“El país que va a votar el 19 de junio ya no es el que votó en el plebiscito”

Así lo afirmó Angélika Rettberg, profesora titular del departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, quién habló de la coyuntura que vive el país, en la primera campaña política en décadas que no estuvo marcada por la paz o la guerra.

Redacción Colombia +20
18 de junio de 2022 - 03:12 p. m.
Las votaciones de la segunda vuelta para elegir al próximo presidente de Colombia se realizarán el próximo domingo 19 de junio.
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La campaña política que termina este domingo es quizá la más atípica de las últimas décadas. Por primera vez, el conflicto armado o el acuerdo de paz no marcaron la contienda y de hecho estuvieron marginados del debate público. Nunca como antes la discusión se centró en la reforma pensional, a la salud, la cobertura educativa o el modelo económico. Poca atención se llevó el hecho de que hace unos meses, en noviembre de 2021, el Acuerdo de Paz firmado entre el Estado colombiano y las Farc cumplió sus primeros cinco años.

Para Angélika Rettberg, profesora titular del departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, eso muestra que el país ha avanzado. Finalmente, la promesa era que tras la firma de la paz y sin las Farc en el escenario, se pudieran abordar esos otros temas urgentes. La docente ha dedicado los últimos años a estudiar de cerca el proceso de reconciliación que se ha abierto paso en Colombia en medio de la convulsa transición de la guerra al posacuerdo, en el que otros conflictos armados se han recrudecido. ¿Cómo han vivido ese contexto en distintas regiones del país? ¿Cuáles han sido las formas de la ciudadanía para reconciliarse?

En esta entrevista, la académica, representante de la Universidad de los Andes ante el Instituto Capaz, sostiene que si bien no se puede obviar la situación de violencia crónica que viven muchos territorios, tampoco es cierto que “el Acuerdo de Paz no haya servido para nada y todo siga igual”. Rettberg resalta avances del proceso y recuerda que se trata de un largo camino que apenas ajusta un lustro, pero al que le quedan años por delante. Habla de los hallazgos de la investigación que lleva años trabajando, de la mano del Instituto Capaz, Gender, Justice and Security Hub (London School of Economics) y el Programa de Alianzas para la Reconciliación (PAR) de ACDI/VOCA, financiado por Usaid.

Estamos ad-portas de cerrar una campaña política para elecciones presidenciales y pareciera que la agenda de paz y reconciliación estuvo ausente durante toda la contienda ¿Cuál es su lectura sobre eso?

En primer lugar, es cierto que por primera vez en una larga historia republicana ni el conflicto ni el acuerdo de paz marcaron los principales debates. Y yo creo que eso significa efectivamente que estamos progresando porque ya este es un país distinto a aquel país que votó por Presidencia la última vez, al país que votó sí o no en un plebiscito. Estamos en una situación cualitativamente distinta. Al mismo tiempo, ambos candidatos que están enfrentados para definir quién será presidente de Colombia han dicho que van a implementar el acuerdo. Y no sólo eso, sino que han dicho que quieren continuar las negociaciones con el grupo que falta y que también quieren hacer algo frente a muchas otras organizaciones criminales que operan en el país. Eso muestra incluso que se volvió un procedimiento estándar negociar para terminar la violencia política e incluso la derecha más recalcitrante acepta hoy que se implemente el acuerdo de paz como está. Ya se intentó modificar, reducir, en fin, no funcionó, y el acuerdo echó raíces y en este momento tenemos una situación que considero favorable: no importa quien gane en Colombia va a estar comprometido con la continua implementación de ese acuerdo que se firmó en 2016.

Uno de los candidatos ha dicho que frente al otro grupo guerrillero que está activo, el Eln, lo que podría hacerse es una extensión o un ‘otrosí’ al acuerdo de paz que ya se hizo con las Farc ¿Eso le parece viable?

Me parece absolutamente inviable porque claramente el Eln, como cualquier otro grupo, va a querer tener su negociación, su momento de protagonismo y su posibilidad de afectar la agenda nacional. Entonces, pretender que ellos simplemente van a adherirse a lo ya firmado no es realista. Lo que sí creo es que hay aspectos de lo negociado con las Farc que se pueden adoptar, específicamente en lo que concierne a la justicia transicional. Yo creo que ni la sociedad colombiana que votó sí, ni la que votó no, ni aquella a la que no le importa, estaría dispuesta a crear otro andamiaje adicional de justicia transicional. Y creo que en ese aspecto si podrían buscarse paralelos o continuidades, pero yo creo que es prematuro. Para hablar de estos temas primero hay que mirar cómo se genera una oferta suficientemente atractiva para volver a traer al Eln a la mesa. Hay que generar una agenda que le dé sentido a esa negociación exclusiva con ese grupo y luego vamos a hablar de posibles adherencias.

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Dice que evidentemente el país que vota el domingo es un país distinto al que votó hace cuatro años y hace seis años el plebiscito. Pero no es un país reconciliado…

Yo creo que está mucho más reconciliado de lo que sugieren las efervescencias de las redes. Yo no siento que estas últimas semanas de campaña sean representativas de cómo viven la mayoría de los colombianos en sus cotidianidades. Reitero que el hecho de que ni conflicto ni acuerdo sean centrales en la campaña en sí habla a favor del hecho de que la gente, en general, ya aceptó que eso existe, y que va a implementarse. Tengo evidencia de diferentes regiones donde efectivamente sí se siente que ha habido progresos importantes en la implementación y en el sentimiento de que la sociedad se está reconciliando. Los sectores más propensos a reconciliarse tienden a ser jóvenes educados urbanos. Y eso me parece interesante porque muestra que es aparentemente la generación que menos vivió la guerra, la que está más dispuesta hoy a escuchar al otro, a entender otras posturas, a entender otras posiciones. Y creo que eso es muy interesante como legado de la guerra.

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Además de eso, hay sectores que uno pensaría que por el hecho de haber sido centrales en la guerra son particularmente vengativos, y no es así. Las víctimas del conflicto armado, por ejemplo, encontramos consistentemente que no son más negativas que un ciudadano promedio; es decir están igual de dispuestas a perdonar, a conocer, a entender otra postura, como a exigir justicia hasta última instancia. Me parece interesante que no sean distintas al ciudadano común en términos de qué esperan de la justicia transicional. No sé si ha habido reconciliación, pero definitivamente creo que en el país el tiempo ha pasado, las memorias del conflicto intenso han ido quedando atrás. Las personas han resuelto sus situaciones y en ese sentido creo que están conviviendo con problemas distintos a los que gobernaban nuestras inquietudes y preocupaciones hasta hace diez, quince años.

Usted lleva ya varios años estudiando el tema de la reconciliación y una parte importante del trabajo ha estado concentrada en las regiones PDET ¿Qué se han encontrado allí sobre reconciliación, teniendo en cuenta que en muchos de esos municipios el conflicto armado no solo sigue vivo sino que se ha recrudecido?

Tomando datos de una encuesta que ha hecho el PNUD sobre los municipios PDET, lo que hemos encontrado es que las personas que viven en municipios donde hay un poco más de seguridad que antes y donde ven que el acuerdo ha generado obras concretas en su entorno, esas personas o esas regiones tienden a tener mayor satisfacción con el acuerdo de paz. Eso no significa que en general la situación de seguridad no sea aún muy delicada e incluso hay regiones donde las cosas se han recrudecido, pero sí significa que cuando las personas se sienten un poco más seguras y cuando ven que pasan cosas concretas en su entorno, como obras que pueden ser puentes, hospitales, colegios, vías, etc., en esas situaciones se aumenta su confianza y su expectativa de que el acuerdo va a servir para algo. Yo creo que es un mensaje muy poderoso. Eso muestra, por un lado, que las personas para sentirse reconciliadas necesitan ver que algo ocurre. Eso significa que la reconciliación no tiene lugar en un vacío social, no pasa con un buen apretón de manos, no depende solo de una paloma que vuele o de un abrazo entre enemigos. No es eso, requiere acciones concretas.

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Y lo que nos muestran esos datos es que donde ven acciones concretas son un poquito menos pesimistas, un poquito más confiados en que el acuerdo les va a traer una mejora de su situación. También quiero advertir que el hecho de que haya regiones muy violentas en Colombia no significa que aquí todo siguió igual. Yo creo que a veces se afianza esa narrativa, esa retórica de que aquí el acuerdo no sirvió para nada porque la guerra siguió igual. Yo creo que eso no es cierto. Yo creo que ha habido cambios cualitativos importantes que son significativos para las regiones, para las poblaciones de ciertas regiones del país.

En perspectiva internacional, cómo va Colombia, porque los estudiosos del conflicto y los procesos de paz dicen que esto toma lustros, pero la gente en la cotidianidad necesita respuestas ya…

Absolutamente. Primero, el resto del mundo nos sigue viendo como ejemplo y me parece muy interesante porque muestra ese contraste: internamente la postura dominante es o “nos entregaron al Castrochavismo” o “esto no sirvió para nada porque la violencia sigue igual”. Hay visiones muy catastróficas con la Colombia posacuerdo. Eso contrasta mucho con cómo nos ven desde afuera – y también lo han estado diciendo quienes firmaron el acuerdo – ojo, que esta cosa es para quince años, ojo que la paz se demora, ojo que no hay un solo ejemplo en el planeta de un acuerdo que se haya implementado al pie de la letra y eso tiene una razón muy concreta y es que los acuerdos se firman entre unas partes que acuerdan unas cosas, pero luego la implementación depende de una sociedad, de unas instituciones, de unos recursos que pueden estar disponibles o no. Y eso hace que en cualquier caso haya ajustes incluso con la mejor voluntad posible. Y sí hay una crisis de expectativas, la gente en general cuando le dicen que va a haber cambio, espera el cambio ya y cuando el cambio no ocurre ya se genera frustración y eso tiene repercusiones desde su disposición a movilizarse políticamente hasta su opinión sobre las cosas.

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Pero definitivamente, insisto, en contraste con otros procesos de paz propios y otros procesos de paz en el mundo, en este se ha hecho un avance significativo: el andamiaje está en su lugar, la justicia transicional ha generado resultados importantísimos; la mayoría de los desmovilizados de las Farc siguen en su camino desmovilizado; las Farc se volvió partido y los temas que faltan, faltan, es decir no han sido descartados. Me refiero a la reforma rural, que es una tarea gigantesca que seguramente seguirá siendo empujada. Y me devuelvo al tema electoral: creo que en ambos gobiernos habría apertura a tomarse este tema en serio, porque es obvio que la desigualdad rural en Colombia es parte del problema de la generación de condiciones que votan día a día jóvenes a la violencia.

Ustedes han indagado por las condiciones que para la gente son necesarias para la reconciliación ¿En dónde ponen el énfasis las personas?

Con mi colega Juan Esteban Ugarriza de la Universidad del Rosario, y mi colega Anika Oettler de la Phillips Universität de Marburg (Alemania) hemos encontrado lo que podríamos llamar un divorcio entre lo que ofrecen algunas instituciones de justicia transicional y lo que espera la gente que pase. Una falta de sintonía entre los grandes informes, los grandes tribunales, y la necesidad concreta de una madre de saber dónde están los restos de su hijo o cuáles fueron sus últimas palabras o por qué exactamente fue que lo mataron. Creo que eso a veces hace que la gente no entienda bien para qué sirve la justicia transicional y no sabe a quién acudir para resolver preguntas concretas o solicitar apoyos específicos. Ese es uno de los primeros hallazgos: ese divorcio entre lo que la gente espera y lo que la institucionalidad ofrece. Eso no significa que la institucionalidad no sirva obviamente; eso significa simplemente que hay que hacer un mejor trabajo, por ejemplo, de pedagogía. Pero también para asegurarse de que pase lo segundo que es importante y es que, como dije al inicio, pasen cosas concretas.

Las personas necesitan ver cambios reales, no tienen que ser cambios definitivos de fondo, de cero a cien, pero tienen que ver cosas concretas que pasen en su entorno como resultado de haber participado en esos procesos de justicia transicional y en ese sentido, menciono la importancia de haber sido tomados en cuenta, haber recibido alguna reparación, haber sido incluidos en el proceso de planeación de un proyecto comunitario, ver cómo se desarrollan proyectos como los que mencioné antes de infraestructura, de salud, educativos, lo que sea, que puedan ver cambios concretos en su cotidianidad atribuibles a la justicia transicional.

¿Qué papel juegan las entidades de la justicia transicional, como la Jurisdicción Especial para la Paz o la Comisión de la Verdad? Por ejemplo, ¿cuáles son las implicaciones de una audiencia como la que vimos en Ocaña con los militares reconociendo y repudiando los “falsos positivos”, o la que vamos a ver ahora con los antiguos miembros del secretariado de las Farc?

Eso es fundamental. Por ejemplo, en otros países nunca llegaron hasta ese punto. O sea, lograr que diferentes partes relacionadas con la guerra no sólo admitan su responsabilidad, sino que además digan que estuvo mal, creo que es algo que no hemos valorado suficientemente y me parece increíble que eso haya pasado. Yo tuve conciencia política en el contexto del ataque al Palacio Justicia, de las bombas del narcotráfico, de los grandes ataques paramilitares de los años noventa, la crisis de finales de los noventa con el secuestro de las Farc, para mí ver esto hoy en día, que la gente admita sus responsabilidades y conceda que estuvo mal y que no se debe repetir, es gigantesco.

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Tenemos testimonios de gente a la que esto en serio le cambió su vida. Y creo que eso es muy valioso porque lo que está en juego siempre son vidas de gente muy concreta que ha sufrido y eso es importante recordarlo a veces. Yo creo que están haciendo lo que deben hacer y es darle esa voz a las víctimas por un lado, pero también a los responsables, no sólo en términos de acusar, sino también de darles la oportunidad de reconocer y pedir perdón y reparar eventualmente, que es lo que esperamos y falta todavía en el caso de la JEP, que se definan bien estas sanciones que no han sido definidas, que son el siguiente gran paso y que de nuevo creo que pondrán en la balanza la legitimidad y la capacidad de acción de esta institucionalidad.

Con base en ese trabajo, ¿Qué podrían decir que va a pasar cuando la Comisión de la Verdad entregue su informe final?

El reto que tiene ese informe es lograr que efectivamente responda a lo que las personas esperan que ocurra con la verdad. Es decir, que la verdad lleve a que se reconozcan sus sufrimientos, que se generen procesos de diálogo para que antagonistas logren dialogar, para que se genere un ambiente proclive a que la verdad produzca cambios concretos en las vidas de las personas y que, por tanto, fortalezca una ruta de transformación que ya se inició con la implementación de los acuerdos y con la instalación de otras instancias de justicia transicional. Y que esto finalmente redunde en que seamos una sociedad más feliz, y un país mejor, finalmente la gran pregunta es cuánto nos sirve esto para construir una paz sostenible y duradera. Y en la medida en que el informe logre contribuir a eso, habrá logrado su propósito.

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