En busca de la identidad de las ánimas de Puerto Berrío
Desde hace 20 años, en Puerto Berrío adoptan los cuerpos de personas no identificadas para pedirles favores. La Unidad de Búsqueda de Desaparecidos culmina hoy con una diligencia de 15 días en el cementerio La Dolorosa para recuperar estos cuerpos y poder devolverlos a sus familias. ¿Cómo avanzar en la búsqueda sin afectar una práctica cultural y religiosa tan arraigada?
Carolina Ávila Cortés
Cuatro días después del asesinato de su hijo Luis Fernando, Margarita Rojas se paró frente a la tumba de su “NN” escogido, en el cementerio La Dolorosa de Puerto Berrío (Antioquia), para pedirle que se llevara a los hombres que lo mataron. “Me arrimé y le dije: ‘No te voy a pedir plata, ni que me des para ganarme el chance. Te voy a pedir que me ayudes a vengarme de la muerte de mi hijo’”. A los 16 días los mataron a casi todos. De los cinco, solo queda vivo uno, “el que lo metió en el taxi donde se lo llevaron”.
El homicidio ocurrió hace 21 años. Era usual que Margarita visitara el cementerio para rezarles a las ánimas y maldecir las tumbas de los que sabía que fueron paramilitares, pero ese día hizo su petición en medio del llanto y el desespero.
Vea en video lo que ocurre en Puerto Berrío:
Tenía un par de años de haber escogido a su “NN”, como nombran a los cuerpos guardados en bóvedas sin identidad. Ella, a diferencia de otros habitantes de Puerto Berrío, nunca lo bautizó con un nombre, pero le pagaba misas para su eterno descanso. “Tenía 23 años de visitarlo y hace seis que lo sacaron de su tumba y no supe nada más de él”, recordó. Fue el único cuerpo que adoptó.
(Le puede interesar: Unidad de Búsqueda inicia la recuperación de más de cien cuerpos en Puerto Berrío)
Puerto Berrío queda al oriente de Antioquia, en límites con Santander, en la región del Magdalena Medio. Está a la orilla del río Magdalena, que desde la época de la Violencia, ya era un cementerio. La corriente traía los cuerpos boca abajo hasta la orilla o los pescadores los encontraban desde sus lanchas. Todos los actores armados usaron la misma práctica para desaparecer a las personas tirándolas al agua.
Es uno de los municipios con el mayor número de personas dadas por desaparecidas en Antioquia. El Centro Nacional de Memoria Histórica tiene un registro de 852 casos de desaparición forzada, 48 de reclutamiento de menores de edad y 54 de secuestro. En total, son 954 personas desaparecidas, secuestradas o reclutadas entre 1958 y 2016.
Los pescadores recogían los cuerpos, a veces desmembrados, y los llevaban en carretillas hasta el cementerio La Dolorosa. El sepulturero o el funerario los metían en bóvedas para luego marcar las letras “NN” sobre las lápidas. El padre Diomer Gómez, párroco actual de Puerto Berrío, explicó que así como se les reza a los santos según la fe católica, la gente de Berrío les ora a estos cuerpos, a sus ánimas, no solo para su eterno descanso sino para que intercedan ante Dios por quienes siguen en la tierra.
Quienes van al cementerio colocan un vaso plástico con agua al lado de las tumbas para saciar la sed de las ánimas. Y, así como Margarita, les prometen misas, sufragios o cambiarlos a osarios y cuidar sus tumbas a cambio de algún favor: que les digan en sus sueños un número para ganarse el chance, les ayuden a no perder la casa, les cuiden a sus familias y hasta les den una mano para quedar en embarazo. Incluso hay quienes piden que les bendigan las balas con las que después salen a matar. Todos dicen que las ánimas sí les cumplen las peticiones y por eso en el cementerio hay placas con la frase “gracias por los favores recibidos”.
Margarita llama a estos cuerpos “las ánimas olvidadas, porque son personas de las que nadie se acuerda o sabe. No tienen ni a su papá ni a su mamá”. Es una de las adoptantes que está de acuerdo con que la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), entidades que nacieron tras el Acuerdo de Paz, recuperen estos cuerpos justamente para que regresen con sus familias.
La despedida de las ánimas
Desde hace 22 años, cada 2 de noviembre, Día de los Difuntos, Hugo Montoya, animero de Puerto Berrío, inicia el ritual por las ánimas. Lo hace todos los días durante ese mes. El hombre, de 66 años, viste su capa negra, que tiene una imagen del Sagrado Rostro a la altura del pecho; botas y camándula, y luego toma su campana. El sonido sirve para convocarlas y que los feligreses se unan al rezo del Padre nuestro, el Ave María y el Rosario.
El recorrido comienza desde el cementerio y los feligreses que van detrás suyo dejan a su paso velas y flores en las tumbas. Luego él “saca” a las ánimas del camposanto y las lleva por distintos barrios cada día. Las guía y las ayuda a recoger oraciones para salir del purgatorio. El ritual acaba cuando él regresa solo al cementerio para devolverlas a sus tumbas.
El pasado 14 de septiembre, Hugo y varios de los adoptantes de cuerpos realizaron una parte de este ritual para despedir a las ánimas y abrir paso al trabajo de recuperación de cuerpos que un día antes había iniciado la Unidad de Búsqueda, en La Dolorosa. Fue una petición de la comunidad y los adoptantes para que la búsqueda forense no afecte su tradición y poder despedirse de ellas.
La JEP decretó medidas cautelares sobre este cementerio el 15 de octubre de 2020 tras la solicitud del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) y el Colectivo Sociojurídico Orlando Fals Borda por el riesgo de pérdida en el que están los cuerpos.
En los diagnósticos hechos por la JEP y la UBPD, se estableció que hay bóvedas y osarios con más de un cuerpo no identificado, aunque en las lápidas aparezca solo un nombre. También encontraron 416 bolsas con cuerpos apiñados en dos celdas de custodia, que son lugares donde ubican a los que llevan tiempo y nadie reclama. De esta manera, les abren espacio a los nuevos cuerpos que llegan al cementerio. En ambos escenarios, el riesgo de que se destrocen y mezclen los fragmentos óseos es alto, lo que dificulta y alarga aún más el proceso de identificación.
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Otro de los riesgos proviene de la dinámica cultural de la adopción. Al llevarse a un escogido a un osario, el adoptante usualmente lo “bautiza” con un nombre asociado a la fe católica, como María de los Ángeles, José o Jesús María. Así, las entidades pierden el rastro del cuerpo que antes no tenía nombre y que otra familia está buscando.
“El movimiento que tienen los cuerpos dentro del mismo cementerio afecta su trazabilidad; es decir, la información de cuándo y quién lo trajo y bajo qué características llegó. Hay mucha información que se puede perder en ese momento si no hay un registro”, explicó Luz Marina Monzón, directora de la UBPD.
Este registro es responsabilidad de los sepultureros y de la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, administradora del cementerio. Al no llevar este trazado, los cuerpos en La Dolorosa se pierden en más de una ocasión.
Fue el caso de Carmen Rúa, quien en 2003 le compró a la parroquia un osario para meter a su “NN José” y otro cuerpo sin nombre que iban a llevar a una fosa común. A pesar de que compró un espacio permanente para resguardarlos a ambos , el osario 232 hoy tiene otro nombre y ni el párroco Gómez ni el sepulturero actual, Henry Cárdenas, le dan razón de si están allí.
Es decir que, además de la mala administración del cementerio y la falta de registros, también se han revendido las bóvedas y osarios donde podrían estar víctimas del conflicto armado. El valor de un osario en esta parroquia está entre $600.000 y $800.000 y las bóvedas las cobra a $370.000 por cuatro años.
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Al preguntarle al padre Diomer Gómez sobre el descuido de los cuerpos y la reventa de osarios con cuerpos sin identificar, respondió que años atrás no había ningún cuidado de los cuerpos, que nunca se pensó que vinieran entidades como la UBPD o la JEP a buscarlos y que los casos de reventa se han dado por decisión de los sepultureros, que de eso no pudo enterarse la parroquia. “Era muy complicado para nosotros desde el despacho parroquial saber qué estaba pasando allá. Los sacerdotes no se daban cuenta sino hasta cuando la persona venía a preguntar por la lápida que ya no estaba”, añadió.
Aclaró que se están tratando de subsanar estos errores: cualquier movimiento se debe hacer con expresa autorización de la casa cural, no se pueden meter varios cuerpos en un solo osario y van a mejorar el registro del ingreso y movimiento de los cuerpos. “Pero en lo que insisto es que el cementerio La Dolorosa ya está obsoleto, ya no tiene para dónde más echar. Es hora de hacer un cementerio nuevo para el municipio”.
Devolver los favores
En esta intervención, que comenzó el 13 de septiembre y acaba este domingo, la UBPD ha recuperado 73 cuerpos de 124 bóvedas de los pabellones de caridad del cementerio. Estos cuerpos podrían ser de personas desaparecidas en el marco del conflicto armado. A la par de la intervención del cementerio, esta entidad y Medicina Legal deberán avanzar en la identificación y posterior entrega digna de los cuerpos a sus respectivas familias.
Los pabellones de caridad fueron los primeros sitios en los que se guardaron los cuerpos recogidos del río. También eran el primer sitio para la adopción de los “NN”, de manera que su abordaje por parte de la UBPD no podía afectar la devoción y tradición por el cuidado de las ánimas.
“No es llegar y decir estos son cuerpos no identificados que nos llevamos, sino escucharlos y reconocerles el rol que han jugado al humanitariamente recoger un cuerpo, adoptarlo y cuidarlo. Eso es darle la oportunidad a un familiar de encontrar a su ser querido”, señala Luz Marina Monzón.
Poco a poco, algunos adoptantes, como Margarita y Carmen, han reconocido la importancia de que sus escogidos sean hallados e identificados. “Hay muchas familias, entre ellas yo, buscando a un ser querido y es una incertidumbre muy grande. Uno piensa dónde está, qué hicieron con él. Para mí sería muy bueno que ese NN encuentre a su familia y que ojalá estén en Puerto Berrío y se sientan tranquilos”, aseguró Carmen.
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Diana Gutiérrez Quiroz, de 47 años, tiene la esperanza de que entre los cuerpos que recuperó la UBPD en estas dos semanas esté el de su hermano Adán Nuar, quien fue reclutado por la guerrilla a los nueve años y lo asesinaron los paramilitares recién cumplidos sus 18, en el 2001.
A su madre le avisaron que estaba en el cementerio, pero por miedo a que algún grupo armado la buscara, no lo reclamó. Fue enterrado sin identificar en uno de los pabellones de caridad. O eso recuerda Diana. “Quiero que la Unidad me ayude, que si no se dan las cosas al menos se intentó. Y de pronto algún adoptante que sepa algo de él, que nos lo haga saber”.
La adopción de “NN” con el tiempo se ha ido perdiendo. Y otros de los adoptantes han fallecido sin dejar información sobre sus escogidos. Ahora esperan que estas “ánimas olvidadas”, como las llama Margarita recuperen su nombre, identidad y familia. Esa es la mejor forma de agradecerles por los favores cumplidos.
Cuatro días después del asesinato de su hijo Luis Fernando, Margarita Rojas se paró frente a la tumba de su “NN” escogido, en el cementerio La Dolorosa de Puerto Berrío (Antioquia), para pedirle que se llevara a los hombres que lo mataron. “Me arrimé y le dije: ‘No te voy a pedir plata, ni que me des para ganarme el chance. Te voy a pedir que me ayudes a vengarme de la muerte de mi hijo’”. A los 16 días los mataron a casi todos. De los cinco, solo queda vivo uno, “el que lo metió en el taxi donde se lo llevaron”.
El homicidio ocurrió hace 21 años. Era usual que Margarita visitara el cementerio para rezarles a las ánimas y maldecir las tumbas de los que sabía que fueron paramilitares, pero ese día hizo su petición en medio del llanto y el desespero.
Vea en video lo que ocurre en Puerto Berrío:
Tenía un par de años de haber escogido a su “NN”, como nombran a los cuerpos guardados en bóvedas sin identidad. Ella, a diferencia de otros habitantes de Puerto Berrío, nunca lo bautizó con un nombre, pero le pagaba misas para su eterno descanso. “Tenía 23 años de visitarlo y hace seis que lo sacaron de su tumba y no supe nada más de él”, recordó. Fue el único cuerpo que adoptó.
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Puerto Berrío queda al oriente de Antioquia, en límites con Santander, en la región del Magdalena Medio. Está a la orilla del río Magdalena, que desde la época de la Violencia, ya era un cementerio. La corriente traía los cuerpos boca abajo hasta la orilla o los pescadores los encontraban desde sus lanchas. Todos los actores armados usaron la misma práctica para desaparecer a las personas tirándolas al agua.
Es uno de los municipios con el mayor número de personas dadas por desaparecidas en Antioquia. El Centro Nacional de Memoria Histórica tiene un registro de 852 casos de desaparición forzada, 48 de reclutamiento de menores de edad y 54 de secuestro. En total, son 954 personas desaparecidas, secuestradas o reclutadas entre 1958 y 2016.
Los pescadores recogían los cuerpos, a veces desmembrados, y los llevaban en carretillas hasta el cementerio La Dolorosa. El sepulturero o el funerario los metían en bóvedas para luego marcar las letras “NN” sobre las lápidas. El padre Diomer Gómez, párroco actual de Puerto Berrío, explicó que así como se les reza a los santos según la fe católica, la gente de Berrío les ora a estos cuerpos, a sus ánimas, no solo para su eterno descanso sino para que intercedan ante Dios por quienes siguen en la tierra.
Quienes van al cementerio colocan un vaso plástico con agua al lado de las tumbas para saciar la sed de las ánimas. Y, así como Margarita, les prometen misas, sufragios o cambiarlos a osarios y cuidar sus tumbas a cambio de algún favor: que les digan en sus sueños un número para ganarse el chance, les ayuden a no perder la casa, les cuiden a sus familias y hasta les den una mano para quedar en embarazo. Incluso hay quienes piden que les bendigan las balas con las que después salen a matar. Todos dicen que las ánimas sí les cumplen las peticiones y por eso en el cementerio hay placas con la frase “gracias por los favores recibidos”.
Margarita llama a estos cuerpos “las ánimas olvidadas, porque son personas de las que nadie se acuerda o sabe. No tienen ni a su papá ni a su mamá”. Es una de las adoptantes que está de acuerdo con que la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), entidades que nacieron tras el Acuerdo de Paz, recuperen estos cuerpos justamente para que regresen con sus familias.
La despedida de las ánimas
Desde hace 22 años, cada 2 de noviembre, Día de los Difuntos, Hugo Montoya, animero de Puerto Berrío, inicia el ritual por las ánimas. Lo hace todos los días durante ese mes. El hombre, de 66 años, viste su capa negra, que tiene una imagen del Sagrado Rostro a la altura del pecho; botas y camándula, y luego toma su campana. El sonido sirve para convocarlas y que los feligreses se unan al rezo del Padre nuestro, el Ave María y el Rosario.
El recorrido comienza desde el cementerio y los feligreses que van detrás suyo dejan a su paso velas y flores en las tumbas. Luego él “saca” a las ánimas del camposanto y las lleva por distintos barrios cada día. Las guía y las ayuda a recoger oraciones para salir del purgatorio. El ritual acaba cuando él regresa solo al cementerio para devolverlas a sus tumbas.
El pasado 14 de septiembre, Hugo y varios de los adoptantes de cuerpos realizaron una parte de este ritual para despedir a las ánimas y abrir paso al trabajo de recuperación de cuerpos que un día antes había iniciado la Unidad de Búsqueda, en La Dolorosa. Fue una petición de la comunidad y los adoptantes para que la búsqueda forense no afecte su tradición y poder despedirse de ellas.
La JEP decretó medidas cautelares sobre este cementerio el 15 de octubre de 2020 tras la solicitud del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) y el Colectivo Sociojurídico Orlando Fals Borda por el riesgo de pérdida en el que están los cuerpos.
En los diagnósticos hechos por la JEP y la UBPD, se estableció que hay bóvedas y osarios con más de un cuerpo no identificado, aunque en las lápidas aparezca solo un nombre. También encontraron 416 bolsas con cuerpos apiñados en dos celdas de custodia, que son lugares donde ubican a los que llevan tiempo y nadie reclama. De esta manera, les abren espacio a los nuevos cuerpos que llegan al cementerio. En ambos escenarios, el riesgo de que se destrocen y mezclen los fragmentos óseos es alto, lo que dificulta y alarga aún más el proceso de identificación.
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Otro de los riesgos proviene de la dinámica cultural de la adopción. Al llevarse a un escogido a un osario, el adoptante usualmente lo “bautiza” con un nombre asociado a la fe católica, como María de los Ángeles, José o Jesús María. Así, las entidades pierden el rastro del cuerpo que antes no tenía nombre y que otra familia está buscando.
“El movimiento que tienen los cuerpos dentro del mismo cementerio afecta su trazabilidad; es decir, la información de cuándo y quién lo trajo y bajo qué características llegó. Hay mucha información que se puede perder en ese momento si no hay un registro”, explicó Luz Marina Monzón, directora de la UBPD.
Este registro es responsabilidad de los sepultureros y de la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, administradora del cementerio. Al no llevar este trazado, los cuerpos en La Dolorosa se pierden en más de una ocasión.
Fue el caso de Carmen Rúa, quien en 2003 le compró a la parroquia un osario para meter a su “NN José” y otro cuerpo sin nombre que iban a llevar a una fosa común. A pesar de que compró un espacio permanente para resguardarlos a ambos , el osario 232 hoy tiene otro nombre y ni el párroco Gómez ni el sepulturero actual, Henry Cárdenas, le dan razón de si están allí.
Es decir que, además de la mala administración del cementerio y la falta de registros, también se han revendido las bóvedas y osarios donde podrían estar víctimas del conflicto armado. El valor de un osario en esta parroquia está entre $600.000 y $800.000 y las bóvedas las cobra a $370.000 por cuatro años.
(También puede leer: Las familias de las víctimas de desaparición que le ofrecieron flores al río Cauca)
Al preguntarle al padre Diomer Gómez sobre el descuido de los cuerpos y la reventa de osarios con cuerpos sin identificar, respondió que años atrás no había ningún cuidado de los cuerpos, que nunca se pensó que vinieran entidades como la UBPD o la JEP a buscarlos y que los casos de reventa se han dado por decisión de los sepultureros, que de eso no pudo enterarse la parroquia. “Era muy complicado para nosotros desde el despacho parroquial saber qué estaba pasando allá. Los sacerdotes no se daban cuenta sino hasta cuando la persona venía a preguntar por la lápida que ya no estaba”, añadió.
Aclaró que se están tratando de subsanar estos errores: cualquier movimiento se debe hacer con expresa autorización de la casa cural, no se pueden meter varios cuerpos en un solo osario y van a mejorar el registro del ingreso y movimiento de los cuerpos. “Pero en lo que insisto es que el cementerio La Dolorosa ya está obsoleto, ya no tiene para dónde más echar. Es hora de hacer un cementerio nuevo para el municipio”.
Devolver los favores
En esta intervención, que comenzó el 13 de septiembre y acaba este domingo, la UBPD ha recuperado 73 cuerpos de 124 bóvedas de los pabellones de caridad del cementerio. Estos cuerpos podrían ser de personas desaparecidas en el marco del conflicto armado. A la par de la intervención del cementerio, esta entidad y Medicina Legal deberán avanzar en la identificación y posterior entrega digna de los cuerpos a sus respectivas familias.
Los pabellones de caridad fueron los primeros sitios en los que se guardaron los cuerpos recogidos del río. También eran el primer sitio para la adopción de los “NN”, de manera que su abordaje por parte de la UBPD no podía afectar la devoción y tradición por el cuidado de las ánimas.
“No es llegar y decir estos son cuerpos no identificados que nos llevamos, sino escucharlos y reconocerles el rol que han jugado al humanitariamente recoger un cuerpo, adoptarlo y cuidarlo. Eso es darle la oportunidad a un familiar de encontrar a su ser querido”, señala Luz Marina Monzón.
Poco a poco, algunos adoptantes, como Margarita y Carmen, han reconocido la importancia de que sus escogidos sean hallados e identificados. “Hay muchas familias, entre ellas yo, buscando a un ser querido y es una incertidumbre muy grande. Uno piensa dónde está, qué hicieron con él. Para mí sería muy bueno que ese NN encuentre a su familia y que ojalá estén en Puerto Berrío y se sientan tranquilos”, aseguró Carmen.
(Le puede interesar: Familiares recibieron versiones de Farc sobre sus desaparecidos)
Diana Gutiérrez Quiroz, de 47 años, tiene la esperanza de que entre los cuerpos que recuperó la UBPD en estas dos semanas esté el de su hermano Adán Nuar, quien fue reclutado por la guerrilla a los nueve años y lo asesinaron los paramilitares recién cumplidos sus 18, en el 2001.
A su madre le avisaron que estaba en el cementerio, pero por miedo a que algún grupo armado la buscara, no lo reclamó. Fue enterrado sin identificar en uno de los pabellones de caridad. O eso recuerda Diana. “Quiero que la Unidad me ayude, que si no se dan las cosas al menos se intentó. Y de pronto algún adoptante que sepa algo de él, que nos lo haga saber”.
La adopción de “NN” con el tiempo se ha ido perdiendo. Y otros de los adoptantes han fallecido sin dejar información sobre sus escogidos. Ahora esperan que estas “ánimas olvidadas”, como las llama Margarita recuperen su nombre, identidad y familia. Esa es la mejor forma de agradecerles por los favores cumplidos.