Así se habló de la verdad del conflicto armado en los colegios
Los estudiantes de dos instituciones educativas, una pública y una privada, hicieron preguntas difíciles a los excombatientes, incluso cuestionando sus decisiones en el conflicto. Las respuestas y las reflexiones de los maestros dan cuenta de la necesidad de escuchar al otro.
¿Alguna vez sintieron pesar o tristeza por la gente cuando cometieron estos crímenes? ¿En qué momento se pierde el sentido de la moral y se cometen este tipo de actos? ¿Cómo se presentaron ante sus familias cuando salieron de la guerra? ¿Alguna vez ha justificado los actos de su padre? ¿Qué sienten al decir la verdad a las víctimas?
¿Cómo responderles estas preguntas a estudiantes de grados 9°, 10° y 11° sin justificar un conflicto que no tiene justificación? Ese fue el reto del encuentro Hablemos de Verdad en Colegios, en el que participaron casi 200 estudiantes de las instituciones José Max León, colegio privado de Bogotá, y Francisco de Paula Santander, colegio público de El Zulia (Norte de Santander). Las respuestas estaban a cargo de Óscar Montealegre, excomandante paramilitar; Pastor Alape, excomandante guerrillero; y Bibiana Quintero, joven líder e hija de un militar implicado en graves crímenes en la guerra.
El espacio, apoyado por la Embajada de Alemania en Colombia, se planteaba responderles a los estudiantes las preguntas que habían trabajado en talleres preparatorios, asesorados por la Universidad Pedagógica y por el Instituto Colombo-alemán para la Paz. No fue una cátedra. Fue más bien un diálogo en el que, sin caer en relatos que justifiquen las acciones de los responsables, intentaron responder contando un poco de sus historias de vida y sus razones para hoy tratar de construir paz y reconciliación.
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A esa primera pregunta, sobre si hubo pesar o tristeza cuando cometieron crímenes, Montealegre contó una historia: después de ordenar el asesinato de un hombre, según dijo, integrante de una guerrilla, sus subalternos le entregaron la billetera y ahí vio una foto de los hijos de la víctima y de su esposa. “Los niños tenían la misma edad que mi hermano y yo cuando mis papás fueron asesinados”, dijo. Pastor Alape, que tuvo que interrumpir la última parte de es diálogo porque iba camino a Pipiral (Villavicencio) a un acto de perdón por las “pescas milagrosas”, dijo que la masacre de Bojayá lo hizo sentir que estaban haciendo las cosas muy mal. “Las armas para defender a los pobres no se pueden utilizar para atacar a los pobres”.
La profesora de Filosofía y coordinadora de la cátedra de ética y paz del colegio José Max León, Lizeth Marchena, dice que lo que buscaban con la participación de los estudiantes en este encuentro era cultivar el pensamiento reflexivo y la mirada crítica. Cuenta que “minutos después de que terminó recibí algunos mensajes en el chat, tanto de alumnos como de padres que acompañaron a sus hijos en el encuentro. Los chicos decían: “yo no sentí que esto estuviera polarizado ni con sesgos políticos”. “Había tres puntos de vista y le tocaba a uno mirar qué pensaba de cada uno”. También hubo padres que agradecieron el encuentro porque fue una oportunidad "para abrir su mente y entender realidades que consideraban alejadas”.
El jefe del área de Ciencias Sociales de la misma institución, Víctor Manuel Beltrán, dice que uno de los puntos valiosos del ejercicio es aprender a escuchar. “Nosotros trabajamos mucho en que ellos puedan argumentar, y estoy seguro de que ayer muchos niños se mordían la lengua por contra preguntar, argumentar, refutar alguna afirmación, pero el ejercicio les permite escuchar, una habilidad que hace mucha falta”.
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Para Juan Pablo Aranguren, historiador, psicólogo, profesor e investigador de la Universidad de los Andes, estos espacios de escucha de excombatientes y de conversación con la sociedad civil pueden tener varios efectos generales. Primero, darle al excombatiente la posibilidad de narrar su experiencia y no hacerlo desde el pensamiento de amigo-enemigo que se manejaba en la guerra. Así como, “la posibilidad de no desdibujar al sujeto de sus responsabilidades personales frente a los actos cometidos en el conflicto. Y es que en los ejercicios de escucha permiten que el excombatiente se inscriba en un lazo social que de alguna manera lo increpa por las responsabilidades que tiene frente a actos cometidos durante el conflicto”.
Y como tercer punto hay un hecho que puede ser problemático: “dado que el combatiente cayó con cierta facilidad en la categoría de “terrorista”, terminamos desdibujando su humanidad. Pero ese ejercicio de rehumanización (la conversación o escucha) no debería entenderse como una suerte de validación de los actos de la guerra”. Por el contrario, plantea el profesor, debería sacarse al combatiente del ámbito de lo monstruoso para no justificar sus actos y poder determinar las responsabilidades personales.
Este último punto es importante teniendo en cuenta lo que sucedió en la conversación. Es usual que tras el recuento de una historia violenta anterior a sus decisiones como responsable de la guerra, se borren las responsabilidades sobre los hechos. Pero en esta conversación eso no sucedió. Los estudiantes le preguntaron a Bibiana Quintero, por ejemplo, si excusaba o se había puesto del lado de su padre. Ella les dijo que no, que, de hecho, después de enterarse de verdad qué había hecho su papá, lo cuestionaba. A pesar de eso han ido reconstruyendo su relación padre e hija. Óscar Montealegre, por ejemplo, también contó de dónde vino su decisión de irse a la guerra: buscar venganza. Pero inmediatamente dijo a los alumnos que no había justificación para tomar las armas.
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Edwin Torres Silva, coordinador académico del Colegio Francisco de Paula Santander, dice que de esta escucha se pueden extraer elementos de criterio positivo. “Permite que uno pueda ver desde otro ángulo la búsqueda esencial de esto. Ver que la persona puede aceptar abiertamente su pasado, las circunstancias, lo que hizo, pero también al final reflexionar y que diga: yo tengo familia, un futuro, tenía unas bases y unos pilares iniciales, y tenía un proyecto de vida inicial del que me desvié, generé un daño innegable, pero ahora tengo la oportunidad de construir algo mejor. Escuchar eso me parece muy productivo, enriquecedor”.
El profesor Aranguren agrega que para el excombatiente también es importante el espacio de escucha. “Esto le da la oportunidad de avanzar en procesos de elaboración y narración. Y para quienes lo escuchan es también la posibilidad, a nivel singular, de sacar la guerra del escenario en el que se inscribió socialmente, que es como algo que se veía en el monte, lejano, y de alguna manera confrontarse con la pregunta: ¿En dónde estaba yo cuando todo esto estaba ocurriendo?”
Montealegre, Alape y Quintero se abrieron al diálogo sincero con los estudiantes e incluso hubo lágrimas. Montealegre agregó que esto le ayudaba a sanar, y que era necesario continuar la conversación para que la guerra no continúe. “Yo no quiero que mis hijos vayan a ser víctimas de los hijos de las víctimas”, agregó.
Aranguren hace una reflexión final. “Me parece raro que haya gente a la que le resulte exótico que haya combatientes andando por ahí, hablando en colegios, estudiando en la universidad, cuando este es un país que tiene 60 años de conflicto. Aquí lo que hay son historias de guerra en todas las familias. Valdría la pena que hagamos la reflexión de dónde está la guerra en nuestra vida cotidiana. Algo tan similar incluso pasa con el narcotráfico”.
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¿Alguna vez sintieron pesar o tristeza por la gente cuando cometieron estos crímenes? ¿En qué momento se pierde el sentido de la moral y se cometen este tipo de actos? ¿Cómo se presentaron ante sus familias cuando salieron de la guerra? ¿Alguna vez ha justificado los actos de su padre? ¿Qué sienten al decir la verdad a las víctimas?
¿Cómo responderles estas preguntas a estudiantes de grados 9°, 10° y 11° sin justificar un conflicto que no tiene justificación? Ese fue el reto del encuentro Hablemos de Verdad en Colegios, en el que participaron casi 200 estudiantes de las instituciones José Max León, colegio privado de Bogotá, y Francisco de Paula Santander, colegio público de El Zulia (Norte de Santander). Las respuestas estaban a cargo de Óscar Montealegre, excomandante paramilitar; Pastor Alape, excomandante guerrillero; y Bibiana Quintero, joven líder e hija de un militar implicado en graves crímenes en la guerra.
El espacio, apoyado por la Embajada de Alemania en Colombia, se planteaba responderles a los estudiantes las preguntas que habían trabajado en talleres preparatorios, asesorados por la Universidad Pedagógica y por el Instituto Colombo-alemán para la Paz. No fue una cátedra. Fue más bien un diálogo en el que, sin caer en relatos que justifiquen las acciones de los responsables, intentaron responder contando un poco de sus historias de vida y sus razones para hoy tratar de construir paz y reconciliación.
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A esa primera pregunta, sobre si hubo pesar o tristeza cuando cometieron crímenes, Montealegre contó una historia: después de ordenar el asesinato de un hombre, según dijo, integrante de una guerrilla, sus subalternos le entregaron la billetera y ahí vio una foto de los hijos de la víctima y de su esposa. “Los niños tenían la misma edad que mi hermano y yo cuando mis papás fueron asesinados”, dijo. Pastor Alape, que tuvo que interrumpir la última parte de es diálogo porque iba camino a Pipiral (Villavicencio) a un acto de perdón por las “pescas milagrosas”, dijo que la masacre de Bojayá lo hizo sentir que estaban haciendo las cosas muy mal. “Las armas para defender a los pobres no se pueden utilizar para atacar a los pobres”.
La profesora de Filosofía y coordinadora de la cátedra de ética y paz del colegio José Max León, Lizeth Marchena, dice que lo que buscaban con la participación de los estudiantes en este encuentro era cultivar el pensamiento reflexivo y la mirada crítica. Cuenta que “minutos después de que terminó recibí algunos mensajes en el chat, tanto de alumnos como de padres que acompañaron a sus hijos en el encuentro. Los chicos decían: “yo no sentí que esto estuviera polarizado ni con sesgos políticos”. “Había tres puntos de vista y le tocaba a uno mirar qué pensaba de cada uno”. También hubo padres que agradecieron el encuentro porque fue una oportunidad "para abrir su mente y entender realidades que consideraban alejadas”.
El jefe del área de Ciencias Sociales de la misma institución, Víctor Manuel Beltrán, dice que uno de los puntos valiosos del ejercicio es aprender a escuchar. “Nosotros trabajamos mucho en que ellos puedan argumentar, y estoy seguro de que ayer muchos niños se mordían la lengua por contra preguntar, argumentar, refutar alguna afirmación, pero el ejercicio les permite escuchar, una habilidad que hace mucha falta”.
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Para Juan Pablo Aranguren, historiador, psicólogo, profesor e investigador de la Universidad de los Andes, estos espacios de escucha de excombatientes y de conversación con la sociedad civil pueden tener varios efectos generales. Primero, darle al excombatiente la posibilidad de narrar su experiencia y no hacerlo desde el pensamiento de amigo-enemigo que se manejaba en la guerra. Así como, “la posibilidad de no desdibujar al sujeto de sus responsabilidades personales frente a los actos cometidos en el conflicto. Y es que en los ejercicios de escucha permiten que el excombatiente se inscriba en un lazo social que de alguna manera lo increpa por las responsabilidades que tiene frente a actos cometidos durante el conflicto”.
Y como tercer punto hay un hecho que puede ser problemático: “dado que el combatiente cayó con cierta facilidad en la categoría de “terrorista”, terminamos desdibujando su humanidad. Pero ese ejercicio de rehumanización (la conversación o escucha) no debería entenderse como una suerte de validación de los actos de la guerra”. Por el contrario, plantea el profesor, debería sacarse al combatiente del ámbito de lo monstruoso para no justificar sus actos y poder determinar las responsabilidades personales.
Este último punto es importante teniendo en cuenta lo que sucedió en la conversación. Es usual que tras el recuento de una historia violenta anterior a sus decisiones como responsable de la guerra, se borren las responsabilidades sobre los hechos. Pero en esta conversación eso no sucedió. Los estudiantes le preguntaron a Bibiana Quintero, por ejemplo, si excusaba o se había puesto del lado de su padre. Ella les dijo que no, que, de hecho, después de enterarse de verdad qué había hecho su papá, lo cuestionaba. A pesar de eso han ido reconstruyendo su relación padre e hija. Óscar Montealegre, por ejemplo, también contó de dónde vino su decisión de irse a la guerra: buscar venganza. Pero inmediatamente dijo a los alumnos que no había justificación para tomar las armas.
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Edwin Torres Silva, coordinador académico del Colegio Francisco de Paula Santander, dice que de esta escucha se pueden extraer elementos de criterio positivo. “Permite que uno pueda ver desde otro ángulo la búsqueda esencial de esto. Ver que la persona puede aceptar abiertamente su pasado, las circunstancias, lo que hizo, pero también al final reflexionar y que diga: yo tengo familia, un futuro, tenía unas bases y unos pilares iniciales, y tenía un proyecto de vida inicial del que me desvié, generé un daño innegable, pero ahora tengo la oportunidad de construir algo mejor. Escuchar eso me parece muy productivo, enriquecedor”.
El profesor Aranguren agrega que para el excombatiente también es importante el espacio de escucha. “Esto le da la oportunidad de avanzar en procesos de elaboración y narración. Y para quienes lo escuchan es también la posibilidad, a nivel singular, de sacar la guerra del escenario en el que se inscribió socialmente, que es como algo que se veía en el monte, lejano, y de alguna manera confrontarse con la pregunta: ¿En dónde estaba yo cuando todo esto estaba ocurriendo?”
Montealegre, Alape y Quintero se abrieron al diálogo sincero con los estudiantes e incluso hubo lágrimas. Montealegre agregó que esto le ayudaba a sanar, y que era necesario continuar la conversación para que la guerra no continúe. “Yo no quiero que mis hijos vayan a ser víctimas de los hijos de las víctimas”, agregó.
Aranguren hace una reflexión final. “Me parece raro que haya gente a la que le resulte exótico que haya combatientes andando por ahí, hablando en colegios, estudiando en la universidad, cuando este es un país que tiene 60 años de conflicto. Aquí lo que hay son historias de guerra en todas las familias. Valdría la pena que hagamos la reflexión de dónde está la guerra en nuestra vida cotidiana. Algo tan similar incluso pasa con el narcotráfico”.
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