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Las montañas de Catatumbo abrazan en sus profundidades pequeños mundos de abejas custodiados por 22 guardianes. Desde hace cuatro años, Leiver Moreno y su equipo se han dedicado a rescatar a esos pequeños insectos que son atacados, quemados o envenenados por los humanos, quienes desconocen su papel transformador y fundamental para la preservación del mundo.
Esta iniciativa, para aprovechar sosteniblemente todos los beneficios que traen las abejas y al tiempo volver un proyecto para que sea sustentable la producción de su miel, una riqueza natural de Catatumbo, se presentó en la COP16 hace unos días. El evento de biodiversidad atraviesa su recta final. De hecho, este martes se dio el encuentro del presidente Gustavo Petro con el secretario general de la ONU, António Guterres, durante la plenaria de alto nivel. La COP16 , cuyo lema es “paz con la naturaleza” ha tenido la presencia de las delegaciones de los procesos de la paz total de Petro
Para llegar hasta las “casas” de las abejas, unos improvisados panales de rescate hechos con tablas de madera y latas, hay que atravesar con temor y con calor el corazón selvático de Tibú, Norte de Santander. A pesar de que las abejas solo atacan si se sienten amenazadas, Leiver y su equipo tienen todas las prevenciones. El cuerpo debe estar cubierto, incluyendo tobillos y dedos, por el traje amarillo que sirve de escudo a las posibles picaduras, en caso de que las abejas estén estresadas por el calor, por la fase lunar o solo por el miedo que perciban. Algunos se echan la bendición dos veces como una medida extra de protección.
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Leiver respira y se mete a la selva dejando a su paso un rastro de humo aromático para que los que van detrás de él también aspiren y se perfumen con esos olores compuestos por tusas (el sobrante de las mazorcas), eucalipto y otras hierbas. Esa fragancia alerta a las abejas y las induce a comer más miel, lo que les dificulta picar a su apicultor.
El penetrador zumbido de las abejas empieza a notarse cuando Leiver da un golpe seco y las sacude para revisar el proceso de la miel que producen en las colmenas. Ante ese sonido, el resto de espectadores se quedan inmóviles.
Leiver comenzó a trabajar hace cuatro años en la apicultura. Tenía abejas en su casa y las siente cercanas, pero todavía les guarda respeto. La primera vez que supo que podía trabajar con ellas fue después de graduarse de una técnica de agropecuaria ecológica y con las ganas de encontrar algo para hacer con su vida. Comenzó a ver videos y tutoriales en YouTube, ahí fue donde aprendió a ubicarlas según la posición del Sol, supo que les molesta la ropa de color negro y el olor de los perfumes.
“El proyecto nace hace cuatro años buscando una alternativa para saber qué hacer con la vida de nosotros. Ahora nos llaman el grupo de rescatistas de Tibú. Muchas veces tenemos la cultura de que encontramos una colmena de abejas y las vamos a quemar y envenenar para prevenir algún accidente. Por eso, hemos tratado de rescatarlas porque sabemos que la especie de las abejas está amenazada y en peligro de extinción y es declarado el animal más importante del planeta”, dice.
Pero su trabajo con ellas encierra un propósito mucho más grande: tratar de cerrar la herida profunda que la guerra le ha dejado a Catatumbo. Por eso Leiver y su equipo trabajan para que exista otro Catatumbo. “Queremos mostrarle al mundo qué es lo que se está haciendo aquí en Catatumbo, que se pueden hacer cosas diferentes”, explica Leiver.
Precisamente, este proyecto también se enmarca en los planes de transformación territorial que adelanta la mesa de diálogo entre el Gobierno y el Estado Mayor de Bloques -comandado por “Calarcá Córdoba”- que tienen presencia en Catatumbo. Leiver espera poder entregar más oportunidades de una vida diferente a los jóvenes de su región.
Sergio Acevedo suda por el calor sofocante que encierra el traje amarillo. Hace más o menos un año se sumó al grupo de rescatistas de abejas buscando una alternativa a su vida en Tibú, y recuerda con claridad sus primeros rescates. “En la finca fue mi primer rescate. Desde ese día me quedó gustando el tema de las abejas, cómo trabajan ellas, lo importantes que son en el planeta”, detalla.
Leiver se quita los guantes de protección porque sabe que las abejas que está revisando están más tranquilas que de costumbre. Revisa rejilla por rejilla de un panal que alberga casi 70.000 abejas. “Para los rescates siempre analizamos el terreno y cómo está ubicada la colmena para empezar a retirarla tal cual a cómo la encontramos. Retiramos panal por panal y los ubicamos en cajones donde les vamos a dar una nueva casa. Las sacamos de donde están corriendo peligro y las ubicamos en un sitio seguro como las zonas de reserva ambiental”, explica.
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Mientras revisa la miel, encuentra pequeñas abejas que están naciendo de celdas que no alcanzan a medir un centímetro. Mientras explica el proceso de la miel, él se detiene para ayudarles a nacer y entonces ellas sacan sus antenas milimétricas para, en más o menos 20 días, convertirse en abejas africanizadas obreras de Catatumbo. “Iniciamos un proceso de multiplicación para que se reproduzcan. Luego ellas empiezan a producir miel y a almacenar productos de colmena, y eso es lo que nosotros obtenemos para nuestra casa, nuestros recursos y lo que necesitamos para sostener el proyecto”, añade.
Leiver hace cuentas y no sabe a ciencia exacta cuántas colmenas tienen distribuidas en Catatumbo, pero en promedio cree que tienen entre 50 o 60, cada una con alrededor de 70.000 y 80.000 abejas. Tratan de ubicarlas en diferentes sitios para no sobrecargar el ecosistema y lograr una diversificación completa de la polinización en distintos sectores de la región. Con este proyecto productivo, Leiver y su equipo al año hacen entre tres y cuatro cosechas con una producción aproximada de 20 y 25 kilos de miel, que luego se venden en presentaciones de medio kilo y un kilo, pero también venden polen, propóleo y una bebida de hidromiel bajo la marca que ellos construyeron: Miel de Abejas Tibú.
“Lo primordial es darle oportunidades a las personas de la región, más que todo nosotros los jóvenes. Que se empiecen a interesar en este tipo de unidades productivas para que puedan hacer algo diferente. Las abejas además de producir un recurso económico, están haciendo una labor para la humanidad al reconstruir los ecosistemas. Sin las abejas, no hay vida para los seres humanos”, dice.
Cuando las abejas comienzan a picarle las manos más de cuatro veces, Leiver sabe que es momento de salir de la selva y dejarlas trabajar en su panal nuevamente. Una nube de humo se forma encima de la colmena mientras todos se bañan en esos olores para que las abejas no salgan a perseguirlos. Se van en fila india hasta un lugar seguro para quitarse los trajes, respirar, tomar agua y pensar en los nuevos planes para que las abejas cada vez tengan un mejor hogar en el mundo.
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