Las forenses que desentierran la verdad en Dabeiba
Isabel, Carolina y Lina son dos antropólogas y una odontóloga forense encargadas de las exhumaciones que adelanta la Jurisdicción Especial para la Paz en varias regiones del país.
Valentina Parada Lugo
Ver la muerte de frente y a los ojos es algo que quizá muchos prefieren evadir. Tanto así, que el tema sigue siendo un tabú en muchos hogares. Sin embargo, para las familias de las personas que han desaparecido en medio del conflicto, tener certeza sobre la muerte de su ser querido es, paradójicamente, un alivio en medio del dolor. Recuperar esa verdad es una de las principales tareas de los equipos forenses que dedican su vida a reivindicar la muerte.
En esa labor están Lina María Rivas Medina, Isabel Cristina Alzate Ortiz y Carolina Aguilar Ruiz, una odontóloga y dos antropólogas forenses que, desde hace dos años, integran el equipo técnico-forense de la Unidad de Investigación y Acusación (UIA) de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y, desde entonces, pactaron servirle a Colombia desenterrando la verdad y buscando a las personas desaparecidas y a las 1.179 víctimas de ejecuciones extrajudiciales que esta justicia estima que hay.
Trabajan en lugares inusuales e incómodos: cementerios y todo tipo de terrenos en zonas rurales, montañosas, boscosas o selváticas. Su labor es investigar, analizar, cavar y buscar, más allá del cansancio, cuerpos de personas que fueron inhumadas con el propósito de desaparecerlas y que sus familiares llevan años buscando.
Para Rivas, por ejemplo, su trabajo va más allá de exhumar un cuerpo: “Nosotras tenemos la oportunidad de estar en casi todo el proceso, desde la investigación sobre el lugar, los patrones de criminalidad y contexto, la búsqueda en terreno y la exhumación forense, hasta el momento más emocionante de todos: la identificación y la ceremonia de la entrega de los cuerpos”.
Dabeiba (Antioquia) ha estado en los titulares de la prensa nacional este año y, en parte, ha sido gracias al trabajo que hacen ellas en terreno junto al fotógrafo y topógrafo forenses. En las tres prospecciones que han hecho en el último año en este municipio han recuperado 71 hallazgos forenses en el cementerio. Los hallazgos, como ellas mismas lo explican, no son sinónimo de cadáveres, sino que son los restos óseos que se recogen y analizan en un laboratorio para lograr su individualización.
Inicialmente, cuando comenzaron a exhumar el cementerio de Dabeiba, las forenses dicen que esperaban, por lo menos, identificar un cadáver; pero ya van cinco en un año. Según los datos que han entregado los militares que comparecen ante la JEP por el caso 03 (“Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate) y 04 (Situación territorial del Urabá), este camposanto podría ser uno de los lugares con más cuerpos de víctimas de “falsos positivos” en el país. Inicialmente hablaban de un centenar de personas, pero la cuenta aún es incierta. La más reciente experiencia que vivieron de entrega de los cuerpos que ellas mismas exhumaron fue el pasado 10 de noviembre en este municipio antioqueño, cuando a la plaza central del pueblo llegaron los familiares de Nelson Goez Manco (23 años), Albeiro Úsuga Uribe (19 años) y Eliécer de Jesús Manco Úsuga (13 años), víctimas de falsos positivos, y Yulieth Andrea Tuberquia (12 años), víctima de desaparición forzada de los paramilitares, a recibir a sus familiares en unos cofres blancos que, para ellos, es el cierre de un duelo que lleva décadas abierto.
(Lea también: Los cuerpos hallados por la JEP en Dabeiba sí eran víctimas de “falsos positivos”)
La primera vez que experimentaron esa emoción, estando en la JEP, fue en febrero de este año, cuando se logró identificar a Édison Lexánder Lezcano, un campesino de 23 años a quien el Ejército asesinó e hizo pasar como “guerrillero dado de baja en combate”. “Los familiares de las víctimas son el deber cumplido, porque más allá de sentir empatía, es saber que esa familia va descansar por fin de buscar a su ser querido”, comenta Aguilar.El trabajo de las forenses en terreno es extenuante y de profundos sacrificios. En una jornada habitual pueden laborar por más de 10 horas diarias, expuestas al sol, la lluvia o la humedad y, en cualquier clima, deben soportar trajes que antes de la pandemia eran inusuales, pero que hoy conocemos como antifluidos o de bioseguridad. Estos uniformes que usan sobre la ropa, junto con los guantes, las botas y los tapabocas, son claves para no alterar el terreno que excavarán.
En la más reciente prospección en Dabeiba, mientras exhumaba un cadáver, Carolina iba explicando a un grupo de periodistas cuáles eran sus hipótesis de lo encontrado. Señala y dice: “Esto pareciera indicar que recibió un impacto de bala en el cerebro”. Hace descripciones profundas que va leyendo en medio de restos óseos y la tierra que parecieran ser uniformes, pero que hablan por sí mismos. “Los cuerpos hablan, nos dicen cómo fueron los homicidios”, dice la antropóloga.
Aunque dicen que en un trabajo como este no suelen tener rutinas, saben con certeza que su jornada comienza siempre sobre las 5:00 a.m. y puede terminar alrededor de las 11:00 p.m. “Para uno estar cavando por más de 10 horas debe tener una motivación, y la nuestra es pensar en esas mamás, por ejemplo, que están buscando a sus hijos desde hace más de 10 años y que esperan recibir una buena noticia. Eso lo hace más llevadero”, comenta Lina.
Cuando comienza el trabajo en terreno a la zona también arriba un equipo de sepultureros, que apoyan las excavaciones, y el equipo de la magistratura de la JEP, en cabeza del togado Alejandro Ramelli; sin embargo, las antropólogas son el “timón del barco” en cuestiones técnicas. “Según la información que nosotras tenemos de los posibles lugares donde podría haber cuerpos, nos hacemos una idea, por ejemplo, sobre cómo hay que comenzar a cavar para dar línea al resto del equipo”, dice Carolina.
Después del trabajo en cementerio y de recoger los hallazgos óseos que encuentren se deben dedicar, por largas horas, a diligenciar unos formatos de la JEP contando, con detalles técnicos, qué fue lo que encontraron. Esto, con el fin de que el equipo de Medicina Legal que recibe en bolsas los cadáveres tenga una orientación sobre la jornada de exhumación, las condiciones en las que fue encontrado el cuerpo, las particularidades de los restos óseos y que comiencen a confirmar o descartar las primeras hipótesis sobre las muertes. Y allí, precisamente, es muy relevante el trabajo de Lina, que aunque no dirige la prospección en tierra, es la encargada de analizar las dentaduras de los cuerpos encontrados, pues esta es la parte del cuerpo que más se preserva después de la muerte. “Los dientes pueden permanecer intactos hasta 500 años”, asegura Rivas.
Además de su experiencia, Lina María Rivas lleva casi una década trabajando de la mano, literalmente, de Isabel Alzate, su amiga y colega antropóloga, lo que las ha llevado a intercambiar conocimientos y a ser un equipo integral en campo. “De todos los años que llevamos juntas hemos aprendido muchas cosas, a conocernos en lo personal, pero también a saber hasta dónde llega ella y hasta dónde llego yo en lo laboral, por eso funcionamos tan bien como equipo”, dice Lina mientras asegura que ambas son como un “matrimonio”. “Por ejemplo yo soy más descuidada cuando estoy en terreno y Lina siempre está pendiente de ponerme bloqueador solar en el cuello y espalda, nos cuidamos mutuamente”, recuerda Isabel.
Su amistad es intocable. Se conocieron en su trabajo anterior como peritos de la Policía y también trabajaron juntas en el proceso de Justicia y Paz, la justicia que nació en 2005 del acuerdo con los paramilitares. Ya perdieron la cuenta de cuántos cuerpos han exhumado juntas y de la cantidad de viajes que han hecho en compañía. Mientras cavan, hablan sobre el conflicto armado, las características de los cadáveres o sobre sus vidas personales, en especial sus hijos, que son su motor y más grande sacrificio; de hecho, Lina es la madrina de María José, la bebé de dos años de Isabel. Si a las forenses les preguntan qué es lo más difícil de su trabajo, sin titubear, las tres contestan que dejar a sus hijos. Carolina, que es caleña y lleva poco tiempo en la capital, vive junto a su pequeña de seis años que debe dejar con una cuidadora cuando sale a trabajar en terreno. En su celular siempre tiene a la mano un audio de su hija que le da fuerzas y ánimo para seguir haciendo lo que hace: “Algún día quiero llegar a excavar así como tú lo haces, mamá”.
(Le puede interesar: JEP identificó seis nuevas fosas comunes en cementerio de Dabeiba (Antioquia))
Jacobo, el hijo de Lina, tiene 15 años y, por su edad, ya dejó de ver el trabajo de su madre con la mística de antes: “Cuando estaba chiquito me decía mamá, tú desentierras dinosaurios, ¿cierto?”, recuerda entre risas.
Cuando se les pregunta por los mayores retos de su trabajo, las tres coinciden en que es saber identificar cuáles son los cuerpos que están buscando. “Todos los que he exhumado han sido identificados, pero el reto es saber cuál nos interesa porque en un cementerio, donde tú abras, va a haber cuerpos”, añade Isabel.
Están convencidas de la rigurosidad del trabajo que han hecho y prefieren no ver noticias para no escuchar a los detractores de la JEP cuando insisten en desprestigiar la labor que han hecho en Dabeiba por dignificar la vida de las víctimas de desaparición forzada.
Dicen que han visto tantas atrocidades y tanta sevicia en su trabajo, que le temen a la forma de morir más que a la muerte; a excepción de Isabel, que asegura que “eso es lo que más me da pánico, la muerte, aunque me topo de frente pero de sólo pensarlo me da terror”.
Ver la muerte de frente y a los ojos es algo que quizá muchos prefieren evadir. Tanto así, que el tema sigue siendo un tabú en muchos hogares. Sin embargo, para las familias de las personas que han desaparecido en medio del conflicto, tener certeza sobre la muerte de su ser querido es, paradójicamente, un alivio en medio del dolor. Recuperar esa verdad es una de las principales tareas de los equipos forenses que dedican su vida a reivindicar la muerte.
En esa labor están Lina María Rivas Medina, Isabel Cristina Alzate Ortiz y Carolina Aguilar Ruiz, una odontóloga y dos antropólogas forenses que, desde hace dos años, integran el equipo técnico-forense de la Unidad de Investigación y Acusación (UIA) de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y, desde entonces, pactaron servirle a Colombia desenterrando la verdad y buscando a las personas desaparecidas y a las 1.179 víctimas de ejecuciones extrajudiciales que esta justicia estima que hay.
Trabajan en lugares inusuales e incómodos: cementerios y todo tipo de terrenos en zonas rurales, montañosas, boscosas o selváticas. Su labor es investigar, analizar, cavar y buscar, más allá del cansancio, cuerpos de personas que fueron inhumadas con el propósito de desaparecerlas y que sus familiares llevan años buscando.
Para Rivas, por ejemplo, su trabajo va más allá de exhumar un cuerpo: “Nosotras tenemos la oportunidad de estar en casi todo el proceso, desde la investigación sobre el lugar, los patrones de criminalidad y contexto, la búsqueda en terreno y la exhumación forense, hasta el momento más emocionante de todos: la identificación y la ceremonia de la entrega de los cuerpos”.
Dabeiba (Antioquia) ha estado en los titulares de la prensa nacional este año y, en parte, ha sido gracias al trabajo que hacen ellas en terreno junto al fotógrafo y topógrafo forenses. En las tres prospecciones que han hecho en el último año en este municipio han recuperado 71 hallazgos forenses en el cementerio. Los hallazgos, como ellas mismas lo explican, no son sinónimo de cadáveres, sino que son los restos óseos que se recogen y analizan en un laboratorio para lograr su individualización.
Inicialmente, cuando comenzaron a exhumar el cementerio de Dabeiba, las forenses dicen que esperaban, por lo menos, identificar un cadáver; pero ya van cinco en un año. Según los datos que han entregado los militares que comparecen ante la JEP por el caso 03 (“Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate) y 04 (Situación territorial del Urabá), este camposanto podría ser uno de los lugares con más cuerpos de víctimas de “falsos positivos” en el país. Inicialmente hablaban de un centenar de personas, pero la cuenta aún es incierta. La más reciente experiencia que vivieron de entrega de los cuerpos que ellas mismas exhumaron fue el pasado 10 de noviembre en este municipio antioqueño, cuando a la plaza central del pueblo llegaron los familiares de Nelson Goez Manco (23 años), Albeiro Úsuga Uribe (19 años) y Eliécer de Jesús Manco Úsuga (13 años), víctimas de falsos positivos, y Yulieth Andrea Tuberquia (12 años), víctima de desaparición forzada de los paramilitares, a recibir a sus familiares en unos cofres blancos que, para ellos, es el cierre de un duelo que lleva décadas abierto.
(Lea también: Los cuerpos hallados por la JEP en Dabeiba sí eran víctimas de “falsos positivos”)
La primera vez que experimentaron esa emoción, estando en la JEP, fue en febrero de este año, cuando se logró identificar a Édison Lexánder Lezcano, un campesino de 23 años a quien el Ejército asesinó e hizo pasar como “guerrillero dado de baja en combate”. “Los familiares de las víctimas son el deber cumplido, porque más allá de sentir empatía, es saber que esa familia va descansar por fin de buscar a su ser querido”, comenta Aguilar.El trabajo de las forenses en terreno es extenuante y de profundos sacrificios. En una jornada habitual pueden laborar por más de 10 horas diarias, expuestas al sol, la lluvia o la humedad y, en cualquier clima, deben soportar trajes que antes de la pandemia eran inusuales, pero que hoy conocemos como antifluidos o de bioseguridad. Estos uniformes que usan sobre la ropa, junto con los guantes, las botas y los tapabocas, son claves para no alterar el terreno que excavarán.
En la más reciente prospección en Dabeiba, mientras exhumaba un cadáver, Carolina iba explicando a un grupo de periodistas cuáles eran sus hipótesis de lo encontrado. Señala y dice: “Esto pareciera indicar que recibió un impacto de bala en el cerebro”. Hace descripciones profundas que va leyendo en medio de restos óseos y la tierra que parecieran ser uniformes, pero que hablan por sí mismos. “Los cuerpos hablan, nos dicen cómo fueron los homicidios”, dice la antropóloga.
Aunque dicen que en un trabajo como este no suelen tener rutinas, saben con certeza que su jornada comienza siempre sobre las 5:00 a.m. y puede terminar alrededor de las 11:00 p.m. “Para uno estar cavando por más de 10 horas debe tener una motivación, y la nuestra es pensar en esas mamás, por ejemplo, que están buscando a sus hijos desde hace más de 10 años y que esperan recibir una buena noticia. Eso lo hace más llevadero”, comenta Lina.
Cuando comienza el trabajo en terreno a la zona también arriba un equipo de sepultureros, que apoyan las excavaciones, y el equipo de la magistratura de la JEP, en cabeza del togado Alejandro Ramelli; sin embargo, las antropólogas son el “timón del barco” en cuestiones técnicas. “Según la información que nosotras tenemos de los posibles lugares donde podría haber cuerpos, nos hacemos una idea, por ejemplo, sobre cómo hay que comenzar a cavar para dar línea al resto del equipo”, dice Carolina.
Después del trabajo en cementerio y de recoger los hallazgos óseos que encuentren se deben dedicar, por largas horas, a diligenciar unos formatos de la JEP contando, con detalles técnicos, qué fue lo que encontraron. Esto, con el fin de que el equipo de Medicina Legal que recibe en bolsas los cadáveres tenga una orientación sobre la jornada de exhumación, las condiciones en las que fue encontrado el cuerpo, las particularidades de los restos óseos y que comiencen a confirmar o descartar las primeras hipótesis sobre las muertes. Y allí, precisamente, es muy relevante el trabajo de Lina, que aunque no dirige la prospección en tierra, es la encargada de analizar las dentaduras de los cuerpos encontrados, pues esta es la parte del cuerpo que más se preserva después de la muerte. “Los dientes pueden permanecer intactos hasta 500 años”, asegura Rivas.
Además de su experiencia, Lina María Rivas lleva casi una década trabajando de la mano, literalmente, de Isabel Alzate, su amiga y colega antropóloga, lo que las ha llevado a intercambiar conocimientos y a ser un equipo integral en campo. “De todos los años que llevamos juntas hemos aprendido muchas cosas, a conocernos en lo personal, pero también a saber hasta dónde llega ella y hasta dónde llego yo en lo laboral, por eso funcionamos tan bien como equipo”, dice Lina mientras asegura que ambas son como un “matrimonio”. “Por ejemplo yo soy más descuidada cuando estoy en terreno y Lina siempre está pendiente de ponerme bloqueador solar en el cuello y espalda, nos cuidamos mutuamente”, recuerda Isabel.
Su amistad es intocable. Se conocieron en su trabajo anterior como peritos de la Policía y también trabajaron juntas en el proceso de Justicia y Paz, la justicia que nació en 2005 del acuerdo con los paramilitares. Ya perdieron la cuenta de cuántos cuerpos han exhumado juntas y de la cantidad de viajes que han hecho en compañía. Mientras cavan, hablan sobre el conflicto armado, las características de los cadáveres o sobre sus vidas personales, en especial sus hijos, que son su motor y más grande sacrificio; de hecho, Lina es la madrina de María José, la bebé de dos años de Isabel. Si a las forenses les preguntan qué es lo más difícil de su trabajo, sin titubear, las tres contestan que dejar a sus hijos. Carolina, que es caleña y lleva poco tiempo en la capital, vive junto a su pequeña de seis años que debe dejar con una cuidadora cuando sale a trabajar en terreno. En su celular siempre tiene a la mano un audio de su hija que le da fuerzas y ánimo para seguir haciendo lo que hace: “Algún día quiero llegar a excavar así como tú lo haces, mamá”.
(Le puede interesar: JEP identificó seis nuevas fosas comunes en cementerio de Dabeiba (Antioquia))
Jacobo, el hijo de Lina, tiene 15 años y, por su edad, ya dejó de ver el trabajo de su madre con la mística de antes: “Cuando estaba chiquito me decía mamá, tú desentierras dinosaurios, ¿cierto?”, recuerda entre risas.
Cuando se les pregunta por los mayores retos de su trabajo, las tres coinciden en que es saber identificar cuáles son los cuerpos que están buscando. “Todos los que he exhumado han sido identificados, pero el reto es saber cuál nos interesa porque en un cementerio, donde tú abras, va a haber cuerpos”, añade Isabel.
Están convencidas de la rigurosidad del trabajo que han hecho y prefieren no ver noticias para no escuchar a los detractores de la JEP cuando insisten en desprestigiar la labor que han hecho en Dabeiba por dignificar la vida de las víctimas de desaparición forzada.
Dicen que han visto tantas atrocidades y tanta sevicia en su trabajo, que le temen a la forma de morir más que a la muerte; a excepción de Isabel, que asegura que “eso es lo que más me da pánico, la muerte, aunque me topo de frente pero de sólo pensarlo me da terror”.