“No quiero partir sin saber de mi padre”: el dolor por un soldado desaparecido
El caso del cabo Luis Henao es uno más entre el centenar de miembros del Ejército desaparecidos durante el conflicto armado, un drama que castiga a sus familiares cada día.
Luis Fernando sólo conserva un recuerdo de su padre, pero ni siquiera está seguro de que haya vivido aquel momento, como suele reconocerlo, también es probable que lo haya soñado o que sea una trampa de la imaginación.
“No sé si será verdad”, dice mientras empieza un relato tan tranquilo y parco como él, cuyo único sobresalto son las lágrimas que deja escapar de repente, disculpándose mientras agacha la cabeza. Un relato que, como prefiere explicar, gira en torno al vacío: “recuerdo que mi mamá me estaba bañando, la casa era bastante abierta, ella me bañaba y mi papá venía con una caja y yo pensé que era una torta, pero eran unos tenis, de esos que huelen a chicle, unos Bubble Gummers. Es lo único que recuerdo de él”.
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Su padre era el cabo Luis Henao Restrepo y aunque no guarde ninguna imagen en la memoria, a Luis Fernando sólo le bastaría mirarse al espejo para conocer a su padre, pues llevan idéntico el gesto al fondo de los ojos, la misma la forma de la nariz, igual la piel cobriza y el corte del cabello al rape, facciones que pueden adivinarse en la docena de fotos que quedaron en la casa.
Una de aquellas fotografías enseña al cabo Luis Henao como si estuviera retando a la cámara con la mirada, vistiendo el uniforme de soldado y una boina del Batallón de Contraguerrilla No. 11 “Cacique Coyará”, la unidad militar a la que pertenecía el día de su desaparición, ocurrida en las montañas del Urabá antioqueño el 30 de mayo de 1998.
Esa vez su hijo Luis Fernando no pudo celebrar con él su quinto cumpleaños que ocurriría apenas unos días más tarde. “Cuando duermo me acuesto pensando en él, en lo que pudo haber sido, para ver si en la mente cuando estoy descansando de pronto viene algo”, dice Luis Fernando, “pero ha sido imposible. Ni siquiera he podido recordar su voz”.
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El cabo Luis Henao Restrepo obtuvo varias medallas y se destacó en sus diez años de servicio, tanto que fue premiado con un viaje al Sinaí. A Montería lo trasladaron en 1993, allí por intermedio de otro soldado conoció a la madre de su único hijo, con quien vivía al momento de la desaparición.
Luis Henao respondía económicamente por su madre y las hermanas, y cuando llegaba a la casa por las noches lo primero que hacía era preparar dos tazas de café en su pequeña estufa de campaña, la misma que usaba en las travesías en la selva. Una de esas tazas era para él, la otra para la suegra.
¿Qué ocurrió con el cabo Luis Henao Restrepo?
De su caso lo que se conoce es mínimo. Varios hombres del Cacique Coyará fueron emboscados en la vereda Villa Arteaga de Mutatá y aquello desembocó en un combate con guerrilleros del frente quinto de las Farc.
En ese enfrentamiento se perdió el rastro del soldado Henao, aunque otro militar, que además era vecino suyo en Montería, le contaría después a la esposa que Luis iba herido la última vez que lo vieron. Sus compañeros no encontraron el cadáver, ni en la brigada pudieron dar razón a los familiares cuando preguntaron días y semanas más tarde.
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Martha Ligia Henao, la madre del cabo, viajó hasta Mutatá y ubicó el lugar en donde había sucedido el enfrentamiento. Allá pudo conversar con guerrilleros del frente quinto, que le dijeron que nunca lo tuvieron en su poder, ni sabían sobre su paradero.
Faltaban unos pocos meses para que en agosto de ese año ocurriera, a muy pocos kilómetros de ahí, la toma de Pavarandó por las Farc y el combate de Tamborales, uno de los peores reveses militares del Ejército. Ese enfrentamiento dejó más de cuarenta muertos entre los militares y también varios desaparecidos cuyos cuerpos se presume que quedaron perdidos en la selva o arrojados a los caños cercanos.
Después de su desaparición el soldado Henao Restrepo fue ascendido al rango de cabo segundo en una ceremonia donde ni él, ni su familia estuvieron presentes. Sólo en 2014 se interpuso en una fiscalía de Coveñas la denuncia por su desaparición.
Desde pequeño Luis Fernando no ha pasado un día sin levantarse con la esperanza de que su padre regrese, aferrándose a la posibilidad de que siga con vida. Cuando era niño le escribía cartas que luego destruía oculto debajo de la cama, o esperaba que el regalo de cumpleaños fuera ver a su papá entrando por la puerta de la casa.
El odio y la sed de venganza de otros tiempos dieron paso a un sentimiento que él no es capaz de precisar muy bien cuando habla de esa “guerra sin sentido, una guerra que no era de él”.
Una guerra a la que el propio Luis Fernando prefirió no entrar, aunque llegó a contemplar la idea: “ese círculo no tendría fin, cuando uno guarda rencor en su corazón uno mismo vive amargado, ya no está esa sed de venganza en mí”. Aunque insiste en que si exige algo de los antiguos miembros de la guerrilla: “que algún día digan la verdad”.
El caso del cabo Henao llegó hasta la Comisión de la Verdad y su historia fue recopilada en uno de los espacios colectivos de escucha llamado ‘Las huellas del conflicto contadas por militares víctimas y sus familias’, un tema particularmente espinoso pues los familiares de militares víctimas del conflicto se sienten discriminados por la ley, aunque se reconoce su condición, no tienen iguales derechos al resto del universo de víctimas.
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Ni siquiera hay una cifra clara de cuántos miembros de la Fuerza Pública sufrieron desaparición en el marco del conflicto armado. Datos de la Unidad de Víctimas hablan de más de 3.500 víctimas registradas, pero esto incluye a familiares y no necesariamente se trata de soldados que desaparecieron en el marco del conflicto armado. Una tercera parte de estos serían en jurisdicción de la séptima división del Ejército, que opera en Antioquia, Chocó, Córdoba y parte del Magdalena Medio.
Sin embargo, las cifras del Ejército hablan de 113 militares desaparecidos durante operaciones militares o en ejercicio del servicio. De estos casos sólo cinco han sido resueltos, según la institución.
Detrás de cada caso se oculta un drama con rostros diferentes, rostros como el de Luis Fernando. “En todas las etapas de mi vida me he sentido sólo, me he sentido vacío, a pesar de que soy feliz en mi matrimonio, siempre voy a estar incompleto”, dice apuntando que la única manera de imaginar a su padre ha sido buscarlo dentro de sí mismo: “cuando llevo a mi niña a montar en bicicleta es imposible no verme allí con mi papá, trato de vivir ese momento con ella como si lo estuviera viviendo con mi papá”.
La única certeza que lo acompaña es que no quiere partir de este mundo sin saber nada sobre su padre: “Nunca he dicho “mi papá murió”, siempre he tenido esa esperanza de volverlo a ver con vida”.
Luis Fernando sólo conserva un recuerdo de su padre, pero ni siquiera está seguro de que haya vivido aquel momento, como suele reconocerlo, también es probable que lo haya soñado o que sea una trampa de la imaginación.
“No sé si será verdad”, dice mientras empieza un relato tan tranquilo y parco como él, cuyo único sobresalto son las lágrimas que deja escapar de repente, disculpándose mientras agacha la cabeza. Un relato que, como prefiere explicar, gira en torno al vacío: “recuerdo que mi mamá me estaba bañando, la casa era bastante abierta, ella me bañaba y mi papá venía con una caja y yo pensé que era una torta, pero eran unos tenis, de esos que huelen a chicle, unos Bubble Gummers. Es lo único que recuerdo de él”.
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Su padre era el cabo Luis Henao Restrepo y aunque no guarde ninguna imagen en la memoria, a Luis Fernando sólo le bastaría mirarse al espejo para conocer a su padre, pues llevan idéntico el gesto al fondo de los ojos, la misma la forma de la nariz, igual la piel cobriza y el corte del cabello al rape, facciones que pueden adivinarse en la docena de fotos que quedaron en la casa.
Una de aquellas fotografías enseña al cabo Luis Henao como si estuviera retando a la cámara con la mirada, vistiendo el uniforme de soldado y una boina del Batallón de Contraguerrilla No. 11 “Cacique Coyará”, la unidad militar a la que pertenecía el día de su desaparición, ocurrida en las montañas del Urabá antioqueño el 30 de mayo de 1998.
Esa vez su hijo Luis Fernando no pudo celebrar con él su quinto cumpleaños que ocurriría apenas unos días más tarde. “Cuando duermo me acuesto pensando en él, en lo que pudo haber sido, para ver si en la mente cuando estoy descansando de pronto viene algo”, dice Luis Fernando, “pero ha sido imposible. Ni siquiera he podido recordar su voz”.
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El cabo Luis Henao Restrepo obtuvo varias medallas y se destacó en sus diez años de servicio, tanto que fue premiado con un viaje al Sinaí. A Montería lo trasladaron en 1993, allí por intermedio de otro soldado conoció a la madre de su único hijo, con quien vivía al momento de la desaparición.
Luis Henao respondía económicamente por su madre y las hermanas, y cuando llegaba a la casa por las noches lo primero que hacía era preparar dos tazas de café en su pequeña estufa de campaña, la misma que usaba en las travesías en la selva. Una de esas tazas era para él, la otra para la suegra.
¿Qué ocurrió con el cabo Luis Henao Restrepo?
De su caso lo que se conoce es mínimo. Varios hombres del Cacique Coyará fueron emboscados en la vereda Villa Arteaga de Mutatá y aquello desembocó en un combate con guerrilleros del frente quinto de las Farc.
En ese enfrentamiento se perdió el rastro del soldado Henao, aunque otro militar, que además era vecino suyo en Montería, le contaría después a la esposa que Luis iba herido la última vez que lo vieron. Sus compañeros no encontraron el cadáver, ni en la brigada pudieron dar razón a los familiares cuando preguntaron días y semanas más tarde.
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Martha Ligia Henao, la madre del cabo, viajó hasta Mutatá y ubicó el lugar en donde había sucedido el enfrentamiento. Allá pudo conversar con guerrilleros del frente quinto, que le dijeron que nunca lo tuvieron en su poder, ni sabían sobre su paradero.
Faltaban unos pocos meses para que en agosto de ese año ocurriera, a muy pocos kilómetros de ahí, la toma de Pavarandó por las Farc y el combate de Tamborales, uno de los peores reveses militares del Ejército. Ese enfrentamiento dejó más de cuarenta muertos entre los militares y también varios desaparecidos cuyos cuerpos se presume que quedaron perdidos en la selva o arrojados a los caños cercanos.
Después de su desaparición el soldado Henao Restrepo fue ascendido al rango de cabo segundo en una ceremonia donde ni él, ni su familia estuvieron presentes. Sólo en 2014 se interpuso en una fiscalía de Coveñas la denuncia por su desaparición.
Desde pequeño Luis Fernando no ha pasado un día sin levantarse con la esperanza de que su padre regrese, aferrándose a la posibilidad de que siga con vida. Cuando era niño le escribía cartas que luego destruía oculto debajo de la cama, o esperaba que el regalo de cumpleaños fuera ver a su papá entrando por la puerta de la casa.
El odio y la sed de venganza de otros tiempos dieron paso a un sentimiento que él no es capaz de precisar muy bien cuando habla de esa “guerra sin sentido, una guerra que no era de él”.
Una guerra a la que el propio Luis Fernando prefirió no entrar, aunque llegó a contemplar la idea: “ese círculo no tendría fin, cuando uno guarda rencor en su corazón uno mismo vive amargado, ya no está esa sed de venganza en mí”. Aunque insiste en que si exige algo de los antiguos miembros de la guerrilla: “que algún día digan la verdad”.
El caso del cabo Henao llegó hasta la Comisión de la Verdad y su historia fue recopilada en uno de los espacios colectivos de escucha llamado ‘Las huellas del conflicto contadas por militares víctimas y sus familias’, un tema particularmente espinoso pues los familiares de militares víctimas del conflicto se sienten discriminados por la ley, aunque se reconoce su condición, no tienen iguales derechos al resto del universo de víctimas.
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Sin embargo, las cifras del Ejército hablan de 113 militares desaparecidos durante operaciones militares o en ejercicio del servicio. De estos casos sólo cinco han sido resueltos, según la institución.
Detrás de cada caso se oculta un drama con rostros diferentes, rostros como el de Luis Fernando. “En todas las etapas de mi vida me he sentido sólo, me he sentido vacío, a pesar de que soy feliz en mi matrimonio, siempre voy a estar incompleto”, dice apuntando que la única manera de imaginar a su padre ha sido buscarlo dentro de sí mismo: “cuando llevo a mi niña a montar en bicicleta es imposible no verme allí con mi papá, trato de vivir ese momento con ella como si lo estuviera viviendo con mi papá”.
La única certeza que lo acompaña es que no quiere partir de este mundo sin saber nada sobre su padre: “Nunca he dicho “mi papá murió”, siempre he tenido esa esperanza de volverlo a ver con vida”.