Se habían llevado a Chaparro, un líder que todos querían. “¿Por dónde fue?”, preguntó Betty, y llamó a los jóvenes de bachillerato y de quinto de primaria, agarraron los machetes de la huerta y cogieron monte en busca del líder. “Caminamos como cuatro horas y regresamos con las manos vacías. Solo alcanzamos a encontrar la chamarra blanca de Chaparro, pero de él, ni el rastro”, recuerda la maestra.

                                                                                                                                30 de julio de 2002, 3:00 pm

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Cuando salía de Vallejuelo, a Betty le costaba no recordar el 30 de julio de 2002, a las tres de la tarde, justo la hora en que llegó a su casa después del colegio.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                —Profesora, ¿usted está sentada? — Le dijo una voz de hombre que nunca había escuchado.

                                                                                                                                —No, estoy de pie. ¿Con quién hablo?, ¿qué será lo que necesita? — Respondió Betty.

                                                                                                                                —Profesora, mejor siéntese que le voy a dar una mala noticia

                                                                                                                                —No, dígame que yo soy capaz de soportar las malas y las buenas de pie.

                                                                                                                                —Bueno profesora, vea, lo que pasa es que ayer desaparecieron a su hermano Iván, el profesor, en la vereda Las Camelias. Yo no sé decirle por dónde, pero lo desaparecieron.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “A mí se me fue la sed, el calor y me entró un frío por todo el cuerpo. Quería salir corriendo y buscarlo donde fuera. Pensaba en cómo le iba a decir a mis padres, a mis hermanos. Me preguntaba si estaba vivo o si lo habían matado, y si estaba vivo, qué tal que no pudiera gritar y tuviera frío, hambre o se estuviera desangrando. Y si lo habían tirado al río o lo habían enterrado, ¿cómo iba a hacer yo sola para encontrarlo?”, recapitula Betty.

                                                                                                                                Demarcar el terreno

                                                                                                                                Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte

                                                                                                                                a dentelladas secas y calientes.

                                                                                                                                Quiero minar la tierra hasta encontrarte

                                                                                                                                y besarte la noble calavera

                                                                                                                                y desamordazarte y regresarte. (…)

                                                                                                                                Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández

                                                                                                                                Se llamaba Iván Alonso Loaiza, vivió en este mundo por 38 años y nada de lo que tenía era de él.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Llegaba al hospital, y si había familiares de los enfermos que venían de las veredas y debían esperar por horas, se los llevaba para la casa y les daba chocolate con bizcochos.

                                                                                                                                “Estamos seguros de que no se lo llevaron por malo. A él se lo llevaron porque hay hombres que tienen un corazón muy turbio”, insiste Betty.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                (Le puede interesar: La comisión de Farc que busca a los desaparecidos)

                                                                                                                                Su desaparición tuvo que ver con el hecho de que San Carlos se dividió en dos. Los grupos armados se lo repartieron: del parque hacia abajo era de los paramilitares, del parque hacia arriba todo era de la guerrilla, y pasar de un lado a otro era un problema, era como encontrarse con el Muro de Berlín.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Entonces él, que era maestro y trabajaba en un área tomada a la fuerza por las Autodefensas, fue trasladado por un proceso burocrático a Las Camelias, donde reinaban los grupos de guerrilla. “Seguramente un grupo entendió que Alonso se había ‘volteado’ y eso bastó para que no lo quisieran más en este mundo, pero ese acto salvaje también acabó con la salud de papá y mamá y, hasta hace poco, con mi paz”, revela Betty.

                                                                                                                                Un sábado de 2011, una mujer mayor llamó a casa de la maestra, y le dijo que tenía que hablar urgente con ella. Se encontraron a las 11:30 en el parque de San Carlos y Betty estaba asustada. “Pensé que me iban a hacer algo, pero cuando la vi me acordé de ella y me tranquilicé. Era una mujer del campo, decente y trabajadora, a la que alguna vez le había comprado huevos”, cuenta.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La mujer, cuyo nombre Betty prefiere omitir, dijo que un señor le había dicho que creía saber dónde estaba Iván Alonso, que él vivía cerca de un lago y que en ese julio de 2002 vio todo por la ventana. “Yo la sentí tan nerviosa que, la verdad, entendí que no existía tal señor, sino que ella era la que había visto todo, y había esperado años para hablar, simplemente, porque estaba protegiendo su vida y porque el miedo muchas veces lo vence a uno”, dice Betty. Le pidió a aquella mujer que fuera organizando las cosas, que averiguara bien dónde estaba el cuerpo y que le fuera contando en qué iba todo.

                                                                                                                                Sin embargo, pasaron tres meses y la mujer nada que regresaba. “Que sea lo que Dios quiera”, dijo Betty, hasta que un día volvió, le dijo que le comprara huevos y, con disimulo, al final de su visita, le anunció que “el señor” ya sabía dónde estaba Iván Alonso.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Porque conocía varias historias de los cientos de desaparecidos en San Carlos, Betty sabía que el proceso con la Fiscalía General era largo, entonces le pidió a la mujer que demarcara el terreno para cuando la gente de las instituciones estuviera lista.

                                                                                                                                “Y así fue. Ella siguió visitando cada ocho días, y yo le compraba huevos, le daba semillas y abono para que sembrara rosas en ese lugar, y le entregaba pintura para que señalizara el sitio. De esta forma, cuando la Fiscalía llegara, todo sería más rápido. Tanto se demoraron en respondernos, que la señora pintó tres veces y en seis ocasiones florecieron los rosales”, continúa Betty.

                                                                                                                                Ni los fiscales, ni la mujer de los huevos ni ella misma tenían aliento. Entonces, Betty se sentó debajo de un árbol y le dijo a su hermano: “Ve, ya han pasado muchos años, ya sufrimos mucho pues, aparecé que ya es hora”, y como al minuto y medio la antropóloga gritó que había visto algo.
                                                                                                                                Foto: Laura Montoya

                                                                                                                                Que papá y mamá duerman tranquilos

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un día, por fin, la Fiscalía llamó a la maestra para decirle que todo estaba listo. Betty llegó a la zona con la mujer, dos fiscales, una antropóloga y sus ayudantes. “Buscamos mucho, y a las dos horas ya estábamos muy cansados: había que subir un monte empinadísimo, bajar otro igual y el sol del mediodía nos estaba quemando. Era un terreno gigantesco, solo alguien con sadismo y mucho miedo hubiera llegado hasta allá para enterrar a mi hermano”, piensa.

                                                                                                                                Ni los fiscales, ni la mujer de los huevos ni ella misma tenían aliento. Entonces, Betty se sentó debajo de un árbol y le dijo a su hermano: “Ve, ya han pasado muchos años, ya sufrimos mucho pues, aparecé que ya es hora”, y como al minuto y medio la antropóloga gritó que había visto algo. Encontraron unos huesos y, por la ubicación, las rosas rojas y amarillas, y la pintura blanca, todo indicaba que era Iván Alonso.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Esos huesos los trataban con una delicadeza, con un amor, como si para ellos también fueran tesoros: tomaron uno por uno, lo limpiaron, lo midieron y escribían notas largas en un cuaderno. Después armaron la pelvis, el cráneo, la columna, las costillas, las piernas, los dedos. Era como ver la huella de mi hermano. Luego lo empacaron en bolsitas impecables, lo sellaron y lo guardaron en una caja. Todo en silencio, con respeto”, recuerda Betty, que sabía cuán larga podía ser la espera de los resultados para confirmar si aquellos restos eran de su hermano. En Colombia, e incluso en San Carlos, todavía hay una enorme hilera de gente que espera por lo mismo.

                                                                                                                                Durante la exhumación Betty sintió, por primera vez desde que lo desaparecieron, que Iván Alonso estaba guardado en algún rincón de San Carlos, que su hermano estaba, al menos. Sintió que todavía había un pedazo de él en el mundo de los vivos y que en ese momento, cuando lo encontraron, él y su familia iban a descansar.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aquellos restos bajo los rosales sí eran los de Iván Alonso Loaiza. Desde que la mujer de los huevos apareció, Betty planeaba en su larga espera: “¿Yo qué voy a hacer cuando lo encuentre?, ¿voy a llorar?, ¿me voy a tirar encima de sus restos?, voy a sentir que puedo respirar sin que me duela otra vez”. Y sin embargo, en ese instante memorable, la maestra de San Carlos solo tuvo cabeza para hablarle y decirle: Bueno, Iván Alonso, ya son diez años de buscarte. Ya es hora de que papá y mamá duerman tranquilos”.

                                                                                                                                *Esta historia hace parte del especial ‘Los caminos de la búsqueda’, elaborado por el centro de estudios Dejusticia (Colombia) y la Asociación Pro-Búsqueda (El Salvador). El especial reúne 10 historias sobre los diferentes rumbos que transitan quienes buscan a sus seres queridos desde que reciben la noticia de su desaparición. Lea el especial completo: Los caminos de la búsqueda

                                                                                                                                En San Carlos (Antioquia), Betty Loaiza encontraba a los niños llorando, diciendo “profe, es que se llevaron a papá”, “profe, es que anoche se nos robaron las vacas”, “profe, es que nos va a tocar pegar para la ciudad”. Muchas veces no era posible dar clases.
                                                                                                                                Foto: Laura Montoya
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Al menos seis grupos armados hicieron presencia entre 1998 y 2005, los años en que el conflicto armado fue más agudo. Llegaron con tropas, fusiles, granadas y cilindros. Algunos se disputaban el bien más preciado de San Carlos: el agua; otros querían ganar el control del territorio, y otros más, fanáticos de una ideología, líder o corriente, se obsesionaron con arrebatarle el poder a unos o a otros.

                                                                                                                                Lo cierto es que durante esos años, guerrillas, paramilitares y Ejército participaron en 33 masacres. El homicidio, el uso de minas antipersona, el secuestro, las amenazas, el despojo y el desplazamiento fueron otras de sus macabras tácticas. De hecho, el Centro Nacional de Memoria Histórica reportó que más de 18 mil personas huyeron de San Carlos en ese lapso, mientras los que se quedaron soportaron toques de queda, enfrentamientos, bombas y requisas para proteger su historia y la de sus familias, o desaparecieron.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                (Lea más: En busca de los desaparecidos de la operación Berlín)

                                                                                                                                Su escuela, la de la vereda de Vallejuelo, fue la única de ese municipio que nunca cerró. “Siempre había algún valiente que fuera a acompañar a los niños, mientras las otras instituciones, o tenían que clausurarse porque todos los estudiantes de la vereda se habían desplazado, o los profesores no podían ir a abrirla”, cuenta.

                                                                                                                                Llegar a la escuela no era sencillo. Betty encontraba a los niños llorando, diciendo “profe, es que se llevaron a papá”, “profe, es que anoche se nos robaron las vacas”, “profe, es que nos va a tocar pegar para la ciudad”. Muchas veces no era posible dar clases.

                                                                                                                                Un día, por ejemplo, la comunidad de Vallejuelo estaba muy asustada. Se habían llevado a Chaparro, un líder que todos querían. “¿Por dónde fue?”, preguntó Betty, y llamó a los jóvenes de bachillerato y de quinto de primaria, agarraron los machetes de la huerta y cogieron monte en busca del líder. “Caminamos como cuatro horas y regresamos con las manos vacías. Solo alcanzamos a encontrar la chamarra blanca de Chaparro, pero de él, ni el rastro”, recuerda la maestra.

                                                                                                                                30 de julio de 2002, 3:00 pm

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Cuando salía de Vallejuelo, a Betty le costaba no recordar el 30 de julio de 2002, a las tres de la tarde, justo la hora en que llegó a su casa después del colegio.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Toqué el timbre, y en cuanto puse un pie en la puerta sonó el teléfono. Mi hermana me gritó desde la sala que era para mí, pero en esos días estaban haciendo unos calores tan impresionantes, que yo tenía mucha sed y ni un poquito de ganas de hablar. Pero no había espera, la cosa era urgente”, recuerda.

                                                                                                                                —Profesora, ¿usted está sentada? — Le dijo una voz de hombre que nunca había escuchado.

                                                                                                                                —No, estoy de pie. ¿Con quién hablo?, ¿qué será lo que necesita? — Respondió Betty.

                                                                                                                                —Profesora, mejor siéntese que le voy a dar una mala noticia

                                                                                                                                —No, dígame que yo soy capaz de soportar las malas y las buenas de pie.

                                                                                                                                —Bueno profesora, vea, lo que pasa es que ayer desaparecieron a su hermano Iván, el profesor, en la vereda Las Camelias. Yo no sé decirle por dónde, pero lo desaparecieron.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “A mí se me fue la sed, el calor y me entró un frío por todo el cuerpo. Quería salir corriendo y buscarlo donde fuera. Pensaba en cómo le iba a decir a mis padres, a mis hermanos. Me preguntaba si estaba vivo o si lo habían matado, y si estaba vivo, qué tal que no pudiera gritar y tuviera frío, hambre o se estuviera desangrando. Y si lo habían tirado al río o lo habían enterrado, ¿cómo iba a hacer yo sola para encontrarlo?”, recapitula Betty.

                                                                                                                                Demarcar el terreno

                                                                                                                                Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte

                                                                                                                                a dentelladas secas y calientes.

                                                                                                                                Quiero minar la tierra hasta encontrarte

                                                                                                                                y besarte la noble calavera

                                                                                                                                y desamordazarte y regresarte. (…)

                                                                                                                                Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández

                                                                                                                                Se llamaba Iván Alonso Loaiza, vivió en este mundo por 38 años y nada de lo que tenía era de él.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la mañana se ponía unos zapatos, se iba para el parque, y si había alguien descalzo, se los quitaba, los entregaba y volvía a la casa a pie limpio. Tampoco le importaba quitarse la camisa o desprenderse de la sombrilla o de la plata.

                                                                                                                                Llegaba al hospital, y si había familiares de los enfermos que venían de las veredas y debían esperar por horas, se los llevaba para la casa y les daba chocolate con bizcochos.

                                                                                                                                “Estamos seguros de que no se lo llevaron por malo. A él se lo llevaron porque hay hombres que tienen un corazón muy turbio”, insiste Betty.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                (Le puede interesar: La comisión de Farc que busca a los desaparecidos)

                                                                                                                                Su desaparición tuvo que ver con el hecho de que San Carlos se dividió en dos. Los grupos armados se lo repartieron: del parque hacia abajo era de los paramilitares, del parque hacia arriba todo era de la guerrilla, y pasar de un lado a otro era un problema, era como encontrarse con el Muro de Berlín.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Entonces él, que era maestro y trabajaba en un área tomada a la fuerza por las Autodefensas, fue trasladado por un proceso burocrático a Las Camelias, donde reinaban los grupos de guerrilla. “Seguramente un grupo entendió que Alonso se había ‘volteado’ y eso bastó para que no lo quisieran más en este mundo, pero ese acto salvaje también acabó con la salud de papá y mamá y, hasta hace poco, con mi paz”, revela Betty.

                                                                                                                                Un sábado de 2011, una mujer mayor llamó a casa de la maestra, y le dijo que tenía que hablar urgente con ella. Se encontraron a las 11:30 en el parque de San Carlos y Betty estaba asustada. “Pensé que me iban a hacer algo, pero cuando la vi me acordé de ella y me tranquilicé. Era una mujer del campo, decente y trabajadora, a la que alguna vez le había comprado huevos”, cuenta.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La mujer, cuyo nombre Betty prefiere omitir, dijo que un señor le había dicho que creía saber dónde estaba Iván Alonso, que él vivía cerca de un lago y que en ese julio de 2002 vio todo por la ventana. “Yo la sentí tan nerviosa que, la verdad, entendí que no existía tal señor, sino que ella era la que había visto todo, y había esperado años para hablar, simplemente, porque estaba protegiendo su vida y porque el miedo muchas veces lo vence a uno”, dice Betty. Le pidió a aquella mujer que fuera organizando las cosas, que averiguara bien dónde estaba el cuerpo y que le fuera contando en qué iba todo.

                                                                                                                                Sin embargo, pasaron tres meses y la mujer nada que regresaba. “Que sea lo que Dios quiera”, dijo Betty, hasta que un día volvió, le dijo que le comprara huevos y, con disimulo, al final de su visita, le anunció que “el señor” ya sabía dónde estaba Iván Alonso.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Porque conocía varias historias de los cientos de desaparecidos en San Carlos, Betty sabía que el proceso con la Fiscalía General era largo, entonces le pidió a la mujer que demarcara el terreno para cuando la gente de las instituciones estuviera lista.

                                                                                                                                “Y así fue. Ella siguió visitando cada ocho días, y yo le compraba huevos, le daba semillas y abono para que sembrara rosas en ese lugar, y le entregaba pintura para que señalizara el sitio. De esta forma, cuando la Fiscalía llegara, todo sería más rápido. Tanto se demoraron en respondernos, que la señora pintó tres veces y en seis ocasiones florecieron los rosales”, continúa Betty.

                                                                                                                                Ni los fiscales, ni la mujer de los huevos ni ella misma tenían aliento. Entonces, Betty se sentó debajo de un árbol y le dijo a su hermano: “Ve, ya han pasado muchos años, ya sufrimos mucho pues, aparecé que ya es hora”, y como al minuto y medio la antropóloga gritó que había visto algo.
                                                                                                                                Foto: Laura Montoya

                                                                                                                                Que papá y mamá duerman tranquilos

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un día, por fin, la Fiscalía llamó a la maestra para decirle que todo estaba listo. Betty llegó a la zona con la mujer, dos fiscales, una antropóloga y sus ayudantes. “Buscamos mucho, y a las dos horas ya estábamos muy cansados: había que subir un monte empinadísimo, bajar otro igual y el sol del mediodía nos estaba quemando. Era un terreno gigantesco, solo alguien con sadismo y mucho miedo hubiera llegado hasta allá para enterrar a mi hermano”, piensa.

                                                                                                                                Ni los fiscales, ni la mujer de los huevos ni ella misma tenían aliento. Entonces, Betty se sentó debajo de un árbol y le dijo a su hermano: “Ve, ya han pasado muchos años, ya sufrimos mucho pues, aparecé que ya es hora”, y como al minuto y medio la antropóloga gritó que había visto algo. Encontraron unos huesos y, por la ubicación, las rosas rojas y amarillas, y la pintura blanca, todo indicaba que era Iván Alonso.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Esos huesos los trataban con una delicadeza, con un amor, como si para ellos también fueran tesoros: tomaron uno por uno, lo limpiaron, lo midieron y escribían notas largas en un cuaderno. Después armaron la pelvis, el cráneo, la columna, las costillas, las piernas, los dedos. Era como ver la huella de mi hermano. Luego lo empacaron en bolsitas impecables, lo sellaron y lo guardaron en una caja. Todo en silencio, con respeto”, recuerda Betty, que sabía cuán larga podía ser la espera de los resultados para confirmar si aquellos restos eran de su hermano. En Colombia, e incluso en San Carlos, todavía hay una enorme hilera de gente que espera por lo mismo.

                                                                                                                                Durante la exhumación Betty sintió, por primera vez desde que lo desaparecieron, que Iván Alonso estaba guardado en algún rincón de San Carlos, que su hermano estaba, al menos. Sintió que todavía había un pedazo de él en el mundo de los vivos y que en ese momento, cuando lo encontraron, él y su familia iban a descansar.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aquellos restos bajo los rosales sí eran los de Iván Alonso Loaiza. Desde que la mujer de los huevos apareció, Betty planeaba en su larga espera: “¿Yo qué voy a hacer cuando lo encuentre?, ¿voy a llorar?, ¿me voy a tirar encima de sus restos?, voy a sentir que puedo respirar sin que me duela otra vez”. Y sin embargo, en ese instante memorable, la maestra de San Carlos solo tuvo cabeza para hablarle y decirle: Bueno, Iván Alonso, ya son diez años de buscarte. Ya es hora de que papá y mamá duerman tranquilos”.

                                                                                                                                *Esta historia hace parte del especial ‘Los caminos de la búsqueda’, elaborado por el centro de estudios Dejusticia (Colombia) y la Asociación Pro-Búsqueda (El Salvador). El especial reúne 10 historias sobre los diferentes rumbos que transitan quienes buscan a sus seres queridos desde que reciben la noticia de su desaparición. Lea el especial completo: Los caminos de la búsqueda

                                                                                                                                Por Mariana Escobar Roldán

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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