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Durante la guerra, el piedemonte al norte del Caquetá fue sinónimo de terror. Allí, Joaquín Gómez y sus hombres del extinto Bloque Sur de las Farc tenían su propia ley y ejercían un control territorial violento que se extendía hasta el extremo sur del Putumayo.
Desde las vías que rodean a San Vicente del Caguán, sitio en el que fueron secuestradas la excandidata presidencial Íngrid Betancourt y su jefe de debate Clara Rojas en febrero de 2002, pasando por los municipios de Puerto Rico, El Doncello, Florencia y El Paujíl, las comunidades fueron testigos de masacres, ‘pescas milagrosas’, centenares de episodios de reclutamiento forzado y de desplazamientos que no quieren repetir.
La construcción de memoria y la dignificación de los familiares que ya no tienen a su lado son premisas fundamentales y hasta un estilo de vida para los caqueteños. Si bien en el plebiscito de 2016, 11 de los 16 municipios en el departamento votaron por el ‘No’, la evidencia real en las calles es que esta zona amazónica, año tras año, se quiere afianzar como un territorio de paz y reconciliación. Ahora el arte y el fomento de la cultura local se toman espacios que antes parecían inviables. Hay muestras de que allí quieren perdonarse y unir lazos sociales atados por el respeto y las garantías de no continuidad de la guerra.
Los excombatientes de las Farc que están haciendo su proceso de reincorporación en el ETCR ‘Agua Bonita’, ubicado en zona rural de La Montañita, han sido gestores de paz desde 2017 por medio de su festival anual “Agua Bonita se pinta de colores”. Este era un encuentro de una semana en el que convocaban a artistas de distintas disciplinas a nivel nacional para promover el diálogo y perdón al interior del espacio de reincorporación. Entre muralistas, músicos, cantantes, bailarines, artistas escénicos, entre otros, se han encargado de construir paz desde el interior de Agua Bonita. De hecho, hasta el año pasado esta manifestación fue por excelencia local y generó espacios de encuentro entre los exguerrilleros, artistas y habitantes de las veredas cercanas. Pero el alcance aún no era el esperado.
Esto cambió tangencialmente en la edición 2021, que inició el pasado 22 de agosto y se extenderá hasta la jornada de hoy. El paso de “Agua Bonita se pinta de colores”, a la realización de “Caquetá se pinta de colores” se resumió en la necesidad que tienen los exFarc de llevar su mensaje de pedido de perdón a las comunidades que más afectaron en los siete municipios priorizados dentro de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) en Caquetá.
Diego Ferney Tovar, conocido en la guerra como Federico Montes, es el encargado de darle vida al festival. Coordina cualquier aspecto que involucre al ETCR en Agua Bonita y según Isaías*, también excombatiente de las Farc y partícipe en la elaboración de los murales en Florencia, es el primero en tener la voluntad de agachar la cabeza para honrar a las víctimas que afectaron durante la guerra.
Junto con un comité de selección convocó a 81 artistas a nivel nacional para llevarlos por las calles de San Vicente del Caguán, Puerto Rico, El Doncello, Florencia, La Montañita, El Paujíl y Solano. Las muestras de danza, canto y muralismo que antes tan solo se reducían al ETCR como forma de reivindicación para no ser estigmatizados, ahora se vive en el departamento. Colombia+20 acompañó estos recorridos.
“Es la primera vez que sacamos las pinturas de nuestro espacio territorial para ofrecerle nuestro arte a los caqueteños que más afectamos. Queremos seguir creciendo y este tan solo es un paso para que vean nuestro sentido auténtico de ofrecer disculpas desde el corazón. Los murales nos unen como hermanos, como lo que quizás nunca debimos dejar de ser. Vinieron artistas de prácticamente todas las regiones que comparten nuestros relatos y desde el pincel de ellos, asesorados también por compañeros firmantes de paz, le decimos ¡no más! a los violentos y a los que no quieren ver al Caquetá florecer.”, dijo Tovar.
Ninfa Lozano, habitante de El Doncello, contó que a su esposo lo mató la exguerrilla de las Farc en 1996 y que esta era la primera vez que se sentía identificada con los actos de memoria y perdón por parte de los firmantes de la Acuerdo de Paz. “Estas pinturas reflejan nuestra identidad. Poco a poco sanamos y queremos más actos así. Nuestro perdón lo tienen”, resaltó.
Uno de los artistas aceptados por la organización es Duván Estrada, muralista que llegó hasta el municipio de El Doncello para cambiar las paredes deterioradas de una escuela como símbolo de resistencia.
Desde su natal San Agustín (Huila) ha aprendido a ser nómada y a trabajar en función de la paz. Se formó como artista plástico en la Universidad de los Andes y desde sus días como estudiante le ofreció sus manos a las causas de justicia, reconciliación y a cualquier manifestación de la no violencia.
En la periferia de El Doncello, llegando a un punto icónico conocido como “El charco del gamín”, una quebrada de agua helada y cristalina, Duván retrató a niños doncellences que quisieron ser la inspiración para el mural de su escuela.
“Pintar la escuela en este municipio trae una carga simbólica impresionante. Hace menos de 20 años, muchos de los niños y niñas aquí eran llevados a la guerra, dejando atrás sus sueños y sus vidas. Mi mural es la muestra de lo que ellos en verdad son: una belleza de la naturaleza, que convive constantemente con su entorno y que no pierde ninguna oportunidad de sonreír. Hay trompetas porque uno de ellos la tocaba muy bien y este talento le daba aún más vida a sus compañeros. Ni un niño más, aquí o donde sea, debe saber más de armas o de violencia de cualquier tipo”, relató el artista.
En ese mismo municipio, pero al otro lado del pueblo, estaban Niña Tigre* y su compañero Linda Grieta*, dos muralistas bogotanos que con un bagaje en la defensa de propósitos feministas y en la denuncia constante de sucesos de violencia sexual, por medio de su arte, llegaron hasta el Caquetá para continuar con sus causas y visibilizar el rol de la mujer después de la guerra.
“Nos asignaron el mural en el estadio del municipio. Históricamente este tipo de escenarios son masculinizados y dejan a la mujer en un segundo plano. Este tipo de violencias las afrontamos con nuestra lata de pintura en la mano y un mensaje para que ninguna lucha feminista sea invisibilizada”, dijo Niña Tigre.
Y agregó Linda Grieta que “cuando el festival era en Agua Bonita, la esencia, creemos, era una lucha paritaria hacia la paz y no podemos dejar de ver eso. Por eso queremos homenajear a la mujer caqueteña en dos momentos para que todos la puedan ver: primero, mostrar a una berraca que prefirió empuñar una cámara por encima de un arma; y segundo, aprovechando la coyuntura de los Paralímpicos e ilustrar a una mujer con reducción en su movilidad que practica ‘bocchia’, deporte similar al tejo con gran aceptación en este municipio, y que es una campeona. Puede parecer un estereotipo, ahora no nos importa, pero ahora el estadio de Doncello es rosa y un espacio para reflexionar en torno a la mujer y todas las violencias que tuvo que vivir durante la guerra”.
En todos los municipios a los que ha legado el festival, manifestaciones como las de estos artistas han estado en constante armonía con “asaltos” culturales, en los que bailarines y cantantes, principalmente, le ofrecen su música y movimientos a los siete municipios PDET en los parque principales respectivos.
Desde grupos de danza contemporánea provenientes de Soledad, hasta el grupo de baile autóctono de Agua Bonita, parte de su semillero de paz, le hicieron frente a las formas de violencia que persisten y mandaron un mensaje en el que invitan a que en el territorio haya una transición hacia el diálogo amistoso y el reconocimiento de atrocidades del pasado, para sanar y pensar hacia e futuro en el Caquetá.
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Solano ocupa el 48% de la extensión en Caquetá; no hay entidad territorial allí que sea más grande. Es el punto que une al Putumayo con este departamento, y paradójicamente a pesar de su grandeza y variedad de fronteras, es el único municipio caqueteño al que no se puede llegar por tierra. Solo las lanchas desde Puerto Arango, zona rural de Florencia, tienen la capacidad de atravesar el río para llegar en poco menos de cuatro horas al puerto de Solano.
En el casco urbano viven alrededor de 12.000 personas, especialmente de comunidades indígenas coreguaje y uitoto, y hasta allí llegaron las muestras culturales del festival. El restaurante frente al puerto albergó los murales, mientras que el parque municipal albergó a los asaltos culturales.
Los animales amazónicos, los colores de la región y un homenaje a las aguas que los rodean, fueron los protagonistas de los relatos, en un municipio que busca quitarse la estigmatización que llevan por la presencia de las estructuras de la disidencia de Gentil Duarte y por una lejanía territorial que los ha marginado de la presencia del Estado colombiano.
Los relatos en Caquetá son muestra de que el arte puede trazar el camino del perdón y la reconciliación dentro del territorio. Las atrocidades de la guerra siguen en los recuerdos de su gente, pero ahora, más que nunca, son los colores de las pinturas y los sonidos de los bambucos que tanto se vivieron durante el festival, los que ocupan un mayor espacio en sus vidas, hecho fehaciente de que están listos para pasar la página y vivir en una paz inacabable.
*Los apodos, nombres de guerra o forma corta de mencionar a los artistas y algunos excombatientes se deben a un pedido expreso de ellos. Alguno lo hicieron por temas de seguridad.