Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Tráguense sus palabras, tráguense sus palabras”, les repitió entre risas el maestro José Edier Solís a sus estudiantes de la Escuela de Música, Artes, Oficios y Violín de Buenos Aires (Cauca) mientras afinaban guitarras y violines en un espacio de unos 20 metros cuadrados, paredes forradas en espumas especiales y luces que simulaban una nave espacial.
En noviembre pasado los mismos diez jóvenes y el profe habían recorrido, impresionados, estos estudios de música del Edificio M de la Universidad Icesi en Cali, unas estructuras profesionales creadas por el mismo diseñador de las mejores universidades de Nueva York, y allí él sentenció: “Algún día vamos a grabar nuestras canciones aquí”. El grupo de muchachos de entre 13 y 18 años soltó risotadas incrédulas.
Y allí estaban la semana pasada, menos de tres meses después, con las manos heladas y la respiración agitada por los nervios de grabar “como los grandes”.
Pero la verdad es que ni el mismo maestro se lo cree.
Le puede interesar: Caminos de paz
Su turno fue unas horas después. De pie, frente a un micrófono del mismo tamaño que su cara, se sintió desnudo sin su guitarra ni su público. José Edier, de estatura baja y contextura menuda, parecía un árbol que da sombra en medio de una extensa llanura. El ruido de la claqueta le anunció que no había más tiempo para la duda y del lado de la cabina se escuchó al artista César López: “Memoria Sonora para la Paz tres. Artista José Edier Solís. Buenos Aires, Cauca. Canción: Sueño Perfecto”.
El maestro José Edier empezó a cantar: “Yo quiero un mundo diferente donde toda la gente pueda convivir. Yo quiero un mundo distinto en donde en vez de llorar se pueda reír. (…) Donde el labriego que trabaja el campo su parcela no deba dejar, donde los niños no vayan a la guerra y donde el amor sea un común ideal”.
Como él y sus estudiantes, 285 músicos del casco urbano y las veredas de Buenos Aires y Suárez (norte del Cauca) viajaron hasta ocho horas la semana pasada para grabar la tercera edición de Memoria Sonora para la Paz; una iniciativa que, en palabras de César López, busca ser un par de orejas para al territorio.
“Este es un proceso que nació en 2017 de la esperanza de reconstruir el tejido social tras la firma del Acuerdo con las FARC y que lleva cinco años escuchando y recogiendo las canciones, poesías, coplas, obras de teatro y reflexiones de todas las veredas de esos dos municipios”, explica Sara Erazo, sentada en un escalón de la Icesi en un descanso corto del corre corre de la producción. Sara lleva más de 20 años trabajando en el norte del Cauca, es una de las artífices del proceso y actualmente es la gerente de proyectos de la Fundación Plan, que se encargó de gestionar y producir la iniciativa.
La idea de “Memoria Sonora” nació en El Salado, el corregimiento de El Carmen de Bolívar en donde ocurrió aquella masacre recordada por el sadismo de 450 paramilitares que mataron a 60 campesinos al ritmo de su música tradicional. César López visitó el pueblo en 2010 con el Grupo de Memoria Histórica. “Fuimos de casa en casa y empezamos a grabar relatos, poemas, el sonido de los animales, la música del billar... Aún hoy cuando me pongo los audífonos y escucho esos paisajes sonoros creo que lo que revivo es un estado emocional y desde ahí he pensado en hacerlo en muchos lugares del país”, recuerda.
La idea volvió a tomar forma en una esquina del polideportivo de Buenos Aires (Cauca). Allí, el maestro José Edier le planteó a Sara el sueño de tener registrada toda la tradición de los cientos de artistas de su pueblo. “Ella se tocó la cabeza y dijo ‘¡Uy, eso vale plata”, pero ya miraremos cómo la conseguimos’, y yo no sé cómo hizo pero luego en esa misma esquina nos presentó al maestro César y yo les presenté a todos los sabedores y sabedoras, y antes de seis meses ya teníamos grabada la primera memoria sonora”, recuerda José Edier con nostalgia.
Lea también: Las claves de la paz total de Petro en el Plan Nacional de Desarrollo
Esa primera edición se hizo recorriendo vereda por vereda con un equipo de grabación rodante. El resultado se lanzó el 9 de abril de 2018, en el marco del Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas, y contenía, además de un documental, más de 20 canciones de Caña Brava, Puma Blanca, Aies de San Miguel y otras agrupaciones tradicionales grabadas profesionalmente, que luego se repartieron en memorias USB a la comunidad. A Sara le emociona recordar: “Esas memorias las empezaron a poner en las fiestas y eso hizo que los niños y niñas se empezaran a interesar más por la música, porque escuchaban allí a personas conocidas para ellos”.
Pero desde esa primera experiencia, las cosas han cambiado para todos. Mientras el maestro José Edier creó su escuela de música y el grupo juvenil Renacer para que esta deje de ser una tradición de mayores celosos con los instrumentos, el conflicto ha regresado. Su expansión se podría medir por las limitaciones que ha tenido la iniciativa en cada edición: “en 2018 aún se sentía esa mínima tranquilidad de la firma del Acuerdo de Paz que nos permitió llegar a cada uno de los territorios; en 2021, después de pandemia, solo pudimos llegar hasta Santander de Quilichao; pero este año 2023 tuvimos que quedarnos en Cali porque los artistas están en una situación que pone su canto contra la pared”, dice César.
Que la violencia se ha recrudecido en el norte del Cauca es una realidad que ninguno se atreve a sostener a nombre propio. Lo muestran los hechos. En diciembre pasado seis soldados que estaban prestando servicio militar fueron asesinados en una emboscada de las disidencias de las Farc en la vereda Munchique de Buenos Aires. Miembros de la columna móvil Jaime Martínez, del Comando Coordinador de Occidente, una de las facciones del llamado Estado Mayor Central, atacaron con fusiles, tatucos y granadas al grupo de soldados; siete más resultaron heridos.
Vea: Comunidades del Cauca denuncian abandono estatal y esperan la paz
Desde agosto, luego de cuatro grandes enfrentamientos en menos de mes y medio, la Defensoría había alertado el incremento de la confrontación de esa columna y la Dagoberto Ramos contra el Ejército y contra tropas de la Segunda Marquetalia, que, según esas alertas, se estaría expandiendo en la zona en asocio con el ELN. La Defensoría cuestionó entonces la falta de respuestas ante las 14 alertas que había emitido desde 2018 sobre este mismo territorio.
Con el cese al fuego anunciado al cierre de 2022 se disminuyeron los enfrentamientos pero entre la comunidad se sabe que ha aumentado el control de la Jaime Martínez en los pueblos y con ello, los cultivos de uso ilícito, el reclutamiento y la siembra de minas antipersona.
De hecho, en medio de la pandemia, el maestro José Edier, César y la maestra Eunice Vergara se conectaron por videollamada a componer una canción. “Iba a iniciar por una frase que hablaba de ‘refugiarse del gavilán’. Pero en un punto paramos y dijimos: qué tal que el alias de alguno de los armados sea gavilán. Y lo cambiamos”, recuerda César para ilustrar que incluso las canciones han tenido que esquivar la guerra.
Una herida hecha luz
La maestra Eunice Vergara, de 65 años, cuerpo fornido y gesto noble, creció acomplejada por su voz grave y ligeramente ronca. “Me decían que sonaba como abejorro en tarro”, cuenta antes de reir y secarse con pañuelo el sudor de la frente. Pero fue con esa voz que en repetidas ocasiones se enfrentó a los armados para pedirles que le permitieran pasar de una vereda a otra para atender un parto o cuidar un enfermo.
A ‘Doña Niche’, como la conocen todos en el pueblo, la violencia le arrebató a su hermano, “un negro precioso de ojos miel que era líder en la comunidad”, diría ella, y la obligó a aguantar tratos racistas y clasistas en Cali a donde tuvo que llegar a trabajar aseando casas. Sin embargo, su canción Resistir hasta el final habla, en esencia, del perdón: “Si llevas una maleta sobre tus hombros / cargado de odio y de venganza / y te tiene jorobado y no te deja caminar / suelta esa carga que no te pertenece. (...) /Hay que aprender a perdonar / hay que sanar el corazón / reconciliandonos con los demás / y resistir hasta el final.”
La idea de Georges Braque de que “el arte es una herida hecha luz” me dio vueltas en la cabeza mientras escuchaba cada una de las canciones e historias de esos días de grabación: los niños y niñas del grupo de teatro Génesis que al ritmo de la tambora y el movimiento de sus faldas y sombreros cantaban “Somos gente buena y vivimo’ en Munchique” (la misma vereda donde asesinaron a los soldados en diciembre); el maestro Pedro Ararat, un campesino negro de 81 años y poncho al hombro, que en medio de sus cuentos inocentes y de doble sentido le pidió a los niños que chismoseaban el estudio que cuidaran la siembra y el campo y “aprender a convivir, cuidar la vida del otro, para cuidar la vida de uno“; el canto más profesional de Caña Brava, un grupo de ocho músicos de Suárez que con su apuesta de conservar los ritmos de la fuga, el torbellino, el pasillo y el bunde han llegado hasta el Petronio Álvarez en Cali; hasta una canción que doña Niche y José Edier compusieron en medio de una cena sobre la cáscara del babanano y su uso para brillar los zapatos, en fin.
Le recomendamos: En 2022 ocurrieron 92 masacres, la cifra más alta en la última década: ONU DD. HH.
Para César López, todos estos son testimonios de un valor humano tan inmenso que uno de sus mayores temores es no estar a la altura. Él también lleva un dolor en el alma. Hace unos meses, su hermana Alba Elena, uno de sus grandes amores, falleció. Dejó a una niña y un niño, sus hijos. César no tiene idea de cómo ser padre pero tiene claro algo: “yo quiero que ellos crezcan acompañados por alguien que se la juega por sus causas, yo creo que hay que ir al encuentro del otro y sus realidades y esa es mi convicción más íntima y una de las razones donde encuentro más fortaleza para estar aquí”, dice.
“El arte es una herida hecha luz”, le digo. César sonríe como quien encuentra algo que había estado buscando y dice: “Yo creo que todos en este proceso debemos hacernos conscientes de que estamos trabajando con los sueños de la gente, con su más profunda herida. Yo me comprometo a que mi búsqueda sea en el arte y en la luz que sale de la herida”.
Hay que seguir cantando
Melissa Ararat, una pequeña de 11 años mira atenta cada movimiento en el equipo y no le teme a preguntar para qué sirve cada uno de sus componentes. “Mi hermano Anthony no se queda quieto con esa guitarra, a vece peleamos porque no me deja escuchar la televisión”, cuenta en medio de un ensayo.
Lea: “Ritmo exótico”; la música que jóvenes del Chocó usan para evadir la violencia
Para Ángela Anzola de Toro, directora de la Fundación Plan esa integración de generaciones que ha surgido gracias a la Memoria Sonora es fundamental. “Lograr que los niños y niñas puedan crecer en paz implica un esfuerzo de construcción desde el territorio, más allá de una firma de un Acuerdo, es necesario que las personas que han vivido los embates de la guerra puedan reconstruir el tejido social”. Y coincide con César en que este ejercicio va mucho más allá del registro: “Cuando uno escucha canciones que dicen ‘Yo no me voy, aquí me quedo’ eso habla de su noción de que el territorio es vida y hogar y eso es muy valioso en el momento tan complejo que atraviesa el país”, reflexiona.
José Edier insiste en que esto es un sueño: “La verdad es que con el retorno del conflicto uno siente que le quitan las alas para moverse. Es un reto seguir haciendo resistencia pacífica pero la música es eso. Y memoria es una aliciente que nos demuestra que ante el silencio de la guerra, debemos seguir cantando”, sentencia.