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El momento histórico que estamos viviendo los guerrilleros y guerrilleras de las FARC-EP en esta fase tan importante para Colombia y su pueblo, marca el camino de una nueva fase en nuestras vidas como combatientes, pero también como ciudadanos. Hoy podemos decir que la Paz nos esta abriendo el camino de la reconciliación y la esperanza; de encontrarnos nuevamente con nuestras familias, con nuestros amigos y sobre todo, con nosotros mismos en un escenario distinto al que tradicionalmente hemos transitado.
Evocando la última marcha guerrillera
En mi caso, puedo decir que no ha sido fácil adaptarme a la nueva realidad que estamos viviendo en estos momentos… la Paz; ya que la selva colombiana fue para mí durante los últimos años mi casa, mi refugio, la universidad de mi vida. Y ese es un sentimiento que llevaré conmigo clavado en el corazón, porque fueron años de aprendizaje al lado de mis compañeros en medio de la guerra que nos tocó vivir, monte adentro. Esa casa natural que nos dio cobijo durante tantos años de lucha y que por lo mismo no es fácil abandonarla.
Observando a mis camaradas cuando hacían el alistamiento para el traslado a la zona veredal de Icononzo y en todo el país, a través de las imágenes publicadas, pude ver amplias sonrisas, pero también tristeza en los rostros de mis compañeros y compañeras; sé que cada uno de ellos, al igual que yo, dejábamos un pedazo de nuestra vida en la selva y no pude contener el llanto. Llegaron a mi mente los recuerdos de experiencias vividas en la montaña, desde el primer momento en que me puse las botas pantaneras, hace ya 13 años, cuando decidí ingresar a la guerrilla.
Recordé cómo siendo una adolescente, con apenas 15 años de vida, llegué a un campamento oculto en la montaña, con mi morral civil a la espalda y la sonrisa de Santiago que me recibió dándome la bienvenida. Pasó por mi mente el recuerdo del curso básico, mi primera experiencia combativa, el curso de partido, la muerte en combate de mi hermano y tantos y tantos sacrificios, solo posibles de afrontar gracias al temple revolucionario que durante años y generaciones, la guerrillerada ha sabido demostrar. Las extenuantes marchas, porque si hay algo que lo marque a uno en su vida de combatiente, son las marchas guerrilleras, en ellas se aprende a ser fuerte, a templar el carácter, a ser solidario, es una prueba constante para la moral revolucionaria.
Pensando en todo esto, con lágrimas en los ojos puedo decir que me abarca un sentimiento de tristeza que no sabría describir… solo sé que llevaré por siempre en mi alma los colores y el aroma de la selva colombiana; de la selva de miles de verdes que me vio crecer como combatiente, como luchadora, que nos acogió y de alguna manera nos preparó para el papel que cumpliré y cumpliremos cada una de las mujeres que integramos el ejército fariano, en la sociedad que nos espera.
En unos meses iniciaremos un nuevo camino en nuestras vidas, el tránsito a la vida legal, a la vida que dejé congelada cuando era una adolescente. Haré dejación de mi fusil; aquel que fue mi compañero y protector durante todo este recorrido de mi vida guerrillera. Y aunque podré tener de nuevo muchas cosas que daba por perdidas, entre ellas la más valiosa: la sonrisa de mi madre; también siento un vacío enorme al saber que no volverán esos gratos momentos de la vida guerrillera que viví al lado de mis camaradas, pensar en eso me carcome el alma y me taladra en lo más profundo de mi ser.
Madre guerrillera
Con la llegada de la paz, me espera también una nueva vida porque he decidido ser mamá. En otros años esta decisión hubiese sido distinta. En una entrevista que me hizo Juan Camilo Maldonado para Vice Colombia, en La Habana, Cuba, me preguntó si quería ser mamá y recuerdo que tajantemente respondí: “Yo no quiero traer hijos para la guerra. Para la guerra nada”. Eran otras condiciones, estábamos en guerra y el proceso de paz estaba pasando por su peor momento, no había espacio en mi mente para pensar en hijos, solo pensaba en el momento de volver a cargar mi fusil y regresar a la selva de donde había salido, porque siempre he tenido claro que en épocas de batallas no se pueden conciliar las armas con la maternidad.
También puedes leer la carta de Isabela Sanroque, una bogotana que lleva 12 años en las Farc.
Tuve la oportunidad de conocer historias de camaradas que no pudieron compartir con sus hijos e hijas, pero lo peor, que algunos de esos hijos fueron utilizados por el Estado como arma para doblegar la moral y el compromiso adquirido por sus padres con la lucha insurrecta, ese temor no me dejaba pensar en tener hijos.
Hoy, con la nueva situación, puedo hacer realidad mi sueño de ser madre.
Pronto tendré conmigo a mi pequeña Dalila que está a punto de nacer. La sensación que estoy experimentando es tan fuerte que siento que se me va a salir el corazón. Nunca pensé que a una, un bebé le transformara la vida de esa manera, más cuando se es guerrillera. Ahora tengo la certeza de que mi pequeña Dalila recorrerá conmigo en pocos meses, la Zona veredal de Icononzo; donde juntas, al lado de su padre, nos reincorporaremos a la vida legal.
Hemos concluido nuestra marcha guerrillera, pero continuaremos la lucha agitando nuestras banderas de una Colombia más justa para todos y todas.