Las mujeres de Nariño y Putumayo que se sobrepusieron a la violencia sexual
Víctima de violencia sexual en el marco del conflicto armado interno, Carmen Guaquez se ha convertido en una influyente lideresa de las mujeres de Nariño y Putumayo que luchan por sus derechos buscando sobreponerse a la violencia. USAID y CODHES han fortalecido los procesos de las mujeres víctimas de violencia sexual en la región.
Los hechos sucedieron como en una cascada de tragedias incontenibles: primero las amenazas, después la bomba, luego la masacre y al final el desplazamiento, todo en cuestión de pocas semanas, que terminaron marcando para siempre la vida de una familia y una comunidad.
Carmen Guaquez tiene todavía frescos aquellos recuerdos de su adolescencia en El Placer, un pequeño caserío del Valle de Guamués en el departamento del Putumayo. La vida transcurría en medio de lo que ella llama “la abundancia total”, pescando en el río, cosechando yucas y plátanos en medio de juegos, conviviendo en paz con sus vecinos y amigos. “Todo era risas”, recuerda.
Su padre era dueño de un restaurante y un granero en el caserío, que por entonces experimentaba momentos de una gran prosperidad gracias a la bonanza cocalera, no obstante, sus habitantes estaban ad portas de que el conflicto armado tocará a sus puertas el domingo 7 de noviembre de 1999, cuando un escuadrón de las Autodefensas Unidas de Colombia penetró en el día de mercado asesinando de forma indiscriminada a 11 pobladores. Aquella se conoce como la masacre de El Placer.
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En la zona se disputaban el control los grupos armados del frente 48 de las FARC y el Bloque Sur Putumayo de las Autodefensas, que acusaban a los tenderos y comerciantes de ser colaboradores del bando contrario.
Aquella fue la suerte del padre de Carmen, que tuvo que salir evacuado en un helicóptero del Ejército por esos mismos días, con toda su familia a bordo, luego de que hombres armados pusieran una bomba sobre su negocio y lo acusaran de ser un “informante”. No llevaban nada entre las manos y les esperaba un camino de hambre y dificultades lejos de su tierra.
“Antes de eso tratan de hacer algo muy difícil conmigo que fue la violencia sexual”, dice Carmen con la voz quebrada: “por eso tenemos pintada la silueta de que nuestro cuerpo no es botín de guerra”, prosigue, mostrando una de las decenas de colchas pintadas que ella, junto a sus compañeras, también víctimas del conflicto han ido creando a lo largo de todos estos años como un mecanismo de tramitar su dolor, y también sus anhelos y esperanzas.
Carmen llegó desplazada a Ipiales, en Nariño, junto a toda su familia, siendo apenas una jovencita adolescente. Lo habían perdido todo y aquello supuso comenzar desde cero en Pasto, la capital del departamento, en medio de un panorama hostil, vendiendo tintos en las calles y durmiendo en coliseos o albergues improvisados: “un cambio de vida total”, cuenta.
Fueron años difíciles, de resistencia y dolor, que le enseñaron a sobreponerse a las adversidades, en medio del desprecio de la gente y la discriminación por su condición de desplazados de la violencia. Los apoyos oficiales eran pocos y se acabaron pronto, por eso Carmen tuvo que aprender desde joven cómo se activan las rutas en las instituciones públicas o se lucha por los derechos propios ante los funcionarios displicentes.
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A mediados de los 2000, durante un acompañamiento psicológico con la Defensoría del Pueblo, descubrió que su historia era la misma de miles de mujeres en el departamento, con dolores semejantes a los suyos que hacían que no estuviera sola.
“Fue ahí cuando decido ser líder”, explica Carmen, que desde entonces ha encabezado varias asociaciones, fundaciones y procesos de mujeres en el departamento, siendo quizá el más conocido “Buscando Nuevos Senderos´, un colectivo de mujeres víctimas del conflicto y la violencia sexual que se ha dedicado a pintar y bordar mantas con las que denuncian los crímenes que han sufrido, y con las que sobretodo, dan relevancia a los procesos colectivos de las mujeres en su lucha por la verdad, la justicia y la reparación.
“Nuestro cuerpo no es arma de guerra, merece ser respetado, por eso ‘dijimos chicas unámonos’, y hemos estado en diferentes eventos donde hemos contado lo que nos ha pasado”, explica Carmen.
Una de esas colchas cuenta la historia de la masacre de El Placer, y le ha dado la vuelta al país en múltiples eventos de paz y reconciliación, convirtiéndose en un símbolo de su lucha, que la ha llevado incluso a encontrarse con algunos de quienes fueran los antiguos victimarios de su comunidad: los máximos jefes de las FARC.
“Nosotros tratamos de sensibilizar a mucha gente, también al Estado, pero agradecemos mucho a las ONG que han estado con nosotros, en especial a CODHES, porque ha sido un acompañamiento psicosocial”, asegura Carmen, antes de enseñar los detalles de una de las mantas en las que se aprecia un torso femenino donde se lee “Nos movemos por tus derechos cerca de ti: ni una más”.
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Desde el Programa de Participación y Reparación Colectiva de las víctimas, que durante 10 años ha implementado la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, CODHES, con la USAID, se generó una estrategia de apoyo a las mujeres víctimas del conflicto y de violencia sexual. En distintas regiones, el Programa ha buscado que las mujeres puedan fortalecer sus propios mecanismos de protección, sanación y memoria, pero también que sus casos puedan acceder al Sistema de Justicia Transicional.
En el caso de Nariño, acompañar liderazgos como el de Carmen y las mujeres de Buscando Nuevos Senderos ha sido clave: la sanación que hacen las mujeres al poner sus relatos en las colchas muestra caminos de los instrumentos que pueden utilizarse para garantizar la No Repetición.
Y es que, esta memoria tejida y pintada colectivamente por las mujeres, ha hecho que el país reconozca la gravedad de la victimización. En medio de un salón comunal en un barrio al norte de Pasto, Carmen está reunida con sus compañeras para pintar una decena de colchas que las acompañarán en los próximos eventos y giras por el país. En una de éstas sobresale la firma de Rodrigo Londoño “Timochenko”, el último comandante de las extintas FARC, quien le pidió perdón a Carmen en persona cuando la conoció en un evento en Bogotá.
Aunque cada compañera de Carmen tiene una historia dolorosa que contar, su historia y propósito hoy es colectivo: “La paz no es para seguirla esperando a largo tiempo, si nosotras nos unimos, nuestros derechos no tienen por qué seguir siendo violentados día a día”, concluye Carmen.
Los hechos sucedieron como en una cascada de tragedias incontenibles: primero las amenazas, después la bomba, luego la masacre y al final el desplazamiento, todo en cuestión de pocas semanas, que terminaron marcando para siempre la vida de una familia y una comunidad.
Carmen Guaquez tiene todavía frescos aquellos recuerdos de su adolescencia en El Placer, un pequeño caserío del Valle de Guamués en el departamento del Putumayo. La vida transcurría en medio de lo que ella llama “la abundancia total”, pescando en el río, cosechando yucas y plátanos en medio de juegos, conviviendo en paz con sus vecinos y amigos. “Todo era risas”, recuerda.
Su padre era dueño de un restaurante y un granero en el caserío, que por entonces experimentaba momentos de una gran prosperidad gracias a la bonanza cocalera, no obstante, sus habitantes estaban ad portas de que el conflicto armado tocará a sus puertas el domingo 7 de noviembre de 1999, cuando un escuadrón de las Autodefensas Unidas de Colombia penetró en el día de mercado asesinando de forma indiscriminada a 11 pobladores. Aquella se conoce como la masacre de El Placer.
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En la zona se disputaban el control los grupos armados del frente 48 de las FARC y el Bloque Sur Putumayo de las Autodefensas, que acusaban a los tenderos y comerciantes de ser colaboradores del bando contrario.
Aquella fue la suerte del padre de Carmen, que tuvo que salir evacuado en un helicóptero del Ejército por esos mismos días, con toda su familia a bordo, luego de que hombres armados pusieran una bomba sobre su negocio y lo acusaran de ser un “informante”. No llevaban nada entre las manos y les esperaba un camino de hambre y dificultades lejos de su tierra.
“Antes de eso tratan de hacer algo muy difícil conmigo que fue la violencia sexual”, dice Carmen con la voz quebrada: “por eso tenemos pintada la silueta de que nuestro cuerpo no es botín de guerra”, prosigue, mostrando una de las decenas de colchas pintadas que ella, junto a sus compañeras, también víctimas del conflicto han ido creando a lo largo de todos estos años como un mecanismo de tramitar su dolor, y también sus anhelos y esperanzas.
Carmen llegó desplazada a Ipiales, en Nariño, junto a toda su familia, siendo apenas una jovencita adolescente. Lo habían perdido todo y aquello supuso comenzar desde cero en Pasto, la capital del departamento, en medio de un panorama hostil, vendiendo tintos en las calles y durmiendo en coliseos o albergues improvisados: “un cambio de vida total”, cuenta.
Fueron años difíciles, de resistencia y dolor, que le enseñaron a sobreponerse a las adversidades, en medio del desprecio de la gente y la discriminación por su condición de desplazados de la violencia. Los apoyos oficiales eran pocos y se acabaron pronto, por eso Carmen tuvo que aprender desde joven cómo se activan las rutas en las instituciones públicas o se lucha por los derechos propios ante los funcionarios displicentes.
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A mediados de los 2000, durante un acompañamiento psicológico con la Defensoría del Pueblo, descubrió que su historia era la misma de miles de mujeres en el departamento, con dolores semejantes a los suyos que hacían que no estuviera sola.
“Fue ahí cuando decido ser líder”, explica Carmen, que desde entonces ha encabezado varias asociaciones, fundaciones y procesos de mujeres en el departamento, siendo quizá el más conocido “Buscando Nuevos Senderos´, un colectivo de mujeres víctimas del conflicto y la violencia sexual que se ha dedicado a pintar y bordar mantas con las que denuncian los crímenes que han sufrido, y con las que sobretodo, dan relevancia a los procesos colectivos de las mujeres en su lucha por la verdad, la justicia y la reparación.
“Nuestro cuerpo no es arma de guerra, merece ser respetado, por eso ‘dijimos chicas unámonos’, y hemos estado en diferentes eventos donde hemos contado lo que nos ha pasado”, explica Carmen.
Una de esas colchas cuenta la historia de la masacre de El Placer, y le ha dado la vuelta al país en múltiples eventos de paz y reconciliación, convirtiéndose en un símbolo de su lucha, que la ha llevado incluso a encontrarse con algunos de quienes fueran los antiguos victimarios de su comunidad: los máximos jefes de las FARC.
“Nosotros tratamos de sensibilizar a mucha gente, también al Estado, pero agradecemos mucho a las ONG que han estado con nosotros, en especial a CODHES, porque ha sido un acompañamiento psicosocial”, asegura Carmen, antes de enseñar los detalles de una de las mantas en las que se aprecia un torso femenino donde se lee “Nos movemos por tus derechos cerca de ti: ni una más”.
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Desde el Programa de Participación y Reparación Colectiva de las víctimas, que durante 10 años ha implementado la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, CODHES, con la USAID, se generó una estrategia de apoyo a las mujeres víctimas del conflicto y de violencia sexual. En distintas regiones, el Programa ha buscado que las mujeres puedan fortalecer sus propios mecanismos de protección, sanación y memoria, pero también que sus casos puedan acceder al Sistema de Justicia Transicional.
En el caso de Nariño, acompañar liderazgos como el de Carmen y las mujeres de Buscando Nuevos Senderos ha sido clave: la sanación que hacen las mujeres al poner sus relatos en las colchas muestra caminos de los instrumentos que pueden utilizarse para garantizar la No Repetición.
Y es que, esta memoria tejida y pintada colectivamente por las mujeres, ha hecho que el país reconozca la gravedad de la victimización. En medio de un salón comunal en un barrio al norte de Pasto, Carmen está reunida con sus compañeras para pintar una decena de colchas que las acompañarán en los próximos eventos y giras por el país. En una de éstas sobresale la firma de Rodrigo Londoño “Timochenko”, el último comandante de las extintas FARC, quien le pidió perdón a Carmen en persona cuando la conoció en un evento en Bogotá.
Aunque cada compañera de Carmen tiene una historia dolorosa que contar, su historia y propósito hoy es colectivo: “La paz no es para seguirla esperando a largo tiempo, si nosotras nos unimos, nuestros derechos no tienen por qué seguir siendo violentados día a día”, concluye Carmen.