La Comadre: una historia de resistencia de las mujeres negras víctimas del conflicto
Hace dos décadas, un grupo de mujeres afrocolombianas se organizaron para hacer visibles los impactos desproporcionados que habían tenido a causa del conflicto. CODHES y USAID han acompañado algunas de sus luchas ante el Estado.
Hace unos meses, la magistrada de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Julieta Lemaitre, dijo en un evento que las mujeres no solo eran quienes más han sufrido el impacto de la guerra, sino quienes se quedaban a limpiar su desorden.
El Informe Final de la Comisión de la Verdad también mostró los actos violentos hacia 10.844 mujeres, que rindieron sus testimonios para el capítulo Mi cuerpo es la verdad sobre cómo el conflicto armado marcó para siempre sus cuerpos y sus relaciones sociales.
Pero la huella, como casi todo en Colombia, fue desigual. Por eso, hace dos décadas un grupo de mujeres afrocolombianas se organizó a través de la Asociación Colombiana de Afrodesplazados Colombianos (Afrodes), para visibilizar los impactos del conflicto que fueron desproporcionados y funestos para su población.
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Era 2001, una de las épocas más cruentas de la guerra en Colombia en pleno auge y expansión de los grupos paramilitares y una fuerte presencia en casi todo el país de la antigua guerrilla de las FARC. Fue ese año en el que la idea de La Comadre comenzó a gestarse.
Eran mujeres que llegaron a Bogotá desplazadas. Algunas habían sido violentadas sexualmente, o habían perdido a sus esposos, hijos, hermanos o padres por asesinatos o reclutamiento forzado.
“Nosotros pertenecíamos a Afrodes, una organización defensora de los derechos humanos de la población afrocolombiana que se creó en 1999. El trabajo de Afrodes es maravilloso, pero las mujeres sentíamos que los temas nuestros no se estaban tocando de manera profunda. Entonces, de la mano de Luz Marina Becerra, empezamos con un colectivo dentro de Afrodes para que se diera una mayor connotación a las violencias que habíamos sufrido las mujeres”, detalla Tulia Asprilla, integrante de La Comadre.
Tulia hace referencia a Luz Marina Becerra, fundadora de La Comadre, actual presidenta y una de las defensoras de derechos humanos más relevantes en Colombia.
La Comadre nació, dicen algunas de sus integrantes, para exigirle al Estado el diseño, implementación de políticas públicas con enfoque diferencial que atiendan los riesgos y vejámenes que han sufrido las mujeres negras en el marco del conflicto armado. Pero también es una alternativa autónoma de ellas para sanar sus dolores.
“La Comadre es un proceso de mujeres en el cual nos acompañamos y nos ayudamos. Además, fue una manera de rescatar nuestras prácticas culturales ancestrales, nuestras costumbres, esa manera como nos relacionamos entre nosotras. También mantener ese legado ancestral cultural que tiende a perderse cuando llegamos a las ciudades por encontrarnos en espacios diferentes distintos a nuestros entornos”, explica Becerra.
Lea: Los beats, la danza y los murales que frenan la violencia en Buenaventura
Desde 2016, su principal lucha es que la Unidad de Víctimas reconozca a La Comadre, y con ellas a las cerca de 7.000 mujeres que pertenecen a esa organización, como sujetas étnicas de reparación colectiva. En marzo de 2017, parecía que sus años de trabajo por fin les daba esa recompensa: esa entidad les dio ese reconocimiento, en el marco del Decreto Ley 4635 de 2011, pero un año después reversó la decisión e indicó que solo se reconocerían a la luz de la Ley 1448.
“No hay muchas claridades de por qué esa reversión, pero nos dicen que no nos pueden reparar como sujetas étnicas, sino que nos reparan como organización que tiene otras connotaciones distintas a lo que demanda ser reparados como sujeto étnico. Desde entonces hemos tenido unas luchas bastante complejas… Son siete años que llevamos en ese proceso de interlocución con el Estado con la Unidad de Víctimas”, dice Becerra.
La reparación como sujetos étnicos tiene, como lo dice la defensora, otras implicaciones como reconocer que hubo daños diferenciados desproporcionados en su cultural, ambiental, e incluso a nivel espiritual. En el proceso para que la Unidad de Víctimas reconsidere esa decisión, de La Comadre ha tenido aliados como Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento (Codhes).
“Cuando la Unidad de Víctimas reverso la decisión y dijo que no eran un sujeto étnico, sino que eran una organización y tenían que ser reparadas como un sujeto no étnico, las empezamos a apoyar en que hicieran incidencia con la Unidad de Víctimas con otras instituciones del Estado con otras entidades para que pudieran ser reparadas como ellas querían”, explica Marco Oyaga Moncada, coordinador de reparación colectiva del Programa de Participación y Reparación Colectiva de las Víctimas de Codhes y USAID.
Sin esa reparación integral, dicen Oyaga, podrían repetirse los patrones del conflicto armado y seguir revictimizándose a las mujeres afrodescendientes.
“Desde el programa de Codhes y USAID consideramos que cuando eres reconocida como sujeto étnico de reparación colectiva, se está reconociendo que los daños y las afectaciones que sufriste se dieron por tu condición de mujeres étnicas. Es distinto a los daños y afectaciones que puede vivir una organización compuesta por personas que no hacen parte de un pueblo étnico”, explica Oyaga.
Y agrega: “La reparación a estos pueblos tienen categorías particulares como el daño a la identidad cultural, el daño al territorio, el daño por racismo y discriminación racial, que no están contemplados en la ley 1448. Eso marca una enorme diferencia”.
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En el sistema de Reparación Colectiva hay más de 900 Sujetos de RC inscritos. De estos, 550 hacen parte de grupos étnicos y 194 son afrocolombianos. Aunque la Unidad de Víctimas ha acelerado los procesos de alistamiento y caracterización de los daños, el 55% de ese total sigue esperando medidas para sus casos.
Su propio proceso de sanación
Dada la lentitud para ese reconocimiento colectivo, La Comadre lleva un proyecto de autorreparación, y se ha convertido en una red que construye su propio proceso de sanación y restauración.
“Desde La Comadre nos hemos trazado una apuesta de construir nuestras propias estrategias de sanación desde la psico-espiritualidad, teniendo en cuenta la manera como en nuestros territorios nos curamos el alma, como nos sanamos. Cuando alguna está viviendo un dolor, entre todas las rodeamos para ayudarle a superar ese dolor”, explica Becerra.
Tulia explica que esos rituales lo hacen como forma de liberación. “Lo hemos hecho de varias maneras. Tenemos obras de teatro donde todas hemos actuado, hacemos kutrús, hemos pintado murales (…) Y hay un momento en el ritual de sanación donde a ti se te hace como una liberación. No es un proceso común porque se hace a través de un ritual de sanación con los ancestros”, explica.
Los kutrús son unos muñecos en tela que ha usado La Comadre para dignificar a sus muertos y desaparecidos. “Un kutrú es una representación simbólica para darle otro significado a la palabra “muñeco” que han usado los grupos armados para referirse de forma peyorativa a un muerto. Nosotros queremos resignificarlo, así que creamos nuestros propios muñecos con tela y les ponemos ropa como las que usaban nuestros familiares o algo que los identificara”, explica Becerra.
Petrona Mosquera Chaberra, también integrante de La Comadre, afirma que todas sus acciones les han servido para mantener viva su cosmovisión y a sentar las bases para el perdón y su propia reparación.
Siga leyendo: “La máquina de la paz”, cuando en Ataco se unieron para buscar su reparación
“Hay mucho dolor, hay miedos, muchos rencores, resentimientos, pero usamos nuestros saberes ancestrales al servicio de superarlos primero de nosotras y también de la sociedad, para contribuir con todos estos daños que ha producido el conflicto armado en Colombia”, dice Mosquera.
La Comadre es hoy una de las organizaciones que más lucha por una reparación que le dé relevancia a su cultura y que incluya un enfoque terapéutico que una la psicología tradicional con su ancestralidad.
“Creo que el proceso de acompañamiento a La Comadre ha tenido efectos profundos sobre las mujeres que lo integran. La organización está mucho más consolidada. Cuando empezamos a trabajar con ellas, la puesta de ella será ser reconocidas como sujeto de reparación colectiva, pero ante las dificultades que ellas han visto su decisión fue fortalecer sus procesos propios, optar por la autorreparación. Es como decir, bueno, si el Estado no nos está dando lo que nosotras queremos, pues nosotras mismas, vamos a buscar lo que necesitamos. Me parece que ahorita es una de las organizaciones de víctimas y de mujeres étnicas más fuertes en el país”, afirma Oyaga.
Las tres mujeres afirman que tanto en el proceso de incidencia jurídica, como en el de buscar una vía para su propia restauración como colectivo, ha sido fundamental el apoyo de Codhes.
“Este ha sido trabajo intenso de parte de nosotras que tienen que sanarmos y que queremos seguir acompañándonos (…) Hemos tenido apoyos significativos de organizaciones como Codhes, que casi que del inicio La Comadre han venido apoyando este proceso, han creído en este proceso”, dice Becerra,
Por su parte, Tulia indica que: “Para nosotros es muy valioso todos los apoyos. Decimos que tenemos padrinos. Unos que nos ayudan e impulsan”.
Además: La lucha de mujeres víctimas de desplazamiento por garantizar sus derechos en Bogotá
Las 7.000 mujeres que integran La Comadre siguen a la espera de que la Unidad de Víctimas vuelva a reconocerlas como sujeto étnico de reparación colectiva y que desde el Estado haya un apoyo decidido para materializar sus sueños en materia de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.
Hace unos meses, la magistrada de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), Julieta Lemaitre, dijo en un evento que las mujeres no solo eran quienes más han sufrido el impacto de la guerra, sino quienes se quedaban a limpiar su desorden.
El Informe Final de la Comisión de la Verdad también mostró los actos violentos hacia 10.844 mujeres, que rindieron sus testimonios para el capítulo Mi cuerpo es la verdad sobre cómo el conflicto armado marcó para siempre sus cuerpos y sus relaciones sociales.
Pero la huella, como casi todo en Colombia, fue desigual. Por eso, hace dos décadas un grupo de mujeres afrocolombianas se organizó a través de la Asociación Colombiana de Afrodesplazados Colombianos (Afrodes), para visibilizar los impactos del conflicto que fueron desproporcionados y funestos para su población.
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Era 2001, una de las épocas más cruentas de la guerra en Colombia en pleno auge y expansión de los grupos paramilitares y una fuerte presencia en casi todo el país de la antigua guerrilla de las FARC. Fue ese año en el que la idea de La Comadre comenzó a gestarse.
Eran mujeres que llegaron a Bogotá desplazadas. Algunas habían sido violentadas sexualmente, o habían perdido a sus esposos, hijos, hermanos o padres por asesinatos o reclutamiento forzado.
“Nosotros pertenecíamos a Afrodes, una organización defensora de los derechos humanos de la población afrocolombiana que se creó en 1999. El trabajo de Afrodes es maravilloso, pero las mujeres sentíamos que los temas nuestros no se estaban tocando de manera profunda. Entonces, de la mano de Luz Marina Becerra, empezamos con un colectivo dentro de Afrodes para que se diera una mayor connotación a las violencias que habíamos sufrido las mujeres”, detalla Tulia Asprilla, integrante de La Comadre.
Tulia hace referencia a Luz Marina Becerra, fundadora de La Comadre, actual presidenta y una de las defensoras de derechos humanos más relevantes en Colombia.
La Comadre nació, dicen algunas de sus integrantes, para exigirle al Estado el diseño, implementación de políticas públicas con enfoque diferencial que atiendan los riesgos y vejámenes que han sufrido las mujeres negras en el marco del conflicto armado. Pero también es una alternativa autónoma de ellas para sanar sus dolores.
“La Comadre es un proceso de mujeres en el cual nos acompañamos y nos ayudamos. Además, fue una manera de rescatar nuestras prácticas culturales ancestrales, nuestras costumbres, esa manera como nos relacionamos entre nosotras. También mantener ese legado ancestral cultural que tiende a perderse cuando llegamos a las ciudades por encontrarnos en espacios diferentes distintos a nuestros entornos”, explica Becerra.
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Desde 2016, su principal lucha es que la Unidad de Víctimas reconozca a La Comadre, y con ellas a las cerca de 7.000 mujeres que pertenecen a esa organización, como sujetas étnicas de reparación colectiva. En marzo de 2017, parecía que sus años de trabajo por fin les daba esa recompensa: esa entidad les dio ese reconocimiento, en el marco del Decreto Ley 4635 de 2011, pero un año después reversó la decisión e indicó que solo se reconocerían a la luz de la Ley 1448.
“No hay muchas claridades de por qué esa reversión, pero nos dicen que no nos pueden reparar como sujetas étnicas, sino que nos reparan como organización que tiene otras connotaciones distintas a lo que demanda ser reparados como sujeto étnico. Desde entonces hemos tenido unas luchas bastante complejas… Son siete años que llevamos en ese proceso de interlocución con el Estado con la Unidad de Víctimas”, dice Becerra.
La reparación como sujetos étnicos tiene, como lo dice la defensora, otras implicaciones como reconocer que hubo daños diferenciados desproporcionados en su cultural, ambiental, e incluso a nivel espiritual. En el proceso para que la Unidad de Víctimas reconsidere esa decisión, de La Comadre ha tenido aliados como Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento (Codhes).
“Cuando la Unidad de Víctimas reverso la decisión y dijo que no eran un sujeto étnico, sino que eran una organización y tenían que ser reparadas como un sujeto no étnico, las empezamos a apoyar en que hicieran incidencia con la Unidad de Víctimas con otras instituciones del Estado con otras entidades para que pudieran ser reparadas como ellas querían”, explica Marco Oyaga Moncada, coordinador de reparación colectiva del Programa de Participación y Reparación Colectiva de las Víctimas de Codhes y USAID.
Sin esa reparación integral, dicen Oyaga, podrían repetirse los patrones del conflicto armado y seguir revictimizándose a las mujeres afrodescendientes.
“Desde el programa de Codhes y USAID consideramos que cuando eres reconocida como sujeto étnico de reparación colectiva, se está reconociendo que los daños y las afectaciones que sufriste se dieron por tu condición de mujeres étnicas. Es distinto a los daños y afectaciones que puede vivir una organización compuesta por personas que no hacen parte de un pueblo étnico”, explica Oyaga.
Y agrega: “La reparación a estos pueblos tienen categorías particulares como el daño a la identidad cultural, el daño al territorio, el daño por racismo y discriminación racial, que no están contemplados en la ley 1448. Eso marca una enorme diferencia”.
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En el sistema de Reparación Colectiva hay más de 900 Sujetos de RC inscritos. De estos, 550 hacen parte de grupos étnicos y 194 son afrocolombianos. Aunque la Unidad de Víctimas ha acelerado los procesos de alistamiento y caracterización de los daños, el 55% de ese total sigue esperando medidas para sus casos.
Su propio proceso de sanación
Dada la lentitud para ese reconocimiento colectivo, La Comadre lleva un proyecto de autorreparación, y se ha convertido en una red que construye su propio proceso de sanación y restauración.
“Desde La Comadre nos hemos trazado una apuesta de construir nuestras propias estrategias de sanación desde la psico-espiritualidad, teniendo en cuenta la manera como en nuestros territorios nos curamos el alma, como nos sanamos. Cuando alguna está viviendo un dolor, entre todas las rodeamos para ayudarle a superar ese dolor”, explica Becerra.
Tulia explica que esos rituales lo hacen como forma de liberación. “Lo hemos hecho de varias maneras. Tenemos obras de teatro donde todas hemos actuado, hacemos kutrús, hemos pintado murales (…) Y hay un momento en el ritual de sanación donde a ti se te hace como una liberación. No es un proceso común porque se hace a través de un ritual de sanación con los ancestros”, explica.
Los kutrús son unos muñecos en tela que ha usado La Comadre para dignificar a sus muertos y desaparecidos. “Un kutrú es una representación simbólica para darle otro significado a la palabra “muñeco” que han usado los grupos armados para referirse de forma peyorativa a un muerto. Nosotros queremos resignificarlo, así que creamos nuestros propios muñecos con tela y les ponemos ropa como las que usaban nuestros familiares o algo que los identificara”, explica Becerra.
Petrona Mosquera Chaberra, también integrante de La Comadre, afirma que todas sus acciones les han servido para mantener viva su cosmovisión y a sentar las bases para el perdón y su propia reparación.
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“Hay mucho dolor, hay miedos, muchos rencores, resentimientos, pero usamos nuestros saberes ancestrales al servicio de superarlos primero de nosotras y también de la sociedad, para contribuir con todos estos daños que ha producido el conflicto armado en Colombia”, dice Mosquera.
La Comadre es hoy una de las organizaciones que más lucha por una reparación que le dé relevancia a su cultura y que incluya un enfoque terapéutico que una la psicología tradicional con su ancestralidad.
“Creo que el proceso de acompañamiento a La Comadre ha tenido efectos profundos sobre las mujeres que lo integran. La organización está mucho más consolidada. Cuando empezamos a trabajar con ellas, la puesta de ella será ser reconocidas como sujeto de reparación colectiva, pero ante las dificultades que ellas han visto su decisión fue fortalecer sus procesos propios, optar por la autorreparación. Es como decir, bueno, si el Estado no nos está dando lo que nosotras queremos, pues nosotras mismas, vamos a buscar lo que necesitamos. Me parece que ahorita es una de las organizaciones de víctimas y de mujeres étnicas más fuertes en el país”, afirma Oyaga.
Las tres mujeres afirman que tanto en el proceso de incidencia jurídica, como en el de buscar una vía para su propia restauración como colectivo, ha sido fundamental el apoyo de Codhes.
“Este ha sido trabajo intenso de parte de nosotras que tienen que sanarmos y que queremos seguir acompañándonos (…) Hemos tenido apoyos significativos de organizaciones como Codhes, que casi que del inicio La Comadre han venido apoyando este proceso, han creído en este proceso”, dice Becerra,
Por su parte, Tulia indica que: “Para nosotros es muy valioso todos los apoyos. Decimos que tenemos padrinos. Unos que nos ayudan e impulsan”.
Además: La lucha de mujeres víctimas de desplazamiento por garantizar sus derechos en Bogotá
Las 7.000 mujeres que integran La Comadre siguen a la espera de que la Unidad de Víctimas vuelva a reconocerlas como sujeto étnico de reparación colectiva y que desde el Estado haya un apoyo decidido para materializar sus sueños en materia de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.