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                                                                                                                                A 23 años de la Operación Génesis, en Cacarica quieren buscar a sus desaparecidos

                                                                                                                                En Riosucio (Chocó) varias familias tuvieron que dejar hasta a sus muertos cuando huyeron de las balas militares y paramilitares en 1997. Hoy siguen deseando volver a buscar a sus desaparecidos, pero el control paramilitar no se los permite. Hacen un llamado a las autoridades.

                                                                                                                                Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena

                                                                                                                                En la zona humanitaria de Nueva Vida intentan mantenerse en paz, a pesar de que el Ejército se ubicó en la entrada de la comunidad. / Jose Vargas.
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Martha se define como “curiosita” porque pregunta todo y dice lo que piensa. El mismo día que se desplazó se unió a un grupo de mujeres que rescataban a un anciano de ser retenido por los paramilitares, y también les exigió a los armados que avisaran a sus compañeros para que no los detuvieran en otro tramo del río Cacarica o del Atrato, en su camino hacia Turbo. Ese carácter la ha mantenido en pie los últimos 23 años, después de que ese mismo 1997,  tras el desplazamiento, desaparecieran a su hermano y a su primo, y asesinaran a su esposo.

                                                                                                                                Hablamos en Turbo, porque a Cacarica volvió apenas de pasada. Este 2020, incluso, tampoco fue al quinto Festival de Memorias Somos Génesis, que conmemoran las comunidades que fueron desplazadas, las que retornaron y las que no, de la mano de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz y comunidad internacional, al que asisten también la Comisión de la Verdad y algunos exactores armados que trabajan por la reconciliación. Dice también que menos mal que no fue, porque “los guardacostas nos retuvieron, sin razón, durante casi tres horas, antes de atravesar el Golfo de Urabá y subir por el Atrato”. El Festival estuvo a punto de cancelarse en Cacarica.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La pista del paradero de sus familiares llegó a ella hace más de diez años después de que fueran desaparecidos el 23 de agosto de 1997. Ella se había ido a Quibdó a buscar a su marido, que lo habían devuelto a Colombia en su camino hacia Panamá. “Dejé a mi hermano que estuviera pendiente de mis hijos. El sábado llega la noticia de que habían visto el bote del hermano mío que venía (del río). A él lo llevaron hasta La Loma, lo hicieron descargar la carga que traía, porque él subió a buscar comida a la finca en Cacarica. Venía con el primo de nosotros y los paracos lo pararon ahí en la loma. Echaron el bote agua abajo, lo subieron por Travesías y por ahí por La Honda, según lo que le dicen a uno, lo desaparecieron”.

                                                                                                                                No fue sino hasta la desmovilización paramilitar, cuando comenzaron las audiencias de la ley de Justicia y Paz, que a Martha le llegó un indicio. Escuchó que Freddy Rendón Herrera, entonces comandante del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia, mencionó un crimen parecido en una audiencia, pero ella no pudo entrar y no escuchó dónde los habían dejado. Para entonces ya había decidido no retornar, como sí lo hicieron decenas de familias, a las zonas humanitarias Nueva Vida y Nueva Esperanza en Dios. Pensar en ese territorio inmediatamente la entristece. Entonces su búsqueda quedó en pausa, como está hasta hoy, cuando sigue esperando que alguna institución se interese en los desaparecidos de Cacarica.

                                                                                                                                Sin embargo, esto no es tan sencillo. Javier Rosero, enlace territorial de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz dice que “para las dependencias del Estado hay ciertos niveles de percibir el territorio como inseguro y eso no les permite entrar ni hacer lo que tengan que hacer para poder recuperar los cuerpos o manifestar dónde están. Hace poco ha habido indicios de dónde posiblemente pueden estar algunas personas desaparecidas”. Pero siguen siendo incipientes.

                                                                                                                                En el monumento de memoria de la comunidad de Nueva Vida se dan las gracias a las manos amigas que ayudaron a construir el lugar.Jose VargasEsto se suma a que las Autodefensas Gaitanistas de Colombia hacen fuerte presencia en el territorio, y han instalado “puntos” en las comunidades, es decir, personas que vigilan todo lo que sucede. “Las comunidades tienen prohibido expresarse, manifestar qué está pasando, porque estas personas no quieren que salga a la luz que ellos están en el territorio. Acá en el territorio de la cuenca del Cacarica tienen un control prácticamente del 95%”, dice Rosero. Esto se traduce en reclutamiento de niños y jóvenes, acoso a mujeres y niñas y ofrecimientos a las comunidades para apoyar cualquier proyecto productivo que deseen, con tal de que ellos sigan controlando.

                                                                                                                                Incluso en las zonas humanitarias han hecho presencia, a pesar de que a menos de medio kilómetro de Nueva Vida se instaló el Ejército Nacional, desatendiendo las reglas de las zonas humanitarias. Y con ese panorama parece lejana la posibilidad de cumplir el deseo de Martha: “darles el entierro cristiano que se les da a las personas y que no todo quede en la impunidad, porque eso es lo que enferma el alma”. Por eso llama al sistema de justicia transicional a que tengan en cuenta la verdad, la justicia y la búsqueda de los desaparecidos de Cacarica, especialmente dentro de la apertura del caso 007, sobre la situación de Urabá, que hizo la Juridisdicción Especial para la Paz.

                                                                                                                                Las mujeres de la organización Clamores, que se reubicaron en Turbo, exigen condiciones dignas para continuar allí su vida. Por ejemplo, viviendas propias.Jose Vargas.Ella hoy tiene miedo, a pesar de que desde Turbo sigue siendo una lideresa brava. Solo atina a decir que “en Cacarica están pasando cosas horribles” y así no va a ir a buscar a sus muertos. Pero no pierde la esperanza porque, como dijo Deyanira Mosquera, desplazada de esta zona, en la canción Óyeme Chocó, algún día vendrá la redención.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                 

                                                                                                                                En la zona humanitaria de Nueva Vida intentan mantenerse en paz, a pesar de que el Ejército se ubicó en la entrada de la comunidad. / Jose Vargas.
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Martha se define como “curiosita” porque pregunta todo y dice lo que piensa. El mismo día que se desplazó se unió a un grupo de mujeres que rescataban a un anciano de ser retenido por los paramilitares, y también les exigió a los armados que avisaran a sus compañeros para que no los detuvieran en otro tramo del río Cacarica o del Atrato, en su camino hacia Turbo. Ese carácter la ha mantenido en pie los últimos 23 años, después de que ese mismo 1997,  tras el desplazamiento, desaparecieran a su hermano y a su primo, y asesinaran a su esposo.

                                                                                                                                Hablamos en Turbo, porque a Cacarica volvió apenas de pasada. Este 2020, incluso, tampoco fue al quinto Festival de Memorias Somos Génesis, que conmemoran las comunidades que fueron desplazadas, las que retornaron y las que no, de la mano de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz y comunidad internacional, al que asisten también la Comisión de la Verdad y algunos exactores armados que trabajan por la reconciliación. Dice también que menos mal que no fue, porque “los guardacostas nos retuvieron, sin razón, durante casi tres horas, antes de atravesar el Golfo de Urabá y subir por el Atrato”. El Festival estuvo a punto de cancelarse en Cacarica.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La pista del paradero de sus familiares llegó a ella hace más de diez años después de que fueran desaparecidos el 23 de agosto de 1997. Ella se había ido a Quibdó a buscar a su marido, que lo habían devuelto a Colombia en su camino hacia Panamá. “Dejé a mi hermano que estuviera pendiente de mis hijos. El sábado llega la noticia de que habían visto el bote del hermano mío que venía (del río). A él lo llevaron hasta La Loma, lo hicieron descargar la carga que traía, porque él subió a buscar comida a la finca en Cacarica. Venía con el primo de nosotros y los paracos lo pararon ahí en la loma. Echaron el bote agua abajo, lo subieron por Travesías y por ahí por La Honda, según lo que le dicen a uno, lo desaparecieron”.

                                                                                                                                No fue sino hasta la desmovilización paramilitar, cuando comenzaron las audiencias de la ley de Justicia y Paz, que a Martha le llegó un indicio. Escuchó que Freddy Rendón Herrera, entonces comandante del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia, mencionó un crimen parecido en una audiencia, pero ella no pudo entrar y no escuchó dónde los habían dejado. Para entonces ya había decidido no retornar, como sí lo hicieron decenas de familias, a las zonas humanitarias Nueva Vida y Nueva Esperanza en Dios. Pensar en ese territorio inmediatamente la entristece. Entonces su búsqueda quedó en pausa, como está hasta hoy, cuando sigue esperando que alguna institución se interese en los desaparecidos de Cacarica.

                                                                                                                                Sin embargo, esto no es tan sencillo. Javier Rosero, enlace territorial de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz dice que “para las dependencias del Estado hay ciertos niveles de percibir el territorio como inseguro y eso no les permite entrar ni hacer lo que tengan que hacer para poder recuperar los cuerpos o manifestar dónde están. Hace poco ha habido indicios de dónde posiblemente pueden estar algunas personas desaparecidas”. Pero siguen siendo incipientes.

                                                                                                                                En el monumento de memoria de la comunidad de Nueva Vida se dan las gracias a las manos amigas que ayudaron a construir el lugar.Jose VargasEsto se suma a que las Autodefensas Gaitanistas de Colombia hacen fuerte presencia en el territorio, y han instalado “puntos” en las comunidades, es decir, personas que vigilan todo lo que sucede. “Las comunidades tienen prohibido expresarse, manifestar qué está pasando, porque estas personas no quieren que salga a la luz que ellos están en el territorio. Acá en el territorio de la cuenca del Cacarica tienen un control prácticamente del 95%”, dice Rosero. Esto se traduce en reclutamiento de niños y jóvenes, acoso a mujeres y niñas y ofrecimientos a las comunidades para apoyar cualquier proyecto productivo que deseen, con tal de que ellos sigan controlando.

                                                                                                                                Incluso en las zonas humanitarias han hecho presencia, a pesar de que a menos de medio kilómetro de Nueva Vida se instaló el Ejército Nacional, desatendiendo las reglas de las zonas humanitarias. Y con ese panorama parece lejana la posibilidad de cumplir el deseo de Martha: “darles el entierro cristiano que se les da a las personas y que no todo quede en la impunidad, porque eso es lo que enferma el alma”. Por eso llama al sistema de justicia transicional a que tengan en cuenta la verdad, la justicia y la búsqueda de los desaparecidos de Cacarica, especialmente dentro de la apertura del caso 007, sobre la situación de Urabá, que hizo la Juridisdicción Especial para la Paz.

                                                                                                                                Las mujeres de la organización Clamores, que se reubicaron en Turbo, exigen condiciones dignas para continuar allí su vida. Por ejemplo, viviendas propias.Jose Vargas.Ella hoy tiene miedo, a pesar de que desde Turbo sigue siendo una lideresa brava. Solo atina a decir que “en Cacarica están pasando cosas horribles” y así no va a ir a buscar a sus muertos. Pero no pierde la esperanza porque, como dijo Deyanira Mosquera, desplazada de esta zona, en la canción Óyeme Chocó, algún día vendrá la redención.
                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                 

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