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“En la primera carta ella le advirtió que debía leer con el corazón”: Isabel Allende.
El 2 de febrero de este año surgió la iniciativa Cartas para la Reconciliación.
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Fue el día en el que Juan Manuel Santos recibió el Premio Nobel de Paz.
En esa ceremonia, Kailash Satyarthi (nobel de Paz de 2014), hizo referencia a una campaña: en San Valentín, en vez de enviar cartas de amor o conquista, mandaría cartas a los “refugiados”, aquellos humanos (más de cinco millones), que llegan tocando la puerta de Europa, luego de atravesar arenas y aguas de un continente a otro; esto quizás porque, a diferencia de algunos gobiernos, personas como Satyarthi se preocupan por la situación inhumana a la que están expuestos los “refugiados”, a quienes pocos refugian, quienes tropiezan, al fin y al cabo, en los atajos de supervivencia, con muros levantados por la palabra “frontera” mezclada en cemento de indiferencia.
El dos del segundo mes del año que vivimos, dos amigos, uno estudiante de ciencias políticas de la Universidad Javeriana de Cali, el otro integrante de la Fundación BogotArt, al escuchar sobre esa semilla de solidaridad y compasión sembrada desde las letras, de la que habló Kailash Satyarthi, al escuchar, al sentir este discurso, pensaron en seguir los pasos de la campaña del nobel, pero no dirigida a refugiados sino a guerrilleros: futuros excombatientes.
Sensibles respecto a la hambruna de reconciliación en Colombia, sobre todo con esos hombres y mujeres que desde la infancia no han conocido más que la guerra, el silencio de un escondite y el estallido de la muerte, esos hombres y mujeres que transformarán su historia liberando la vida armada para agarrar la vida civil; maravillados por la disposición al perdón que las víctimas mostraron apoyando un sí, un sí al fin de la guerra, un sí a darles una segunda oportunidad a esos hombres y mujeres que ya hemos mencionado; y meramente conmovidos por la idea de anónimos que dejan una parte de sí en cartas que llegan a las manos de otros anónimos, peor, de otros sin nombres que no dejaron una parte sino toda su vida en las ruinas de un territorio que desayuna, almuerza y cena bombardeos y que tiene como sobre mesa el desplazamiento... Llenos de ello y de fuerza, de ganas y de determinación, comenzaron a difundir la iniciativa, que hasta el día de hoy, tan solo un poco más de un mes después, ha recolectado alrededor de mil trescientas cartas y que esperan recibir más para entregarlas a 6.900 de los exguerrilleros que serán reinsertados en la sociedad.
Esta campaña es un ejemplo vivo de que en Colombia sí hay una disposición a intentar darle otro rumbo a la historia del país, pues es apoyada por la Dirección del Sistema Nacional de Juventud, Colombia Joven (Presidencia de la República), Pontificia Universidad Javeriana (Cali), Red de Jóvenes de las Américas, Todos por la educación, Wise Kids, Fundación Casa Campesina-Buga, Alcaldía de Santiago de Cali, 100 en 1 día. Además de cantidades de jóvenes presentes en Bogotá, Barranquilla, Buga, Agustín (Huila), Ginebra, Manizales, Piendamó (Cauca), Popayán y Cali, el ideal es que lleguen cartas de todas partes del país.
Hasta el 24 de marzo hay plazo para dejarles un mensaje a los nuevos integrantes de nuestra sociedad, quienes desde siempre debieron pertenecer a ella. Las organizaciones que apoyan la campaña entregarán las cartas con una flor blanca. Esta buscará eternizar la paz junto a la firma de reconciliación que las letras traen consigo.
La siguiente es una de las cartas que esperan alcanzar los ojos de algún excombatiente.
A ti que siempre has estado en medio de los bosques y la hermosa naturaleza que nos rodea; a ti que has tenido que vivir en carne propia la guerra como víctima y victimario o victimaría; a ti que dejaste los cuadernos y las cuentas por las armas y el camuflado; a ti que aún no te veo a los ojos, pero que espero hacerlo pronto, te escribo esta carta para que tengas plena conciencia de que en el centro del país, específicamente en Bogotá, te espera alguien con los brazos abiertos y con los oídos llenos de intriga para escucharte y darte una palmada en el hombro donde te pueda decir: “Tranquilo/a, vamos a respirar un nuevo aire juntos”.
Miento si te digo que entiendo las experiencias que se viven alrededor del terror de la guerra. Acá en Bogotá hemos estado alejados de las balas y las largas caminatas que debieron recorrer ustedes para huir o planear otro escenario de violencia. No justifico lo que pudiste llegar a hacer, pero sí te digo, con la mano en el corazón y con la esperanza de dar un paso diferente, que te perdono y que también comprendo que las circunstancias de desigualdad, olvido y falta de oportunidades te llevaron a formar parte de la guerrilla.
No he vivido en carne propia el sufrimiento de la violencia y de sus diversas manifestaciones, pero como colombiano y ser humano que soy, he sentido el dolor y la indignación de conocer la muerte de varios civiles inocentes y de varios soldados y guerrilleros que murieron por una guerra que ya no tenía un discurso y que se había convertido en un negocio para muchos.
Cuando leas esta carta espero que entiendas que no es fácil para mí dirigirme a una persona que ha vivido experiencias completamente diferentes. Quiero que confíes en esta tierra, que no prestes atención al odio y al rencor de muchos que no quieren la paz y la transformación del país. De seguro en cada rincón de Colombia habrá alguien que, como yo, queremos recibirte con un abrazo y una gran taza de café con muchas galletas.
Quiero que algún día nos podamos sentar a leer un libro, a escuchar la música que más te guste y a recorrer las calles de esta ciudad que tanto tiene para ofrecernos. Quiero que salgamos a acampar como grandes amigos y podamos caminar con tranquilidad en medio de árboles, aves y demás diversidad de fauna y flora que se pueda encontrar en cada kilómetro.
Anhelo que podamos compartir nuestras experiencias y que podamos tejer la historia de este país con un relato agradable, que podamos hacerles entender a las próximas generaciones que no podemos volver a recurrir a las armas para solucionar las diferencias ideológicas y solventar los vacíos que el Estado ha dejado en algunas zonas del país.
Cuando termines de leer esta carta siente que te abrazo con el alma, que te perdono por las veces que disparaste un fusil y en que no creíste que teníamos “una segunda oportunidad sobre la tierra”. Te perdono porque confío en tu humanidad, porque confío en el cambio y porque también quiero dar el paso para que esta sociedad sea más incluyente y tolerante. Desde Bogotá estrecho tu mano y te miro a los ojos anhelando que la esperanza siga creciendo para que juntos hagamos saber a los incrédulos y rencorosos que la violencia ya no forma parte de nuestra cultura y que ahora podremos viajar a cualquier parte del territorio sintiéndonos hermanos y olvidando por completo aquellos temores de antes.
Sé que los tiempos de transición son difíciles, que nos cuesta aceptar los cambios, pero que de éstos depende el transcurso que le damos a nuestras vidas y a nuestro entorno. Hoy más que nada, te quiero dar las gracias por haber dejado las armas y por ayudarnos a construir un camino lleno de rosas. Nos esperan nuevos aires donde podamos aprender juntos, donde podamos enlazar nuestros brazos para crear armonía y fraternidad entre nosotros. Te respeto, te admiro y te aprecio como ser humano. No olvides creer en esta tierra, en esta gente humilde y carnavalesca que vive con nosotros. Un país con más libros, mayores oportunidades y menos violencia está por llegar. Confía en ti para poder confiar en los otros. Recuerda siempre que aquí te espero y que la vida nos da la oportunidad de renacer como pueblo. Larga vida a todos aquellos que transforman la sociedad para el bien común.
Respiremos un nuevo aire y vamos a disfrutar de la primavera.
Atentamente.
Jorge Andrés Osorio Guillott