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Los símbolos lo son todo. Unir contextos puede ayudar a tener una visión más certera que la de los ojos mismos. Sufrir un país y querer mostrarlo con arte, pero hacia un espectador que vea su propia cotidianidad y no un territorio ajeno, es la meta.
Así siente su trabajo el artista Rafael Gómez-Barros, un samario que, por medio de su imaginación y versatilidad, logró narrar parte de la guerra y la construcción de paz en Colombia usando cráneos, jazmines, nidos de avispas, laberintos y decenas de representaciones folclóricas de su natal Caribe. Ha sido un hombre al que no le ha temblado el pulso para acudir a la sátira y la burla de nosotros como sociedad para contar crudezas de la magnitud del desplazamiento forzado o las desapariciones forzadas, envueltas en una violencia estatal, guerrillera y paramilitar que no pudo ser más cruel.
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“No puedes ser indiferente al lugar en el que vives. Mi generación se vio marcada por la guerra. Llegué a la capital en los días de las bombas de Pablo Escobar y desde allí vi que los colombianos tenemos una forma particular de defendernos, porque tendemos a normalizar todo. Vivimos en barbaries, pero con el humor superamos las cosas. La realidad y los hechos que la construyen se deben asumir, pero también vale una distracción de la situación en la que estás. Que sea por lo que sea, pero en mi caso elijo esos respiros pensando en la salud mental”, le dijo Gómez-Barros a Colombia+20 en su estudio en Bogotá.
Hablar de intenciones en el arte puede ser un ejercicio abstracto y tal vez algo que no lleva a ninguna parte. Sin embargo, el maestro Rafael Gómez-Barros tiene algo claro: su trabajo no es hacer una obra crítica; por el contrario, es generar sensaciones que se marginan de la política, cuyo nicho está en la conexión que establece con la gente en la calle. Sus obras más representativas tienen que ver con el conflicto en Colombia, pero eso no es un obstáculo para verlas con otra mirada.
Jugar con las palabras también es una opción. En 2010, Gómez-Barros instaló 12 avisperos que representan las 12 zonas del país con mayor afectación por paramilitares. Tituló la obra “Paracos”. Allí la cultura popular costeña se disfrazó de alegoría a la guerra.
“En la costa, un ‘paraco’ es un avispero. Claro que por nuestra vida en conflicto también este título se asocia con el paramilitarismo y juntando ambos elementos no muestro más que una metáfora del desplazamiento. Hay significados paralelos que se cruzan y este es el caso… cuando alguien tumba un avispero todo el mundo sale a correr. Lo mismo pasaba cuando los grupos de autodefensa llegaban a los pueblos: todos a correr o si no, no contabas la historia. Es el humor que tenemos. Por qué no ponerle apodo a lo que vemos o por qué no sacar un poco las cosas de lo rudo para mostrar algo más amable”, explicó el artista.
Para Gómez-Barros, el “paraco” es señal de desorden. Si no se asume de entrada que sus obras juegan con palabras y contextos, además de aportarse elementos entre sí, posiblemente su trabajo sea neciamente incomprendido. De hecho, se ha ganado algunos líos por decir en 2015 que “se armó el paraco”, cuando este simplemente era el título de su obra de ese año para el Carnaval de Barranquilla, en el que en cada edición se arma el desorden y la gente saca a florecer sus bailes e identidades.
Del Altar de la Patria al Rijksmuseum
Ámsterdam es arte puro y su mejor muestra es el sector de Museumplein (plaza de los museos en neerlandés). Allí, alrededor de jardines y prados que parecen sacados de un cuento, están el Museo de Van Gogh; el Moco, con arte contemporáneo y callejero de figuras como Bansky y Basquiat; el Museo Stedelijk de arte moderno, con artistas que van desde Pablo Picasso hasta Andy Warhol; el Concertgebouw, una de las salas de conciertos más prestigiosas de Europa, y el Rijksmuseum, recinto que alberga las obras del siglo de oro neerlandés. Una joya culturalmente invaluable.
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¿Quién diría que una instalación inspirada en los desplazamientos forzados que causó el conflicto armado en Colombia estaría en salas del Rijksmuseum, que por décadas se han centrado en Johannes Vermeer y Rembrandt?
Eso logró Gómez-Barros con su obra “Casa tomada”, un proyecto itinerante que surgió en 2008, con miles de hormigas a bordo, que desde entonces han sido señal de un flagelo que ni siquiera después de la firma del Acuerdo de Paz ha desaparecido. Y claro, mucho menos a escala global.
Con “Casa tomada”, este artista ha cumplido sueños de su infancia. Cuando tenía ocho años, según relata, jugaba con hormigas en el jardín de su casa. Desde chico vio lo multifacéticos que pueden ser estos animales y así, poco a poco, fue construyendo narrativas en torno a estos insectos.
Luego, con su primer estudio en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, ubicado en un cuarto piso, dibujaba hormigas en las escaleras que marcaban el camino para llegar a él. Las hormigas siempre estuvieron en su vida.
Esta obra se vio públicamente por primera vez hace 15 años en el Altar de la Patria (Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta). Desde allí, ha llevado su mensaje por el país y el mundo. Llegó al Capitolio Nacional en 2010, al Teatro Fausto de La Habana en 2012, a bienales en Austria y Corea del Sur, y a galerías de talla internacional en Europa. Su última parada fue precisamente en el Rijksmuseum.
“Todas las problemáticas desencadenan migraciones y esa es la inspiración inicial. La hormiga es perseverante y trabajadora. Pero también puede ser una plaga, como algunos ven a los inmigrantes. Utilizo como título el cuento de Julio Cortázar para hablar de esas ‘invasiones’, pero no como algo malo, sino para revindicar a los inmigrantes. Estas personas que tuvieron que dejar forzosamente sus hogares no van a dañar, llegan a aportar”, narró Gómez-Barros.
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Cuando uno ve la anatomía de las hormigas de Gómez-Barros, de inmediato se puede apreciar la dualidad en su mensaje. La cabeza y cola son cráneos. Las patas son jazmines (que el artista ha encontrado en fosas comunes) y su forma de contar historias no deja de lado a víctimas ni a victimarios.
“En este tipo de contextos es esencial hablar de ambas partes. La cabeza de la hormiga es el victimario y la gente ve esa dualidad. Hay elementos invertidos que son las víctimas y si bien todo inicia con los desplazamientos que dejó la guerra en Colombia, cada quien lo adapta a su vida. En 2010, cuando ‘Casa tomada’ llegó al Congreso, 1.300 hormigas formaron la intervención. Cada hormiga es una pieza auténtica y su arte no está en el conjunto de insectos, sino en el lugar que intervienen. Por eso ha sido un honor llegar a tantos sitios con altísimas cargas simbólicas”, agregó el samario.
La palabra “migración” es constante en el vocabulario de Gómez-Barros. Él la entiende como parte de la universalización de su trabajo y por eso no quiere encasillarse solo en la guerra de nuestro país. Los desplazados que dejaron las guerrillas y los paramilitares hacen migraciones internas, pero su dolor es algo que se entiende tanto acá como al otro lado del mundo. Por eso no fue casualidad que en el Rijksmuseum los visitantes y el museo mismo hayan relacionado a las hormigas de cráneos y jazmines con la migración masiva ucraniana, a raíz de la guerra con Rusia.
“Las patas son partes de fosas para recordar que en el paso de los desplazamientos y las migraciones hubo muertos. Muertos aquí o en Ucrania, no vale la pena discutir eso. Además, que no es solo esa guerra con Rusia, en Ámsterdam escuché de personas que vieron en mi trabajo la realidad de su continente; un sitio constantemente con éxodos. Que tú veas eso es tener más elementos en tu cabeza y de esa forma la historia no estará condenada a repetirse”, reflexionó el artista.
Los caminos de la paz
“Regresando a la semilla” es un gran laberinto que creó Gómez-Barros para mostrar que luego de tantos años de guerra hay un espacio tan grande en equivalencia para encontrar la paz.
Esta obra es un laberinto que tiene 50 puertas, una por cada año de guerra en Colombia. Cuanto más se trabaje en la memoria, menos se caerá en ese laberinto. Esa es la regla básica.
El objetivo final, según Gómez-Barros, está en tener la voluntad de querer salir del laberinto. “Muchas veces, al no querer ver nuestra realidad, nos aferramos al laberinto. Eso hicimos con el plebiscito de 2016 y casi nos cuesta caro. Hay que salir y entender lo que hemos vivido. Las hormigas también inspiraron esa obra; por su constante movimiento, siempre buscan salidas para seguir vivas en un mundo que les quiere hacer todo para que suceda lo contrario”, lamentó.
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El laberinto puede ser una prisión. Para Gómez-Barros, esa cárcel puede estar en la espiritualidad de las personas. Los actos son las condenas y la quietud es la forma de reprimir los dolores.
Este artista, que salió de Santa Marta para el mundo, siempre estuvo inconforme con su realidad y no tuvo más remedio que el de darles vida a los símbolos de sus imágenes de infancia, para recrear un mundo hastiado de estigmatizaciones, maltratos, desapariciones y desplazamientos, que a pesar de ser una señal de miedo y desespero, si son bien encarrilados pueden tener un final soportable y con sueños intactos.