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Mucho antes de que se empezara a escribir esta nota, el padre Jesús Albeiro Parra Solís supo que había sido escogido como uno de nuestros personajes del año. No es común que los elegidos sepan o, más bien, rara vez lo saben, pero, por azares de la vida, el padre y yo terminamos encontrándonos en un aeropuerto donde no solo aproveché para hacerle la entrevista, sino él para reclamarme que, la última vez que publiqué algo sobre él, dije que era un cura sin misa.
“Mija, usted casi me hace excomulgar de la Iglesia”, fue lo primero que me dijo cuando me acerqué a saludarlo. En septiembre, este diario publicó un pequeño perfil del padre Parra cuando —esa vez sí sin saberlo— ganó el galardón a Toda una vida del Premio Nacional de Derechos Humanos 2024, entregado por Diakonia y Act Iglesia Sueca.
Ahí, aunque él no lo recuerde, contó que no daba misa porque sus tareas de más de 36 años con las comunidades chocoanas sobrepasan todas las funciones que la sociedad le ha conferido a un cura. Es que el padre Parra no es solo un cura, sino un defensor de derechos humanos, líder comunitario, impulsador de procesos de paz y un convencido de que el diálogo es la única salida para una región como Chocó, donde siempre falta de todo.
El encuentro con Parra no solo fue fortuito, sino tan poco probable que, como él dice, “parece una señal de Dios”. Había tratado de contactarlo por días, pero es una tarea que puede volverse lenta y a veces imposible. Su trabajo, lejos de su natal Ciudad Bolívar, en Antioquia, se desarrolla mayoritariamente entre Bagadó, Lloró y Quibdó. Así que solo cuando hay señal —y no divina— se puede hablar con él. Para no ir más lejos, ese mismo día del encuentro no entraban ni salían llamadas desde Quibdó.
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“Creo que sí fue una señal de Dios, pero sobre todo para estas comunidades, que son la razón de mi trabajo”, afirma Parra, quien estaba en la capital chocoana conmemorando los 36 años de su ordenación como párroco, pero además en un acto de entrega a las comunidades del premio que obtuvo en septiembre.
“Esta ha sido una semana muy linda. Me honra lo del Personaje del año, porque le digo lo mismo que con el anterior premio. Ese es un premio a las comunidades, a la Iglesia, a las víctimas, a los indígenas, a las mujeres; a todos ellos les dejé el premio que me dieron y ese bastón de mando. Después de haber ganado, lo que he estado haciendo es caminar el territorio con el premio, llevándolo a las comunidades. Para diciembre lo vamos a dejar aquí en Quibdó, en la Capilla de la Memoria. Este pueblo lo necesita”, comenta.
En nuestra anterior charla, Parra contó que descubrió su vocación religiosa desde muy niño y su amor infinito por Chocó cuando hizo su año pastoral en el norte de esa región. “Dije: si algún día soy cura, si lo logro, quiero estar en esas comunidades. Es que piense, en Antioquia hay muchos curas, una iglesia en ese entonces podía tener cuatro o cinco curas que hasta se ‘peleaban’ por dar la misa. No quería solo eso, quería estar metido en todos los temas sociales, quería ir más allá”, explicó entonces.
En ese momento también contó que su decisión de trasladarse a Chocó estuvo influenciada por el contacto con misioneros claretianos, quienes lo inspiraron por su compromiso social y su dedicación a las comunidades más marginadas. Desde entonces ha centrado su labor en esta región. Su misión ha sido siempre una mezcla de labor espiritual y compromiso social.
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En todos estos años el padre Albeiro ha hecho obras sociales, habla y sigue hablando con los armados, ayuda en liberaciones de secuestrados, impulsa proyectos de educación, salud y fortalecimiento cultural e incluso, en plenos años 80, creó el Comité de Derechos Humanos del Carmen de Atrato y un sindicato minero que les reclamaba a los propietarios de la mina El Roble, que explotaban los recursos naturales de la región sin respetar los derechos de los trabajadores ni las comunidades, un trato justo y equitativo con sus empleados.
“Chocó es un territorio rico, diverso en su cultura, sus etnias, su naturaleza, pero esa riqueza es como el mal de este pueblo, lamento decirlo”, afirma.
El sacerdote también ha sido y aún es un interlocutor clave en los procesos de paz que involucran a grupos armados ilegales. Ha participado en diálogos con actores del conflicto y, aunque reconoce que el camino hacia la paz es complejo, se mantiene firme en su convicción de que la única salida viable para la región es la negociación.
Sobre el proceso actual con el ELN, todavía en pausa, y los coletazos que ha traído para la población como el reciente paro armado que ordenó esa guerrilla que se juntó con una crisis humanitaria por las lluvias, el padre Parra vuelve a pedir que se reanuden los diálogos y alerta sobre el incremento de confinamientos y desplazamientos en toda la región.
“Las condiciones de vida están siendo muy difíciles y la gente en Bogotá se sigue preguntando por qué llegan, por ejemplo, indígenas emberá. Es que esos retornos se hacen sin un acompañamiento real. Los armados siguen amenazando a las comunidades que están confinadas, y a las que apenas pueden les toca trasladarse. Aquí se necesita una tregua, un cese a todos los niveles. Con la mesa del ELN y en el proceso con las bandas de Chocó”, asegura.
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A sus 63 años, Parra sigue siendo una voz fundamental en la lucha por la paz y los derechos en una de las regiones más golpeadas por el conflicto en Colombia. “Han pasado los años y, aunque aprieta el cansancio, no nos podemos cansar por luchar por la defensa de la vida”, dijo cuando recibió el galardón.
Su deseo de Navidad, expresa, es que haya un cese al fuego multilateral en Chocó. “Es mucho pedir, pero ojalá en Navidad haya algo: un cese, una tregua, que frene esta violencia para que al menos la gente pueda celebrar la Navidad y recibir el Año Nuevo en paz”, concluye.
Antes de despedirnos no deja su costumbre de dar la bendición y dice: “A mí quizá se me fue la lengua, pero claro, sí doy misa. Mejor dicho, no soy un cura sin misa, sino un cura sin parroquia”. Y de inmediato soltó a bocajarro su particular carcajada.
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