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La violencia sexual es quizás el crimen más invisibilizado en la historia del conflicto en Colombia. Solo hay 10 sentencias por este delito en 52 años de guerra. Y ninguna de ellas contra alguien de las Farc. Una radiografía de impunidad desoladora que hoy investiga la Jurisdicción Especial para la Paz. En el marco del caso sobre reclutamiento de menores –que algunos estiman en 15.000–, el magistrado Iván González Amado y su equipo han venido recopilando la escasa información que existe sobre este fenómeno criminal. Los números son tristísimos: el Programa de Atención al Desmovilizado tan solo ha identificado 114 víctimas de aborto forzado en las Farc. Y la Fiscalía apenas registra en sus archivos indagaciones sobre 92 hechos de violencia sexual intrafilas con al menos 55 víctimas entre los 7 y 17 años. Datos que riñen con la realidad de la política anticonceptiva que implantó la antigua guerrilla. Algunos calculan incluso que, cada año, los abortos forzados podían llegar a mil.
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Para desafiar esa tradición de silencio, distintas organizaciones han empezado a llevarle a la JEP reportes sobre esos delitos de los que nadie habla. Hace dos días, la organización Women's Link Worldwide aportó el suyo y concentró sus hallazgos en la vulneración de la autonomía reproductiva de mujeres y niñas en las Farc. Luego de revisar distintas publicaciones de la Fiscalía y el Centro Nacional de Memoria Histórica, así como de organizaciones civiles, investigaciones académicas y artículos en medios de comunicación, el informe recopila 35 testimonios de exguerrilleras que sufrieron violaciones a sus derechos reproductivos en las antiguas Farc. Es el primero de este tipo y presenta como caso emblemático a Helena, víctima de desplazamiento, reclutamiento de menores, anticoncepción y aborto forzados. Su relato también se lo confió a El Espectador durante una tarde fría esta semana.
“Me llamo Helena y tengo 31 años. Primero fui desplazada con mi familia. Tenía 14 años en ese entonces. Vivíamos en las montañas, muy cerca de un pueblito en Caquetá. Por allá casi no se veía Fuerza Pública y, cuando llegaba, pues creía que todo campesino era auxiliador de la guerrilla. Por esa época, en 2003, llegó un batallón a la zona y los combates se pusieron muy feos. Un día matamos un marrano grande en nuestra finca y el Ejército pensó que toda esa carne era para la guerrilla. Nos revolcaron la casa. Al frente había otra finca y justo pasaba un grupo de militares y pensaron que eran guerrilleros y hubo fuego amigo. La confrontación se repetía todos los días. Yo vivía con mi mamá, mi padrastro y dos hermanitos pequeños. Éramos campesinos, cultivábamos plátano y estábamos en la mitad: el Ejército creía que le ayudábamos a la guerrilla y la guerrilla pensaba que le ayudábamos al Ejército. Nos tocó irnos.
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Llegamos a una finca no muy lejos de ahí donde una familiar. Mi mamá tenía ocho meses de embarazo y no había vías ni carros y caminamos unas dos horas para llegar hasta allá. Nuestra casa quedó sola. Todo lo dejamos. Apenas llevamos algo de ropa. En ese lugar nos fuimos acomodando. Mi padrastro salía a jornalear, mi madre estaba enferma y yo pendiente de mis hermanitos. Fue allá donde me reclutaron las Farc. Eso era zona guerrillera y ellos pasaban a veces. Ese día yo estaba sola con mis hermanos y dos guerrilleros con fusiles me dijeron que tenía que irme con ellos. Uno no se podía negar. En ese momento estaban reclutando muchos niños porque la confrontación militar era diaria. Me faltaban dos semanas para cumplir 15 años. Pensé en mi familia, que mi vida iba a cambiar, uno veía los enfrentamientos, se escuchaban las bombas, el plomo, los guerrilleros muertos. Pero ni modo. Mis hermanitos se quedaron solos en la finca.
Me llevaron al campamento y me pusieron a prestar guardia esa misma noche. ¿Que cuál frente? Prefiero no decirle. Pero entre 2003 y 2008, cuando me volé, siempre estuve en ese mismo frente. Fue la época de la guerra más dura. Al principio fueron tres meses en entrenamiento. Después integré una escuadra de seis guerrilleros que ellos llamaban de “orden público”. Lo que hacíamos era hostigar al Ejército. Muchos guerrilleros de civiles hacían inteligencia y nos decían dónde estaban ellos. Me la pasaba de vereda en vereda. Donde nos cogía la noche, dormíamos. Para mí fue muy duro adaptarme a eso. Pero decían que si uno se volaba no solo nos mataban, sino que perseguían a nuestra familia. Alguna vez unos muchachos se volaron de un frente y los encontraron y los enfrentaron. Eran tres y quedaron malheridos. A todos los curaron, los mandaron a distintos frentes y cuando estaban bien les hicieron consejo de guerra y los fusilaron.
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Esos fusilamientos eran cerca del campamento. Recuerdo tanto al muchacho que le hicieron consejo en mi frente: como a la hora de haberlo sacado de ahí escuchamos los tiros. A mí me tocó votar en ese consejo. Todos los guerrilleros tenían que hacerlo. Y el voto siempre era por el fusilamiento. Y los poquitos que votaban otra cosa, les agarraban desconfianza los comandantes. En la guerrilla los estatutos eran muy estrictos. Eso me lo explicaron desde que llegué al frente. Nos dijeron a las mujeres: “Ustedes tienen que planificar porque acá no pueden tener niños”. Siempre era con una inyección. Y la que quedara en embarazo tenía que abortar. Era una orden. Las que no cumplían las ponían a hacer planas y a pararse al frente de 300 personas del frente a decir: “¡Yo por qué no me apliqué la inyección!” y uno tenía que autocriticarse y los compañeros igual. Las guerrilleras que no aceptaban el aborto eran fusiladas.
De entrada, pues, me pusieron a planificar. Yo estaba tan pequeña que no entendía mucho, pero preguntar no se podía. Era mejor quedarse callada. El comandante podía tomar represalias: sanciones o fusilamientos. Recuerdo que esa noche que llegué al campamento, el mismo día del reclutamiento, dos comandantes me estuvieron molestando para que estuviera con ellos. Como no quise, al otro día dijeron que había violado el régimen interno con otro muchacho y sacaron un informe y me sancionaron. A mí nunca me obligaron a tener varias parejas allá. Prefiero no hablar de las parejas que tuve, pero todas fueron consentidas. Lo que sí tocaba era pedir permiso. Era el comandante el que autorizaba las parejas. Era delito grave no tener ese permiso. Si iba a tener relaciones con mi pareja esa noche tenía que avisarle al comandante porque había muchos hombres y poquitas mujeres. Uno armaba su caleta y ahí se tenían relaciones.
De la planificación se encargaba el enfermero. Recuerdo que en el campamento había muchas menores de edad. Algunas quedaban en embarazo porque por la guerra a veces no era posible que les aplicaran la inyección a tiempo. Las hacían abortar con unas pastas de Cytotec. Los últimos dos años en la guerrilla vi mucho eso. Uno sabía que esa era la norma y, sin embargo, vi a compañeras que querían tener a sus bebés. Una de ellas se fugó antes del aborto. Los guerrilleros no decían nada sobre los embarazos de sus parejas. La mayoría de las veces lo que ocurría era que los separaban y enviaban a distintos frentes. Yo quedé embarazada cuando tenía 19 años. Era finales de 2007. Me puse mala y nada de lo que me daban me servía. El comandante empezó a sospechar y me hicieron la prueba. Cuando salió positiva me puse a llorar. Sabía lo que me esperaba. Ya tenía casi seis meses y no me había dado cuenta. Me mandaron a una finca de la zona con un civil que nos colaboraba.
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Allá estuve un mes. A veces pasaban compañeros y me decían: “China yo creo que la van a dejar tener el bebé”. Y yo decía: “¿Será?”. Me ilusioné. Pero un día llegaron por mí, me llevaron a otra finca, luego a una escuela en una vereda y allá el comandante me dijo: “Tiene que abortar”. Recuerdo que me fui corriendo a llorar debajo de un árbol. Allá duré cuatro horas. Los compañeros me decían que si no me dejaba igual me iban a fusilar. Era un viernes. Al final de la tarde me dejé. El médico me dio unos medicamentos toda esa noche y el sábado, pero no pasaba nada. El domingo el médico le dijo al comandante que tocaba una cesárea. Me bajaron al pueblito a un puesto de salud y ahí me abrieron. A las 8 de la mañana me anestesiaron. Desperté a las 4 de la tarde. No me podía ni mover. Un compañero me contó luego que era una niña, que estaba grande ya y que la enterró debajo de unos árboles al pie del puesto de salud.
Como había mucho Ejército cerca, el comandante me sacó de allá, me montaron a un bote y me llevaron río abajo a otro pueblito. Allá me dejaron con una enfermera auxiliar de la guerrilla que era civil. Duré 15 días que me tenían que lidiar como un niño chiquito. Al mes volvió el comandante y me autorizó a regresar a mi casa, con mi familia, a recuperarme. Me tocó caminar durante seis horas. Pensé que me estaba recuperando de esa cirugía, pero la herida de la cesárea se me infectó. Cuando me cogieron los puntos me agarraron la vejiga. Les tocó llevarme a otro pueblo para esas curaciones y así estuve durante mucho tiempo. Yo duré más de un año botando pus. Todavía sigo enferma. Llevo cargando ese dolor 11 años. De hecho, hace poco por fin la EPS me hizo una cirugía para arreglarme eso. Pero tocó poner tutela y, como siempre, me ayudaron las abogadas de Women's Link Worldwide. A esta organización llegué hace algunos años en Bogotá.
Como le decía, yo así toda enferma y en la guerrilla que dizque tenía que volver. Ahí tomé la decisión de irme. Hice como si fuera a presentarme, me fui a la siguiente vereda y después salí por el río a otro pueblo. Después llegué a Ibagué y luego a Bogotá. Me volé a finales de 2008. A mi familia le decían que los iban a matar. Por eso nunca conté nada ni me desmovilicé. Y el miedo sigue porque mi familia continúa en esa zona. ¿Que si pienso en ese bebé? Sí, mucho. Hay momentos en que me afecta mucho eso. No, nunca pensé en ningún nombre para ella, pero a veces la imagino, pienso cómo sería. No sé si quedé con problemas para concebir, pero algo pasó porque lo he intentado y no he podido. A mi pareja de ese momento lo vi una sola vez después de eso y ni nos hablamos. Nos separaron. Después supe que el muchacho quedó muy aburrido y se hizo matar. Eso fue al mes del aborto. Dizque vio al Ejército por la zona y se metió a dispararles.
Es muy duro hablar de esto. Recordarlo. Jamás lo hago. Hoy estaba muy nerviosa. Cuando miro para atrás pienso en esa época tan dura. El trauma es tremendo. Cuando llegué a Ibagué no podía ni ver el pasto. Yo veía monte y me parecía ver gente detrás de mí. Siempre sueño que me están persiguiendo, que me están pasando cosas feas, siempre la guerrilla. Sueño que a compañeros les dieron la orden de matarme. Una sicóloga me ha ayudado con ese proceso. Cuando se firmó el acuerdo de paz y se desmovilizaron las Farc pensé que ya había pasado el peligro. Y me animé a contarle mi historia a la Unidad de Víctimas. Allá me recomendaron regresar a Caquetá para hablar con el jefe del frente en el que estuve. Lo hice y me dijo que no podía hacer nada por mí porque había desertado. Incluso me dijo que para meterme en las listas tenía que devolverme a esa zona. Me negué y alguien me conectó con Women's Link. Me han ayudado mucho.
Sobre violencia sexual no se hablaba nada en la guerrilla. Había siempre cierto miedo, lo podían sancionar a uno. Muy pocos saben mi historia. Prefiero el silencio. Vi morir compañeros. Vi militares heridos. La guerra es absurda. Matándonos entre los mismos. Gente inocente. Yo veo ahora los soldados y digo: “Ellos qué culpa”. A muchos se los llevaron porque tenían que prestar servicio y morir así es difícil. Ojalá todo esto cambie. Hoy tengo menos miedo, pero cuando oigo que el proceso de paz tambalea siento mucha incertidumbre. Eso sí, a Caquetá no vuelvo. Si antes lo que uno ve es que se están rearmando o muchos se están yendo para donde los elenos. Quisiera que esto terminara algún día. Por ahora estoy en lo mío: confeccionando jeans para damas y caballeros. También ropa interior. Aprendí en una empresa en Fontibón. Nadie sabe mi pasado. Tampoco se lo cuento a nadie. Hoy lo hice con usted y lo haré en la JEP. Gracias por escucharme, Juan David”.