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La primera vez que Alexánder Cardona González recorrió de noche las calles de Pasto (Nariño) no fue precisamente como un migrante que quiere descubrir el lugar que lo acogerá. Lo hizo solo, y casi a medianoche, con la crudeza del helaje que envuelve a esa ciudad a esa hora y con la intención de conocer el sector del Parqueadero, una zona de tolerancia y de trabajo sexual que se convirtió en un punto de encuentro de mujeres venezolanas en prostitución en el pico más álgido del éxodo migratorio.
Allí entró con Andrea*, una amiga suya que conoció en medio de su viaje desde Venezuela en 2017. Su intención no era otra que ver de cerca la realidad de las mujeres que ejercen el trabajo sexual y que son sometidas a todo tipo de violencias en ese ambiente, pero salió con una misión que dice que aún no ha cumplido del todo: luchar por los derechos de las mujeres venezolanas en prostitución en Nariño.
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Llegaba a la zona del Parqueadero intentando ganarse la confianza de las “chicas”, como las llama. Las primeras noches solo se les acercaba, se presentaba como un migrante más igual a ellas. “Entre maricas y putas nos entendíamos”, dice entre risas. Y sí, decir abiertamente que era gay fue abriéndole puertas para entender el mundo del trabajo sexual femenino y poder intervenir en él.
Después empezó a llegar con cajas de condones buscando sensibilizarlas de la importancia de exigir el preservativo con los clientes. Los primeros meses logró gestionar que le donaran 150 condones cada fin de semana para repartir en todos los “chongos” (burdeles) de esa zona. En menos de tres horas los entregaba todos. Después se volvió costumbre verlo allá cada madrugada recorrer las noches frías y hostiles de Pasto. “Ellas siempre preguntaban cuándo va a venir el gordito, y me esperaban”, dice. Ahora, cuando hace esas jornadas nocturnas, no reparte menos de 2.500 preservativos.
Según Álex, una de las realidades de las mujeres migrantes es el desconocimiento sobre sus derechos sexuales al ejercer la prostitución. “Había un desconocimiento completo de que ellas podían exigir el condón a pesar de que les estuvieran pagando por el acto”. En 2018, cuando la iniciativa se materializó en una vocación, nació Colores de Igualdad, la fundación que dirige en Pasto, pero que ya se expandió por toda la costa Pacífica nariñense (Tumaco, Policarpa, Barbacoas, Olaya Herrera, Samaniego, entre otros municipios) y que vela por los derechos de las trabajadoras sexuales en contextos de conflicto armado.
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Fue en ese año, en medio del comienzo de un nuevo pico de violencia en Colombia, cuando Álex se topó de frente con la guerra interna. Esa que dice que había visto por la televisión y de la que siempre escuchó hablar, pero que nunca dimensionó. En municipios con control territorial de grupos armados irregulares, como Tumaco y sus zonas rurales, muchos de los burdeles están bajo el mando y el control de las disidencias de las Farc. En esos territorios donde abundan los fusiles, también escaseaban los condones y la pedagogía sobre salud sexual, esa que él ha llevado a través de jornadas y visitas en medio del conflicto.
Álex se convirtió en el “ángel” que llegaba tarde en las noches a acompañarlas en los chongos, pero que durante el día, cuando le quedaba tiempo, escuchaba sus historias y las aconsejaba. Esas zonas de tolerancia donde hay presencia de actores armados son las más “rentables” para las mujeres en prostitución. Una de las mujeres que trabaja en esa zona dice que “uno se puede hacer fácil $1’500.000 libres, fuera del ‘impuesto’ (se refiere a la vacuna de los grupos armados que debe pagar cada mujer) en un fin de semana, mientras en una ciudad normal como Pasto, esos dos días no sobrepasan los $50.000”.
Según Colores de Igualdad, la rentabilidad que deja cada prostíbulo en esta subregión de Nariño puede sobrepasar los $50 millones cada fin de semana. Estos negocios se están convirtiendo en una de las fuentes principales de ingresos de los actores armados, porque la mayoría de lugares pertenecen a hombres de los grupos al margen de la ley o a ganaderos que también deben pagar una “vacuna” a esas estructuras.
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Son mujeres que viven una doble afectación. O triple, como señala Álex, pues son más vulnerables por el hecho mismo de ser mujeres, migrantes y trabajadoras sexuales en contextos de conflicto armado. Sus relatos sobre la guerra son indescriptibles. A algunas se les corta la voz cuando se les pregunta por el tema, otras sonríen con timidez y prefieren no responder. Álex Cardona conoce sus relatos y asegura que el Estado colombiano no ha sido capaz de garantizar los derechos de las mujeres migrantes en esa situación de vulnerabilidad.
Además dice que cuando decidió migrar nunca se imaginó que surgiría una vocación como líder social, aunque prefiere que lo llamen defensor. A Colombia llegó en diciembre de 2017 con US$300. “Y con eso me sentía millonario”, asegura. Le alcanzó para pagar algunas noches en residencias y para mantenerse mientras empezaba a buscar un empleo formal. Comenzó como auxiliar de cocina en varios restaurantes y bares de la ciudad.
Dice que tuvo suerte, una suerte que no han tenido muchas de las mujeres que conoce y con las que trabaja. “Tenía todos mis papeles en regla, entonces no fue difícil para mí conseguir un empleo rápido”.
Sin embargo, sabe que la realidad de la mayoría de venezolanos no fue como la suya. “Sé lo difíciles que son las historias de ellas y lo duro que es estar lejos del país de uno solo por necesidad, así que mi labor es sensibilizarlas, explicarles cuáles son sus derechos y asesorar la decisión que tomen en este contexto”, asegura.
En septiembre de este año ganó el premio Caminando por la Justicia en la categoría de Liderazgo Comunitario, un galardón que entregó USAID en alianza con el Centro de Estudios en Migración de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, la Liga contra el Silencio y El Espectador. Se le corta la voz cuando se le pregunta por ese momento, y afirma que ese día sintió que todo había valido la pena.
Ese ha sido su camino. En cinco años ha logrado aliarse con diversas entidades y organizaciones como Acnur, la Gobernación de Nariño y otras ONG para consolidar proyectos a largo plazo para atender esa población. Su lucha lo ha llevado lejos. Ahora vive en Tumaco y busca lograr acercarse más a las mujeres que trabajan en esa zona del Pacífico nariñense para entender más su contexto.