Las mujeres que lideran la reconciliación en Icononzo, Tolima

Confecciones, arte y apicultura, son algunos de los proyectos que las excombatientes de las Farc lideran en este espacio. Así demuestran que la paz y el perdón se construyen con trabajo en equipo y respeto por el campo.

Camilo Pardo Quintero
18 de abril de 2022 - 12:00 p. m.
Katherine Prieto, en el ETCR Antonio Nariño.
Katherine Prieto, en el ETCR Antonio Nariño.
Foto: Laura Salomón
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El amor no tiene reglas ni mucho menos explicaciones. Ese es el modo de vivir de las personas en el espacio territorial Antonio Nariño, lugar de reincorporación en zona rural de Icononzo (Tolima). Allí varias amistades, romances y proyectos colectivos se han forjado a punta de convicción y fe irrestricta en el prójimo.

Así fue como Katherine Prieto conoció, se enamoró y formó una vida con el que hoy es su esposo. Hace poco más de doce años ella estaba en una fiesta y le llamó la atención un hombre que estaba departiendo con sus amigos. Bailaron, hablaron y prácticamente desde allí nunca más se volvieron a separar. A ella, una habitante común y corriente de Icononzo, poco o nada le importaban los chismes que le llegaban de su pretendiente. “Es guerrillero, aléjese y tenga cuidado”, le decían algunos. Entrados en confianza, ella le preguntó por qué nunca le había comentado sobre una herida que tenía en la mano, a lo que el hombre respondió que fue por causa de un combate con el Ejército, porque él pertenecía a las Farc. Nada cambió entre ambos.

Tuvieron dos hijos: Heidy, que hoy tiene once años y Jean Pierre, de nueve. “Su amor”, como siempre refiere Katherine a su compañero, se desmovilizó de forma individual después del nacimiento de su hija. Tras la firma del Acuerdo de Paz, el espacio Antonio Nariño se volvió su nuevo hogar. Allí Katherine es gestora cultural de la fundación Semillas de Reconciliación, un espacio creado por personas del espacio territorial para que niños y adolescentes tuvieran actividades de lectura, danza y baile. Como gran parte de las actividades que se hacen en este espacio, las coordinaciones para acceder a donaciones de textos y cuadrar horarios, así como las ideas para las coreografías y cantos, están a cargo de mujeres.

“Aquí no hay prejuicios ni miedos de nada. Les enseñamos a los niños, por medio del arte, lo importante que es dar segundas oportunidades y no juzgar a los demás. Al comienzo había choques entre los exguerrilleros con los otros vecinos de La Fila, pero de a poco supimos asimilar que todos somos hermanos y merecemos vivir en tranquilidad; queriéndonos siempre. Con nuestro colectivo bailamos carranga, música tolimense y cumbia. Los chiquitos leen cuentos y a los más grandes les gusta leer sobre terror y temas de paz. Falta mucho por avanzar, pero aquí estamos demostrando siempre que la cultura puede con todo y más si es pensada por mujeres”, narró Katherine.

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El espacio territorial Antonio Nariño “es una loma empinada”, como la describe Johanna Omaira Gómez, encargada de los temas de salud en este lugar. Su casa queda en uno de los puntos más altos. Desde allí ha sido testigo por más de cinco años del amor y el respeto con el que se vive en esta comunidad. También, observa y vigila lo que pasa desde la entrada hasta la cancha de fútbol y el taller de confección, los dos puntos ubicados más abajo.

Justamente, en ese taller trabaja un colectivo de 22 reincorporados a la vida civil que le entregan su día a día a las actividades de confección. Es ni más ni menos que la sede de Avanza, un proyecto productivo de la cooperativa Tejiendo Paz, cuyos integrantes cambiaron armas por máquinas de coser y metros de tela con los que fabrican camisetas, pantalones, pijamas y demás prendas que tienen en sus estampados improntas de reconciliación. Si bien están repartidos de forma paritaria, las mujeres dentro del taller ordenan y son las que generan las ideas de negocio. Avanza fue precisamente una de las cuatro marcas de confecciones de excombatientes de las Farc que hicieron el desfile de modas en el Museo de Trajes, de Bogotá, el pasado 8 de abril.

Uno de los motores de Avanza es Luz Marina Cortés Piyimué, su vicepresidenta, reincorporada con raíces caqueteñas y tolimenses, que ve en las camisetas que realizan la materialización de años de sueños frustrados por tener que recurrir a las armas como medio de vida, sin tener anhelos propios.

“En la guerra sabíamos coser a mano para poner nuestros nombres en los uniformes, pero hasta ahí. Nos capacitamos en esta industria y por eso le damos este nombre a nuestra empresa, porque avanzamos hacia una vida en la que mostramos que la paz es posible en todas las formas, incluyendo prendas con mensajes esperanzadores y que saben empoderar comunidades enteras. Todos y todas tendemos tela, moldeamos y cortamos, velando por la máxima calidad, porque no se trata de llevar moda a toda Colombia solo porque es hecha por exguerrilleros, sino porque se entregue un producto realmente bueno”, dijo Cortés.

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“Esto sin amor y sin admiración por la persona a la que tengo al lado sería imposible”, agregó con entusiasmo la confeccionista, en cuyos ojos brilla la esperanza de seguir creciendo con un negocio que los ha alejado de estigmatizaciones y recuerdos violentos que no quieren repetir nunca más.

De hecho, por esos deseos fue que nació un comité de género pensado en unir mujeres reincorporadas y no reincorporadas en La Fila, que por medio de pijamas muestran que un perdón genuino y sin rencillas es posible.

Tanto esta iniciativa como otras actividades lideradas por mujeres dentro del espacio Antonio Nariño son apoyadas por cooperación internacional que respalda la implementación de lo pactado en La Habana, como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

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El apoyo consiste, entre otras cosas, en aprobar y financiar proyectos rurales que ayuden en la construcción de paz. El PNUD ha ofrecido campañas de capacitación y posterior seguimiento, para ver el impacto social real que alcanzan las iniciativas que acompañan.

Un ejemplo de esto sucede en El Triunfo, vereda vecina de La Fila, donde también hay pruebas fehacientes de paz y reconciliación a cargo de mujeres rurales. Un caso que se ha vuelto icónico es el de la finca de Elizabeth Villarreal, víctima de desplazamiento forzado en 2002 y campesina que trabajaba la mora en su región, quien, frente a las necesidades de la gente de su comunidad, decidió prestar parte de su tierra para un proyecto de galpones de gallinas y venta de huevos; actividad a la que ahora le dedica casi todo su día.

“Algunos reincorporados aquí de la vereda, como el Abuelo, solicitaron un proyecto de porcicultura y avicultura. Fueron aprobados, pero para lo segundo se necesitaba tierra y mano de obra, fuera o no fuera de reincorporados. Desde que ellos se desmovilizaron siempre les tendimos la mano, no fuimos egoístas ni rencorosos y por eso decidí ceder parte de mi tierrita. Aquí trabajan con gallinas un grupo de seis mujeres que, si bien no participaron en la guerra, son amigas, familiares y conocidas de los señores que firmaron la paz”, comentó Elizabeth.

En esta finca se producen 300 huevos diarios, se vende la docena de huevo AA a $13.000 y a final de la semana no hay abasto. “Las mujeres en El Triunfo somos trabajadoras y utilizamos nuestro tiempo en producir, no en revisar el pasado de los demás. Como comunidad siempre nos apoyamos y estamos en servicio de lo que necesitemos para salir adelante. Hasta hace poco el machismo era lo que mandaba por acá, ahora solo manda la voz unísona de nosotras y el respaldo que nos damos colectivamente en la finca de doña Elizabeth. Su generosidad no es casualidad, es muestra de cómo se vive por acá”, indicó Jazmín González, una de las mujeres del proyecto avícola.

Las abejas de Pandi y la defensa del Sumapaz

A pocos kilómetros de Icononzo, en una finca a las afueras de Pandi (Cundinamarca), vive Sandra Ortegón con su familia. Ella estuvo por varios años en las filas de las extintas Farc junto a su esposo Fermín, aunque esos recuerdos no son recurrentes cuando hablan. Por el contrario, prefieren charlar acerca de sus animales, su tierra y los muchos sueños que aún tienen por cumplir.

Uno de ellos es consolidar su apiario como uno de los mejores en el centro del país. “Las abejas siempre nos enseñan a trabajar en equipo. Polinizan, producen miel y abastecen de cera durante todo el año. Estando como guerrillera nunca me imaginé acabar en estas, pero me alegra mucho hacerlo, porque contribuyo con mi comunidad y me uno más con mi esposo”, aseguró Sandra.

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Las abejas de Sandra Ortegón son una herramienta que ella silenciosamente usa para brindar sostenibilidad y, algún día, mayor independencia alimentaria para su vereda. Sin embargo, desde hace más de un mes el apiario está en crisis por unos procesos de riego y fumigación que le están haciendo a unos cultivos de habichuela en una finca vecina. Antes de esto, Sandra producía más de cien tarros de miel al mes y tenía un conteo cercano a las 2.000 abejas. Ahora, por la muerte de varias de sus abejas, es difícil saber cuántas hay con exactitud. Esto no los detiene y siguen en servicio de su comunidad, cosa que agradecen sus vecinos.

“Sandra es una mujer que nos impulsa a ser mejores. Desde que la conocí, hace un par de años, lo primero que hice fue ofrecerle mi amistad. A mí no me interesaba su pasado, sino sus cualidades como mujer. Creo que todo ha dado frutos, porque hemos visto crecer su proyecto de abejas, hemos incursionado en temas de panadería con sagú, formalizamos hace poco nuestra junta de acción comunal y ella inculcó a meter allí temas de género, para hacer pedagogía en toda la vereda”, le dijo a este diario Luz Estela López, vecina y amiga de Sandra.

Las actividades que hace Ortegón en Pandi van dirigidas a un objetivo específico: proteger el páramo de Sumapaz. Está convencida de que durante el conflicto muchas personas le quisieron hacer daño al ecosistema y es hora de repararlo y preservarlo.

“El páramo es nuestra esponja de agua y con cada actividad, por pequeña que sea, en favor de la sostenibilidad le vamos a ayudar a mantenerse. Hemos hecho activismo, sacado adelante tutelas y no nos rendiremos hasta que los respeten. Como exguerrillera, me quiero resarcir y uniendo a mi comunidad en favor de la naturaleza estoy construyendo tejido social. Nos tildaban como monstruos, pero con esto demostramos lo contrario”, concluyó Sandra.

*Este reportaje fue posible gracias al apoyo de la Embajada de Noruega en Colombia.

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