Clemencia Carabalí: la caucana afro de las luchas de género en la Alta Consejería
La consejera presidencial para la Equidad de la Mujer es la primera afrodescendiente en llegar a ese cargo. Dice que su rol será representar a las colombianas de la ciudad y a las del campo.
Valentina Parada Lugo
Cuando Clemencia Carabalí descubrió su vocación social lo hizo en medio de una campaña para lograr que en la vereda La Balsa, en Buenos Aires (Cauca), todos los habitantes hirvieran el agua que consumían del río para evitar que se infectaran con la bacteria del bacilo Vibrio cholerae. En efecto, durante la década de los 80, la costa Pacífica colombiana vivió una más de las epidemias de cólera que se extendió a través de los ríos Cauca y Magdalena. “Clema”, como le dicen de cariño, tenía 16 años y era la encargada de que todos los estudiantes de grado 11° de su colegio salieran al pueblo a hacer pedagogía de prevención.
La que le delegó esa responsabilidad fue su profesora Francina, quien dictaba la materia de Proyección a la Comunidad en el Instituto Agrícola Horacio Gómez Gallo, de donde se graduó. Ese es el primer recuerdo que tiene ejerciendo una labor social y, según dice, Francina fue la docente que sembró la semilla en ella. Su nombre no se le olvida. “Era mi último año de colegio y a partir de ahí a mí me encantó trabajar con la gente por causas sociales. El resto de año la profe me delegó como coordinadora del grupo para todas las tareas con la comunidad”.
Luego a su vida llegaron causas más grandes, como la lucha contra la hidroeléctrica de La Salvajina, en el norte del Cauca, en la que trabajó codo a codo con Francia Márquez, cuando era su vecina hace 35 años. También lo hizo al lado de su hermano mayor, líder social reconocido y otro de sus grandes gestores, pero de quien prefiere reservarse el nombre porque sabe que la violencia en su municipio no cesa y, como ella dice, la prudencia es sabiduría.
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Clemencia Carabalí es la primer mujer rural y afrodescendiente en llegar a ocupar el cargo de Consejera Presidencial para la Equidad de la Mujer desde su existencia en 1999. Su camino por el feminismo no es nuevo. En 1997, a sus 27 años, fue fundadora de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del norte del Cauca (Asom), una organización que dirigió hasta hace dos meses, cuando fue nombrada en el gobierno.
Una de las líneas de acción que más trabajó en la asociación fue la independencia económica de las mujeres caucanas. Sin embargo, en la época más dura de la violencia paramilitar, hacia el año 2000, Carabalí consolidó una red de apoyo para recibir a las mujeres desplazadas de las veredas de la zona alta de Buenos Aires. “Atendimos mujeres víctimas de todo tipo de violencias, pero sobre todo sexual. Esos casos desgarran el alma”, dice mientras seca sus lágrimas por debajo de las gafas.
Todas esas tragedias Clemencia las conoce de cerca. Es víctima del conflicto armado. Ha vivido la discriminación por ser una mujer negra y creció en una vereda de vocación agrícola donde los servicios básicos se ganaron a punta de luchas y resistencia.
(También puede leer: Francia Márquez, figura global)
A sus 52 años ha sido desplazada por lo menos tres veces de su territorio. Sobrevivió a un atentado contra su vida y ha sido amenazada tantas veces que perdió la cuenta. O quizá sí la lleva, pero prefiere no cuantificarlas. Desde su oficina en el corazón de Bogotá, hace un recuento por su vida, habla de sus retos en la política y viaja a su tierra, a través de sus recuerdos.
Justamente por su labor empoderando y atendiendo mujeres del norte del Cauca, en 2019 fue galardonada Defensora del Año en el Premio Nacional de la Defensa de los Derechos Humanos. En 2022 también obtuvo el Premio Woodrow Wilson al Servicio Público otorgado por el Centro Nacional para Académicos de Estados Unidos. A Clemencia no le gusta hablar de sus reconocimientos, pero dice que si en algo le han servido en la vida es en garantizarle un reconocimiento que se ha traducido en condiciones mínimas de seguridad que el Estado jamás le otorgó.
La voz de las mujeres rurales
Antes de comenzar a hablar de sí misma, la consejera presidencial prefiere contar su programa en el cargo que ahora ocupa. Desde allí trabaja en cinco líneas de acción: la autonomía económica de las mujeres, la prevención y acción ante la violencia de género, la feminización del Estado, la protección de las mujeres lideresas en sus territorios y los caminos que pueden abrir para que haya más participación en temas de paz, justicia y seguridad.
La Consejería Presidencial para la Equidad es una dependencia de la Vicepresidencia de la República que pretende coordinar a las instituciones del Estado para que la agenda de las mujeres colombianas no quede de lado y sea incluida en todos los programas de gobierno. Su labor es la de articular y gestionar. Y en eso tiene muchos retos que ella reseña. “No ha sido fácil. Yo me había preparado para lograr el cambio de gobierno, pero no para estar en el gobierno. Ha sido duro porque acá en la ciudad el ambiente es distante y cada quien está en lo suyo, pero de donde yo vengo todo siempre se hace en comunidad”.
“Yo me había preparado para lograr el cambio de gobierno, pero no para estar en el gobierno. Ha sido duro porque acá en la ciudad el ambiente es distante y cada quien está en lo suyo, pero de donde yo vengo todo siempre se hace en comunidad”
Carabalí lo dice con convicción. Lleva casi tres décadas de su vida preparándose para servirle a su tierra caucana. La primera vez que salió de su vereda lo hizo para cumplir el sueño de ser profesional. Vivió en el distrito de Aguablanca, al oriente de Cali, por más de cinco años mientras estudiaba Tecnología Industrial y Administración de Empresas en la Universidad Santiago de Cali. Su vida allá también fue luchas: logró ganarse media beca para estudiar, pero la otra parte se la pagó ella sola con lo que ganaba vendiendo empanadas y bollo de yuca y dictando clases de refuerzo a niños de colegio. “Pero siempre tuve claro que me estaba formando para volver a mi pueblo en Buenos Aires y retribuirles ”.
No hay una sola frase o reflexión de esta lideresa que no la lleve a sus raíces, a su génesis. Es una mujer de campo, hija de una madre que sacó adelante a nueve hijos labrando la tierra y criada con unos hermanos que asumieron la vocería social de su pueblo para exigir sus derechos más básicos: agua potable, servicio de energía y condiciones de vida dignas. “La empresa de energía de allá era malísima, por cualquier cosa el servicio se caía y terminábamos todos alumbrando con velas, pero como era carísimo el recibo entonces le sacamos una canción”, detalla.
Aunque dice que no le gusta cantar, Clemencia asegura que hay canciones en Buenos Aires que son himnos de dignidad. Y los entona: “El alumbrado por estos pueblos es un asunto de oscuridad, porque Cedelca ha sido la empresa que aquí nos vende electricidad”. Suelta una carcajada fuerte y contagiosa. Y canta otra canción: “Ay salvaje, Salvajina, me dejaste el alma herida”. Esas canciones que todo el municipio conoce son coros que simbolizan la resistencia de un pueblo que lleva casi tres décadas luchando contra los gigantes del capitalismo.
(Lea también: Francisco de Roux: una lucha por la verdad, la reconciliación y la paz grande)
Esa dignidad es la que la ha llevado a estar donde está. Aunque en algún momento dudó en aceptar el cargo por lo que implicaba salir nuevamente de su territorio, hubo algo que la hizo asegurarse de que ese era su camino: la lucha por las mujeres.
Ese es uno de los tantos temas que la hacen sollozar. Pensar en las condiciones de las mujeres que como ella nacieron en municipios a los que el Estado les debe todo, que han sido racializadas, le quiebra la voz y le hace bajar la mirada. “Aunque la gran deuda del Estado ha sido con las mujeres rurales que son las que más se ven representadas en mí, mi labor será trabajar por ellas, porque es de donde provengo, pero también por las mujeres de ciudades, con realidades tan distintas a las que yo viví”.
Cuando Clemencia Carabalí descubrió su vocación social lo hizo en medio de una campaña para lograr que en la vereda La Balsa, en Buenos Aires (Cauca), todos los habitantes hirvieran el agua que consumían del río para evitar que se infectaran con la bacteria del bacilo Vibrio cholerae. En efecto, durante la década de los 80, la costa Pacífica colombiana vivió una más de las epidemias de cólera que se extendió a través de los ríos Cauca y Magdalena. “Clema”, como le dicen de cariño, tenía 16 años y era la encargada de que todos los estudiantes de grado 11° de su colegio salieran al pueblo a hacer pedagogía de prevención.
La que le delegó esa responsabilidad fue su profesora Francina, quien dictaba la materia de Proyección a la Comunidad en el Instituto Agrícola Horacio Gómez Gallo, de donde se graduó. Ese es el primer recuerdo que tiene ejerciendo una labor social y, según dice, Francina fue la docente que sembró la semilla en ella. Su nombre no se le olvida. “Era mi último año de colegio y a partir de ahí a mí me encantó trabajar con la gente por causas sociales. El resto de año la profe me delegó como coordinadora del grupo para todas las tareas con la comunidad”.
Luego a su vida llegaron causas más grandes, como la lucha contra la hidroeléctrica de La Salvajina, en el norte del Cauca, en la que trabajó codo a codo con Francia Márquez, cuando era su vecina hace 35 años. También lo hizo al lado de su hermano mayor, líder social reconocido y otro de sus grandes gestores, pero de quien prefiere reservarse el nombre porque sabe que la violencia en su municipio no cesa y, como ella dice, la prudencia es sabiduría.
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Clemencia Carabalí es la primer mujer rural y afrodescendiente en llegar a ocupar el cargo de Consejera Presidencial para la Equidad de la Mujer desde su existencia en 1999. Su camino por el feminismo no es nuevo. En 1997, a sus 27 años, fue fundadora de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del norte del Cauca (Asom), una organización que dirigió hasta hace dos meses, cuando fue nombrada en el gobierno.
Una de las líneas de acción que más trabajó en la asociación fue la independencia económica de las mujeres caucanas. Sin embargo, en la época más dura de la violencia paramilitar, hacia el año 2000, Carabalí consolidó una red de apoyo para recibir a las mujeres desplazadas de las veredas de la zona alta de Buenos Aires. “Atendimos mujeres víctimas de todo tipo de violencias, pero sobre todo sexual. Esos casos desgarran el alma”, dice mientras seca sus lágrimas por debajo de las gafas.
Todas esas tragedias Clemencia las conoce de cerca. Es víctima del conflicto armado. Ha vivido la discriminación por ser una mujer negra y creció en una vereda de vocación agrícola donde los servicios básicos se ganaron a punta de luchas y resistencia.
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A sus 52 años ha sido desplazada por lo menos tres veces de su territorio. Sobrevivió a un atentado contra su vida y ha sido amenazada tantas veces que perdió la cuenta. O quizá sí la lleva, pero prefiere no cuantificarlas. Desde su oficina en el corazón de Bogotá, hace un recuento por su vida, habla de sus retos en la política y viaja a su tierra, a través de sus recuerdos.
Justamente por su labor empoderando y atendiendo mujeres del norte del Cauca, en 2019 fue galardonada Defensora del Año en el Premio Nacional de la Defensa de los Derechos Humanos. En 2022 también obtuvo el Premio Woodrow Wilson al Servicio Público otorgado por el Centro Nacional para Académicos de Estados Unidos. A Clemencia no le gusta hablar de sus reconocimientos, pero dice que si en algo le han servido en la vida es en garantizarle un reconocimiento que se ha traducido en condiciones mínimas de seguridad que el Estado jamás le otorgó.
La voz de las mujeres rurales
Antes de comenzar a hablar de sí misma, la consejera presidencial prefiere contar su programa en el cargo que ahora ocupa. Desde allí trabaja en cinco líneas de acción: la autonomía económica de las mujeres, la prevención y acción ante la violencia de género, la feminización del Estado, la protección de las mujeres lideresas en sus territorios y los caminos que pueden abrir para que haya más participación en temas de paz, justicia y seguridad.
La Consejería Presidencial para la Equidad es una dependencia de la Vicepresidencia de la República que pretende coordinar a las instituciones del Estado para que la agenda de las mujeres colombianas no quede de lado y sea incluida en todos los programas de gobierno. Su labor es la de articular y gestionar. Y en eso tiene muchos retos que ella reseña. “No ha sido fácil. Yo me había preparado para lograr el cambio de gobierno, pero no para estar en el gobierno. Ha sido duro porque acá en la ciudad el ambiente es distante y cada quien está en lo suyo, pero de donde yo vengo todo siempre se hace en comunidad”.
“Yo me había preparado para lograr el cambio de gobierno, pero no para estar en el gobierno. Ha sido duro porque acá en la ciudad el ambiente es distante y cada quien está en lo suyo, pero de donde yo vengo todo siempre se hace en comunidad”
Carabalí lo dice con convicción. Lleva casi tres décadas de su vida preparándose para servirle a su tierra caucana. La primera vez que salió de su vereda lo hizo para cumplir el sueño de ser profesional. Vivió en el distrito de Aguablanca, al oriente de Cali, por más de cinco años mientras estudiaba Tecnología Industrial y Administración de Empresas en la Universidad Santiago de Cali. Su vida allá también fue luchas: logró ganarse media beca para estudiar, pero la otra parte se la pagó ella sola con lo que ganaba vendiendo empanadas y bollo de yuca y dictando clases de refuerzo a niños de colegio. “Pero siempre tuve claro que me estaba formando para volver a mi pueblo en Buenos Aires y retribuirles ”.
No hay una sola frase o reflexión de esta lideresa que no la lleve a sus raíces, a su génesis. Es una mujer de campo, hija de una madre que sacó adelante a nueve hijos labrando la tierra y criada con unos hermanos que asumieron la vocería social de su pueblo para exigir sus derechos más básicos: agua potable, servicio de energía y condiciones de vida dignas. “La empresa de energía de allá era malísima, por cualquier cosa el servicio se caía y terminábamos todos alumbrando con velas, pero como era carísimo el recibo entonces le sacamos una canción”, detalla.
Aunque dice que no le gusta cantar, Clemencia asegura que hay canciones en Buenos Aires que son himnos de dignidad. Y los entona: “El alumbrado por estos pueblos es un asunto de oscuridad, porque Cedelca ha sido la empresa que aquí nos vende electricidad”. Suelta una carcajada fuerte y contagiosa. Y canta otra canción: “Ay salvaje, Salvajina, me dejaste el alma herida”. Esas canciones que todo el municipio conoce son coros que simbolizan la resistencia de un pueblo que lleva casi tres décadas luchando contra los gigantes del capitalismo.
(Lea también: Francisco de Roux: una lucha por la verdad, la reconciliación y la paz grande)
Esa dignidad es la que la ha llevado a estar donde está. Aunque en algún momento dudó en aceptar el cargo por lo que implicaba salir nuevamente de su territorio, hubo algo que la hizo asegurarse de que ese era su camino: la lucha por las mujeres.
Ese es uno de los tantos temas que la hacen sollozar. Pensar en las condiciones de las mujeres que como ella nacieron en municipios a los que el Estado les debe todo, que han sido racializadas, le quiebra la voz y le hace bajar la mirada. “Aunque la gran deuda del Estado ha sido con las mujeres rurales que son las que más se ven representadas en mí, mi labor será trabajar por ellas, porque es de donde provengo, pero también por las mujeres de ciudades, con realidades tan distintas a las que yo viví”.