Así luce la primera filarmónica indígena de Colombia en Valparaíso, Antioquia
Allí niños y adolescentes crearon la primera filarmónica indígena de Colombia. Armonías que transforman a una comunidad que resistió el conflicto.
Camilo Pardo Q. / cpardo@elespectador.com
Los indígenas emberá chamí llevan más de quince años en Valparaíso, un pequeño municipio al sur de Antioquia en el que dejaron de ser nómadas, al encontrar un hogar que los mantendría al margen del conflicto armado, especialmente de las decenas de desplazamientos forzados que vivieron en la década de los 90 y a comienzos de este siglo, cuando vivían en el Cauca y Risaralda.
Su trasegar para formar comunidad en Valparaíso no fue sencillo. Comenzaron como invasores de fincas y conforme se esclarecía su estatus de víctimas, ante la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, entidad que definió que ellos fueron blanco de hechos victimizantes a pueblos indígenas (cifra que a la fecha asciende a 80.500 casos), el Estado les ofreció un resguardo, al que llamaron Marcelino Tascón, en el municipio Valparaíso, en Antioquia.
Llevan más de diez años haciendo esfuerzos para que su cultura prevalezca. Los niños son criados con el lenguaje emberá y más adelante adquieren conocimientos de español. Acatan las leyes propias y su forma de vivir se basa en el respeto y la honestidad. Sus sonidos y música ancestral también sentaron raíces en Valparaíso y, tras la unión entre las fundaciones Música para la Paz y Pasión y Corazón, comenzó el sueño de formar la primera filarmónica indígena de Colombia, un proyecto que la pandemia no logró debilitar y apuesta a que los niños y jóvenes de la Marcelino Tascón sean los protagonistas para llevar sus talentos instrumentales a escala internacional.
Alejandro Vásquez Mejía, director de Pasión y Corazón, ve en esta filarmónica étnica e infantil, aún rudimentaria, una muestra de que los gustos por cierto tipo de música no puede ser algo que se defina por estatus socioeconómicos o geográficos de las personas, sino una vía para unir a las personas y redefinir formas de vivir.
(Le puede interesar: Cantar por la paz: “Lamentaciones. ¡Ay padre!”)
“Yo crecí en una comuna de Medellín en la que pululaba la violencia conexa al narcotráfico y los jóvenes no tenían mayores opciones de progresar. Me topé con Pasión y Corazón, me dieron acceso a un violín y con él salí adelante. Ahora quiero que los jóvenes emberás puedan luchar por sus sueños con la música como herramienta, que no los trunque ningún contexto. Uno crece con la idea de que instrumentos como el violín son para clases altas, pero acá rompemos ese imaginario, porque hacen olvidar los momentos malos que vivieron sus mayores y dan vida con pasión y ganas de crecer”, dice.
Juan José Vélez es uno de los más de cincuenta niños, entre los seis y 18 años, que integran la Filarmónica Emberá Chamí y, al igual que la mitad de los músicos en formación que lo acompañan, es violinista. Su historia, como pasa recurrentemente con la población rural, está mediada por baja interconectividad y escaso acceso a internet. En la pandemia, los tutoriales que ha podido ver cuando la red y su tiempo se lo permiten le han dado algo de constancia a sus prácticas y lo mantienen como una promesa del violín a escala nacional; así lo ven sus maestros y compañeros.
Juan José y el resto de la filarmónica apelan a narrar lo que los emberá ya vivieron. Utilizan ritmos que antes eran cantados en rituales de sanación y encuentros comunitarios, para llevarlos a las partituras que serán interpretadas por instrumentos que, poco a poco, se van convirtiendo en sus aliados para que muchas personas sepan que en el corazón de los emberá chamí se están olvidando los lamentos de la guerra con armonías orquestales.
A la fecha, la Filarmónica Emberá Chamí cuenta con violines, violas, chelos, flautas traversas, saxofones, trompetas, trombones e instrumentos básicos de percusión. Por falta de recursos no hay oboe, corno francés, tuba, timbales sinfónicos, cornos, redoblantes sinfónicos, platillos de choque ni marimbas, pues algunos de esos instrumentos llegan a costar más de $30 millones y no hay patrocinadores que lo permitan.
(Vea: ‘SaNaciones’, la otra exposición que habría sido censurada en el Centro Nacional de Memoria)
Sin embargo, el vacío que tienen con algunos instrumentos lo compensa la calidad en la formación que tienen. Filarmónicas hermanas y, con mucha más experiencia, como la Metropolitana del Valle de Aburrá o la Binacional de Medellín, sacan de sus filas a músicos para que sirvan como docentes y permitan que en un futuro, no muy lejano, los emberá chamí lleguen a escenarios de talla latinoamericana como ellos ya lo han hecho.
Para Alejandro Vásquez y Rakel Cadavid, directora de Música para la Paz, el mensaje que buscan dar con esta filarmónica, pionera en la inclusión de población indígena, es que no se necesitan mecenas ni actos estrafalarios para entrar en el mundo orquestal sinfónico. Cadavid considera que “la Filarmónica Emberá Chamí tiene que ser apenas el primer paso para que la gente vea que en Colombia hay muchas personas que quieren desestigmatizar lo étnico como algo lejano, por lo que más grupos así deben ser creados. Permiten desarrollo comunitario y redireccionan proyectos de vida, en torno a historias que muchos han preferido callar por temor a represalias de capunias (así se denomina a las personas blancas en los pueblos indígenas). Aquí los jóvenes guían y cuentan a sus pueblos con la belleza de la música”.
Antes del nuevo coronavirus, la filarmónica estuvo en México, donde acompañaron una gira de la Filarmónica Binacional. Ese hecho los motivó y ahora el paso siguiente, cuando la pandemia sea benevolente, es hacer este tipo de viajes para que el mundo conozca la expresión musical de los emberá chamí.
Los indígenas emberá chamí llevan más de quince años en Valparaíso, un pequeño municipio al sur de Antioquia en el que dejaron de ser nómadas, al encontrar un hogar que los mantendría al margen del conflicto armado, especialmente de las decenas de desplazamientos forzados que vivieron en la década de los 90 y a comienzos de este siglo, cuando vivían en el Cauca y Risaralda.
Su trasegar para formar comunidad en Valparaíso no fue sencillo. Comenzaron como invasores de fincas y conforme se esclarecía su estatus de víctimas, ante la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, entidad que definió que ellos fueron blanco de hechos victimizantes a pueblos indígenas (cifra que a la fecha asciende a 80.500 casos), el Estado les ofreció un resguardo, al que llamaron Marcelino Tascón, en el municipio Valparaíso, en Antioquia.
Llevan más de diez años haciendo esfuerzos para que su cultura prevalezca. Los niños son criados con el lenguaje emberá y más adelante adquieren conocimientos de español. Acatan las leyes propias y su forma de vivir se basa en el respeto y la honestidad. Sus sonidos y música ancestral también sentaron raíces en Valparaíso y, tras la unión entre las fundaciones Música para la Paz y Pasión y Corazón, comenzó el sueño de formar la primera filarmónica indígena de Colombia, un proyecto que la pandemia no logró debilitar y apuesta a que los niños y jóvenes de la Marcelino Tascón sean los protagonistas para llevar sus talentos instrumentales a escala internacional.
Alejandro Vásquez Mejía, director de Pasión y Corazón, ve en esta filarmónica étnica e infantil, aún rudimentaria, una muestra de que los gustos por cierto tipo de música no puede ser algo que se defina por estatus socioeconómicos o geográficos de las personas, sino una vía para unir a las personas y redefinir formas de vivir.
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“Yo crecí en una comuna de Medellín en la que pululaba la violencia conexa al narcotráfico y los jóvenes no tenían mayores opciones de progresar. Me topé con Pasión y Corazón, me dieron acceso a un violín y con él salí adelante. Ahora quiero que los jóvenes emberás puedan luchar por sus sueños con la música como herramienta, que no los trunque ningún contexto. Uno crece con la idea de que instrumentos como el violín son para clases altas, pero acá rompemos ese imaginario, porque hacen olvidar los momentos malos que vivieron sus mayores y dan vida con pasión y ganas de crecer”, dice.
Juan José Vélez es uno de los más de cincuenta niños, entre los seis y 18 años, que integran la Filarmónica Emberá Chamí y, al igual que la mitad de los músicos en formación que lo acompañan, es violinista. Su historia, como pasa recurrentemente con la población rural, está mediada por baja interconectividad y escaso acceso a internet. En la pandemia, los tutoriales que ha podido ver cuando la red y su tiempo se lo permiten le han dado algo de constancia a sus prácticas y lo mantienen como una promesa del violín a escala nacional; así lo ven sus maestros y compañeros.
Juan José y el resto de la filarmónica apelan a narrar lo que los emberá ya vivieron. Utilizan ritmos que antes eran cantados en rituales de sanación y encuentros comunitarios, para llevarlos a las partituras que serán interpretadas por instrumentos que, poco a poco, se van convirtiendo en sus aliados para que muchas personas sepan que en el corazón de los emberá chamí se están olvidando los lamentos de la guerra con armonías orquestales.
A la fecha, la Filarmónica Emberá Chamí cuenta con violines, violas, chelos, flautas traversas, saxofones, trompetas, trombones e instrumentos básicos de percusión. Por falta de recursos no hay oboe, corno francés, tuba, timbales sinfónicos, cornos, redoblantes sinfónicos, platillos de choque ni marimbas, pues algunos de esos instrumentos llegan a costar más de $30 millones y no hay patrocinadores que lo permitan.
(Vea: ‘SaNaciones’, la otra exposición que habría sido censurada en el Centro Nacional de Memoria)
Sin embargo, el vacío que tienen con algunos instrumentos lo compensa la calidad en la formación que tienen. Filarmónicas hermanas y, con mucha más experiencia, como la Metropolitana del Valle de Aburrá o la Binacional de Medellín, sacan de sus filas a músicos para que sirvan como docentes y permitan que en un futuro, no muy lejano, los emberá chamí lleguen a escenarios de talla latinoamericana como ellos ya lo han hecho.
Para Alejandro Vásquez y Rakel Cadavid, directora de Música para la Paz, el mensaje que buscan dar con esta filarmónica, pionera en la inclusión de población indígena, es que no se necesitan mecenas ni actos estrafalarios para entrar en el mundo orquestal sinfónico. Cadavid considera que “la Filarmónica Emberá Chamí tiene que ser apenas el primer paso para que la gente vea que en Colombia hay muchas personas que quieren desestigmatizar lo étnico como algo lejano, por lo que más grupos así deben ser creados. Permiten desarrollo comunitario y redireccionan proyectos de vida, en torno a historias que muchos han preferido callar por temor a represalias de capunias (así se denomina a las personas blancas en los pueblos indígenas). Aquí los jóvenes guían y cuentan a sus pueblos con la belleza de la música”.
Antes del nuevo coronavirus, la filarmónica estuvo en México, donde acompañaron una gira de la Filarmónica Binacional. Ese hecho los motivó y ahora el paso siguiente, cuando la pandemia sea benevolente, es hacer este tipo de viajes para que el mundo conozca la expresión musical de los emberá chamí.