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La práctica de hornos crematorios en Juan Frío, zona rural de Villa del Rosario (Norte de Santander), fue uno de los crímenes más abominables que cometieron los paramilitares en la estrategia de guerra sucia.
Los ‘paras’ incineraron a 560 personas en Juan Frío, de forma arbitraria y permitiendo una degradación difícil de describir durante el conflicto armado. Cifras oficiales de la Fiscalía, que contemplan también márgenes de subregistros, calcularon este número de víctimas atribuidas al frente Fronteras, estructura del Bloque Catatumbo, uno de los brazos armados más grandes de las extintas Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Javier Osuna ha dedicado varios años de su vida a estudiar ese modus operandi al nororiente del país y ahora, con su más reciente obra “Cartas de ceniza. La historia real de un amor durante los hornos crematorios del paramilitarismo”, aterriza este flagelo a la historia de dos enamorados que, en medio de una guerra hostil, encontraron en el otro un motivo para darle mayor valor a la vida.
Al comienzo del libro usted se pregunta qué hicimos como sociedad y qué hicieron las autoridades para permitir que se cometieran esas monstruosidades en Juan Frío. ¿Cómo se respondería ese interrogante ahora?
Hay que volver a pensar lo de monstruosidad o lo de encasillar a estas personas (los paramilitares que usaron los hornos crematorios) en la franja sádica de la sociedad. Detrás de ellos está la vida de cualquier colombiano. Tal vez en literatura alguien que también nos enseña eso es Hannah Arendt con “Eichmann en Jerusalén”, en la medida de no ver a distintos escenarios de conflicto como algo individual y sencillo, sino en reevaluarnos qué tipo de sociedad hemos construido. Esto no es querer que se evada la responsabilidad individual sobre lo que pasó en Juan Frío, sino ver que hay una sociedad que ha consolidado crímenes de lesa humanidad con un Estado cómplice. Al menos 63 miembros de la fuerza pública hacían parte del frente Fronteras, del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc)… recibían pagos de nómina y ayudaron a la impunidad sobre estos casos. Por eso individualizar y contar la historia quitando la humanización sería un gran error.
Emilia* es uno de los personajes principales de su relato. Se enamora perdidamente de William, un paramilitar, y por medio de cartas van sellando un amor que parecía imposible por las formas de vivir de cada uno. ¿Cómo es que llega ella y su historia a su vida, y cómo se puede narrar un romance en medio de episodios tan abominables como los hornos de Juan Frío?
En un evento sobre otro libro que tengo sobre los hornos crematorios, Emilia se acercó a mí y me contó que quería compartir una correspondencia que tuvo con un miembro del frente Fronteras, su amado. Me sorprendió mucho, acepté, pero tomé las cartas con mucho recelo. En ese momento me preguntaba, ¿por qué alguien iba a tener una relación amorosa con un miembro de Fronteras? Luego me di cuenta de que no podía ganar nada con prejuicios. En la contra carátula del libro hay un perro jordano, presente en las cartas de amor, acompañado de la inscripción “haz conmigo lo que quieras, coloréame”. Que un hombre de uno de los grupos armados más bárbaros en la guerra también tuviera esa faceta era fascinante; nos muestra la cara real del ser humano: capaz de lo más sublime y al mismo tiempo de los crímenes más atroces.
¿No cree que en algún punto eso podía ser una apología a la vida criminal de William?
Tal vez esa interpretación la deba tener más el lector. Sin embargo, creo que no hay apología pues cumplo con contar realidades completas de lo que sucedió allí: la primera masacre de los paramilitares, el 24 de septiembre del 2000 o el acercamiento reparador de las Moiras con su comunidad, para sanar y hacer memoria. William no es un modelo para emular, pero no podía cerrar la puerta para atender su humanidad. Al hombre lo terminan asesinando los mismos paramilitares, dejó varios sueños por cumplir de acuerdo con sus cartas a Emilia y desde allí creo que nuestro rol como autores está en contar y atravesar el corazón de los lectores. No solo contar con cifras que hubo 560 personas incineradas en los hornos crematorios de Juan Frío, sino ver cómo esos relatos se atraviesan con las memorias de la gente que padeció ese dolor.
Llama la atención el personaje de Daniel, que a los ojos de un lector se podría ver como la tras escena de la vida ilegal de William, lo que pasa por la cabeza de un joven que decide unirse a los paramilitares. ¿Quién es Daniel y por qué decide contar de esa forma su testimonio?
Este libro está escrito en forma de trenza. Daniel es un joven que tiene la misma edad de William, pero que ingresa a las estructuras paramilitares después de la firma de Justicia y Paz. Su relato permite entender dinámicas y condiciones que llevan a un joven a convertirse en un ‘para’; su voz nos permite entender el adentro y palpar la mayor profundidad por la que un hombre se mete en grupos armados en medio de una guerra que no cesa. Su relato, que es más contemporáneo, también es un mensaje que dice que el paramilitarismo en Norte de Santander es algo que no está resuelto, hay niños y niñas que se siguen llevando a esas filas.
La poesía está presente de principio a fin en el libro, uno diría con ojos de lector ingenuo que eso es romantizar la guerra, pero tal vez no sea así. ¿Qué papel cumplen los poemas en su libro? ¿Por qué decidió mezclar géneros literarios y textos de otros autores?
No hay decisión al azar en la elección de los poemas. Arrancamos el libro con uno de Tirso Vélez, asesinado por los paramilitares en 2003, y con eso queremos decir que la violencia no solo nos arrebató a defensores de derechos humanos, sino también suprimió a artistas. Sus mensajes y el de otros poetas a lo largo del libro son muestra de que se debe mantener viva la memoria de las víctimas de los ´paras´ por medio de la escritura. También hay fragmentos de Julio Daniel Chaparro, para mi el mejor cronista en la historia de Colombia, que fue usado como manera de homenaje a los periodistas asesinados por su compromiso con la verdad. En general, el papel de la poesía en “Cartas de ceniza” es una alusión al amor como principio constructivo -no solo el romántico- que ha sido muy poderoso para movimientos de no violencia y resistencia pacífica. El amor lo es todo acá: está el amor de las personas que recogieron a las personas incineradas a pesar de las amenazas y el amor fue lo que llevó a William a cuestionarse si estar o no en las filas de los paramilitares.
Hubo personas que lo perdieron todo, que incluso piensan que lo que les hicieron es imperdonable… Ese amor, ¿de qué forma puede ser sanador y reparador para las víctimas de Juan Frío?
Sin quererlo, mi libro “Me hablarás del fuego” (primera parte de “Cartas de ceniza”) generó unos pasos para que dentro de esa comunidad se comenzaran a quitar los estigmas sobre ellos mismos. Mucha gente cuando piensa en Juan Frío piensa en hornos crematorios y la cosa no es así. Ahora con este libro lo que se busca es apostarle al valor de la vida y a los principios constructivos. Este texto quiere construir un monumento en palabras a la vida antes de la llegada de los paramilitares. Es una apuesta a la vida, al amor y a las víctimas como centro de todas las discusiones.
¿Qué lecciones le puede dejar la historia de William a la vida de los lectores?
La guerra se construye sobre inequidades y violencia estructural. Partiendo de allí, queda en evidencia que revalidar su historia de amor no es negarlo como personaje que cometió atrocidades, sino mostrar que el amor es algo urgente para todos los seres humanos. En una de las cartas, él le cuenta a Emilia que en algún momento le gustaría escribir un libro de su propia vida; lo asesinan y eso no se logra… era un viejo en el cuerpo de un joven. En medio de la adversidad, este hombre intentó dejar de ser paramilitar y siempre me pregunto: ¿Qué hubiera ocurrido si la vida le hubiera dado una vuelta y un empujón para que estudiara Literatura? Estaríamos hablando tal vez de otro cuento. Como ya dije, no es un modelo a emular, pero puede mostrar que la vida puede dar segundas oportunidades y que se puede apelar a la humanidad para cumplir el sueño de una persona que busca un cambio real. Esas historias siguen siendo tabú y tendemos a olvidarlas.
Pero para eso siempre va a estar el periodismo y el valor de la escucha, ¿no es así?
Sin duda. Nuestro oficio no tiene la labor de reparar, sino de decir la verdad y contar cosas que incluso mucha gente no quiera escuchar. En escenarios de conflicto debemos entender la subjetividad de quienes hicieron la guerra, de quienes la padecieron y así juntar los trozos de lo fraccionado.
*Emilia es un nombre ficticio, elegido por la protagonista de la historia