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El auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional estaba repleto, como de costumbre cuando se lleva a cabo una graduación. Pero no era una ceremonia regular. Entre los graduandos quedó una silla vacía. Estaba reservada para Samuel Humberto Sanjuán, líder estudiantil desaparecido el 8 de marzo de 1982 por agentes del F2, antigua estructura de inteligencia de la Policía.
Humbertico, como le decían sus familiares, no ingresó al auditorio con un traje como todos los demás. No pudo abrazar a sus papás ni a sus hermanas. Tampoco a sus sobrinas, que ahora tienen más años que él al momento de desaparecer. Sin embargo, su presencia se hizo sentir cuando su hermana, Teresa Sanjuán, recibió el grado simbólico que entregó la facultad de Antropología y tuvo tiempo para entregar unas palabras a los presentes.
“Hemos buscado en cada rincón, tocado cada puerta y agotado todos los recursos en nuestra búsqueda desesperada por encontrar a Humberto. Hoy, después de 42 años, finalmente vemos un rayo de esperanza. Mi hermano, Samuel Humberto Sanjuán Arévalo, será reconocido como antropólogo por la Universidad Nacional de Colombia”, leyó Teresa, quien en un día como este recibiría a Humbertico con un abrazo inmenso, “un abrazo de esos ricos que yo doy. Él lo hubiera disfrutado mucho y yo también”, contó en medio de una sonrisa que solo devuelve la nostalgia con los años.
En el público también quedaron reservadas dos sillas para dos ausentes que hace poco se sumaron a la familia Arévalo. Unas flores blancas ocuparon los asientos y dos letreros blancos llevaban los nombres de Elcida y Alfredo, los papás de Humberto que murieron con la esperanza de encontrarlo algún día. Pero Teresa cuenta como si se tratara de una pequeña victoria que “mi mamá le robó unas horas a la desaparición”.
El día que Humberto desapareció, debía salir a recoger un certificado judicial para ingresar a un trabajo de medio tiempo que se había conseguido, su primer empleo a los 21 años. Teresa recuerda que ese día Humberto durmió hasta tarde, no tenía clase en la universidad. Tenía planeado salir hacia las 9:00 a.m. junto con su hermano Alfredo, pero su mamá le pidió que se quedara a almorzar.
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Así fue. “El niño de la casa”, como le dice Teresa, se quedó para almorzar con sus papás, y como era costumbre, hizo una siesta de media hora con su mamá y en la tarde se fue. “Se arruncharon un ratico en la tarde y mi mamá se alcanzó a despedir de él. Ese fue el último día que se vieron”.
Ese 8 de marzo de 1982, Alfredo y Humberto no llegaron a la casa. Ninguno de los dos regresó a cenar a la mesa, como era la tradición. A Alfredo también lo desaparecieron ese mismo lunes. Al día siguiente, la familia Sanjuán inició una búsqueda que hoy, 42 años después, no termina.
“Desde las 8 de la mañana salimos a denunciar a los centros de Policía, fuimos a los hospitales, al Anfiteatro. Fuimos al F2, a la boca del lobo. Pusimos el denuncio, fuimos a las universidades, le preguntamos a los compañeros de ellos, llamamos a los que teníamos en la agenda de teléfonos de la casa. Nos montamos a los buses con sus fotos. Fuimos a los periódicos, a El Espacio, El Bogotano, El Espectador”, relató Teresa.
Sin embargo, esa lucha ha dado frutos. El 11 de septiembre de 2023 entró en vigencia la autorización de la Universidad Nacional para entregar el grado honorífico a siete estudiantes más de esa institución que fueron asesinados y desaparecidos en 1982. Todos hacen parte del caso Colectivo 82, como se le conoce al grupo de familiares, madres y hermanas buscadoras del que también hacen parte Teresa, su hermana Yolanda y su hija Martha.
Ellas fueron las que enviaron a las directivas de la institución un derecho de petición para solicitar el reconocimiento del grado simbólico como una medida de reparación. Precisamente, la idea nació en una cátedra apoyada por estudiantes y el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo.
“Este grado significa para nosotros una lucha por ese reconocimiento. La Universidad en el inicio no quería reconocer que eran estudiantes, nos decían que habían cancelado semestres, y luchamos mucho para que ese reconocimiento se diera. Comprobamos que sí estaban estudiando. Presentamos los carné, las notas, los certificados, todo eso nos sirvió para que la institución reconociera que eran estudiantes”, explicó Teresa a Colombia+20.
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Según el acuerdo 013 de 2023 emitido por la Universidad Nacional, Alfredo también se podrá graduar de manera simbólica el próximo 15 de abril y dos días después, en una ceremonia colectiva, recibirán el grado Orlando García Villamizar (Derecho), Pedro Pablo Silva Bejarano (Enfermería) Edgar Helmuth García Villamizar (Sociología), Gustavo Campos Guevara (Ingeniería de Sistemas), Rafael Guillermo Prado Useche (Derecho) y Edilbrando Joya Gómez (Ingeniería Mecánica).
Una búsqueda que se hereda
Junto a Alfredo y Samuel Humberto Sanjuán desaparecieron otros 13 estudiantes en Bogotá y Cundinamarca en el año 1982. Para esa época, el narcotraficante José Jáder Álvarez desplegó una intensa búsqueda para rescatar a sus tres hijos que habían sido secuestrados. La búsqueda se hizo con la participación del movimiento MAS (Muerte a Secuestradores), organización paramilitar financiada por el narcotráfico que tenía como fin enfrentar a las exguerrillas de las Farc y el M-19, pero también pidió apoyo al Estado, que ordenó varios operativos de búsqueda en varias ciudades a través del F2.
Fue en esos operativos que detuvieron y desaparecieron jóvenes entre marzo y septiembre de 1982.
Las familias de los 13 jóvenes se unieron en 1983 para conformar el Colectivo 82 y velar por el primer caso de desaparición forzada colectiva que se tiene registro en el país. Esa lucha incansable derivó en que en 1991, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos determinara que el Estado fue responsable por el secuestro y desaparición de las víctimas. 31 años después, la Fiscalía 52 especializada en Derechos Humanos declaró como crimen de lesa humanidad la desaparición de los jóvenes. Las familias recibieron el 6 de junio de ese año un documento en el que les confirmaban que no prescribirán las investigaciones por el crimen.
Esa lucha de décadas ha sido transmitida generación por generación. Hoy la búsqueda de los hermanos Sanjuán fue heredada por Martha Noguera, hija de Teresa, quien recuerda como flashes en su mente los momentos más dolorosos de su familia, a pesar de que para el momento de la desaparición ella solo tenía 2 años.
“Recuerdo estar escondida bajo la mesa y ver la angustia de todos en la casa, recortes de prensa, llantos, caras de preocupación. Ellos trataban de no angustiarnos pero era difícil no darse cuenta de que alguien faltaba en la casa”.
Ahora que está al frente del caso de sus tíos reconoce que no ha sido fácil continuar con la búsqueda. “Es muy difícil porque el Estado tiene toda una maquinaría para seguir ocultando lo que pasó. Con la anterior Fiscalía no logramos que los llamaran a juicio o a indagatoria. Todavía hay muchas personas vivas de esa época que tuvieron que ver con los hechos o que tenían conocimiento de quiénes dieron la orden y cómo fue el proceso oculto de esa policía, del F2″, explicó.
Una lucha para que la memoria no desaparezca
En la casa de Teresa ya hay un lugar asignado para el diploma de Samuel Humberto Sanjuán. La pared del estudio, en el que además reposan los grados de toda la familia, tiene un vacío que después de 42 años lo va a llenar un documento blanco con el escudo de la Universidad Nacional en el que se dejó constancia de un grado simbólico, expedido a los 15 días del mes de agosto de 2023 y recibido por Teresa a los ocho días del mes de abril, 42 años y un mes exacto desde la desaparición.
“En mi casa tenemos una especie de santuario. Si tuviéramos una casa más grande, tendríamos un cuarto repleto de recuerdos, fotos, recortes de prensa para su búsqueda. Esto es una lucha para que la memoria no desaparezca”, contó.
En medio de la graduación, Teresa pensó en Humberto. Se lo imaginó “enloquecido de la emoción de solo pensar que hoy se le iban a cumplir los sueños. Pero ese sueño se frustró, se truncó el día que desapareció. Me imagino a Humberto pensando en ese martirio, en que perdió sus clases que tanto le gustaban”.
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A Teresa se le entrecorta la voz y la memoria cuando piensa en sus hermanos. La angustia en su voz en tono bajo apenas la deja hablar y el silencio se hace largo entre frase y frase. “Estos son homenajes que hay que rendirle… solamente por su memoria… porque no tenemos más…”