La familia que se aleja de lo ilícito y rescata los usos ancestrales de la coca
En la zona rural de Puerto Rico, cerca del que fuera uno de los principales enclaves cocaleros del país en la década de 1990, una familia logró la certificación de negocio verde para producir té a base de coca. Esta es su historia.
Libaniel Moreno
Cuando Alfredo Álvarez constató que el imperio cocalero que había construido durante años se estaba desvaneciendo, el desespero y la tristeza lo consumieron. Llegó a vender las últimas 70 cabezas de ganado que le quedaban para inyectarles ese dinero a los cultivos de uso ilícito que tenía en Puerto Rico, Meta, pero después de las fumigaciones aéreas y la erradicación manual de la Fuerza Pública no le quedó ni una sola de esas siembras de coca que creyó que nunca se iban a acabar.
“Ya cuando quedé sin nada, un día me puse a recapacitar. Tantos años en esta tierra trabajando la coca, sacando algo para matar al ser humano, ¿y a quién le aportaba? Pues a la guerra y al narcotráfico. Yo lloré ese día, y estando en el medio de esa nostalgia se me vino una idea a la cabeza. Dije: ‘bueno, ¿y por qué no mejor saco algo beneficioso para la salud?’, porque esa mata no es que sea mala, dañina o destructiva, ha sido es el mal uso que se le ha dado”, narra con ese hablado de culebrero paisa este antioqueño de 67 años, sentado en una banquita en su antigua casa de madera en medio de las serranías del sur del Meta.
En contexto: Pese a promesas de Petro, continúa erradicación forzada y uso de glifosato
Con esa idea, hace cuatro años, Alfredo y su familia crearon Pronapaz, un emprendimiento de producción de té y pomadas medicinales a base de coca que el año pasado logró obtener la certificación de Negocio Verde del Ministerio de Ambiente, convirtiéndose en la única iniciativa con este apoyo en el municipio.
“La coca tiene muchas propiedades. Si logramos que los cultivadores de acá de la región vean estos negocios verdes como una oportunidad, y se les paga la hoja de coca a buen precio, eso puede impulsar la legalidad en estos territorios”, dice Alfredo.
“Yo le dije a mi esposa que aquí no había venido nadie a enseñarnos a sacar la pasta base de coca y, aun así, nos volvimos los mejores químicos. Entonces, por qué no íbamos a ser capaces de sacar unos productos como estos, pero con componentes naturales”.
Alfredo Álvarez
Abandonar el cultivo ilegal
Álvarez o el Paisa, como le dicen sus vecinos en la vereda Bocas de Caño Danta en Puerto Rico, llegó a los Llanos Orientales en 1991, movido por la profunda crisis económica en el departamento de Caldas, donde vivía por esa época, y por la promesa de riqueza derivada de la bonanza cocalera, que atrajo a cientos de foráneos a finales del siglo pasado. Inició sus pasos en la región con una licorera en el centro poblado de Puerto Toledo, que era reconocido como uno de los principales enclaves cocaleros de la región para ese entonces.
Era la década de 1990 y la coca se había convertido en un generador de riqueza exorbitante, lo que les permitía a varios pobladores vestir ropa de marca, portar joyas de oro y hasta tener camionetas de alta gama aptas para las trochas de la región. Se habla de que el dinero, entonces, se contaba por bultos. Eran tiempos en los que la guerrilla de las Farc tenía el control de estas tierras a las que poco o nada ha llegado el Estado, y los tentáculos del grupo armado se extendían, por supuesto, hasta la compra de la pasta base de coca.
Cuando Alfredo vio todo ese mundo vendió su tienda y compró su primera chagra -una pequeña plantación de coca- de una hectárea aproximadamente, y así empezó una nueva etapa de su vida.
Además: ¿Una nueva alternativa al PNIS potenciaría la sustitución de coca en Colombia?
Pero hacia 2002, cuando creía que el negocio estaba en su punto más alto y que nunca se iba acabar, el suroriente del país quedó en la mira del Gobierno, que con el apoyo de Estados Unidos se metió de lleno en la lucha contra las drogas. En el departamento del Meta se concentraban para ese año unas 9.222 de las 102.000 hectáreas de coca que había sembradas en el país, casi el 10 %, según los registros de la Oficina contra las Drogas y el Delito de las Naciones Unidas.
La acción de la Fuerza Pública empezó a tocar a la región de Puerto Toledo, con operaciones contra el narcotráfico y los grupos alzados en armas, que traían consigo fumigaciones por aspersión aérea con glifosato y erradicación manual de las plantas de coca, además de la incautación y destrucción de materiales para el procesamiento de pasta base como gasolina, cemento, soda cáustica, cal viva, amoniaco entre otros. Ahí comenzó a derrumbarse ese imperio cocalero que este paisa, con el tiempo, concluyó que no le dejó nada.
Con sus cultivos destruidos y sin una segunda opción, el objetivo de Alfredo fue materializar la idea de usar esa misma hoja de coca, pero con otro fin: “Yo le dije a mi esposa que aquí no había venido nadie a enseñarnos a sacar la pasta base de coca y, aun así, nos volvimos los mejores químicos. Entonces, por qué no íbamos a ser capaces de sacar unos productos como estos, pero con componentes naturales”.
Especial Multimedia - Migrantes de la coca: la crisis de los raspachines venezolanos en la frontera
Después de varios ensayos y errores, cuando esta familia logró la primera tanda de frascos de pomada y té de coca, los exhibió por primera vez en un mercado campesino en el casco urbano de Puerto Rico. Los compradores los recibieron entre misterios, rechazos y miedos. El producto gustó tanto que, al poco tiempo, invitaron a Alfredo a un mercado campesino a nivel departamental. Los degustadores del producto quedaron fascinados y ahí empezó a pensar en el diseño de su marca propia y la presentación comercial. Luego tuvo la oportunidad de asistir a Corferias en representación de emprendimientos innovadores del Meta, donde dio a conocer su producto a nivel nacional y agotó todas las existencias que llevaba.
“Yo esperaría que miren con buenos ojos estos productos, porque con esa transformación que estamos haciendo es mostrarle al mundo de que la coca no es destructiva, que ha sido mal usada, y que los jóvenes miren de una vez que la coca se puede consumir en un producto que sea sano”, concluye Alfredo.
Cuando Alfredo Álvarez constató que el imperio cocalero que había construido durante años se estaba desvaneciendo, el desespero y la tristeza lo consumieron. Llegó a vender las últimas 70 cabezas de ganado que le quedaban para inyectarles ese dinero a los cultivos de uso ilícito que tenía en Puerto Rico, Meta, pero después de las fumigaciones aéreas y la erradicación manual de la Fuerza Pública no le quedó ni una sola de esas siembras de coca que creyó que nunca se iban a acabar.
“Ya cuando quedé sin nada, un día me puse a recapacitar. Tantos años en esta tierra trabajando la coca, sacando algo para matar al ser humano, ¿y a quién le aportaba? Pues a la guerra y al narcotráfico. Yo lloré ese día, y estando en el medio de esa nostalgia se me vino una idea a la cabeza. Dije: ‘bueno, ¿y por qué no mejor saco algo beneficioso para la salud?’, porque esa mata no es que sea mala, dañina o destructiva, ha sido es el mal uso que se le ha dado”, narra con ese hablado de culebrero paisa este antioqueño de 67 años, sentado en una banquita en su antigua casa de madera en medio de las serranías del sur del Meta.
En contexto: Pese a promesas de Petro, continúa erradicación forzada y uso de glifosato
Con esa idea, hace cuatro años, Alfredo y su familia crearon Pronapaz, un emprendimiento de producción de té y pomadas medicinales a base de coca que el año pasado logró obtener la certificación de Negocio Verde del Ministerio de Ambiente, convirtiéndose en la única iniciativa con este apoyo en el municipio.
“La coca tiene muchas propiedades. Si logramos que los cultivadores de acá de la región vean estos negocios verdes como una oportunidad, y se les paga la hoja de coca a buen precio, eso puede impulsar la legalidad en estos territorios”, dice Alfredo.
“Yo le dije a mi esposa que aquí no había venido nadie a enseñarnos a sacar la pasta base de coca y, aun así, nos volvimos los mejores químicos. Entonces, por qué no íbamos a ser capaces de sacar unos productos como estos, pero con componentes naturales”.
Alfredo Álvarez
Abandonar el cultivo ilegal
Álvarez o el Paisa, como le dicen sus vecinos en la vereda Bocas de Caño Danta en Puerto Rico, llegó a los Llanos Orientales en 1991, movido por la profunda crisis económica en el departamento de Caldas, donde vivía por esa época, y por la promesa de riqueza derivada de la bonanza cocalera, que atrajo a cientos de foráneos a finales del siglo pasado. Inició sus pasos en la región con una licorera en el centro poblado de Puerto Toledo, que era reconocido como uno de los principales enclaves cocaleros de la región para ese entonces.
Era la década de 1990 y la coca se había convertido en un generador de riqueza exorbitante, lo que les permitía a varios pobladores vestir ropa de marca, portar joyas de oro y hasta tener camionetas de alta gama aptas para las trochas de la región. Se habla de que el dinero, entonces, se contaba por bultos. Eran tiempos en los que la guerrilla de las Farc tenía el control de estas tierras a las que poco o nada ha llegado el Estado, y los tentáculos del grupo armado se extendían, por supuesto, hasta la compra de la pasta base de coca.
Cuando Alfredo vio todo ese mundo vendió su tienda y compró su primera chagra -una pequeña plantación de coca- de una hectárea aproximadamente, y así empezó una nueva etapa de su vida.
Además: ¿Una nueva alternativa al PNIS potenciaría la sustitución de coca en Colombia?
Pero hacia 2002, cuando creía que el negocio estaba en su punto más alto y que nunca se iba acabar, el suroriente del país quedó en la mira del Gobierno, que con el apoyo de Estados Unidos se metió de lleno en la lucha contra las drogas. En el departamento del Meta se concentraban para ese año unas 9.222 de las 102.000 hectáreas de coca que había sembradas en el país, casi el 10 %, según los registros de la Oficina contra las Drogas y el Delito de las Naciones Unidas.
La acción de la Fuerza Pública empezó a tocar a la región de Puerto Toledo, con operaciones contra el narcotráfico y los grupos alzados en armas, que traían consigo fumigaciones por aspersión aérea con glifosato y erradicación manual de las plantas de coca, además de la incautación y destrucción de materiales para el procesamiento de pasta base como gasolina, cemento, soda cáustica, cal viva, amoniaco entre otros. Ahí comenzó a derrumbarse ese imperio cocalero que este paisa, con el tiempo, concluyó que no le dejó nada.
Con sus cultivos destruidos y sin una segunda opción, el objetivo de Alfredo fue materializar la idea de usar esa misma hoja de coca, pero con otro fin: “Yo le dije a mi esposa que aquí no había venido nadie a enseñarnos a sacar la pasta base de coca y, aun así, nos volvimos los mejores químicos. Entonces, por qué no íbamos a ser capaces de sacar unos productos como estos, pero con componentes naturales”.
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Después de varios ensayos y errores, cuando esta familia logró la primera tanda de frascos de pomada y té de coca, los exhibió por primera vez en un mercado campesino en el casco urbano de Puerto Rico. Los compradores los recibieron entre misterios, rechazos y miedos. El producto gustó tanto que, al poco tiempo, invitaron a Alfredo a un mercado campesino a nivel departamental. Los degustadores del producto quedaron fascinados y ahí empezó a pensar en el diseño de su marca propia y la presentación comercial. Luego tuvo la oportunidad de asistir a Corferias en representación de emprendimientos innovadores del Meta, donde dio a conocer su producto a nivel nacional y agotó todas las existencias que llevaba.
“Yo esperaría que miren con buenos ojos estos productos, porque con esa transformación que estamos haciendo es mostrarle al mundo de que la coca no es destructiva, que ha sido mal usada, y que los jóvenes miren de una vez que la coca se puede consumir en un producto que sea sano”, concluye Alfredo.