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Mientras conversábamos en el piso 32 de su oficina en Bogotá, ubicada en el Edificio Avianca en el centro de la capital, Alan Jara, el director nacional de la Unidad de Víctimas, interrumpió tres veces la entrevista para contestar el celular. Al final de la tercera llamada se excusó y explicó. “El que llamó fue mi hijo. De pronto, si uno no ha pasado por esta experiencia (secuestro) ni le contesta y después le dice: “¿Cómo me vas a molestar, no ves que estaba en una entrevista con El Espectador?”. Esa es una lección de la fragilidad de la vida y, por tanto, de la importancia que hay que darle a las cosas como la familia, el entorno, la posibilidad de tener esta segunda oportunidad”.
Esos son rasgos que se acentuaron en su conciencia desde la primera noche que durmió en la selva el 15 de julio de 2001. Ocho años después recobraría la libertad el 1° de febrero de 2009.
Pensando en su hijo Alan Felipe, su capítulo se revive ahora que, en el marco de la implementación de los acuerdos de paz, las Farc entregarán a los menores de edad que hicieron parte de sus filas. “Es el retorno de unos menores a sus hogares que estaban en un conflicto y que además tenían armas. Ellos también son víctimas porque fueron reclutados”, dijo.
Esa mañana, me contó, se había encontrado con Luis Eladio Pérez y Oscar Tulio Lizcano, dos de sus amigos políticos a quienes terminó de conocer en el bosque infinito, mientras la guerrilla de las Farc los tenía secuestrados. “Eso me revive el dolor, pero para mí el fin del conflicto es la mejor reparación”, dice Jara, quien pronuncia exactamente la cifra de las noches que sobrevivió lejos de su familia: “2760 noches en la selva”, dijo sin titubear, como si se refiriera a una oscuridad eterna. Como si la noche se hubiera juntado con todos los amaneceres de sus días en la jungla.
De acuerdo a sus creencias, Alan tiene tres bendiciones únicas después del secuestro. Y es cierto, no todos los que viven esta tortura han tenido su fortuna: la vida, una familia completa y un trabajo desde donde ayuda a que su historia no se repita. Cuando fue Gobernador del Meta, entre 2011 y 2015 (cosa que califica como una reparación de la sociedad de ese departamento), volvió a ver las selvas del Guainía. Desde un avión, mientras regresaba de una cumbre de mandatarios locales que se desarrolló en el Inírida, se quedó asombrado al ver el espeso y frondoso bosque donde estuvo preso. “¿Alan está pensando que usted estuvo allá?”, le preguntó uno de sus homólogos. Jara, con los recuerdos vivos y sin reflexionar tanto le respondió: “No, pensando que estoy acá”.
Desde mediados del 2016, cuando asumió la Dirección Nacional de la Unidad de Víctimas, no ha evitado recordar casi todos los días su pasado más reciente. Recorre el país para hablar con viudas, huérfanos, desplazados, heridos, enfermos y exsecuestrados. Dio un salto gigante: de víctima a defender a 8 millones de víctimas del conflicto. A garantizar que en verdad sean el centro del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc.
El 10 de diciembre del año anterior, Alan Jara estuvo en el homenaje a las víctimas durante la entrega del Premio Nobel de Paz al presidente Juan Manuel Santos. El 3 de diciembre también vivió el perdón y aceptación de responsabilidad de la Farc, por el secuestro y asesinato de los 11 diputados del Valle. Mientras Pablo Catatumbo, comandante de las Farc les daba la mano a las viudas, Jara, con las manos cruzadas por la espalda, miraba fijamente su rostro. Se veía estupefacto, pero estuvo al lado de las familias, algo sagrado para él. Desde que recobró su libertad nunca dejará de contestarle el teléfono a su hijo, afirmó, así esté reunido con el mismo Presidente de la República. Nunca evitará escucharlo para disfrutarlo otro instante, quizá, como si fuera el último.
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La ruta para recibir a los menores de edad ya está trazada, afirmó Jara. Después de que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar los reciba y tramite su regreso a casa, la entidad activará toda su capacidad: la inscripción en el registro nacional de víctimas, la atención sicosocial y la reparación administrativa.
Hasta la fecha, 647.000 víctimas han sido reparadas económicamente en Colombia. Una cifra menor para el reto que tiene la Unidad que desde hace nueve meses lidera Alan Jara: reparar al 90% restante de personas registradas como afectadas por la guerra, es decir, 7.353.000. Y eso que el registro quedó abierto para las nuevas víctimas o para las que han estado en silencio y no han denunciado su caso. Esa ventana también aplica para connacionales y las de violencia sexual en el marco del conflicto armado.
“Esto, de lejos, es mucho más que lo que ha hecho toda América Latina junta. Pero si nos comparamos con nosotros mismos es poco. Estamos aproximadamente en el 10%”, explicó Jara. Y aunque no se atreve a decir cuánto tiempo tardará la reparación en Colombia, sí cree que con la cooperación internacional, con el aporte integral de todas las instituciones del Estado y con los recursos de las Farc, se logrará la meta.
Este año continúa la construcción de los centros regionales de atención de víctimas, es decir, edificios donde estará toda la oferta institucional del Estado: el Sena, la Unidad de Tierras, Prosperidad Social, Ministerio Público, entre otros, con el fin de que las personas encuentren en un solo espacio a las entidades que protegen sus derechos. Para eso y para los otros rubros la Unidad tiene un presupuesto en 2017 de 1 billón 800 mil millones. Para ayudas humanitarias $800.000 millones y para las indemnizaciones $600.000 millones.
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A las 10:15 am., le timbraron por primera vez los dos celulares. “Perdón que es mi hijo”, interrumpió la entrevista: “¿Se puede pagar la matricula con tarjeta?”, preguntó al teléfono. Ante la respuesta afirmativa cortó y comentó entre risas: “Yo digo que uno no cambia, pero si se le acentúan ciertos rasgos y estando en cautiverio se acentúan mucho más. Yo aprendí eso en la selva la primera noche, las otras 2759 sobraban”.
Cuando estaba terminando la conversación, Alan expuso el ejemplo del helicóptero para explicar porque uno puede perdonar, pero nunca olvidar. “Si sobrevuela en este instante un helicóptero, yo inmediatamente me transporto a la selva, a los minutos cuando eso nos generaba tanto temor. Es solo un sonido”, afirmó.
Ya no rumía de rabia y no tiene rencor ni resentimiento, porque eso lo afectó durante muchos años. “En mi caso, lo que digo es que, no perdonar a las Farc es como seguir secuestrado. Por eso, tomo la decisión de perdón en esa reflexión interna de mi núcleo familiar”.
El año pasado varias veces se encontró en La Habana, Cuba, de frente con los comandantes de las Farc. No con quienes lo tuvieron retenido, me dijo, sino con los que habían dado la orden de secuestrarlo, según la Fiscalía. “Es fuerte. Pero como le dije a un amigo cuando me hizo esa pregunta: “Sí. La verdad me impactó mucho. La primera vez que me vieron me dijeron: "Hola Alan Jara" (suelta la carcajada). Uno no sabe cómo contestar. En ese momento reviví todo y hubo dolor. Fue duro, pero hubiera sido más duro si me los encuentro en el monte, armados y secuestrando”, concluyó.