Paknam Kɨma, la indígena que logró que su nombre ancestral apareciera en la cédula
Luego de casi dos años de un proceso judicial, esta mujer awá del resguardo ɨnkal Awá Katsa tɨ de Villagarzón (Putumayo) logró, a través del Consejo de Estado, que la Registraduría rectificara su nombre agregando la letra ɨ al sistema.
Silvia Corredor Rodríguez
Paknam Kɨma Pai es una mujer que pertenece a los awás, uno de los 115 pueblos indígenas que han sido víctima de asesinatos, desapariciones, desplazamientos forzados y despojo de tierras, llegando casi a su exterminio. Junto a su hermana, son las únicas mujeres de su resguardo que han logrado estudiar y prepararse profesionalmente fuera de su territorio.
Estudió Derecho en la Universidad de Nariño y obtuvo una beca para un posgrado en Derecho en la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador), y la maestría en Antropología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en Ecuador.
Puede leer: Indígenas pueden conservar su nombre ancestral en las cédulas: Consejo de Estado
Decidió formarse como abogada para luchar contra la discriminación que su comunidad ha vivido históricamente. Uno de los temas en los que ha sentido la exclusión es por el uso del awapit, la lengua que sus abuelos y ancestros dejaron de usar. “De tanto que les dijeron que eran idiomas malos, del diablo, mis abuelos se avergonzaron de hablar su propio idioma y tampoco se lo enseñaron a sus hijos”, explicó Paknam.
Mientras estudiaba y descubría sus raíces, empezó a preguntarse por su identidad, por el nombre en castellano que usaba, Olga Viviana. Después de un proceso de dos años y gracias a su formación de abogada, ganó una tutela ante el Consejo de Estado, el pasado 5 de octubre del 2022, que le ordenó a la Registraduría emitir una nueva cédula con el nombre de Paknam Kɨma Pai y agregando la letra del idioma awapit.
Colombia+20 habló con ella. Uno de sus principales llamados es que el Estado incluya en sus bases de datos los idiomas indígenas para reconocer la diversidad lingüística y el derecho de los pueblos a tener sus documentos en su idioma originario.
¿Cuándo decidió iniciar el proceso de cambio de cédula?
Mis abuelos y otros mayores me contaron que anteriormente se ponían un nombre en awapit y luego se hacía el proceso de bautizo con agua, como el católico, para los recién nacidos. Como hemos sido evangelizados y nuestra cultura tan diabolizada, nuestras comunidades comenzaron a dejar los nombres originales y a poner los nombres en castellano. Era el cura el que tenía que poner el nombre. Cuando iban a la Registraduría, como no entendían tampoco estos nombres e idiomas, volvían a tomarlos en tono de burla y les ponían el nombre que ellos consideran “lo bien”. Yo comprendí que estos nombres propios también significaban mucho para nosotros, tenían toda una simbología y que nuestros padres los ponían teniendo en cuenta esa relación que se tiene con el territorio, con lo que vinimos a hacer en este mundo.
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¿Cómo fue el proceso de escoger el nombre en awapit?
Yo hice un proceso espiritual con los mayores y con mi mamá para recuperar ese nombre, porque a mí me bautizaron en castellano y aunque tenía uno en awapit, mis papás lo habían olvidado. Con las ceremonias de remedio, hablando con las familias y mirando las historias propias, decidimos Paknam Kɨma Pai. Mi abuela es Pai y eso se ha perdido por la imposición del patriarcado, pero nosotros como awá llevábamos primero el apellido o el nombre del clan de nuestra abuela materna.
Pã significa sol; es decir, el clan o las familias que estaban ubicadas en el sector que hacía mucho calor o los hijos del sol. Paknam es una historia de origen de nuestro territorio. Según los mayores, una mujer llamada Paknam llevaba pedazos de impit y oro y los transportaba por el río en una canoa. Una vez a ella se le voltea la canoa y se riega todo lo que llevaba y comienza a buscar y a buscar, pero no encuentra porque el río era muy caudaloso. Los mayores dicen que cada vez que vas al río la encuentras en las riberas buscando eso que se le perdió que eran elementos muy importantes para nuestra comunidad. Kɨma significa estrella, uno de los seres creadores. En el proceso con los mayores, me decían que yo tenía que ser una persona que guíe el camino de otras personas.
¿Cuándo inició el proceso jurídico?
Yo venía pensando en este proceso del nombre desde adolescente. A pesar de todos los procesos de desarraigo por el desplazamiento, con 29 años dije: ‘Voy a hacer efectivo el proceso de rectificación’. Cuando ya uno tiene la formación académica, va entendiendo que hay cosas que pueden hacerse. Incluso, hoy en día uno va a la Registraduría y pregunta a los funcionarios y dicen que no se puede. Empecé a ir a la notaría en 2021, porque ya no me sentía identificada con mi nombre Olga Viviana, desconocía su significado y por qué me lo pusieron.
Inicié a investigar por qué en la universidad no me enseñaron casi nada de derecho indígena ni sobre la jurisdicción indígena ni que existían los derechos lingüísticos. Fui a la Registraduría donde yo nací, en Villagarzón, y dije que iba a hacer el proceso de rectificación de mi nombre y que pertenecía a un pueblo indígena. También dije que quería poner el apellido de mi mamá primero, como funciona en nuestra comunidad, pero el notario dijo que no se podía porque eso era negar la paternidad. Yo no estaba haciendo la impugnación de la paternidad, eso es diferente. No quería hacer el procedimiento. Me tocó decirle: ‘Señor notario, usted tiene que actualizarse en las leyes. Yo soy abogada, vaya e investigue”. Creo que eso le dolió, más que una indígena, una mujer vaya y le diga que está exigiendo un derecho que está reconocido y que él se empeñe en decir que no puede hacer eso.
En total uno se puede gastar $150.000 solo en documentos y toca sumarle pasaje y alimentación. Un trámite que se demora 15 minutos, se tardó tres días.
¿Qué otros inconvenientes tuvo?
El trámite de la letra ɨ, que no es del idioma castellano. Es una vocal cerrada central no redondeada, dicen los técnicos, y como no pudieron sacarla, entonces la fácil fue decir que dejaban una i. Tocó hacerlo con máquina de escribir porque en computador no la podía sacar. La Registraduría dijo que no podían hacer eso y me mandaron a la notaría. Me dijeron que al mes ya esa información se subía al sistema.
Estaba muy emocionada porque después de tanto luchar lo había logrado, pero al mes la Registraduría no había subido nada. De Villagarzón me enviaron a la Registraduría de Mocoa. Allá me dijeron que desde Villagarzón no habían enviado la información. Otra vez el problema de la letra ɨ que no se puede subir. La ingeniera de la Registraduría mandó un derecho de petición a Bogotá para decir que se iba a rectificar un nombre en idioma de una población indígena y que necesitaban incluir ese caracter dentro del sistema para poder escribir bien el nombre. Al mes respondieron que no se podía incluir, que sus bases de datos no soportan esa letra. Esto de llamarnos de una manera y no de otra nos afecta a nosotros. Por ejemplo, una persona se llama Diana no Viana porque le estás cambiando una letra de su nombre. No se trata de un capricho ni que es solo es un nombre, es lo que significa para nosotros dentro de nuestra cosmovisión.
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¿Qué acciones tomó?
Comencé otra investigación sobre derechos lingüísticos para saber si tenía derecho a que mi nombre se escriba como debe ser. Me encontré con la Ley 1381 del 2010, que dice que los pueblos indígenas tenemos derecho a que en nuestros documentos públicos escriban los nombres como se ha establecido. Antes de presentar una tutela pasé un derecho de petición a todas las entidades del órgano Ejecutivo para saber si había posibilidad de que esta letra del abecedario awapit pudiera ser incluida en de las bases de datos. Hay un Consejo Nacional de Lenguas Indígenas, que dirige el Ministerio de Cultura, entonces llamé al ministerio, pero no respondió el derecho de petición. Presenté la acción de tutela y a los dos meses el Consejo de Estado le ordenó a la Registraduría emitir mi cédula, con mi nombre con las letras del idioma awapit. Fue el 5 de octubre del 2022. Duré casi un año con la parte legal para hacer efectivo esto.
¿Qué pasó después?
El Consejo de Estado le otorgó tres meses a la Registraduría para que me entregaran la cédula; es decir, tenían hasta el 5 de enero del 2023. El 5 de febrero me entregaron mi cédula.
¿Qué significó para usted esto y cómo el resto de su comunidad lo puede lograr?
Cuando yo presenté la tutela traté de recoger unos casos donde las familias habían puesto nombres en awapit a sus hijos y les había tocado poner un nombre en castellano porque la Registraduría no podía hacerlo. Muchos decían: ‘Para no molestar, preferí ponerlo en castellano’ o también: ‘Ellos no me entienden, mejor uno en castellano’. Fue un proceso de investigación con las comunidades y asumí los gastos. Muchos quieren hacer estos cambios, pero desconocen el proceso. Hay gastos y aunque yo que soy profesional, hay barreras muy fuertes. Aunque desde 2010 existe la ley, no se había hecho efectiva y cuando yo fui a hacerlo dijeron que no, entonces el Consejo de Estado tuvo que ordenarlo.
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¿Le gustaría poder acompañar a las comunidades a lograr este proceso?
Nosotros tenemos más de 65 idiomas indígenas y estos también tienen letras que son diferentes al castellano, entonces es un precedente que se logra no solo para incluir el idioma las letras del awapit, sino también los de los otros de los 65 idiomas que existen en el país.
¿Cree usted que eso sea posible?
Yo creería que sí, aunque este país sigue siendo excluyente. Nuestras familias no están formadas para poder llevar un pleito a estas instancias de altas Cortes, no tenemos esa capacidad profesional para llegar a estos procesos allá. En segunda instancia le pedí al Consejo de Estado que dé la orden de incluir todos los abecedarios en estas plataformas para cuando vayan las familias a registrar a sus hijos ya no tengan que enfrentarse a esta barrera.
¿Cuál fue la respuesta del Consejo de Estado?
Todavía no sale la segunda instancia pero en primera, el Consejo de Estado dijo que solo me tutelaba a mí el derecho de que me expida la Registraduría, pero las otras entidades no, porque no he hecho todavía con ellas un trámite, un documento donde ellos me nieguen. Económicamente es un gasto grande, yo ya tengo mis títulos.
Por ejemplo, en el sistema de salud yo tengo que actualizar mi información pero aún tengo la barrera con el escáner porque la Registraduría no lo ha actualizado bien entonces no me sale Kɨma sino Kema, así que mi cédula todavía está presentando problemas a nivel nacional. Urge la digitalización de estos abecedarios de las lenguas nativas. La cédula digital todavía no la he podido sacar porque en el sistema de la Registraduría cuando se pasa por el lector o escáner, la letra ɨ la convierte en E junto a unos punticos y no avanza el sistema. En eso están trabajando porque si no sería un desacato.
Paknam Kɨma Pai es una mujer que pertenece a los awás, uno de los 115 pueblos indígenas que han sido víctima de asesinatos, desapariciones, desplazamientos forzados y despojo de tierras, llegando casi a su exterminio. Junto a su hermana, son las únicas mujeres de su resguardo que han logrado estudiar y prepararse profesionalmente fuera de su territorio.
Estudió Derecho en la Universidad de Nariño y obtuvo una beca para un posgrado en Derecho en la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador), y la maestría en Antropología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en Ecuador.
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Decidió formarse como abogada para luchar contra la discriminación que su comunidad ha vivido históricamente. Uno de los temas en los que ha sentido la exclusión es por el uso del awapit, la lengua que sus abuelos y ancestros dejaron de usar. “De tanto que les dijeron que eran idiomas malos, del diablo, mis abuelos se avergonzaron de hablar su propio idioma y tampoco se lo enseñaron a sus hijos”, explicó Paknam.
Mientras estudiaba y descubría sus raíces, empezó a preguntarse por su identidad, por el nombre en castellano que usaba, Olga Viviana. Después de un proceso de dos años y gracias a su formación de abogada, ganó una tutela ante el Consejo de Estado, el pasado 5 de octubre del 2022, que le ordenó a la Registraduría emitir una nueva cédula con el nombre de Paknam Kɨma Pai y agregando la letra del idioma awapit.
Colombia+20 habló con ella. Uno de sus principales llamados es que el Estado incluya en sus bases de datos los idiomas indígenas para reconocer la diversidad lingüística y el derecho de los pueblos a tener sus documentos en su idioma originario.
¿Cuándo decidió iniciar el proceso de cambio de cédula?
Mis abuelos y otros mayores me contaron que anteriormente se ponían un nombre en awapit y luego se hacía el proceso de bautizo con agua, como el católico, para los recién nacidos. Como hemos sido evangelizados y nuestra cultura tan diabolizada, nuestras comunidades comenzaron a dejar los nombres originales y a poner los nombres en castellano. Era el cura el que tenía que poner el nombre. Cuando iban a la Registraduría, como no entendían tampoco estos nombres e idiomas, volvían a tomarlos en tono de burla y les ponían el nombre que ellos consideran “lo bien”. Yo comprendí que estos nombres propios también significaban mucho para nosotros, tenían toda una simbología y que nuestros padres los ponían teniendo en cuenta esa relación que se tiene con el territorio, con lo que vinimos a hacer en este mundo.
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¿Cómo fue el proceso de escoger el nombre en awapit?
Yo hice un proceso espiritual con los mayores y con mi mamá para recuperar ese nombre, porque a mí me bautizaron en castellano y aunque tenía uno en awapit, mis papás lo habían olvidado. Con las ceremonias de remedio, hablando con las familias y mirando las historias propias, decidimos Paknam Kɨma Pai. Mi abuela es Pai y eso se ha perdido por la imposición del patriarcado, pero nosotros como awá llevábamos primero el apellido o el nombre del clan de nuestra abuela materna.
Pã significa sol; es decir, el clan o las familias que estaban ubicadas en el sector que hacía mucho calor o los hijos del sol. Paknam es una historia de origen de nuestro territorio. Según los mayores, una mujer llamada Paknam llevaba pedazos de impit y oro y los transportaba por el río en una canoa. Una vez a ella se le voltea la canoa y se riega todo lo que llevaba y comienza a buscar y a buscar, pero no encuentra porque el río era muy caudaloso. Los mayores dicen que cada vez que vas al río la encuentras en las riberas buscando eso que se le perdió que eran elementos muy importantes para nuestra comunidad. Kɨma significa estrella, uno de los seres creadores. En el proceso con los mayores, me decían que yo tenía que ser una persona que guíe el camino de otras personas.
¿Cuándo inició el proceso jurídico?
Yo venía pensando en este proceso del nombre desde adolescente. A pesar de todos los procesos de desarraigo por el desplazamiento, con 29 años dije: ‘Voy a hacer efectivo el proceso de rectificación’. Cuando ya uno tiene la formación académica, va entendiendo que hay cosas que pueden hacerse. Incluso, hoy en día uno va a la Registraduría y pregunta a los funcionarios y dicen que no se puede. Empecé a ir a la notaría en 2021, porque ya no me sentía identificada con mi nombre Olga Viviana, desconocía su significado y por qué me lo pusieron.
Inicié a investigar por qué en la universidad no me enseñaron casi nada de derecho indígena ni sobre la jurisdicción indígena ni que existían los derechos lingüísticos. Fui a la Registraduría donde yo nací, en Villagarzón, y dije que iba a hacer el proceso de rectificación de mi nombre y que pertenecía a un pueblo indígena. También dije que quería poner el apellido de mi mamá primero, como funciona en nuestra comunidad, pero el notario dijo que no se podía porque eso era negar la paternidad. Yo no estaba haciendo la impugnación de la paternidad, eso es diferente. No quería hacer el procedimiento. Me tocó decirle: ‘Señor notario, usted tiene que actualizarse en las leyes. Yo soy abogada, vaya e investigue”. Creo que eso le dolió, más que una indígena, una mujer vaya y le diga que está exigiendo un derecho que está reconocido y que él se empeñe en decir que no puede hacer eso.
En total uno se puede gastar $150.000 solo en documentos y toca sumarle pasaje y alimentación. Un trámite que se demora 15 minutos, se tardó tres días.
¿Qué otros inconvenientes tuvo?
El trámite de la letra ɨ, que no es del idioma castellano. Es una vocal cerrada central no redondeada, dicen los técnicos, y como no pudieron sacarla, entonces la fácil fue decir que dejaban una i. Tocó hacerlo con máquina de escribir porque en computador no la podía sacar. La Registraduría dijo que no podían hacer eso y me mandaron a la notaría. Me dijeron que al mes ya esa información se subía al sistema.
Estaba muy emocionada porque después de tanto luchar lo había logrado, pero al mes la Registraduría no había subido nada. De Villagarzón me enviaron a la Registraduría de Mocoa. Allá me dijeron que desde Villagarzón no habían enviado la información. Otra vez el problema de la letra ɨ que no se puede subir. La ingeniera de la Registraduría mandó un derecho de petición a Bogotá para decir que se iba a rectificar un nombre en idioma de una población indígena y que necesitaban incluir ese caracter dentro del sistema para poder escribir bien el nombre. Al mes respondieron que no se podía incluir, que sus bases de datos no soportan esa letra. Esto de llamarnos de una manera y no de otra nos afecta a nosotros. Por ejemplo, una persona se llama Diana no Viana porque le estás cambiando una letra de su nombre. No se trata de un capricho ni que es solo es un nombre, es lo que significa para nosotros dentro de nuestra cosmovisión.
Lea también: JEP abre macrocaso 09: victimización contra pueblos y territorios indígenas
¿Qué acciones tomó?
Comencé otra investigación sobre derechos lingüísticos para saber si tenía derecho a que mi nombre se escriba como debe ser. Me encontré con la Ley 1381 del 2010, que dice que los pueblos indígenas tenemos derecho a que en nuestros documentos públicos escriban los nombres como se ha establecido. Antes de presentar una tutela pasé un derecho de petición a todas las entidades del órgano Ejecutivo para saber si había posibilidad de que esta letra del abecedario awapit pudiera ser incluida en de las bases de datos. Hay un Consejo Nacional de Lenguas Indígenas, que dirige el Ministerio de Cultura, entonces llamé al ministerio, pero no respondió el derecho de petición. Presenté la acción de tutela y a los dos meses el Consejo de Estado le ordenó a la Registraduría emitir mi cédula, con mi nombre con las letras del idioma awapit. Fue el 5 de octubre del 2022. Duré casi un año con la parte legal para hacer efectivo esto.
¿Qué pasó después?
El Consejo de Estado le otorgó tres meses a la Registraduría para que me entregaran la cédula; es decir, tenían hasta el 5 de enero del 2023. El 5 de febrero me entregaron mi cédula.
¿Qué significó para usted esto y cómo el resto de su comunidad lo puede lograr?
Cuando yo presenté la tutela traté de recoger unos casos donde las familias habían puesto nombres en awapit a sus hijos y les había tocado poner un nombre en castellano porque la Registraduría no podía hacerlo. Muchos decían: ‘Para no molestar, preferí ponerlo en castellano’ o también: ‘Ellos no me entienden, mejor uno en castellano’. Fue un proceso de investigación con las comunidades y asumí los gastos. Muchos quieren hacer estos cambios, pero desconocen el proceso. Hay gastos y aunque yo que soy profesional, hay barreras muy fuertes. Aunque desde 2010 existe la ley, no se había hecho efectiva y cuando yo fui a hacerlo dijeron que no, entonces el Consejo de Estado tuvo que ordenarlo.
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¿Le gustaría poder acompañar a las comunidades a lograr este proceso?
Nosotros tenemos más de 65 idiomas indígenas y estos también tienen letras que son diferentes al castellano, entonces es un precedente que se logra no solo para incluir el idioma las letras del awapit, sino también los de los otros de los 65 idiomas que existen en el país.
¿Cree usted que eso sea posible?
Yo creería que sí, aunque este país sigue siendo excluyente. Nuestras familias no están formadas para poder llevar un pleito a estas instancias de altas Cortes, no tenemos esa capacidad profesional para llegar a estos procesos allá. En segunda instancia le pedí al Consejo de Estado que dé la orden de incluir todos los abecedarios en estas plataformas para cuando vayan las familias a registrar a sus hijos ya no tengan que enfrentarse a esta barrera.
¿Cuál fue la respuesta del Consejo de Estado?
Todavía no sale la segunda instancia pero en primera, el Consejo de Estado dijo que solo me tutelaba a mí el derecho de que me expida la Registraduría, pero las otras entidades no, porque no he hecho todavía con ellas un trámite, un documento donde ellos me nieguen. Económicamente es un gasto grande, yo ya tengo mis títulos.
Por ejemplo, en el sistema de salud yo tengo que actualizar mi información pero aún tengo la barrera con el escáner porque la Registraduría no lo ha actualizado bien entonces no me sale Kɨma sino Kema, así que mi cédula todavía está presentando problemas a nivel nacional. Urge la digitalización de estos abecedarios de las lenguas nativas. La cédula digital todavía no la he podido sacar porque en el sistema de la Registraduría cuando se pasa por el lector o escáner, la letra ɨ la convierte en E junto a unos punticos y no avanza el sistema. En eso están trabajando porque si no sería un desacato.