Alexa Rochi, la excombatiente de las Farc que fotografió la realidad de la guerra
Su nombre de pila es Alexandra Marín, tiene 30 años, vivió y retrató el conflicto armado siendo guerrillera de las Farc. Hoy, sin camuflado y como firmante de paz, le dedica su vida a la fotografía, se declara feminista, estudia artes visuales, vive en Bogotá, y trabaja en la oficina de prensa del Senado de la República.
Valerie Cortés Villalba
En épocas de la guerra, Alexa recorrió los Llanos del Yarí cargando un fusil AK-47 en un brazo y, en el otro, una cámara fotográfica. La primera vez que estuvo en un enfrentamiento armado fue como auxiliar de ametralladora, “no lo hice muy bien”, admite. La primera vez que tomó una foto fue con una cámara instantánea, “piscinera” como se conoce comúnmente. Vio un pájaro y ‘click’, lo retrató.
En esos días, dentro de las filas de las extintas Farc, nadie la llamaba Alexa; la conocían como Paula Sáenz. Cuenta que ingresó voluntariamente a la guerrilla cuando tenía 15 años, aunque de pequeña quería ser policía. “Hoy en día no sé por qué quería ser policía, seguro porque me crié en una ciudad muy pequeña y lo más cercano era un CAI de la Policía”, relata. A sus nueve años tuvo que desplazarse de Tuluá (Valle del Cauca), de donde era oriunda, hacia San Vicente del Caguán por la violencia perpetrada por los paramilitares.
Una vez en el Caguán, Alexa se habituó a ver a los comandantes de las Farc interactuando con los pobladores, y a los jóvenes guerrilleros marchando por las calles. “Yo termino allá luego de un intento de abuso sexual por parte de mi papá. Ahí yo dije: no sigo acá, me voy para la guerrilla. Y fue la mejor determinación en ese momento”, confiesa.
Ingresó a la compañía móvil Isaías Carvajal, en el frente Yarí del bloque Oriental de las Farc, el más grande de la guerrilla que alcanzó a expandirse por 10 departamentos del país, entre ellos Caquetá, Guaviare, Meta y Cundinamarca. Los primeros días le dieron un revólver 9 milímetros y, a las dos semanas, le dieron su primer fusil.
“Las Farc terminan convirtiéndose en mi familia, porque al año que yo ingreso se muere mi madre y ahí también se muere el único vínculo que yo tenía con ellos”, asegura Alexa. Con ‘ellos’, Alexa se refiere a su familia de sangre, con la que llegó desplazada de Tuluá, se refiere a sus seis hermanos mayores, a su mamá y al padre que intentó abusar de ella.
Desde entonces su núcleo social y familiar fue la guerrilla, un núcleo que iba cambiando al ritmo de la guerra. Con el tiempo, Alexa se dedicó a atender heridos en la guerrilla. Ahí conoció a Rocío y a Liliana. “Ellas me sacaron de medicina cuando yo era paramédica en una línea de combate para enviarme al curso de propaganda en 2013, cuando se estaban adelantando los diálogos de paz en La Habana (Cuba)”, cuenta.
Días después de ese ofrecimiento, Rocío perdió la vida manipulando un explosivo y fue Alexa quien la atendió, limpió su cuerpo y lo trasladó para sepultarlo. “Fue el último trabajo que hice como paramédica, eso es lo más duro que me pasó en la vida y en la guerrilla hasta el sol de hoy”, dice. Desde ese día, sumó el Rochi a su nombre en homenaje a su amiga y compañera de armas.
(Le puede interesar: Las mujeres que no dejan hundir la paz en el norte del Cauca)
Liliana fue, desde entonces, su mentora y la empezó a acercar a la fotografía. “Una vez ella dejó la cámara encima de su equipo y yo fui y la cogí, pero era una chiquita de esas automáticas, y dije ‘On y Off’ es un lenguaje universal, entonces la prendí. Vi un pájaro y flash le tomé la foto y luego del susto volví a dejar la cámara ahí. Ella luego la revisó y me preguntó: ¿Usted sabe de fotografía?”.
De ahí en adelante Liliana le enseñó, en hojas de cuaderno, qué era un primer plano, los enfoques y los principios básicos de fotografía. Con el tiempo le enseñó también de producción y posproducción de video.
Desde entonces se dedicó a fotografiar y registrar en su cámara la vida guerrillera: los entrenamientos, el día a día en el monte, las formaciones, pero también las celebraciones y las angustias. Uno de los momentos que más la marcó a ella y a sus compañeros fue la muerte de Víctor Julio Suárez, conocido como el Mono Jojoy, el 22 de septiembre de 2010.
El Mono Jojoy, junto a otros miembros del Secretariado de las Farc como Alfonso Cano, Jacobo Arenas y Manuel Marulanda hacen parte de un pequeño mosaico que está en una de las paredes de la casa de Alexa. Su hogar no solo está habitado por sus mascotas, sino por recuerdos de su paso por la guerrilla. Todavía conserva su equipo, su morral que cargaba en el monte, con el toldillo, una camiseta del Che Guevara que le regalaron cuando cumplió 25 años y la hamaca donde pasó tantas noches.
Alexa vivió como guerrillera y como fotógrafa la transición hacia la paz y la dejación de armas de las Farc. “Nosotros nos leímos como cinco o seis veces todo el Acuerdo de Paz, esa era nuestra preparación para una nueva vida”, cuenta. De hecho, ella fue maestra de ceremonias, con vestido blanco y tacones, de la Décima Conferencia de las Farc que tuvo lugar en pleno corazón del Caquetá, en los Llanos del Yarí, entre el 17 y 23 de septiembre de 2006. “Esos días no nos llovió, pero hizo un sol el berraco, casi 38 grados, me acuerdo”.
En la casa de Alexa priman las fotos: ella y José Pepe Mujica, ella y sus perros, ella y Totó La Momposina, ella y Julián Gallo, también conocido como Carlos Antonio Lozada. Fue justamente él quien la contactó para que lo acompañara a La Habana, luego de que el 2 de octubre de 2016, el NO ganara el plebiscito por la paz.
(Lea también: En busca de los menores de edad reclutados y desaparecidos)
Esa fue la primera vez que ella montó en avión, y ahí sí se le desplomaron los nervios de acero que decía tener. El trayecto se le hizo eterno, pero asegura que los días que estuvo en La Habana la cambiaron para siempre. “Encontrar a los generales, en ese momento el general Flores y otros miembros del gobierno preocupados porque había perdido la paz, eso da inmediatamente una sensación de que el Gobierno estaba comprometido con el Acuerdo. Porque eran los generales, los mismos que habían ejecutado los planes militares contra nosotros, los que estaban preocupados por la paz”.
Después de su estadía en Cuba las modificaciones a lo negociado y la firma final del Acuerdo en el teatro Colón, Alexa llegó a Bogotá en 2017. El choque fue impactante para ella, pues dice que siempre vivió en medio de un espíritu de compañerismo tan propio de los pueblos, veredas y zonas rurales, y ahora ha tenido que acostumbrarse a una ciudad individualista, gobernada por el afán y la indiferencia.
Durante unos meses trabajó en la oficina de comunicaciones del Partido FARC (ahora Partido Comunes), fundó junto a otros excombatientes un noticiero y ahora trabaja en la oficina de prensa del Senado de la República, es la única fotógrafa mujer. En la oficina, mientras porta el carné y atiende a las plenarias (cuando eran presenciales), la conocen como Alexandra Marín, su nombre de pila, pero algunos que conocen su historia le dicen Alexa, Alexa Rochi o Paula. Sigue siendo la misma, solo que ahora carga siempre una cámara y no un fusil.
(Le recomendamos: En el Meta, mujeres sufrieron violencias sexuales para evitar el reclutamiento de sus hijos)
Un día la enviaron a fotografiar a Janeth García, coronel de la Policía. Se presentó como Alexa fotógrafa del Senado, se dio la mano con la coronel y empezaron a tomar los retratos. Alexa tomó las riendas de la sesión de fotos, pues sabía, más que nadie, lo que siente una mujer uniformada al frente de una cámara. Sin saber por qué, la coronel se sintió en confianza y luego acordaron tomar fotos de la formación de los estudiantes policías.
Después de varios intentos fallidos por tomar una foto de las filas, el capitán encargado se ausentó por unos minutos y, sin dudarlo, Alexa tomó un radio de comunicaciones y empezó a impartir órdenes a los policías: “Tomar distancia, la primera fila un paso a la izquierda, la segunda, a la derecha”... y así con las órdenes de mando que aprendió en la guerrilla, organizó a los policías para tomar la foto de la formación.
Cuando la coronel se enteró, llegaron las preguntas que Alexa decidió responder sin tapujos ni ocultar su pasado. Las dos terminaron tomando café y riendo por el destino que las llevó a conocerse en esas circunstancias.
Hoy Alexa tiene 30 años, cursa sexto semestre de artes visuales en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), no milita en el Partido Comunes y dice que su única militancia es con el feminismo. Es parte del colectivo Estallido Feminista Nacional y será una de las fotógrafas que cubrirán las marchas feministas este 8 de marzo, en conmemoración a la lucha de las mujeres desmovilizadas, artistas, trabajadoras y campesinas. Seguro nos la encontraremos en la calle, en una mano con un cigarrillo y un pañuelo verde, y en la otra, con su cámara.
Le recomendamos:
*Marisol Padilla se infiltró como prostituta para encontrar a su esposo y su hijo.
*La mujer que recorrió Caquetá buscando a su hermana reclutada.
*Piscícola de la Montaña, el proyecto en el que trabajan 41 exguerrilleros en Antioquia.
En épocas de la guerra, Alexa recorrió los Llanos del Yarí cargando un fusil AK-47 en un brazo y, en el otro, una cámara fotográfica. La primera vez que estuvo en un enfrentamiento armado fue como auxiliar de ametralladora, “no lo hice muy bien”, admite. La primera vez que tomó una foto fue con una cámara instantánea, “piscinera” como se conoce comúnmente. Vio un pájaro y ‘click’, lo retrató.
En esos días, dentro de las filas de las extintas Farc, nadie la llamaba Alexa; la conocían como Paula Sáenz. Cuenta que ingresó voluntariamente a la guerrilla cuando tenía 15 años, aunque de pequeña quería ser policía. “Hoy en día no sé por qué quería ser policía, seguro porque me crié en una ciudad muy pequeña y lo más cercano era un CAI de la Policía”, relata. A sus nueve años tuvo que desplazarse de Tuluá (Valle del Cauca), de donde era oriunda, hacia San Vicente del Caguán por la violencia perpetrada por los paramilitares.
Una vez en el Caguán, Alexa se habituó a ver a los comandantes de las Farc interactuando con los pobladores, y a los jóvenes guerrilleros marchando por las calles. “Yo termino allá luego de un intento de abuso sexual por parte de mi papá. Ahí yo dije: no sigo acá, me voy para la guerrilla. Y fue la mejor determinación en ese momento”, confiesa.
Ingresó a la compañía móvil Isaías Carvajal, en el frente Yarí del bloque Oriental de las Farc, el más grande de la guerrilla que alcanzó a expandirse por 10 departamentos del país, entre ellos Caquetá, Guaviare, Meta y Cundinamarca. Los primeros días le dieron un revólver 9 milímetros y, a las dos semanas, le dieron su primer fusil.
“Las Farc terminan convirtiéndose en mi familia, porque al año que yo ingreso se muere mi madre y ahí también se muere el único vínculo que yo tenía con ellos”, asegura Alexa. Con ‘ellos’, Alexa se refiere a su familia de sangre, con la que llegó desplazada de Tuluá, se refiere a sus seis hermanos mayores, a su mamá y al padre que intentó abusar de ella.
Desde entonces su núcleo social y familiar fue la guerrilla, un núcleo que iba cambiando al ritmo de la guerra. Con el tiempo, Alexa se dedicó a atender heridos en la guerrilla. Ahí conoció a Rocío y a Liliana. “Ellas me sacaron de medicina cuando yo era paramédica en una línea de combate para enviarme al curso de propaganda en 2013, cuando se estaban adelantando los diálogos de paz en La Habana (Cuba)”, cuenta.
Días después de ese ofrecimiento, Rocío perdió la vida manipulando un explosivo y fue Alexa quien la atendió, limpió su cuerpo y lo trasladó para sepultarlo. “Fue el último trabajo que hice como paramédica, eso es lo más duro que me pasó en la vida y en la guerrilla hasta el sol de hoy”, dice. Desde ese día, sumó el Rochi a su nombre en homenaje a su amiga y compañera de armas.
(Le puede interesar: Las mujeres que no dejan hundir la paz en el norte del Cauca)
Liliana fue, desde entonces, su mentora y la empezó a acercar a la fotografía. “Una vez ella dejó la cámara encima de su equipo y yo fui y la cogí, pero era una chiquita de esas automáticas, y dije ‘On y Off’ es un lenguaje universal, entonces la prendí. Vi un pájaro y flash le tomé la foto y luego del susto volví a dejar la cámara ahí. Ella luego la revisó y me preguntó: ¿Usted sabe de fotografía?”.
De ahí en adelante Liliana le enseñó, en hojas de cuaderno, qué era un primer plano, los enfoques y los principios básicos de fotografía. Con el tiempo le enseñó también de producción y posproducción de video.
Desde entonces se dedicó a fotografiar y registrar en su cámara la vida guerrillera: los entrenamientos, el día a día en el monte, las formaciones, pero también las celebraciones y las angustias. Uno de los momentos que más la marcó a ella y a sus compañeros fue la muerte de Víctor Julio Suárez, conocido como el Mono Jojoy, el 22 de septiembre de 2010.
El Mono Jojoy, junto a otros miembros del Secretariado de las Farc como Alfonso Cano, Jacobo Arenas y Manuel Marulanda hacen parte de un pequeño mosaico que está en una de las paredes de la casa de Alexa. Su hogar no solo está habitado por sus mascotas, sino por recuerdos de su paso por la guerrilla. Todavía conserva su equipo, su morral que cargaba en el monte, con el toldillo, una camiseta del Che Guevara que le regalaron cuando cumplió 25 años y la hamaca donde pasó tantas noches.
Alexa vivió como guerrillera y como fotógrafa la transición hacia la paz y la dejación de armas de las Farc. “Nosotros nos leímos como cinco o seis veces todo el Acuerdo de Paz, esa era nuestra preparación para una nueva vida”, cuenta. De hecho, ella fue maestra de ceremonias, con vestido blanco y tacones, de la Décima Conferencia de las Farc que tuvo lugar en pleno corazón del Caquetá, en los Llanos del Yarí, entre el 17 y 23 de septiembre de 2006. “Esos días no nos llovió, pero hizo un sol el berraco, casi 38 grados, me acuerdo”.
En la casa de Alexa priman las fotos: ella y José Pepe Mujica, ella y sus perros, ella y Totó La Momposina, ella y Julián Gallo, también conocido como Carlos Antonio Lozada. Fue justamente él quien la contactó para que lo acompañara a La Habana, luego de que el 2 de octubre de 2016, el NO ganara el plebiscito por la paz.
(Lea también: En busca de los menores de edad reclutados y desaparecidos)
Esa fue la primera vez que ella montó en avión, y ahí sí se le desplomaron los nervios de acero que decía tener. El trayecto se le hizo eterno, pero asegura que los días que estuvo en La Habana la cambiaron para siempre. “Encontrar a los generales, en ese momento el general Flores y otros miembros del gobierno preocupados porque había perdido la paz, eso da inmediatamente una sensación de que el Gobierno estaba comprometido con el Acuerdo. Porque eran los generales, los mismos que habían ejecutado los planes militares contra nosotros, los que estaban preocupados por la paz”.
Después de su estadía en Cuba las modificaciones a lo negociado y la firma final del Acuerdo en el teatro Colón, Alexa llegó a Bogotá en 2017. El choque fue impactante para ella, pues dice que siempre vivió en medio de un espíritu de compañerismo tan propio de los pueblos, veredas y zonas rurales, y ahora ha tenido que acostumbrarse a una ciudad individualista, gobernada por el afán y la indiferencia.
Durante unos meses trabajó en la oficina de comunicaciones del Partido FARC (ahora Partido Comunes), fundó junto a otros excombatientes un noticiero y ahora trabaja en la oficina de prensa del Senado de la República, es la única fotógrafa mujer. En la oficina, mientras porta el carné y atiende a las plenarias (cuando eran presenciales), la conocen como Alexandra Marín, su nombre de pila, pero algunos que conocen su historia le dicen Alexa, Alexa Rochi o Paula. Sigue siendo la misma, solo que ahora carga siempre una cámara y no un fusil.
(Le recomendamos: En el Meta, mujeres sufrieron violencias sexuales para evitar el reclutamiento de sus hijos)
Un día la enviaron a fotografiar a Janeth García, coronel de la Policía. Se presentó como Alexa fotógrafa del Senado, se dio la mano con la coronel y empezaron a tomar los retratos. Alexa tomó las riendas de la sesión de fotos, pues sabía, más que nadie, lo que siente una mujer uniformada al frente de una cámara. Sin saber por qué, la coronel se sintió en confianza y luego acordaron tomar fotos de la formación de los estudiantes policías.
Después de varios intentos fallidos por tomar una foto de las filas, el capitán encargado se ausentó por unos minutos y, sin dudarlo, Alexa tomó un radio de comunicaciones y empezó a impartir órdenes a los policías: “Tomar distancia, la primera fila un paso a la izquierda, la segunda, a la derecha”... y así con las órdenes de mando que aprendió en la guerrilla, organizó a los policías para tomar la foto de la formación.
Cuando la coronel se enteró, llegaron las preguntas que Alexa decidió responder sin tapujos ni ocultar su pasado. Las dos terminaron tomando café y riendo por el destino que las llevó a conocerse en esas circunstancias.
Hoy Alexa tiene 30 años, cursa sexto semestre de artes visuales en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), no milita en el Partido Comunes y dice que su única militancia es con el feminismo. Es parte del colectivo Estallido Feminista Nacional y será una de las fotógrafas que cubrirán las marchas feministas este 8 de marzo, en conmemoración a la lucha de las mujeres desmovilizadas, artistas, trabajadoras y campesinas. Seguro nos la encontraremos en la calle, en una mano con un cigarrillo y un pañuelo verde, y en la otra, con su cámara.
Le recomendamos:
*Marisol Padilla se infiltró como prostituta para encontrar a su esposo y su hijo.
*La mujer que recorrió Caquetá buscando a su hermana reclutada.
*Piscícola de la Montaña, el proyecto en el que trabajan 41 exguerrilleros en Antioquia.