Lo que Colombia debe aprender del genocidio en Ruanda
En medio de la conmemoración de los 25 años del genocidio de Ruanda, Gerd Henkel, experto en derecho penal internacional, hace un paralelo con Colombia. Dice que para la reconciliación, víctimas y victimarios deben contar su verdad.
Laura Dulce Romero/@Dulcederomerooo
Gerd Henkel lleva veinte años estudiando el genocidio de Ruanda, ocurrido en 1994, en el que murieron 800.000 personas (casi el 20 % de la población del país africano) en apenas cien días. Conoce bien la historia de cómo la etnia hutu exterminó al 75 % de la población de la etnia tutsi por una extrema polarización impulsada, de acuerdo con la versión oficial, por colonizadores europeos que instauraron un sistema social racista.
Pero este experto en derecho penal internacional e investigador del Instituto Social de Hamburgo sabe, sobre todo, acerca de lo que vino después: la justicia transicional y los procesos de reconciliación que se construyeron después de esta guerra, quizá la más atroz de la historia reciente. Se ha especializado en entender qué sucedió en las audiencias Gacacas, los tribunales creados por la población afectada para juzgar los delitos cometidos en la guerra, en las que fue observador internacional.
Lea también: Colombia, ¿en la mira de la justicia internacional?
El autor del libro Ruanda: vida y reconstrucción tras el genocidio, cómo se hace la historia y se convierte en la verdad oficial estuvo de visita en Colombia. Está interesado en analizar, como lo hizo con Ruanda, el desarrollo de la justicia transicional colombiana, que se creó después de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc. En esta entrevista cuenta sus primeras impresiones sobre el caso colombiano y hace unos paralelos con lo sucedido en Ruanda.
¿Por qué su interés por el genocidio y la justicia transicional de Raunda?
Me interesó entender cómo los victimarios y las víctimas fueron condenados a vivir juntos. Eso no es sencillo y mi pregunta constante era ¿cómo lo hicieron? Después de 1994, hubo dos jurisdicciones: una internacional, en Tanzania, para juzgar a los máximos responsables y las Gacacas, unos tribunales transicionales con los que se pretendía descongestionar las cárceles donde estaban 130.000 personas. Estas últimas fueron las más importantes y significativas. En una semana alcanzaron a instalar 13.000 tribunales de este tipo. Gacaca significa “césped”. ¿Por qué las llamaron así? Porque eran audiencias que tenían lugar al aire libre, sin paredes. Fueron inventadas por la comunidad y duraron diez años.
¿Cómo fueron las Gacacas? ¿Qué castigos se impusieron?
Eran tribunales conformados por siete jueces no profesionales. No hubo defensores ni fiscales. Las víctimas acusaban a los victimarios. La audiencia, el pueblo, era quien respaldaba o no la versión de quien acusaba. Eran los testigos. Los jueces eran encargados de encontrar la verdad. Las sentencias eran de reparación, para quienes fueron los autores materiales y causaron los daños hechos contra la propiedad, y de cadena perpetua para los máximos responsables de delitos de lesa humanidad y masacres. De un millón de procesos, el 15 % se indultó, el 60 % pagó cárcel de menos de una década por la reparación y el 25 % fue condenado a cadena perpetua.
¿Cuáles fueron los resultados?
Hubo una supuesta reconciliación entre las etnias a través de esta jurisdicción. Digo “supuesta” porque dentro de esos Gacacas hubo cosas que quedaron sin conocerse. Si bien se juzgaron a los hutus, los principales victimarios, nunca se habló, por ejemplo, de los rebeldes tutsis que también asesinaron a centenares de hutus, aunque no en las mismas proporciones. Esos casos quedaron impunes. Ese fue un problema, porque cuando hablas solo de un lado no es posible la reconciliación. Hoy en Ruanda no hay hutus ni tutsis. El eslogan oficial es “Somos todos ruandeses”. Pero la verdad es que entre ellos saben quién es quién, aunque oficialmente no se hable de etnias. En Ruanda hay convivencia pacífica, pero no una verdadera reconciliación.
En Colombia cuando se habla de justicia, se piensa en la cárcel. Sin embargo, con la entrada en funcionamiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) se piensa en otro tipo de sanciones a cambio de la verdad. ¿Qué sucedió en Ruanda?
Las Gacacas buscaban también eso. Si se contaba la verdad, tenía una rebaja de penas. Pero no fue tan efectivo porque solo se juzgó bajo la luz de una verdad. Colombia tendría que juzgar a todos los actores sin discriminación y escuchar a todas las víctimas. Pero lo importante es la verdad, más allá de las cárceles. Eso puede propiciar la reconciliación. La prueba de eso es que ahora hay muchos ruandeses en las cárceles condenados a cadena perpetua y la comunidad sigue dividida.
Lea también: Avances y retos de la justicia transicional
¿Qué similitudes y diferencias encontró en los dos casos?
Los dos casos se parecen en la dimensión del terror, de los crímenes cometidos y el afán de vivir en paz. También hay una preocupación latente por saber la verdad. La diferencia que veo es que en Ruanda no hubo una reconciliación porque solo se habló de una verdad, mientras que en Colombia se espera reunir todas las verdades de las víctimas y los victimarios. Hay que pluralizar la verdad. Que hablen las víctimas de lo que sufrieron. Hay que construir una narrativa que sea creíble para ellas, pero también para los victimarios. Solo así se puede obtener el perdón y que a futuro no se acuerden de quién fue quién. Colombia tiene muchas falencias, pero es un sistema democrático. Hay libertad de prensa y de opiniones. Eso no sucedió con Ruanda. Allá se dictó una versión de la historia, se impuso desde arriba y así se intentó estructurar un acuerdo.
¿Cómo construir una verdad con tantas voces? Si para Ruanda fue difícil y eran tan solo dos etnias, ¡imagínese Colombia!
Pienso que hay que empezar. Colombia ha discutido este problema durante décadas sin comenzar los procesos. A veces tengo la impresión de que es una estrategia de quienes siempre han tenido el poder para anestesiar a un pueblo y así no hacer nada. Por eso es necesario que comiencen a funcionar los proyectos y las verdades, ojalá en una atmósfera de transparencia. El Sistema Integral, conformado por la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, es una manera de hacerlo. Hay que aprovechar esto que hasta ahora parece bien estructurado. En Ruanda, por ejemplo, la justicia fue muy artesanal, creada por la gente; hubo una comisión, pero no funcionó porque fue propuesta por el gobierno, no fue una entidad independiente , y de la búsqueda de desaparecidos de encargaron científicos y médicos internacionales.
Usted habla de transparencia, ¿cómo hacerlo en un país con problemas de corrupción?
Ese no es un asunto fácil, pero darles protagonismo y participación a todas las voces podría ayudar a crear una atmósfera de confianza. Es fundamental que la gente crea en lo que se construye, en la institucionalidad. Y es importante que eso suceda, porque así también tienen más apoyo internacional. En Ruanda, los niveles de corrupción son bajos. La comunidad internacional decidió dar mucho dinero a ese país de tan solo 26.000 kilómetros cuadrados para su desarrollo. Hoy, económicamente, son más prósperos que los demás países. Aprovecharon esa oportunidad.
¿Cómo puede legitimarse el nuevo Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición?
Fui un observador internacional en Ruanda hasta 2005. Después me rechazaron por empezar a criticar esa justicia unilateral. Creía conveniente juzgar a los autores del genocidio, pero luego creía importante buscar a los demás actores. Si ocurre lo mismo en Colombia, si solo hablan los vencedores y se apropian de mecanismos como la JEP, todo el proceso de paz quedará en tinta. Pero si se vence ese peligro es posible que la gente empiece a creer en el sistema, que espera desenmascarar a quienes no les interesa que haya justicia.
Lea también: Los desafíos de la JEP, según el ICTJ
¿Qué destaca de su visita a Colombia?
Ustedes tienen un conflicto con centenares de muertos y millones de víctimas. Pero ya tienen herramientas para debatir y el respaldo de muchos colombianos, quienes son conscientes de que los mecanismos actuales, como la justicia ordinaria, no funcionan. Es una vergüenza que haya 98 % de impunidad. Sé que hay obstáculos, como las objeciones a la JEP, pero no hay que verlo solo como algo negativo. En estas discusiones se ven las tensiones y los respaldos. Y también se notan los intereses de los dirigentes. Eso es muy importante, teniendo en cuenta que la comunidad internacional, que tanto esfuerzo ha invertido en este proceso, está detallando cada paso. No va a permitir que su presidente juegue un juego falso. La presión internacional será determinante. Recuerden que ahí también está el dinero.
Gerd Henkel lleva veinte años estudiando el genocidio de Ruanda, ocurrido en 1994, en el que murieron 800.000 personas (casi el 20 % de la población del país africano) en apenas cien días. Conoce bien la historia de cómo la etnia hutu exterminó al 75 % de la población de la etnia tutsi por una extrema polarización impulsada, de acuerdo con la versión oficial, por colonizadores europeos que instauraron un sistema social racista.
Pero este experto en derecho penal internacional e investigador del Instituto Social de Hamburgo sabe, sobre todo, acerca de lo que vino después: la justicia transicional y los procesos de reconciliación que se construyeron después de esta guerra, quizá la más atroz de la historia reciente. Se ha especializado en entender qué sucedió en las audiencias Gacacas, los tribunales creados por la población afectada para juzgar los delitos cometidos en la guerra, en las que fue observador internacional.
Lea también: Colombia, ¿en la mira de la justicia internacional?
El autor del libro Ruanda: vida y reconstrucción tras el genocidio, cómo se hace la historia y se convierte en la verdad oficial estuvo de visita en Colombia. Está interesado en analizar, como lo hizo con Ruanda, el desarrollo de la justicia transicional colombiana, que se creó después de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc. En esta entrevista cuenta sus primeras impresiones sobre el caso colombiano y hace unos paralelos con lo sucedido en Ruanda.
¿Por qué su interés por el genocidio y la justicia transicional de Raunda?
Me interesó entender cómo los victimarios y las víctimas fueron condenados a vivir juntos. Eso no es sencillo y mi pregunta constante era ¿cómo lo hicieron? Después de 1994, hubo dos jurisdicciones: una internacional, en Tanzania, para juzgar a los máximos responsables y las Gacacas, unos tribunales transicionales con los que se pretendía descongestionar las cárceles donde estaban 130.000 personas. Estas últimas fueron las más importantes y significativas. En una semana alcanzaron a instalar 13.000 tribunales de este tipo. Gacaca significa “césped”. ¿Por qué las llamaron así? Porque eran audiencias que tenían lugar al aire libre, sin paredes. Fueron inventadas por la comunidad y duraron diez años.
¿Cómo fueron las Gacacas? ¿Qué castigos se impusieron?
Eran tribunales conformados por siete jueces no profesionales. No hubo defensores ni fiscales. Las víctimas acusaban a los victimarios. La audiencia, el pueblo, era quien respaldaba o no la versión de quien acusaba. Eran los testigos. Los jueces eran encargados de encontrar la verdad. Las sentencias eran de reparación, para quienes fueron los autores materiales y causaron los daños hechos contra la propiedad, y de cadena perpetua para los máximos responsables de delitos de lesa humanidad y masacres. De un millón de procesos, el 15 % se indultó, el 60 % pagó cárcel de menos de una década por la reparación y el 25 % fue condenado a cadena perpetua.
¿Cuáles fueron los resultados?
Hubo una supuesta reconciliación entre las etnias a través de esta jurisdicción. Digo “supuesta” porque dentro de esos Gacacas hubo cosas que quedaron sin conocerse. Si bien se juzgaron a los hutus, los principales victimarios, nunca se habló, por ejemplo, de los rebeldes tutsis que también asesinaron a centenares de hutus, aunque no en las mismas proporciones. Esos casos quedaron impunes. Ese fue un problema, porque cuando hablas solo de un lado no es posible la reconciliación. Hoy en Ruanda no hay hutus ni tutsis. El eslogan oficial es “Somos todos ruandeses”. Pero la verdad es que entre ellos saben quién es quién, aunque oficialmente no se hable de etnias. En Ruanda hay convivencia pacífica, pero no una verdadera reconciliación.
En Colombia cuando se habla de justicia, se piensa en la cárcel. Sin embargo, con la entrada en funcionamiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) se piensa en otro tipo de sanciones a cambio de la verdad. ¿Qué sucedió en Ruanda?
Las Gacacas buscaban también eso. Si se contaba la verdad, tenía una rebaja de penas. Pero no fue tan efectivo porque solo se juzgó bajo la luz de una verdad. Colombia tendría que juzgar a todos los actores sin discriminación y escuchar a todas las víctimas. Pero lo importante es la verdad, más allá de las cárceles. Eso puede propiciar la reconciliación. La prueba de eso es que ahora hay muchos ruandeses en las cárceles condenados a cadena perpetua y la comunidad sigue dividida.
Lea también: Avances y retos de la justicia transicional
¿Qué similitudes y diferencias encontró en los dos casos?
Los dos casos se parecen en la dimensión del terror, de los crímenes cometidos y el afán de vivir en paz. También hay una preocupación latente por saber la verdad. La diferencia que veo es que en Ruanda no hubo una reconciliación porque solo se habló de una verdad, mientras que en Colombia se espera reunir todas las verdades de las víctimas y los victimarios. Hay que pluralizar la verdad. Que hablen las víctimas de lo que sufrieron. Hay que construir una narrativa que sea creíble para ellas, pero también para los victimarios. Solo así se puede obtener el perdón y que a futuro no se acuerden de quién fue quién. Colombia tiene muchas falencias, pero es un sistema democrático. Hay libertad de prensa y de opiniones. Eso no sucedió con Ruanda. Allá se dictó una versión de la historia, se impuso desde arriba y así se intentó estructurar un acuerdo.
¿Cómo construir una verdad con tantas voces? Si para Ruanda fue difícil y eran tan solo dos etnias, ¡imagínese Colombia!
Pienso que hay que empezar. Colombia ha discutido este problema durante décadas sin comenzar los procesos. A veces tengo la impresión de que es una estrategia de quienes siempre han tenido el poder para anestesiar a un pueblo y así no hacer nada. Por eso es necesario que comiencen a funcionar los proyectos y las verdades, ojalá en una atmósfera de transparencia. El Sistema Integral, conformado por la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos, es una manera de hacerlo. Hay que aprovechar esto que hasta ahora parece bien estructurado. En Ruanda, por ejemplo, la justicia fue muy artesanal, creada por la gente; hubo una comisión, pero no funcionó porque fue propuesta por el gobierno, no fue una entidad independiente , y de la búsqueda de desaparecidos de encargaron científicos y médicos internacionales.
Usted habla de transparencia, ¿cómo hacerlo en un país con problemas de corrupción?
Ese no es un asunto fácil, pero darles protagonismo y participación a todas las voces podría ayudar a crear una atmósfera de confianza. Es fundamental que la gente crea en lo que se construye, en la institucionalidad. Y es importante que eso suceda, porque así también tienen más apoyo internacional. En Ruanda, los niveles de corrupción son bajos. La comunidad internacional decidió dar mucho dinero a ese país de tan solo 26.000 kilómetros cuadrados para su desarrollo. Hoy, económicamente, son más prósperos que los demás países. Aprovecharon esa oportunidad.
¿Cómo puede legitimarse el nuevo Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición?
Fui un observador internacional en Ruanda hasta 2005. Después me rechazaron por empezar a criticar esa justicia unilateral. Creía conveniente juzgar a los autores del genocidio, pero luego creía importante buscar a los demás actores. Si ocurre lo mismo en Colombia, si solo hablan los vencedores y se apropian de mecanismos como la JEP, todo el proceso de paz quedará en tinta. Pero si se vence ese peligro es posible que la gente empiece a creer en el sistema, que espera desenmascarar a quienes no les interesa que haya justicia.
Lea también: Los desafíos de la JEP, según el ICTJ
¿Qué destaca de su visita a Colombia?
Ustedes tienen un conflicto con centenares de muertos y millones de víctimas. Pero ya tienen herramientas para debatir y el respaldo de muchos colombianos, quienes son conscientes de que los mecanismos actuales, como la justicia ordinaria, no funcionan. Es una vergüenza que haya 98 % de impunidad. Sé que hay obstáculos, como las objeciones a la JEP, pero no hay que verlo solo como algo negativo. En estas discusiones se ven las tensiones y los respaldos. Y también se notan los intereses de los dirigentes. Eso es muy importante, teniendo en cuenta que la comunidad internacional, que tanto esfuerzo ha invertido en este proceso, está detallando cada paso. No va a permitir que su presidente juegue un juego falso. La presión internacional será determinante. Recuerden que ahí también está el dinero.