La mujer que recorrió Caquetá buscando a su hermana reclutada
Julieta* esperó a la firma del Acuerdo de Paz, en 2016, para viajar en su moto hasta dos antiguas zonas veredales y otros puntos de concentración de exguerrilleros, en busca de información sobre su hermana, llevada por las Farc a los 15 años. Hoy está desaparecida.
Valentina Parada Lugo
Desde que se firmó el Acuerdo de Paz, en 2016, Julieta* ha recorrido alrededor de 1.500 kilómetros en su motocicleta, casi siempre sola, en búsqueda de exguerrilleros de las Farc en Caquetá y Meta que le den, por lo menos, una pista para esclarecer qué pasó con su hermana Karol*, quien fue reclutada forzosamente el 6 de julio de 2002, cuando apenas tenía quince años.
Aunque ha tenido varias veces de frente al Negro Jimmy, el comandante que se encargaba de reclutar a niños y niñas de las familias de las veredas del Caquetá, ni él ni los excombatientes que están en proceso de reincorporación saben dónde terminó o qué ocurrió con Karol. Una vez le aseguraron que su hermana estaba muerta.
Antes de que las Farc reclutara a Karol, ella ya sabía que estaba “en la mira” del grupo armado. Así lo dejó claro en las cartas que se escribía con su madre, quien vivía en una finca a pocas horas del municipio de Puerto Rico (Caquetá). “A ella los guerrilleros le venían diciendo que se fuera para allá. La intentaron convencer mucho, pero ella nunca quiso”. Según Karol, el “punto de partida” del reclutamiento fue cuando su tío, quien se encargaba de llevarles las cartas a Karol y a su madre, fue detenido por el Ejército en el camino.
“Él llevaba una carta de mi hermana en la que le contaba a mi mamá cómo estaban intentando persuadirla para que se fuera a las filas. Los militares lo tuvieron detenido varias horas y leyeron ese papel. Ese día le hicieron una advertencia: le dijeron que ya sabían que mi hermana tenía contacto con la guerrilla y que, para ellos, ella era colaboradora. Le pidieron que nos dijera que si ella no se iba del territorio, nos iban a volver ‘humo’”.
Karol, que acababa de cumplir 15 años, sabía que corría peligro en Caquetá, tanto por la guerrilla como por el Ejército, y no pasó ni un mes para que ocurriera lo que temían: camino a casa a cuidar de sus hermanos, la detuvo un grupo grande de guerrilleros que, según las versiones de los vecinos de las veredas, “la tomaron a la fuerza, le entregaron un uniforme y se la llevaron”.
En 2002, cuando reclutaron a Karol, el comandante del Bloque Sur de las extintas Farc, que tenía operaciones en este departamento, era Luis Édgar Devia Silva, conocido como Raúl Reyes. Justo por esa época, los planes de expansión y control territorial de la guerrilla comenzaron a ser más estrictos, después del fracaso rotundo de las negociaciones de paz entre las Farc y el gobierno de Andrés Pastrana que, precisamente, tenía sede en Caquetá. Y también por el cambio de presidencia: Álvaro Uribe Vélez había subido al poder con el compromiso claro de acabar con este grupo subversivo.
Aunque no lo acabó, sus tropas sí dieron de baja a varios excomandantes, entre ellos Reyes, quien murió en 2008 tras un bombardeo de la Fuerza Aérea Colombiana a un campamento de la extinta guerrilla, ubicado en Ecuador, conocido como Operación Fénix.
La única verdad sobre el delito de reclutamiento que ha podido escuchar Julieta de un excomandante de las Farc fue de Milton de Jesús Toncel Redondo (Joaquín Gómez), quien lideró el Bloque Sur después de Reyes y reconoció, en octubre del año pasado ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que bajo su mando sí hubo menores de quince años, aunque negó que fuera una práctica sistemática en la guerrilla. “Da mucha rabia oírlos decir que no era sistemático, cuando nosotros supimos que lo que pasó con mi hermana pasó con muchas otras familias acá en el municipio, en la misma época”.
Aunque Julieta apenas tenía once años cuando se llevaron a su hermana mayor, dice que desde entonces no ha parado de buscar respuestas: ¿por qué se la llevaron a ella?, ¿está viva?, ¿por qué nunca la dejaron volver?, esas inquietudes se las ha hecho, por lo menos, a unas treinta personas que, según ella, estuvieron con Karol en el grupo armado.
El primer lugar que visitó fue el hoy Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ECTR) de El Diamante, ubicado entre La Uribe y Mesetas, en el Meta. Allá llegó en 2017, meses después de que se firmara el Acuerdo de Paz y los excombatientes empezaban su retorno a la vida civil. “Yo llegué llena de miedo y rabia, y me encontré con un montón de gente celebrando el Acuerdo de Paz con un asado y trago. Eso me dolió porque yo llegué con las fotos de mi hermana en la mano y ellos estaban en plena fiesta”, cuenta.
Los únicos recuerdos físicos que la familia de Karol conserva son dos fotografías de los quince años que celebraron en su casa, meses antes del reclutamiento, junto a sus seres queridos. La respuesta de los excombatientes de El Diamante fue que no la conocían y que la persona a la que debía preguntarle por su paradero era al excomandante Daneiro, que estaba a unas 24 horas de trayecto. En ese primer intento viajó tres días sin dormir, en compañía de una prima.
Ella se quedó indagando en El Diamante por dos días más hasta que le dijeron que en La Pradera y El Topacio (Caquetá) podía encontrar a Diván, quien posiblemente estuvo en el mismo frente de su hermana. “Ese día salí a las 5 de la mañana y regresé a las 7 de la noche. Llegué donde me dijeron, pero el comandante no estaba y tuve que esperar hasta el día siguiente para encontrarlo”. Cuando llegó, el hombre le dijo que no había conocido a Karol.
Las semanas siguientes se fue hasta el antiguo ETCR de Miravalle. Lo recorrió a pie preguntando por algún rastro de su hermana, pero todos le indicaban que tenía que desplazarse hasta la vereda Las Morras (San Vicente del Caguán), para hablar con el excomandante Corcho.
Esa vez regresó a su casa, por tercera vez, sin novedades. En el tiempo libre se dedicó a reconstruir en su memoria las personas que podrían haber estado junto a Karol en la guerrilla y aunque ha preferido borrar algunos episodios de la época de conflicto que vivió, dice que no puede olvidar un nombre: el Negro Jimmy. “Yo le preguntaba a mi mamá cómo era él y me decía que era alto, negro y delgado”. Según su familia, él fue quien ordenó reclutar a su hermana.
Su esperanza parecía desvanecerse, de no ser porque lo único que la hacía mantenerse en pie era ver los reencuentros de otros guerrilleros con sus familias. Al comienzo de la reincorporación, cuando existían las antiguas zonas veredales, se lograron varios encuentros entre familias y exguerrilleros que llevaban décadas sin verse. Julieta presenció varias de ellas en la zona de El Diamante. “Eran muy emotivos. Había una orquesta grande y un papel enorme en el que las familias se acercaban para escribir el nombre del familiar al que buscaban y la fecha en la que se había unido a las Farc. Entonces alguien tomaba el micrófono y leía en voz alta el nombre del guerrillero y de la familia, hasta que, en la mayoría de los casos, las dos partes salían al frente y se reencontraban allí”.
Ver esos abrazos, besos y lágrimas la mantuvieron de pie y con fe, esperando que, algún día, el nombre que ella también escribió en esas cartulinas se convirtiera en el esperado encuentro con su hermana que, para la época, ya debía tener 30 años. Pero eso no ocurrió con ella.
“Cuando recién reclutaron a mi hermana, mi mamá varias veces se encontró con el Negro Jimmy para reclamarle a su hija, pero él le respondía que ella ya tenía mucha información sobre ellos, que era inteligente y que, además, sabía manejar muy bien la moto, que no la podía dejar salir”, asegura Julieta.
Pasaron dos meses para que ella lograra ubicarlo en el ETCR de La Montañita, en Aguabonita (Caquetá). Esa vez viajó con un tío por varias horas, pero las noticias no fueron alentadoras: “Yo le llevé las fotos de mi hermana y él me contestó que ya unas siete personas le habían preguntado también por ella”. Según el exguerrillero, varios años atrás había sido trasladada a otra unidad guerrillera y que, para él, ella estaba muerta. “Yo me quedé mirándolo y le dije: ‘Si mi hermana está muerta, dígame dónde está el cadáver’; pero me dijo que no, que él no lo sabía”, recuerda.
Lo del cambio de unidad le sonaba familiar. Después recordó que la última vez que supo algo de Karol fue en 2004, cuando en una escapada de la guerrilla, fue hasta su casa para despedirse de su familia. Ese día no encontró a nadie y optó por dejarle una carta de seis páginas a su madre, en la que le explicaba que había sido trasladada a otra unidad guerrillera por los lados de la Sabana. Esa vez la guerrilla amenazó a la familia. A su madre le advirtieron que Karol ya había tenido un primer intento de fuga; que si volvía a suceder, los matarían a todos. “El comandante le reiteró: ‘A su hija en las Farc no le falta nada, lo tiene todo’, entonces mi mamá le contestó: ‘¿Qué más que faltarle la libertad?’. El comandante no respondió nada, pero le mandó la razón de que estaba en la mira de las Farc”, señala Julieta.
En ese momento, el padre y la madre de Karol y Julieta no tuvieron más opción que salir desplazados y el resto de hijos quedó bajo el cuidado de los abuelos. Por eso, el reclutamiento de la primogénita no es el único delito del que fue víctima esta familia, que considera el caso de Karol un secuestro, porque fue obligada a permanecer en las Farc contra su voluntad.
Al hablar, Julieta es cortante y tímida. Responde únicamente lo que le preguntan y repite, todo el tiempo, que el miedo siempre la ha acompañado, pero que prefiere sentir eso a quedarse a merced de la impunidad. En 2018, después de emprender los viajes de búsqueda de su hermana por su cuenta, se topó con una concejala del municipio donde ahora reside —cuyo nombre prefiere omitir por su seguridad—, que también es víctima de reclutamiento forzado. “A ella se le llevaron el hijo y ya recuperó el cuerpo. Ella me llevó a la Coalición Contra la Vinculación de Niños y Niñas en el Conflicto Armado (Coalico) para comenzar el trámite de búsqueda”.
También tiene procesos vigentes ante la Cruz Roja y el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec), donde les tomaron pruebas de ADN a ella y a su madre, a finales del 2019; pero ninguno de los cadáveres que ha exhumado la entidad ha sido compatible con sus muestras. Hace un año, antes de que llegara la pandemia a Colombia, también se registró, junto a su madre, ante la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD).
Sin embargo, lo más desafiante del proceso judicial lo ha vivido en la JEP. Dice que en estos años ha hecho un proceso personal de perdón y reconciliación y que ya no mira a sus victimarios con los ojos de antes. Los nombres reales de ella y de su hermana aparecieron por primera vez en un informe ante el Tribunal de Paz, con el que la Coalico documentó la realidad de las víctimas indirectas del reclutamiento que no volvieron a tener noticias de sus familiares. Ella es uno de los 45 casos que representa la Coalico de personas reclutadas que siguen desaparecidas.
Justamente, esta semana, Eduardo Cifuentes, presidente de la JEP, recordó que solo entre, 1997 y 2000, se calcula que se presentaron 8.000 hechos victimizantes relacionados con el reclutamiento durante el conflicto armado en Colombia, aunque advirtió que esta es una cifra provisional. También señaló que los menores de edad fueron “víctimas de una masiva violación a sus derechos fundamentales, pues les fueron vulnerados sus derechos a la vida, la libertad, la educación, la salud, estar vinculados a una familia, entre otros”. Lo más grave es la impunidad: de 4.219 casos que investiga la Fiscalía solamente han sido dictadas diez condenas.
Esta es la primera vez que Julieta se abre a un medio de comunicación. Afirma que contar la historia de su hermana es parte del proceso psicológico por el que pasa junto a su familia. Y recordarla, en parte, le da vida. Precisamente ayer fue su cumpleaños número treinta. Dice que difundir la historia de Karol será un regalo no solo para ella en su día, sino para que todo el país sepa que aún quedan muchas deudas con las víctimas de reclutamiento.
*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes.
Le recomendamos:
*Unidad de Búsqueda protegió 416 cuerpos en Puerto Berrío (Antioquia)
*En busca de los menores de edad reclutados y desaparecidos
*Al menos 12.481 menores de edad fueron víctimas de grupos armados en 2020
*Unidad de Búsqueda: 769 personas reclutadas continúan desaparecidas
Desde que se firmó el Acuerdo de Paz, en 2016, Julieta* ha recorrido alrededor de 1.500 kilómetros en su motocicleta, casi siempre sola, en búsqueda de exguerrilleros de las Farc en Caquetá y Meta que le den, por lo menos, una pista para esclarecer qué pasó con su hermana Karol*, quien fue reclutada forzosamente el 6 de julio de 2002, cuando apenas tenía quince años.
Aunque ha tenido varias veces de frente al Negro Jimmy, el comandante que se encargaba de reclutar a niños y niñas de las familias de las veredas del Caquetá, ni él ni los excombatientes que están en proceso de reincorporación saben dónde terminó o qué ocurrió con Karol. Una vez le aseguraron que su hermana estaba muerta.
Antes de que las Farc reclutara a Karol, ella ya sabía que estaba “en la mira” del grupo armado. Así lo dejó claro en las cartas que se escribía con su madre, quien vivía en una finca a pocas horas del municipio de Puerto Rico (Caquetá). “A ella los guerrilleros le venían diciendo que se fuera para allá. La intentaron convencer mucho, pero ella nunca quiso”. Según Karol, el “punto de partida” del reclutamiento fue cuando su tío, quien se encargaba de llevarles las cartas a Karol y a su madre, fue detenido por el Ejército en el camino.
“Él llevaba una carta de mi hermana en la que le contaba a mi mamá cómo estaban intentando persuadirla para que se fuera a las filas. Los militares lo tuvieron detenido varias horas y leyeron ese papel. Ese día le hicieron una advertencia: le dijeron que ya sabían que mi hermana tenía contacto con la guerrilla y que, para ellos, ella era colaboradora. Le pidieron que nos dijera que si ella no se iba del territorio, nos iban a volver ‘humo’”.
Karol, que acababa de cumplir 15 años, sabía que corría peligro en Caquetá, tanto por la guerrilla como por el Ejército, y no pasó ni un mes para que ocurriera lo que temían: camino a casa a cuidar de sus hermanos, la detuvo un grupo grande de guerrilleros que, según las versiones de los vecinos de las veredas, “la tomaron a la fuerza, le entregaron un uniforme y se la llevaron”.
En 2002, cuando reclutaron a Karol, el comandante del Bloque Sur de las extintas Farc, que tenía operaciones en este departamento, era Luis Édgar Devia Silva, conocido como Raúl Reyes. Justo por esa época, los planes de expansión y control territorial de la guerrilla comenzaron a ser más estrictos, después del fracaso rotundo de las negociaciones de paz entre las Farc y el gobierno de Andrés Pastrana que, precisamente, tenía sede en Caquetá. Y también por el cambio de presidencia: Álvaro Uribe Vélez había subido al poder con el compromiso claro de acabar con este grupo subversivo.
Aunque no lo acabó, sus tropas sí dieron de baja a varios excomandantes, entre ellos Reyes, quien murió en 2008 tras un bombardeo de la Fuerza Aérea Colombiana a un campamento de la extinta guerrilla, ubicado en Ecuador, conocido como Operación Fénix.
La única verdad sobre el delito de reclutamiento que ha podido escuchar Julieta de un excomandante de las Farc fue de Milton de Jesús Toncel Redondo (Joaquín Gómez), quien lideró el Bloque Sur después de Reyes y reconoció, en octubre del año pasado ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que bajo su mando sí hubo menores de quince años, aunque negó que fuera una práctica sistemática en la guerrilla. “Da mucha rabia oírlos decir que no era sistemático, cuando nosotros supimos que lo que pasó con mi hermana pasó con muchas otras familias acá en el municipio, en la misma época”.
Aunque Julieta apenas tenía once años cuando se llevaron a su hermana mayor, dice que desde entonces no ha parado de buscar respuestas: ¿por qué se la llevaron a ella?, ¿está viva?, ¿por qué nunca la dejaron volver?, esas inquietudes se las ha hecho, por lo menos, a unas treinta personas que, según ella, estuvieron con Karol en el grupo armado.
El primer lugar que visitó fue el hoy Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ECTR) de El Diamante, ubicado entre La Uribe y Mesetas, en el Meta. Allá llegó en 2017, meses después de que se firmara el Acuerdo de Paz y los excombatientes empezaban su retorno a la vida civil. “Yo llegué llena de miedo y rabia, y me encontré con un montón de gente celebrando el Acuerdo de Paz con un asado y trago. Eso me dolió porque yo llegué con las fotos de mi hermana en la mano y ellos estaban en plena fiesta”, cuenta.
Los únicos recuerdos físicos que la familia de Karol conserva son dos fotografías de los quince años que celebraron en su casa, meses antes del reclutamiento, junto a sus seres queridos. La respuesta de los excombatientes de El Diamante fue que no la conocían y que la persona a la que debía preguntarle por su paradero era al excomandante Daneiro, que estaba a unas 24 horas de trayecto. En ese primer intento viajó tres días sin dormir, en compañía de una prima.
Ella se quedó indagando en El Diamante por dos días más hasta que le dijeron que en La Pradera y El Topacio (Caquetá) podía encontrar a Diván, quien posiblemente estuvo en el mismo frente de su hermana. “Ese día salí a las 5 de la mañana y regresé a las 7 de la noche. Llegué donde me dijeron, pero el comandante no estaba y tuve que esperar hasta el día siguiente para encontrarlo”. Cuando llegó, el hombre le dijo que no había conocido a Karol.
Las semanas siguientes se fue hasta el antiguo ETCR de Miravalle. Lo recorrió a pie preguntando por algún rastro de su hermana, pero todos le indicaban que tenía que desplazarse hasta la vereda Las Morras (San Vicente del Caguán), para hablar con el excomandante Corcho.
Esa vez regresó a su casa, por tercera vez, sin novedades. En el tiempo libre se dedicó a reconstruir en su memoria las personas que podrían haber estado junto a Karol en la guerrilla y aunque ha preferido borrar algunos episodios de la época de conflicto que vivió, dice que no puede olvidar un nombre: el Negro Jimmy. “Yo le preguntaba a mi mamá cómo era él y me decía que era alto, negro y delgado”. Según su familia, él fue quien ordenó reclutar a su hermana.
Su esperanza parecía desvanecerse, de no ser porque lo único que la hacía mantenerse en pie era ver los reencuentros de otros guerrilleros con sus familias. Al comienzo de la reincorporación, cuando existían las antiguas zonas veredales, se lograron varios encuentros entre familias y exguerrilleros que llevaban décadas sin verse. Julieta presenció varias de ellas en la zona de El Diamante. “Eran muy emotivos. Había una orquesta grande y un papel enorme en el que las familias se acercaban para escribir el nombre del familiar al que buscaban y la fecha en la que se había unido a las Farc. Entonces alguien tomaba el micrófono y leía en voz alta el nombre del guerrillero y de la familia, hasta que, en la mayoría de los casos, las dos partes salían al frente y se reencontraban allí”.
Ver esos abrazos, besos y lágrimas la mantuvieron de pie y con fe, esperando que, algún día, el nombre que ella también escribió en esas cartulinas se convirtiera en el esperado encuentro con su hermana que, para la época, ya debía tener 30 años. Pero eso no ocurrió con ella.
“Cuando recién reclutaron a mi hermana, mi mamá varias veces se encontró con el Negro Jimmy para reclamarle a su hija, pero él le respondía que ella ya tenía mucha información sobre ellos, que era inteligente y que, además, sabía manejar muy bien la moto, que no la podía dejar salir”, asegura Julieta.
Pasaron dos meses para que ella lograra ubicarlo en el ETCR de La Montañita, en Aguabonita (Caquetá). Esa vez viajó con un tío por varias horas, pero las noticias no fueron alentadoras: “Yo le llevé las fotos de mi hermana y él me contestó que ya unas siete personas le habían preguntado también por ella”. Según el exguerrillero, varios años atrás había sido trasladada a otra unidad guerrillera y que, para él, ella estaba muerta. “Yo me quedé mirándolo y le dije: ‘Si mi hermana está muerta, dígame dónde está el cadáver’; pero me dijo que no, que él no lo sabía”, recuerda.
Lo del cambio de unidad le sonaba familiar. Después recordó que la última vez que supo algo de Karol fue en 2004, cuando en una escapada de la guerrilla, fue hasta su casa para despedirse de su familia. Ese día no encontró a nadie y optó por dejarle una carta de seis páginas a su madre, en la que le explicaba que había sido trasladada a otra unidad guerrillera por los lados de la Sabana. Esa vez la guerrilla amenazó a la familia. A su madre le advirtieron que Karol ya había tenido un primer intento de fuga; que si volvía a suceder, los matarían a todos. “El comandante le reiteró: ‘A su hija en las Farc no le falta nada, lo tiene todo’, entonces mi mamá le contestó: ‘¿Qué más que faltarle la libertad?’. El comandante no respondió nada, pero le mandó la razón de que estaba en la mira de las Farc”, señala Julieta.
En ese momento, el padre y la madre de Karol y Julieta no tuvieron más opción que salir desplazados y el resto de hijos quedó bajo el cuidado de los abuelos. Por eso, el reclutamiento de la primogénita no es el único delito del que fue víctima esta familia, que considera el caso de Karol un secuestro, porque fue obligada a permanecer en las Farc contra su voluntad.
Al hablar, Julieta es cortante y tímida. Responde únicamente lo que le preguntan y repite, todo el tiempo, que el miedo siempre la ha acompañado, pero que prefiere sentir eso a quedarse a merced de la impunidad. En 2018, después de emprender los viajes de búsqueda de su hermana por su cuenta, se topó con una concejala del municipio donde ahora reside —cuyo nombre prefiere omitir por su seguridad—, que también es víctima de reclutamiento forzado. “A ella se le llevaron el hijo y ya recuperó el cuerpo. Ella me llevó a la Coalición Contra la Vinculación de Niños y Niñas en el Conflicto Armado (Coalico) para comenzar el trámite de búsqueda”.
También tiene procesos vigentes ante la Cruz Roja y el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec), donde les tomaron pruebas de ADN a ella y a su madre, a finales del 2019; pero ninguno de los cadáveres que ha exhumado la entidad ha sido compatible con sus muestras. Hace un año, antes de que llegara la pandemia a Colombia, también se registró, junto a su madre, ante la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD).
Sin embargo, lo más desafiante del proceso judicial lo ha vivido en la JEP. Dice que en estos años ha hecho un proceso personal de perdón y reconciliación y que ya no mira a sus victimarios con los ojos de antes. Los nombres reales de ella y de su hermana aparecieron por primera vez en un informe ante el Tribunal de Paz, con el que la Coalico documentó la realidad de las víctimas indirectas del reclutamiento que no volvieron a tener noticias de sus familiares. Ella es uno de los 45 casos que representa la Coalico de personas reclutadas que siguen desaparecidas.
Justamente, esta semana, Eduardo Cifuentes, presidente de la JEP, recordó que solo entre, 1997 y 2000, se calcula que se presentaron 8.000 hechos victimizantes relacionados con el reclutamiento durante el conflicto armado en Colombia, aunque advirtió que esta es una cifra provisional. También señaló que los menores de edad fueron “víctimas de una masiva violación a sus derechos fundamentales, pues les fueron vulnerados sus derechos a la vida, la libertad, la educación, la salud, estar vinculados a una familia, entre otros”. Lo más grave es la impunidad: de 4.219 casos que investiga la Fiscalía solamente han sido dictadas diez condenas.
Esta es la primera vez que Julieta se abre a un medio de comunicación. Afirma que contar la historia de su hermana es parte del proceso psicológico por el que pasa junto a su familia. Y recordarla, en parte, le da vida. Precisamente ayer fue su cumpleaños número treinta. Dice que difundir la historia de Karol será un regalo no solo para ella en su día, sino para que todo el país sepa que aún quedan muchas deudas con las víctimas de reclutamiento.
*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes.
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*Al menos 12.481 menores de edad fueron víctimas de grupos armados en 2020
*Unidad de Búsqueda: 769 personas reclutadas continúan desaparecidas