Acuerdo de Viernes Santo: lecciones de Irlanda (N) para negociar con el ELN
Hace 25 años, Irlanda del Norte firmó la paz de un conflicto etno-religioso que parecía no tener solución. Las partes pusieron ante los ojos del mundo el dilema de cómo negociar con grupos armados que mantienen la violencia en paralelo con una mesa de diálogos. ¿Qué lecciones le puede dejar esta experiencia a la mesa con el ELN?
Camilo Pardo Quintero
El Viernes Santo de 1998 (10 de abril) fue el final de una de las guerras religiosas y nacionalistas más largas y dolorosas del siglo XX en Europa. Si bien la historia dice que el conflicto armado en Irlanda del Norte inició en octubre de 1968, sus causas y detonantes tenían raíces centenarias, cuyas consecuencias siguen vigentes después de 25 años de haber firmado la paz.
Sir Kenneth Bloomfield, comisionado de Víctimas en Irlanda del Norte, además de ser uno de los personajes clave para que ese tratado de paz se firmara, se cargó constantemente de sabiduría y dijo en 1998 ante Naciones Unidas una frase que tangencialmente describió los alcances de esa guerra: “La falta de diálogo y tolerancia nos hizo matarnos desde hace siglos, aun siendo hermanos. Si yo era católico, el protestante siempre iba a ser mi enemigo. No importaba si era una buena persona o nunca me había hecho nada. Esta fue una guerra que comenzó antes de la guerra misma”.
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El sectarismo religioso y político se carcomió a los norirlandeses, convirtiendo a las calles de Belfast (su capital) o Londonderry en auténticos campos de batalla. Los barrios se atrincheraron, las escuelas y comercios fueron separados por barricadas y muros que no fueron suficientes para que cesara la violencia. Irlanda del Norte vivió una guerra tan turbulenta como la implementación de su paz: hubo un desarme lento (más de siete años, según Naciones Unidas), una atención precaria a víctimas y un modelo de justicia poco riguroso y con tasas de impunidad altas. Esto, a pesar de tener los ojos del mundo occidental encima.
Incluso, durante el largo proceso para negociar la paz, entre los grupos armados católicos, protestantes, el gobierno norirlandés, el gobierno irlandés y el mando político del Reino Unido desde Londres, no dejaron de existir problemas. Los ataques de unos a otros, los atentados del grupo armado pro-católico y ‘antilealista’ a la corona inglesa de IRA (Ejército Republicano Irlandés, por sus siglas en inglés), sumado a un ambiente constante de desconfianza desde Downing Street, estuvieron a muy poco de hacer trizas la paz, en un conflicto que no resistía un muerto más.
En 1994, Reino Unido e Irlanda alcanzaron un cese al fuego con IRA (por años grupo armado enemigo de los paramilitares Fuerza Voluntaria del Ulster – a favor de la corona inglesa y de la anexión norirlandesa al Reino Unido). Parecía el fin de los actos terroristas, de persecuciones injustificadas y un paso más hacia transiciones hacia la paz en una década que ya había visto el fin de los conflictos en El Salvador, Ruanda y Guatemala.
Ese hecho de acercar las partes en Irlanda del Norte permitió un inicio formal de negociaciones de paz en la que el cese de hostilidades fue considerado como un primer gran paso. Por desgracia, el trato fue violado por el IRA el 10 de febrero de 1996.
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Ese día, el grupo armado -ya sentado en una mesa que prometía un inminente acuerdo de paz- detonó una bomba con media tonelada de dinamita en el centro financiero de Londres, a la altura de la estación de tranvía South Quay, punto neurálgico de Canary Wharf. Ese crimen nocturno y en una jornada con poca afluencia de peatones dejó un saldo de dos muertos y la idea de que el fin de la violencia no se podía tratar con un actor armado que no estaba dispuesto a frenar sus actividades delictivas.
El recordado ex primer ministro británico Tony Blair tomó el mando ejecutivo en Reino Unido al año siguiente con la consigna de que una paz con IRA no era posible. Sin embargo, el contexto internacional, el llamado a la paz desde Derry y Belfast y una promesa de buena voluntad y fin definitivo al fuego por parte de los republicanos de IRA y su brazo político de Sinn Fein, el 20 de julio de 1997 encarriló el acuerdo de paz para llegar al Viernes Santo de 1998 con un documento aprobado popularmente en las urnas y con toda la legitimidad para acabar una guerra que parecía interminable.
Negociar la paz en medio de la violencia
El expresidente Juan Manuel Santos dijo en 2016 que la experiencia del proceso de paz de Irlanda del Norte había influido en su perseverancia y en la toma de decisiones con cabeza fría durante los cinco difíciles años en los que se negoció el Acuerdo de Paz en La Habana.
El caso norirlandés no fue el primero ni mucho menos el último en el que la paz se negoció con fusiles calientes y voluntades de paz a medias. Santos lo vivió, entre otros hechos, cuando en abril de 2015, a un año y medio de la firma en el Teatro Colón, las FARC asesinaron a 11 militares en Cauca. Todo parecía un fin ineludible a la paz más anhelada por los colombianos. Pasado el tiempo, con el acuerdo de La Habana ya suscrito, Santos reconoció que hablar con personas como John Hume (fallecido en 2020 y Nobel de Paz en 1998 por su papel como negociador en el conflicto norirlandés por el lado socialdemócrata laborista -católico) le hizo entender muchas dimensiones para tratar y ponerle fin a un conflicto.
En contexto: Recordar, renovar y reconciliarse para la paz, las enseñanzas de Irlanda del Norte
“La paz también está en ceder sobre cuestiones racionales. En perseverar por las comunidades y en no desfallecer aun en los días más difíciles. Eso nos lo enseñó Hume y los demás protagonistas del proceso en Irlanda del Norte”, dijo Santos en el lanzamiento de la maestría en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes, en 2017.
La perseverancia es la palabra clave. Así es la lectura de la profesora María Lucía Zapata, investigadora en temas de negociaciones de paz de la Universidad Javeriana. Para ella, en sus lecciones de clase, cada aprendizaje que deja la firma de paz en el mundo hay que tenerla en cuenta para adaptarla, en su medida, a la realidad colombiana.
“En su momento vimos cómo las FARC seguían activas durante el proceso de La Habana. No es naturalizar la violencia ni mucho menos, pero es algo que puede suceder en los procesos de paz. Ahí aplica esta famosa frase que usaba Santos de “nada está acordado hasta que todo está acordado”. Por eso tiene que valer la rigurosidad en los acuerdos para que ninguna violencia vuelva a suceder. Colombia está hoy ante unas negociaciones con el ELN, grupo que sigue cometiendo crímenes y si analizamos el complejo de todo el conflicto podemos cuestionar hasta qué punto se tiene que seguir negociando con los violentos… ¿pero a tal punto de acabar con un proceso? Ahí está el dilema. A Irlanda del Norte le funcionó. Sería mejor todo sin armas ni violencia, pero hay realidades mucho más complejas que eso”, agregaron investigadores de la Javeriana.
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Sergio Jaramillo, ex alto comisionado para la Paz en el gobierno Santos y quién estructuró la negociación con la exguerrilla de las FARC, ha estudiado el conflicto norirlandés por años. Hace unos días estuvo en Belfast en el marco de la conmemoración de los 25 años del Acuerdo de Viernes Santo y compartió con Colombia+20 algunas lecciones que le quedaron para entender este tipo de trámites de acuerdo con la realidad colombiana.
Para él, igual que para el expresidente Santos, todo acuerdo exitoso irradia el futuro y deja lecciones. “Hay una cosa que tienen en común los acuerdos de Irlanda del Norte y Colombia, tal vez la más importante de todas: que dejan sin sentido la idea de la violencia política. Ya se acordó lo que había que acordar para terminar la guerra, lo demás es democracia. Quedan en ambos países grupos disidentes, que en realidad son parte del crimen organizado. Y a nosotros nos queda también el ELN, que obtusamente insiste en mezclar política y armas y que se ha burlado de todas las oportunidades de diálogo. Con el gobierno Santos habló casi 5 años, mientras aprovechaba para ampliar su estrategia de coerción sobre las comunidades, las administraciones locales y el movimiento social. Con más razón luego del triunfo de Petro, lo que necesitamos en Colombia, más que una estrategia de negociación, es que toda la sociedad le diga el ELN: ¡No más política con armas!”, sentenció.
En su visita a Irlanda del Norte, Jaramillo habló del componente de víctimas, algo ajeno al Acuerdo de Viernes Santo, y puso sobe la mesa una conclusión en común que aplica para cualquier contexto donde se quiera poner fin a una guerra: “Todos (en Irlanda del Norte) se conocían y prácticamente todos han estado tocados por la violencia. Somos, ellos y nosotros, sociedades traumatizadas, y si el trauma no se enfrenta, se pasa de generación en generación y se come a la gente por dentro”.
El profesor Jorge Mantilla ha sido también cercano al proceso de paz norirlandés desde el centro de Pensamiento y seguimiento al Diálogo de Paz de la Universidad Nacional. Desde allí ha publicado documentos que dan constancia del legado de ese tratado sobre las intenciones de paz que hayan existido y que se mantengan vigorosas en Colombia.
Es más, Mantilla comulga con la idea de que nadie gana todo lo que puede ganar ni nadie pierde todo lo que puede perder.
Según el profesor, algo de Irlanda que debe mantener vigencia en Colombia es la verificación y aval de la sociedad civil, pues en últimas eso es lo que puede legitimar o no la construcción de una paz estable. Los norirlandeses tuvieron un plebiscito apoyado en las urnas, contrario a lo que pasó acá con las FARC. ¿Cómo podría ser un escenario similar si ocurriera una intervención pública parecida respecto al ELN? “El respaldo ciudadano a las negociaciones permitiría aumentar el capital político de la paz, de forma tal que cada vez sea más costoso oponerse a la terminación del conflicto armado por vía de la solución política”, explicó el académico en un documento sobre diseño institucional.
Lea aquí sobre el Sinn Fein
Hoy es el vigesimoquinto Viernes Santo con una Irlanda del Norte en tensa paz. Los murales de Belfast siguen recordando a sus caídos, la desconfianza sigue latente, pequeños grupos disidentes de IRA siguen vigentes y desde el Brexit perviven recuerdos nacionalistas y separatistas que no dejaron de hacerle daño a esa Nación. Pero aun con una paz imperfecta, los norirlandeses y su perseverancia fueron muestra que unas negociaciones para salir de un conflicto se pueden dar en los días más oscuros y con casi todas las adversidades por vencer.
El Viernes Santo de 1998 (10 de abril) fue el final de una de las guerras religiosas y nacionalistas más largas y dolorosas del siglo XX en Europa. Si bien la historia dice que el conflicto armado en Irlanda del Norte inició en octubre de 1968, sus causas y detonantes tenían raíces centenarias, cuyas consecuencias siguen vigentes después de 25 años de haber firmado la paz.
Sir Kenneth Bloomfield, comisionado de Víctimas en Irlanda del Norte, además de ser uno de los personajes clave para que ese tratado de paz se firmara, se cargó constantemente de sabiduría y dijo en 1998 ante Naciones Unidas una frase que tangencialmente describió los alcances de esa guerra: “La falta de diálogo y tolerancia nos hizo matarnos desde hace siglos, aun siendo hermanos. Si yo era católico, el protestante siempre iba a ser mi enemigo. No importaba si era una buena persona o nunca me había hecho nada. Esta fue una guerra que comenzó antes de la guerra misma”.
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El sectarismo religioso y político se carcomió a los norirlandeses, convirtiendo a las calles de Belfast (su capital) o Londonderry en auténticos campos de batalla. Los barrios se atrincheraron, las escuelas y comercios fueron separados por barricadas y muros que no fueron suficientes para que cesara la violencia. Irlanda del Norte vivió una guerra tan turbulenta como la implementación de su paz: hubo un desarme lento (más de siete años, según Naciones Unidas), una atención precaria a víctimas y un modelo de justicia poco riguroso y con tasas de impunidad altas. Esto, a pesar de tener los ojos del mundo occidental encima.
Incluso, durante el largo proceso para negociar la paz, entre los grupos armados católicos, protestantes, el gobierno norirlandés, el gobierno irlandés y el mando político del Reino Unido desde Londres, no dejaron de existir problemas. Los ataques de unos a otros, los atentados del grupo armado pro-católico y ‘antilealista’ a la corona inglesa de IRA (Ejército Republicano Irlandés, por sus siglas en inglés), sumado a un ambiente constante de desconfianza desde Downing Street, estuvieron a muy poco de hacer trizas la paz, en un conflicto que no resistía un muerto más.
En 1994, Reino Unido e Irlanda alcanzaron un cese al fuego con IRA (por años grupo armado enemigo de los paramilitares Fuerza Voluntaria del Ulster – a favor de la corona inglesa y de la anexión norirlandesa al Reino Unido). Parecía el fin de los actos terroristas, de persecuciones injustificadas y un paso más hacia transiciones hacia la paz en una década que ya había visto el fin de los conflictos en El Salvador, Ruanda y Guatemala.
Ese hecho de acercar las partes en Irlanda del Norte permitió un inicio formal de negociaciones de paz en la que el cese de hostilidades fue considerado como un primer gran paso. Por desgracia, el trato fue violado por el IRA el 10 de febrero de 1996.
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Ese día, el grupo armado -ya sentado en una mesa que prometía un inminente acuerdo de paz- detonó una bomba con media tonelada de dinamita en el centro financiero de Londres, a la altura de la estación de tranvía South Quay, punto neurálgico de Canary Wharf. Ese crimen nocturno y en una jornada con poca afluencia de peatones dejó un saldo de dos muertos y la idea de que el fin de la violencia no se podía tratar con un actor armado que no estaba dispuesto a frenar sus actividades delictivas.
El recordado ex primer ministro británico Tony Blair tomó el mando ejecutivo en Reino Unido al año siguiente con la consigna de que una paz con IRA no era posible. Sin embargo, el contexto internacional, el llamado a la paz desde Derry y Belfast y una promesa de buena voluntad y fin definitivo al fuego por parte de los republicanos de IRA y su brazo político de Sinn Fein, el 20 de julio de 1997 encarriló el acuerdo de paz para llegar al Viernes Santo de 1998 con un documento aprobado popularmente en las urnas y con toda la legitimidad para acabar una guerra que parecía interminable.
Negociar la paz en medio de la violencia
El expresidente Juan Manuel Santos dijo en 2016 que la experiencia del proceso de paz de Irlanda del Norte había influido en su perseverancia y en la toma de decisiones con cabeza fría durante los cinco difíciles años en los que se negoció el Acuerdo de Paz en La Habana.
El caso norirlandés no fue el primero ni mucho menos el último en el que la paz se negoció con fusiles calientes y voluntades de paz a medias. Santos lo vivió, entre otros hechos, cuando en abril de 2015, a un año y medio de la firma en el Teatro Colón, las FARC asesinaron a 11 militares en Cauca. Todo parecía un fin ineludible a la paz más anhelada por los colombianos. Pasado el tiempo, con el acuerdo de La Habana ya suscrito, Santos reconoció que hablar con personas como John Hume (fallecido en 2020 y Nobel de Paz en 1998 por su papel como negociador en el conflicto norirlandés por el lado socialdemócrata laborista -católico) le hizo entender muchas dimensiones para tratar y ponerle fin a un conflicto.
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“La paz también está en ceder sobre cuestiones racionales. En perseverar por las comunidades y en no desfallecer aun en los días más difíciles. Eso nos lo enseñó Hume y los demás protagonistas del proceso en Irlanda del Norte”, dijo Santos en el lanzamiento de la maestría en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes, en 2017.
La perseverancia es la palabra clave. Así es la lectura de la profesora María Lucía Zapata, investigadora en temas de negociaciones de paz de la Universidad Javeriana. Para ella, en sus lecciones de clase, cada aprendizaje que deja la firma de paz en el mundo hay que tenerla en cuenta para adaptarla, en su medida, a la realidad colombiana.
“En su momento vimos cómo las FARC seguían activas durante el proceso de La Habana. No es naturalizar la violencia ni mucho menos, pero es algo que puede suceder en los procesos de paz. Ahí aplica esta famosa frase que usaba Santos de “nada está acordado hasta que todo está acordado”. Por eso tiene que valer la rigurosidad en los acuerdos para que ninguna violencia vuelva a suceder. Colombia está hoy ante unas negociaciones con el ELN, grupo que sigue cometiendo crímenes y si analizamos el complejo de todo el conflicto podemos cuestionar hasta qué punto se tiene que seguir negociando con los violentos… ¿pero a tal punto de acabar con un proceso? Ahí está el dilema. A Irlanda del Norte le funcionó. Sería mejor todo sin armas ni violencia, pero hay realidades mucho más complejas que eso”, agregaron investigadores de la Javeriana.
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Sergio Jaramillo, ex alto comisionado para la Paz en el gobierno Santos y quién estructuró la negociación con la exguerrilla de las FARC, ha estudiado el conflicto norirlandés por años. Hace unos días estuvo en Belfast en el marco de la conmemoración de los 25 años del Acuerdo de Viernes Santo y compartió con Colombia+20 algunas lecciones que le quedaron para entender este tipo de trámites de acuerdo con la realidad colombiana.
Para él, igual que para el expresidente Santos, todo acuerdo exitoso irradia el futuro y deja lecciones. “Hay una cosa que tienen en común los acuerdos de Irlanda del Norte y Colombia, tal vez la más importante de todas: que dejan sin sentido la idea de la violencia política. Ya se acordó lo que había que acordar para terminar la guerra, lo demás es democracia. Quedan en ambos países grupos disidentes, que en realidad son parte del crimen organizado. Y a nosotros nos queda también el ELN, que obtusamente insiste en mezclar política y armas y que se ha burlado de todas las oportunidades de diálogo. Con el gobierno Santos habló casi 5 años, mientras aprovechaba para ampliar su estrategia de coerción sobre las comunidades, las administraciones locales y el movimiento social. Con más razón luego del triunfo de Petro, lo que necesitamos en Colombia, más que una estrategia de negociación, es que toda la sociedad le diga el ELN: ¡No más política con armas!”, sentenció.
En su visita a Irlanda del Norte, Jaramillo habló del componente de víctimas, algo ajeno al Acuerdo de Viernes Santo, y puso sobe la mesa una conclusión en común que aplica para cualquier contexto donde se quiera poner fin a una guerra: “Todos (en Irlanda del Norte) se conocían y prácticamente todos han estado tocados por la violencia. Somos, ellos y nosotros, sociedades traumatizadas, y si el trauma no se enfrenta, se pasa de generación en generación y se come a la gente por dentro”.
El profesor Jorge Mantilla ha sido también cercano al proceso de paz norirlandés desde el centro de Pensamiento y seguimiento al Diálogo de Paz de la Universidad Nacional. Desde allí ha publicado documentos que dan constancia del legado de ese tratado sobre las intenciones de paz que hayan existido y que se mantengan vigorosas en Colombia.
Es más, Mantilla comulga con la idea de que nadie gana todo lo que puede ganar ni nadie pierde todo lo que puede perder.
Según el profesor, algo de Irlanda que debe mantener vigencia en Colombia es la verificación y aval de la sociedad civil, pues en últimas eso es lo que puede legitimar o no la construcción de una paz estable. Los norirlandeses tuvieron un plebiscito apoyado en las urnas, contrario a lo que pasó acá con las FARC. ¿Cómo podría ser un escenario similar si ocurriera una intervención pública parecida respecto al ELN? “El respaldo ciudadano a las negociaciones permitiría aumentar el capital político de la paz, de forma tal que cada vez sea más costoso oponerse a la terminación del conflicto armado por vía de la solución política”, explicó el académico en un documento sobre diseño institucional.
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