Caso de los diputados del Valle: la tragedia y reconciliación de la familia Cendales
Hoy es el aniversario del secuestro de los miembros de la Asamblea del Valle del Cauca, ocurrido el 11 de abril de 2002. Aparte de la muerte de ellos, recordamos la de un subintendente de la Policía que intentó impedir el crimen.
Diego Arias / Especial para El Espectador, Cali
De las montañas que bordean la ciudad de Cali, por la vía que conduce al cerro de Cristo Rey, bajó un numeroso grupo de guerrilleros de las Farc con destino al centro de la ciudad, hacia la Asamblea Departamental, a pocos metros de la Gobernación del Valle, una zona que se suponía especialmente custodiada luego de haber ocurrido los secuestros de la iglesia La María (1999) y del km 18 (2000) por parte de la guerrilla del Eln.
Para hacer creíble su incursión, los guerrilleros vestían prendas militares del Ejército y “patrullas” motorizadas se encargaron de abrirle paso al convoy compuesto por varios vehículos que finalmente llegaron a su objetivo, promediando la mañana del día 11 de abril de 2002. (Recomendamos: Relato del patólogo que identificó a los diputados asesinados por las Farc).
“La inteligencia previa y la preparación que hicimos de la operación fue en extremo cuidadosa”, señaló Gustavo Arbeláez Cardona, por entonces segundo al mando de la estructura urbana Manuel Cepeda Vargas de las Farc. “Reunimos un grupo muy selecto de mandos y combatientes, el alistamiento incluyó concebir toda la operación de engaño (uniformes, desplazamientos, uso de lenguaje militar y megáfonos) y hasta la presencia de perros que dieran credibilidad a que éramos un grupo especial del Ejército destinado a desactivar explosivos y evacuar a los diputados hacia la sede de la III Brigada”.
Eran los tiempos de la intensa disputa por el llamado intercambio humanitario, con el cual las Farc pretendían la liberación de sus integrantes presos en las cárceles colombianas a cambio de un numeroso grupo de miembros de la Fuerza Pública en su poder. Y como de forma amenazante sentenció en su momento Jorge Briceño (Mono Jojoy) “si no quieren el intercambio por sus soldados y policías, pues tocará ir por los políticos”.
Mi muchacho herido
Para ese día, el subintendente de la Policía Nacional Carlos Alberto Cendales ya prestaba sus servicios en la Asamblea Departamental del Valle. Como miembro de la institución había hecho un largo recorrido que lo llevó por varias responsabilidades (Policía Aeroportuaria, Sijín, protección a dignatarios) en distintos lugares del país, luego de haber ingresado en mayo de 1993 a la Escuela de Policía Simón Bolívar en Tuluá (Valle) para iniciar su carrera de suboficial.
“Beto, como le decíamos con cariño, madrugó como de costumbre. Ya bañado se puso una camiseta verde y terminó de alistarse. Abrazó y besó a mamá, le pidió la bendición y le dijo: chao reina, nos vemos más tarde. Mamá le respondió con mil bendiciones y se sentó en su asiento de la ventana a verlo partir,” recuerda de esos momentos previos Luz Marina Cendales, hermana de Carlos Alberto.
“Siendo más o menos las 10:00 a.m., Carlos Alberto habló conmigo por teléfono. Pero solo unos minutos después Martha, mi hermana, muy alarmada, nos comentó que había acabado de escuchar en las noticias que algo sucedía en el centro de la ciudad, más exactamente en la Asamblea. Por esas mismas informaciones se dijo que había policías heridos y con eso se prendió la voz de alarma en la familia”.
Ya con la voz quebrantada Luz Marina relata: -“Llamamos a la estación de la Policía que funciona en la Gobernación para que Fernando, mi esposo (expolicía), averiguara por la radio interna qué pasaba. Nos informó que Beto estaba herido, pero que no era grave… Casi gritando decía que no saliéramos de la casa porque se decía que había bombas en varias partes de la ciudad”.
“Pero informaciones de radio y prensa decían que Beto había recibido varios disparos y tenía una herida a la altura de su garganta, la cual sangraba profusamente. Mamá estaba enloquecida y todo era un caos en casa. Cuando llegué, ella se me tiró encima bañada en llanto y con voz suplicante me dijo: hija por favor, vaya, asómese a ver qué le pasó a su hermano, porque no soy capaz de ver a mi muchacho herido”.
No estaba planeado
En un encuentro virtual reciente, por primera vez luego de los hechos, pudieron encontrarse. En un ambiente de enorme respeto, profundamente humano y conmovedor, Gustavo Arbeláez, además de pedir perdón a Luz Marina Cendales por la muerte de su hermano y el daño causado, deja claro que en el planeamiento de la operación nunca estuvo la idea de que miembros de la Fuerza Pública, diputados o civiles fueran lastimados físicamente (muertos o heridos).
“Nos pensamos una operación “limpia”, y lo ocurrido con Cendales fue algo no previsto. Como parte del factor de distracción simulamos la presencia de explosivos en el segundo piso en el edificio de la Asamblea y a ese propósito un grupo nuestro debía proceder a su desactivación. Y ocurrió que el policía, dados según entiendo sus conocimientos previos en estos temas, se ofreció a colaborar. Fue allí cuando se percató del engaño y en el forcejeo con nuestros compañeros resultó mortalmente herido”.
“Desde el fondo de mi corazón, de forma honesta y con enorme dolor, le pido perdón a usted Luz Marina y a toda su familia y a la compañera (María del Carmen) y la hija (Luisa) de Carlos Alberto. No fue algo premeditado y si bien en la guerra ocurren estas trágicas situaciones, eso no evade que deba ser asumida una postura de rectificación y pesar por lo ocurrido, porque es el único camino que nos puede llevar hacia la reconciliación”, se encargó de decir, sobrecogido y con lágrimas en sus ojos, quien en tiempos de la guerra se le conoció como Santiago.
Reconciliación
El camino recorrido por Luz Marina y su familia para que se dignifique el nombre de su hermano ha sido largo y difícil. Pero para Luz Marina la perspectiva de su lucha por el reconocimiento ha estado estrechamente vinculada con la reconciliación.
“Un poco después de su muerte me soñé con Beto. Fue hermoso y reparador. Me dijo: mírame hermanita. Estoy muy bien y en paz. Mi cuerpo está totalmente sano. Deja atrás todo el dolor… todo está bien”. Así que en adelante Luz Marina se dispuso a estar presta, incluso, para el perdón.
En La Habana (Cuba) dice haber conocido que los integrantes de las Farc también tenían un lado muy humano. Ella fue parte de un segundo encuentro con familiares del caso del secuestro de los diputados a la Asamblea Departamental del Valle, que tuvo lugar el día 22 de octubre de 2016.
Recuerda cómo “con los miembros de la guerrilla solo nos separaba una puerta, y entonces mi corazón se empezó a acelerar y los recuerdos dolorosos llegaron. Nos sentamos y los vimos entrar, incluyendo a Pablo Catatumbo, del Secretariado de las Farc. Y entonces dije: Dios, aquí estamos, dame fuerza para poder hacerlo”.
“El día anterior lloré como hacía muchos años no lloraba por mi hermano. Entonces, monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, cuyo apoyo fue vital, me pidió que hablara. Estaba ahogada en llanto, pero sentí que Dios me dijo: Tú puedes, no te quebrantes... Y entonces me puse de pie”.
“Tenía una camiseta con la foto de mi hermano y dije: quiero que sepan quién era Carlos Alberto Cendales Zúñiga. Valoro mucho que ustedes se estén haciendo responsables de lo que un día sus hombres hicieron en la Asamblea”. Llevé un escrito (que luego convertí en libro) que titulé ‘Un sueño para morir’, así que se lo entregué a Pablo Catatumbo”.
“Hubo como un segundo eterno... Me di cuenta de que tuvo intenciones de acercarse, pero se frenó. Entonces pensé: si no abrazo a este hombre, él jamás se atreverá a abrazarme, porque sé que está sintiendo dolor y arrepentimiento. Lo abracé y lloré en el pecho de ese hombre, de solo saber que él era el responsable y me desahogué, pero a la vez sentía la fuerza de su abrazo y hasta sus sollozos”.
De las montañas que bordean la ciudad de Cali, por la vía que conduce al cerro de Cristo Rey, bajó un numeroso grupo de guerrilleros de las Farc con destino al centro de la ciudad, hacia la Asamblea Departamental, a pocos metros de la Gobernación del Valle, una zona que se suponía especialmente custodiada luego de haber ocurrido los secuestros de la iglesia La María (1999) y del km 18 (2000) por parte de la guerrilla del Eln.
Para hacer creíble su incursión, los guerrilleros vestían prendas militares del Ejército y “patrullas” motorizadas se encargaron de abrirle paso al convoy compuesto por varios vehículos que finalmente llegaron a su objetivo, promediando la mañana del día 11 de abril de 2002. (Recomendamos: Relato del patólogo que identificó a los diputados asesinados por las Farc).
“La inteligencia previa y la preparación que hicimos de la operación fue en extremo cuidadosa”, señaló Gustavo Arbeláez Cardona, por entonces segundo al mando de la estructura urbana Manuel Cepeda Vargas de las Farc. “Reunimos un grupo muy selecto de mandos y combatientes, el alistamiento incluyó concebir toda la operación de engaño (uniformes, desplazamientos, uso de lenguaje militar y megáfonos) y hasta la presencia de perros que dieran credibilidad a que éramos un grupo especial del Ejército destinado a desactivar explosivos y evacuar a los diputados hacia la sede de la III Brigada”.
Eran los tiempos de la intensa disputa por el llamado intercambio humanitario, con el cual las Farc pretendían la liberación de sus integrantes presos en las cárceles colombianas a cambio de un numeroso grupo de miembros de la Fuerza Pública en su poder. Y como de forma amenazante sentenció en su momento Jorge Briceño (Mono Jojoy) “si no quieren el intercambio por sus soldados y policías, pues tocará ir por los políticos”.
Mi muchacho herido
Para ese día, el subintendente de la Policía Nacional Carlos Alberto Cendales ya prestaba sus servicios en la Asamblea Departamental del Valle. Como miembro de la institución había hecho un largo recorrido que lo llevó por varias responsabilidades (Policía Aeroportuaria, Sijín, protección a dignatarios) en distintos lugares del país, luego de haber ingresado en mayo de 1993 a la Escuela de Policía Simón Bolívar en Tuluá (Valle) para iniciar su carrera de suboficial.
“Beto, como le decíamos con cariño, madrugó como de costumbre. Ya bañado se puso una camiseta verde y terminó de alistarse. Abrazó y besó a mamá, le pidió la bendición y le dijo: chao reina, nos vemos más tarde. Mamá le respondió con mil bendiciones y se sentó en su asiento de la ventana a verlo partir,” recuerda de esos momentos previos Luz Marina Cendales, hermana de Carlos Alberto.
“Siendo más o menos las 10:00 a.m., Carlos Alberto habló conmigo por teléfono. Pero solo unos minutos después Martha, mi hermana, muy alarmada, nos comentó que había acabado de escuchar en las noticias que algo sucedía en el centro de la ciudad, más exactamente en la Asamblea. Por esas mismas informaciones se dijo que había policías heridos y con eso se prendió la voz de alarma en la familia”.
Ya con la voz quebrantada Luz Marina relata: -“Llamamos a la estación de la Policía que funciona en la Gobernación para que Fernando, mi esposo (expolicía), averiguara por la radio interna qué pasaba. Nos informó que Beto estaba herido, pero que no era grave… Casi gritando decía que no saliéramos de la casa porque se decía que había bombas en varias partes de la ciudad”.
“Pero informaciones de radio y prensa decían que Beto había recibido varios disparos y tenía una herida a la altura de su garganta, la cual sangraba profusamente. Mamá estaba enloquecida y todo era un caos en casa. Cuando llegué, ella se me tiró encima bañada en llanto y con voz suplicante me dijo: hija por favor, vaya, asómese a ver qué le pasó a su hermano, porque no soy capaz de ver a mi muchacho herido”.
No estaba planeado
En un encuentro virtual reciente, por primera vez luego de los hechos, pudieron encontrarse. En un ambiente de enorme respeto, profundamente humano y conmovedor, Gustavo Arbeláez, además de pedir perdón a Luz Marina Cendales por la muerte de su hermano y el daño causado, deja claro que en el planeamiento de la operación nunca estuvo la idea de que miembros de la Fuerza Pública, diputados o civiles fueran lastimados físicamente (muertos o heridos).
“Nos pensamos una operación “limpia”, y lo ocurrido con Cendales fue algo no previsto. Como parte del factor de distracción simulamos la presencia de explosivos en el segundo piso en el edificio de la Asamblea y a ese propósito un grupo nuestro debía proceder a su desactivación. Y ocurrió que el policía, dados según entiendo sus conocimientos previos en estos temas, se ofreció a colaborar. Fue allí cuando se percató del engaño y en el forcejeo con nuestros compañeros resultó mortalmente herido”.
“Desde el fondo de mi corazón, de forma honesta y con enorme dolor, le pido perdón a usted Luz Marina y a toda su familia y a la compañera (María del Carmen) y la hija (Luisa) de Carlos Alberto. No fue algo premeditado y si bien en la guerra ocurren estas trágicas situaciones, eso no evade que deba ser asumida una postura de rectificación y pesar por lo ocurrido, porque es el único camino que nos puede llevar hacia la reconciliación”, se encargó de decir, sobrecogido y con lágrimas en sus ojos, quien en tiempos de la guerra se le conoció como Santiago.
Reconciliación
El camino recorrido por Luz Marina y su familia para que se dignifique el nombre de su hermano ha sido largo y difícil. Pero para Luz Marina la perspectiva de su lucha por el reconocimiento ha estado estrechamente vinculada con la reconciliación.
“Un poco después de su muerte me soñé con Beto. Fue hermoso y reparador. Me dijo: mírame hermanita. Estoy muy bien y en paz. Mi cuerpo está totalmente sano. Deja atrás todo el dolor… todo está bien”. Así que en adelante Luz Marina se dispuso a estar presta, incluso, para el perdón.
En La Habana (Cuba) dice haber conocido que los integrantes de las Farc también tenían un lado muy humano. Ella fue parte de un segundo encuentro con familiares del caso del secuestro de los diputados a la Asamblea Departamental del Valle, que tuvo lugar el día 22 de octubre de 2016.
Recuerda cómo “con los miembros de la guerrilla solo nos separaba una puerta, y entonces mi corazón se empezó a acelerar y los recuerdos dolorosos llegaron. Nos sentamos y los vimos entrar, incluyendo a Pablo Catatumbo, del Secretariado de las Farc. Y entonces dije: Dios, aquí estamos, dame fuerza para poder hacerlo”.
“El día anterior lloré como hacía muchos años no lloraba por mi hermano. Entonces, monseñor Darío de Jesús Monsalve, arzobispo de Cali, cuyo apoyo fue vital, me pidió que hablara. Estaba ahogada en llanto, pero sentí que Dios me dijo: Tú puedes, no te quebrantes... Y entonces me puse de pie”.
“Tenía una camiseta con la foto de mi hermano y dije: quiero que sepan quién era Carlos Alberto Cendales Zúñiga. Valoro mucho que ustedes se estén haciendo responsables de lo que un día sus hombres hicieron en la Asamblea”. Llevé un escrito (que luego convertí en libro) que titulé ‘Un sueño para morir’, así que se lo entregué a Pablo Catatumbo”.
“Hubo como un segundo eterno... Me di cuenta de que tuvo intenciones de acercarse, pero se frenó. Entonces pensé: si no abrazo a este hombre, él jamás se atreverá a abrazarme, porque sé que está sintiendo dolor y arrepentimiento. Lo abracé y lloré en el pecho de ese hombre, de solo saber que él era el responsable y me desahogué, pero a la vez sentía la fuerza de su abrazo y hasta sus sollozos”.