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En julio de 2020 nadie podía salir de casa. La pandemia por el Covid-19 mantuvo al mundo encerrado y, aun así, ahí estábamos nosotros, metidos en un carro a punto de arrancar un viaje de siete horas desde Bogotá a San José del Guaviare que, en ese momento, no tenía fecha de vuelta.
El viaje quizás empezó antes. En 2016 dimos luz a CaminanTr3s, un pasatiempo con el que quisimos explorar los rincones más ocultos y remotos de Colombia, y que luego se convirtió en un canal de YouTube, después en empresa y en implementador de programas de cooperación internacional. Para 2020 ya habíamos recorrido 20 departamentos del país, pero esta travesía al Guaviare se convertiría en el de más larga estadía.
El propósito siempre fue recorrer Colombia con una cámara al hombro y mostrar las historias que nos encontráramos ejerciendo el periodismo como viajeros. Fue la terquedad lo que nos mantuvo fieles a nuestra causa. En el camino encontramos aliados con quienes comimos monte, nos perdimos en la selva, nos subimos a los nevados, dormimos en los páramos, perdimos equipos de grabación en el mar, comimos gusanos y nos quedó tiempo para soñar.
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Pero en ese carro rumbo a la capital del Guaviare, se empezó a materializar un deseo mucho más grande: enseñar a comunidades históricamente marginadas y marcadas cruelmente por el conflicto armado a difundir sus propias historias. Ya no más otros hablando en su nombre. Ahora serían ellas quienes tomarían la foto, harían el video y comunicarían tanto sus necesidades como las bellezas de sus territorios.
Así nació el “Programa de Capacitación para Colectivos de Comunicación de Guaviare”** diseñado por CaminanTr3s y financiado por cooperación internacional que buscamos con las uñas. Es un nombre rimbombante, pero en realidad lo que hacemos es acercar la tecnología, pero también la forma de actuar con ella.
Imaginen el cambio: pasamos de estar cuatro meses encerrados en Bogotá, a estar parados en el territorio con el arte rupestre más antiguo de América Latina, a pasear en la Serranía de La Lindosa y sus ríos rosados, y a visitar la Puerta de Orión y la entrada al paraíso de Chiribiquete. Capacitamos a 30 personas entre los 6 y los 50 años, de tres municipios: San José, El Retorno y Calamar.
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La edad no era el único reto para enseñarles a tomar una foto o cómo funcionan las redes sociales. Costumbres culturales, machismo, depresiones, inseguridades, desconfianza y el miedo latente a las dinámicas del conflicto fueron algunas de las cosas que no estaban en los papeles, pero que nos chocaban en la cara. Para algunos la opción de vida era ser “raspachín”, pero con lo que les enseñábamos queríamos probarles que había otros caminos.
Tres colectivos en el Guaviare
Todavía recordamos la primera clase. Todo estaba empacado, no se nos olvidó nada. Fue virtual por la pandemia y ahí tuvimos la primera estrellada de los dos rolos periodistas: la conectividad. No solo fue el internet. Dar clase virtual nos obligó a una sola cosa que encierra todas: adaptabilidad. Aquí los zancudos chupando sangre en medio de una clase no eran mayor preocupación frente al manejo del vocabulario, la eliminación de tecnicismos y prejuicios que pensábamos haber superado viajando durante cinco años por Colombia.
Claro que había otros retos. El acceso a tecnología suele ser escaso o nulo en estas regiones. Uno de nuestros estudiantes de Calamar, por ejemplo, duró varias clases sin asistir y cuando preguntamos qué pasaba, la respuesta de uno de sus amigos fue: “Profe, es que no tiene celular. Es que en la casa solo tienen un celular y la mamá se lo debió llevar a su trabajo”.
Ahí estábamos en ese país marginado en donde se tiene un celular por hogar. En ese país que tantos niegan, pero donde tus estudiantes están amenazados por ser líderes ambientales y deben ir con escoltas a clase. En Guaviare no solo estábamos dictando un taller. Teníamos la responsabilidad de salvar vidas. De cumplirles a los y las chicas que en la mañana iban a descargar costales en la plaza de mercado y por la tarde se capacitaban con dos locos para ser “youtuber”.
Un día, en clase presencial, y con la confianza y amistad ganada entre los estudiantes, entró una llamada desesperada al celular de uno de los integrantes del colectivo: “Juan se va a matar, en este momento va para el puente Nowen a botarse al río Guaviare”.
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Antes de finalizar la llamada ya estábamos subidos en dos motos buscando a Juan. La escena siguiente fue convencerlo de que su presencia en este plano terrenal era vital, que si tomaba esa decisión no iba a solucionar nada y que tras él, muchos de sus compañeros que lo veían como líder, iban a saltar sin pensarlo. Se hizo noche y evitamos la pérdida del que hoy en día se destaca como fotógrafo y acompañando producciones hasta la Sierra Nevada de Santa Marta.
Un año de experiencias de ese tipo nos llevaron a consolidar tres equipos que encontraron en las cámaras la excusa para vivir. Los colectivos de comunicaciones Pipe Q-ida, Maloca Joven y La Chagra, son producto de ese aprendizaje que superó, escandalosamente, las hojitas en las que llevábamos diseñado el programa de capacitación.
Pipe Q-ida produjo una obra de teatro en la selva y fue documentada audiovisualmente, lo que le significó miles de visitas en YouTube.
Maloca Joven documentó cómo el rugby ha transformado las vidas de jóvenes del Guaviare, esta pieza los llevó a ser contactados por medios nacionales que hicieron eco de su trabajo.
La Chagra realizó el primer largometraje de ficción y terror en la ruralidad del departamento.
Hoy en día estos nuevos creadores de contenido de valor se trazan metas indispensables para cambiar la cara del Guaviare. Mediante canales en YouTube y redes sociales se convirtieron en agentes de cambio de sus territorios.
Nuestros pupilos y hoy colegas alternan sus empleos con producciones audiovisuales. Aprendieron a volar dron, a manejar una cámara profesional, a presentar una propuesta, a preparar una cotización y sobre todo a tejer la red de creadores desde la Amazonía, el lugar que necesita más que cámaras, personas interesadas en contar la riqueza y la vulnerabilidad de su territorio.
* Cofundadores de Caminantr3s
** El programa pertenece a CaminanTr3s y fue financiado por USAID mediante Territorios de Oportunidad.