Bernardo Jaramillo Ossa, el “vozarrón” de la UP que la violencia apagó
El asesinato del candidato presidencial por el partido Unión Patriótica (1955-1990) hace 30 años es una herida abierta que la justicia no ha podido curar. Familiares y amigos recuerdan al hombre que dio su vida buscando la paz del país.
Jenny Castellanos/ jcastellanos@elespectador.com/@jenncastellS24/
“Nos acostábamos siempre con un ojo abierto. Todo dirigente de la izquierda colombiana, todos los dirigentes sindicales y políticos de la oposición vivíamos todo el tiempo conectados porque sabíamos que mañana o pasado mañana iban a matar otro”. Son palabras de Jaime Dussán para recordar el ambiente que se sentía hace treinta años, y que el 22 de marzo de 1990 se estremeció con la noticia del asesinato en el aeropuerto El Dorado del candidato presidencial de la Unión Patriótica (UP), Bernardo Jaramillo Ossa. Ya habían asesinado al primer candidato Jaime Pardo Leal en 1987. La guerra sucia golpeaba de nuevo los esfuerzos de paz.
Después de diez años de actividad política y sindical en la zona bananera de Urabá, Jaramillo Ossa se había convertido en un promisorio líder de izquierda. Por eso, cuando surgió la UP, a raíz de los diálogos de paz entre el Gobierno de Belisario Betancur y las Farc, no dudó en apoyar la iniciativa y convertirse en uno de sus dirigentes. Cuando mataron a Pardo Leal, su nombre salió a relucir como la voz que se necesitaba para no declinar en la búsqueda de la paz. “Aún recuerdo la nitidez de su voz, fue un vozarrón difícil de olvidar”, refiere su hijo, Bernardo Jaramillo Zapata, de apenas ocho años cuando mataron a su padre.
(Vea: La herida abierta de la Unión Patriótica)
“Creo que Bernardo Jaramillo fue muy importante dentro en el ámbito de la izquierda, porque fue el primer dirigente que públicamente convidó a los dos bandos, tanto a la guerrilla como al Gobierno a que se sentaran a negociar; y también a que dejaran las prácticas propias de la guerra que degradaron el conflicto y la lucha”, añade Mariella Barragán, su segunda esposa. En un momento crucial en que casi a diario caían asesinados los líderes de la UP o de otros sectores que apoyaban la idea de la negociación de paz, Jaramillo Ossa se jugó el todo por el todo defendiendo el diálogo, a sabiendas que iba a costarle la vida.
El exdirigente político Carlos Bula, que fue amigo de Jaramillo Ossa, comentó a El Espectador: “En medio de la masacre que le estaban haciendo a su partido, la Unión Patriótica, él levantó su voz y dijo a la guerrilla: ‘Ustedes tampoco’. Fue una audaz y visionaria postura política porque en su sentir, todos los esfuerzos debían orientarse a la construcción de un país en paz. A sus 34 años, sabía que la muerte le pisaba los talones, pero no se podía dar marcha atrás. Incluso ya era claro que su unión con el máximo líder de la Alianza Democrática M-19, Carlos Pizarro Leongómez, era el paso a seguir y esa alianza ya tenía una hoja de ruta.
(Puede interesarle: La historia tras la muerte de un líder de la UP)
En cuestión de horas, tras la entrega de armas del 8 y 9 de marzo, Pizarro alcanzó 70.000 votos en su aspiración a la alcaldía de Bogotá. En criterio de Bernardo Jaramillo y otros militantes de la izquierda colombiana, esta votación demostraba que el electorado estaba dispuesto a respaldar un movimiento alternativo por la paz y que la unidad con otros sectores democráticos era darle una oportunidad real para Colombia. Como rezaba su consigna de campaña venga esa mano, país, su vocación fue la conversación con todos, y esa histórica reunión entre Jaramillo y Pizarro tuvo lugar en la casa del exministro Carlos Bula.
“Me habían dicho que se iban a chocar dos egolatras y no fue así. Hubo empatía de primera circunstancia (...) Estábamos discutiendo en mi casa cuál de los dos debía ser el candidato presidencial y como él (Jaramillo) sabía de mi amistad de vieja data con Pizarro, pensó que yo iba a proponerlo. Entonces Pizarro, para resolver el asunto señaló: ‘Carlos, y tú, ¿por qué candidato te pronuncias?’ Y les dije: Por Jaramillo. Se quedaron pasmados (...) Entonces me dijo: ‘oiga, usted es un berraco. No tenía necesidad de decir eso’. Y le repliqué: Quise hacerlo porque debía responder a su franqueza con la mía”, recuerda Bula exaltando a Jaramillo.
(Lea: “La verdad no aparece en ningún lado”: Mariella Barragán, esposa de Bernardo Jaramillo Ossa)
Jaime Dussán estuvo presente en esa reunión. “Después de seis o siete horas, llegamos a la conclusión que era imposible que uno de los dos retirara su candidatura presidencial. Bernardo Jaramillo era el candidato de la Unión Patriótica, que estaba siendo masacrada (...) y Carlos Pizarro llegaba de firmar un acuerdo de paz. Era imposible que en ese momento declinara alguno”. Pero la unión poselectoral estaba escrita. Era cuestión de que pasaran los comicios de mayo. Ninguno de los dos pudo llegar a ese encuentro. A Jaramillo lo asesinaron el 22 de marzo. A Pizarro el 26 de abril. En ambos casos con sospechosa conducta del DAS.
“Ese fue el fin del mundo”, observa Carlos Bula al definir el momento en que se perpetraron los dos asesinatos. Oscar Gutiérrez, miembro de la Dirección Nacional de la Unión Patriótica entre 1987 y 1989 y amigo cercano de Bernardo Jaramillo, agregó: “veníamos en auge en las votaciones y con la simpatía que tenía tanto Bernardo Jaramillo como Carlos Pizarro (...) con su muerte perdimos el norte de ese proyecto”. Y al margen de la esperanza política que perdió la izquierda con el asesinato de Jaramillo, sus familiares y amigos perdieron a un ser inolvidable, que tuvo tiempo para el tango, el fútbol o los carritos de juguete.
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“Fue un hombre muy especial, encantador, simpático, alegre (...) vivía con la aguja pegada con el tango Volver. Yo le decía: ‘¡ya!, cambiémoslo, por favor’. Hoy, cuando escucho ese tango de Carlos Gardel, regresan todos los recuerdos”. Son palabras de la teatrera Patricia Ariza, también amiga de Jaramillo y copartidaria de la Unión Patriótica. Como ella, su segunda esposa, Mariela Barragán, conserva las boletas de los partidos de fútbol a los que fueron juntos o muchas fotos de su tiempo en casa. No todo fue agitación política en su vida, con personalidad expansiva, ante todo, fue un hombre abierto a los cambios y firme con la paz.
Desafortunadamente, son más los recuerdos de su familia, sus copartidarios o sus amigos, porque del lado estatal el único saldo es de impunidad rampante. Después de 30 años, la justicia ofrece un saldo mínimo. En primera instancia fueron acusados como actores materiales del asesinato de Jaramillo los hermanos Fidel y Carlos Castaño. Y ese fue el único diagnóstico por mucho tiempo. Al menos en 2016, el Gobierno reconoció la responsabilidad del Estado en el exterminio de la Unión Patriótica y el registro de asesinatos, torturas o desapariciones ya constituye un capítulo trascendental en la Justicia Especial de Paz.
(Le puede interesar: La historia inédita del encuentro de dos líderes)
Por eso hoy, recordar a Bernardo Jaramillo Ossa, más que invocar al candidato presidencial de un partido político surgido de un proceso de paz que fue exterminado a sangre y fuego; o de rememorar al manizaleño dicharachero, franco y sonriente; incluso de hacer el triste recuento de los fracasos de la justicia colombiana, se trata de rendir homenaje a la memoria de un hombre que creyó en la paz. No era un momento fácil y, como hoy, las extremas no estaban dispuestas a ceder un ápice en sus inamovibles. Eso logró Jaramillo y ese fue su legado. Murió demostrándole a la sociedad colombiana que únicamente con el diálogo se supera al horror.
“Nos acostábamos siempre con un ojo abierto. Todo dirigente de la izquierda colombiana, todos los dirigentes sindicales y políticos de la oposición vivíamos todo el tiempo conectados porque sabíamos que mañana o pasado mañana iban a matar otro”. Son palabras de Jaime Dussán para recordar el ambiente que se sentía hace treinta años, y que el 22 de marzo de 1990 se estremeció con la noticia del asesinato en el aeropuerto El Dorado del candidato presidencial de la Unión Patriótica (UP), Bernardo Jaramillo Ossa. Ya habían asesinado al primer candidato Jaime Pardo Leal en 1987. La guerra sucia golpeaba de nuevo los esfuerzos de paz.
Después de diez años de actividad política y sindical en la zona bananera de Urabá, Jaramillo Ossa se había convertido en un promisorio líder de izquierda. Por eso, cuando surgió la UP, a raíz de los diálogos de paz entre el Gobierno de Belisario Betancur y las Farc, no dudó en apoyar la iniciativa y convertirse en uno de sus dirigentes. Cuando mataron a Pardo Leal, su nombre salió a relucir como la voz que se necesitaba para no declinar en la búsqueda de la paz. “Aún recuerdo la nitidez de su voz, fue un vozarrón difícil de olvidar”, refiere su hijo, Bernardo Jaramillo Zapata, de apenas ocho años cuando mataron a su padre.
(Vea: La herida abierta de la Unión Patriótica)
“Creo que Bernardo Jaramillo fue muy importante dentro en el ámbito de la izquierda, porque fue el primer dirigente que públicamente convidó a los dos bandos, tanto a la guerrilla como al Gobierno a que se sentaran a negociar; y también a que dejaran las prácticas propias de la guerra que degradaron el conflicto y la lucha”, añade Mariella Barragán, su segunda esposa. En un momento crucial en que casi a diario caían asesinados los líderes de la UP o de otros sectores que apoyaban la idea de la negociación de paz, Jaramillo Ossa se jugó el todo por el todo defendiendo el diálogo, a sabiendas que iba a costarle la vida.
El exdirigente político Carlos Bula, que fue amigo de Jaramillo Ossa, comentó a El Espectador: “En medio de la masacre que le estaban haciendo a su partido, la Unión Patriótica, él levantó su voz y dijo a la guerrilla: ‘Ustedes tampoco’. Fue una audaz y visionaria postura política porque en su sentir, todos los esfuerzos debían orientarse a la construcción de un país en paz. A sus 34 años, sabía que la muerte le pisaba los talones, pero no se podía dar marcha atrás. Incluso ya era claro que su unión con el máximo líder de la Alianza Democrática M-19, Carlos Pizarro Leongómez, era el paso a seguir y esa alianza ya tenía una hoja de ruta.
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En cuestión de horas, tras la entrega de armas del 8 y 9 de marzo, Pizarro alcanzó 70.000 votos en su aspiración a la alcaldía de Bogotá. En criterio de Bernardo Jaramillo y otros militantes de la izquierda colombiana, esta votación demostraba que el electorado estaba dispuesto a respaldar un movimiento alternativo por la paz y que la unidad con otros sectores democráticos era darle una oportunidad real para Colombia. Como rezaba su consigna de campaña venga esa mano, país, su vocación fue la conversación con todos, y esa histórica reunión entre Jaramillo y Pizarro tuvo lugar en la casa del exministro Carlos Bula.
“Me habían dicho que se iban a chocar dos egolatras y no fue así. Hubo empatía de primera circunstancia (...) Estábamos discutiendo en mi casa cuál de los dos debía ser el candidato presidencial y como él (Jaramillo) sabía de mi amistad de vieja data con Pizarro, pensó que yo iba a proponerlo. Entonces Pizarro, para resolver el asunto señaló: ‘Carlos, y tú, ¿por qué candidato te pronuncias?’ Y les dije: Por Jaramillo. Se quedaron pasmados (...) Entonces me dijo: ‘oiga, usted es un berraco. No tenía necesidad de decir eso’. Y le repliqué: Quise hacerlo porque debía responder a su franqueza con la mía”, recuerda Bula exaltando a Jaramillo.
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Jaime Dussán estuvo presente en esa reunión. “Después de seis o siete horas, llegamos a la conclusión que era imposible que uno de los dos retirara su candidatura presidencial. Bernardo Jaramillo era el candidato de la Unión Patriótica, que estaba siendo masacrada (...) y Carlos Pizarro llegaba de firmar un acuerdo de paz. Era imposible que en ese momento declinara alguno”. Pero la unión poselectoral estaba escrita. Era cuestión de que pasaran los comicios de mayo. Ninguno de los dos pudo llegar a ese encuentro. A Jaramillo lo asesinaron el 22 de marzo. A Pizarro el 26 de abril. En ambos casos con sospechosa conducta del DAS.
“Ese fue el fin del mundo”, observa Carlos Bula al definir el momento en que se perpetraron los dos asesinatos. Oscar Gutiérrez, miembro de la Dirección Nacional de la Unión Patriótica entre 1987 y 1989 y amigo cercano de Bernardo Jaramillo, agregó: “veníamos en auge en las votaciones y con la simpatía que tenía tanto Bernardo Jaramillo como Carlos Pizarro (...) con su muerte perdimos el norte de ese proyecto”. Y al margen de la esperanza política que perdió la izquierda con el asesinato de Jaramillo, sus familiares y amigos perdieron a un ser inolvidable, que tuvo tiempo para el tango, el fútbol o los carritos de juguete.
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“Fue un hombre muy especial, encantador, simpático, alegre (...) vivía con la aguja pegada con el tango Volver. Yo le decía: ‘¡ya!, cambiémoslo, por favor’. Hoy, cuando escucho ese tango de Carlos Gardel, regresan todos los recuerdos”. Son palabras de la teatrera Patricia Ariza, también amiga de Jaramillo y copartidaria de la Unión Patriótica. Como ella, su segunda esposa, Mariela Barragán, conserva las boletas de los partidos de fútbol a los que fueron juntos o muchas fotos de su tiempo en casa. No todo fue agitación política en su vida, con personalidad expansiva, ante todo, fue un hombre abierto a los cambios y firme con la paz.
Desafortunadamente, son más los recuerdos de su familia, sus copartidarios o sus amigos, porque del lado estatal el único saldo es de impunidad rampante. Después de 30 años, la justicia ofrece un saldo mínimo. En primera instancia fueron acusados como actores materiales del asesinato de Jaramillo los hermanos Fidel y Carlos Castaño. Y ese fue el único diagnóstico por mucho tiempo. Al menos en 2016, el Gobierno reconoció la responsabilidad del Estado en el exterminio de la Unión Patriótica y el registro de asesinatos, torturas o desapariciones ya constituye un capítulo trascendental en la Justicia Especial de Paz.
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Por eso hoy, recordar a Bernardo Jaramillo Ossa, más que invocar al candidato presidencial de un partido político surgido de un proceso de paz que fue exterminado a sangre y fuego; o de rememorar al manizaleño dicharachero, franco y sonriente; incluso de hacer el triste recuento de los fracasos de la justicia colombiana, se trata de rendir homenaje a la memoria de un hombre que creyó en la paz. No era un momento fácil y, como hoy, las extremas no estaban dispuestas a ceder un ápice en sus inamovibles. Eso logró Jaramillo y ese fue su legado. Murió demostrándole a la sociedad colombiana que únicamente con el diálogo se supera al horror.