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La presencia de Fátima Muriel pasaría desapercibida para quien no sabe de dónde viene y lo que vivió. Es de baja estatura y viste de color beige. Observa fijo cuando le hacen preguntas, y sonríe cuando termina de responder. A las 3 de la tarde del jueves 21 de abril, se sienta en medio de la tarima del Museo Casa de la Memoria (MCM) en Medellín, porque está a punto de inaugurarse una exposición sobre las mujeres del Putumayo. El conflicto armado es el tema principal. Eso, la masacre del corregimiento El Tigre de 1999, y las mujeres que sobrevivieron a ella.
Ya se ha escrito mucho sobre Fátima. Ha participado de foros y conversatorios sobre la paz en Colombia. Incluso, viajó hasta La Habana en medio del proceso de paz con las extintas FARC para hacer una intervención sobre lo ocurrido en su departamento acerca del reclutamiento forzado en menores de edad y la violencia de género. Ha sido profesora y defensora de los derechos humanos. Condecorada por el municipio de Mocoa y fundadora, también, de la Alianza de Mujeres Tejedoras de Vida del Putumayo, que comenzó en 2005 y actualmente tiene una red de más de 1.500 aliadas en todo su departamento.
“Solo algunas de nosotras pudimos viajar hasta Medellín”, cuenta Muriel. “Somos muchísimas”. Su viaje tuvo como motivo la inauguración de “Nosotras y El Tigre de Putumayo”, exposición patrocinada por la Unión Europea que ya había estado en el Planetario de Bogotá el año pasado. Ahora, estará en Medellín hasta el 14 de mayo en el Museo Casa de la Memoria y en el Edificio Vásquez.
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Una serie de 12 fotos compone la muestra. En ellas, se ven los rostros de algunas mujeres a blanco y negro. Algunas cierran los ojos, otras miran hacia un lado y hay quienes ven directo a la cámara. No tienen nombre, solo frases que dicen “ahí los mataron y los tiraron al río”, “la guerra no nos podrá acabar”, “la paz que siempre hemos anhelado”.
El hecho al que hace referencia la exposición sucedió el 9 de enero de 1999. Durante ese día, un grupo de 150 paramilitares del Bloque Sur del Putumayo, de las extintas Autodefensas Unidas de Colombia, llegó al corregimiento El Tigre en el municipio Valle del Guamuéz. Primero entraron a la estación de Policía. Luego cortaron el flujo eléctrico y, durante dos días, torturaron a mujeres, hombres niños y niñas. Casas y enseres fueron quemados y algunas víctimas fueron arrojadas al río Guamuéz. Hoy en día, se estima que fueron 29 personas asesinadas en ese entonces, aunque podrían ser más: algunas muertes no habrían logrado registrarse.
Pero esa no fue la única masacre que vivió el departamento. Según un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, publicado en 2011, El Tigre fue estigmatizado como “pueblo guerrillero” y sus pobladores se convirtieron en objetivo militar. La violencia se intensificó entre 2001 y 2006 cuando “ese mismo bloque paramilitar estableció en la mayoría de las zonas urbanas del Bajo Putumayo (Puerto Asís, Puerto Caicedo, Orito, La Hormiga, La Dorada y El Placer) un control territorial permanente; un dominio social, económico y político de la región”, afirma el documento del CNMH.
De manera más reciente, y según Indepaz, en 2022 se registraron 16 masacres en el departamento, entre ellas la que sucedió el 28 de marzo en un bazar de la vereda El Remanso de Puerto Leguízamo, donde 11 personas fueron asesinadas en medio de un operativo del Ejército Nacional. En lo que va del 2023 ocurrió otra en el municipio de Orito, donde tres personas resultaron muertas
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Ellas cuentan su historia
Quienes han narrado lo que sucedió en El Tigre durante 1999 han sido, en gran medida, las mujeres. Muchas de ellas, como Fátima Muriel, han decidido mostrar a través de sus historias cómo, en medio del dolor, se reconstruye la vida.
Parte de su trabajo ha gestado diversos grupos de mujeres como la batucada de Tejedoras de Vida, un conjunto de jóvenes que tocan el tambor y cantan arengas. Ellas viajaron desde el Putumayo para la inauguración de la exposición en el Museo Casa de la Memoria (MCM), que también es un lugar que fue creado en Medellín durante 2011 para contar los diferentes puntos de vista que componen al conflicto armado.
“Recibimos esta exposición en un museo donde creemos que las víctimas deben tener prioridad”, dice Edwin Arias Valencia, director del MCM. “Ellas son las que hablan”
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Luego de que la batucada tocara en el escenario del auditorio, se proyectó un pequeño documental llamado “Bosquesinas Campesinas”, un ejercicio de cocreación en el que mujeres víctimas, rurales y excombatientes dialogaron sobre la reconciliación. Su punto en común fueron las acciones para cuidar el bosque amazónico del Putumayo.
Uno de sus principales financiadores fue el Fondo Europeo para la Paz, un mecanismo de la cooperación de la Unión Europea, creado para acompañar al Gobierno colombiano tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016 con las extintas Farc-Ep.
La cobertura geográfica de las acciones del Fondo abarca 147 municipios y 26 departamentos del país, entre ellos el Putumayo, que, según el embajador de la Unión Europea en Colombia, Gilles Bertrand, todavía enfrenta diversas problemáticas asociadas al conflicto armado. Tres de ellas tienen que ver con el medio ambiente, la disputa por el control de las tierras, y la deforestación de largos predios para la siembra ilegal de coca.
“Este todavía es un lugar complejo, con episodios de violencia”, cuenta el embajador. “Pero es importante contar otra versión, que está compuesta de historias de reconciliación que buscan cerrar la brecha del conflicto”.
Una gran parte de esas historias le pertenece a las mujeres. Además de la inauguración de “Nosotras y El Tigre de Putumayo” en el MCM, también fue entregada una serie de diarios con relatos de aquellas que sobrevivieron a la masacre del 99.
María Rubí Tejada, una de las sobrevivientes del hecho, dice que las fotos y voces expuestas en el museo pertenecen a mujeres que sufrieron situaciones de violencia que no tenían por qué vivir. Pero ahora, según Tejada, ellas quieren trascender esa narrativa.
Muriel afirma lo mismo. “Nosotras somos mucho más que eso”, cuenta. “Ahora nos preocupamos por la desigualdad que existe en muchas mujeres del Putumayo: por ejemplo, la falta de educación y otras oportunidades”.
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Como parte de este deseo de formar a más mujeres del Putumayo, Tejada y Muriel hacen parte de un grupo que se llama Guardianas del Agua: una red de más de 100 mujeres que trabajan por los derechos medioambientales de su departamento que, además, es reconocido por su inmensa biodiversidad. En lo que aves confiere, el Instituto Humboldt afirma que el Putumayo concentra a un 50% de todo el país con una variedad de más de mil especies.
En cuanto a garantía de derechos, Muriel cuenta que hoy en día se han implementado siete políticas públicas con enfoque de género en su departamento. También han comenzado campañas, como la titulada “No estar solas”, con la que se han implementado una escuela de género y una dupla en cada municipio: una psicóloga y una trabajadora social atienden casos de diversas violencias contra las mujeres.
“Nosotras llevamos 20 años trabajando, y a mí hoy en día me basta con que algunas de estas muchachas estén inscritas en cursos y diplomados”, cuenta Muriel. “Cada vez deseamos encontrarnos con otros grupos de mujeres para enriquecernos. Nosotras, en el Putumayo, no queremos seguir llorando. Estamos en la propuesta de salir adelante”.