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Las mujeres en Suecia no están a la venta. Los hombres no se sienten orgullosos de decir “¿cuánto cuestas?”, ni se ufanan de celebrar sus fiestas de “solteros” con prostitutas. En Estocolmo no ves mujeres semidesnudas en las calles ofreciendo sus cuerpos de día o de noche. La única referencia, no explícita, que vi fue una van que paseaba un aviso que ofrece masajes, striptease y jacuzzi al lado de tres rubias en vestido de baño.
Hace 14 años, el Parlamento sueco, que tenía una bancada de mujeres fuerte, aprobó una ley que propuso criminalizar a quien compraba sexo, al tiempo que decidió abrir líneas de comunicación y centros de acogida para que las prostitutas pudieran denunciar abusos y tuvieran alternativas de educación, salud y trabajo. Lugares en Estocolmo, Gotemburgo y Malmö, las tres ciudades principales de Suecia, sin cargas religiosas y sin culpas, donde quienes buscan salir del “oficio” son escuchadas y atendidas.
Algo es distinto en Suecia. Y se nota en el mercado cuando te venden pañales con la foto de una niña vestida de heroína activa con capa y mascarada azul. Las mujeres se organizan políticamente con la misma fuerza que en Colombia, pero aquí muchas de ellas han llegado a ocupar cargos importantes, que han cambiado la forma de pensar las relaciones desiguales entre hombres y mujeres.
La ministra de Relaciones Exteriores, Margot Wallström, es una de ellas. Fue la primera diplomática que ante la pregunta sobre cómo sería su política exterior no dudó en contestar: feminista. De hecho, hace dos semanas, en Estocolmo se realizó un foro internacional por la equidad de género con su apoyo.
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Allí estuvieron Chimamanda Ngozi Adichie, la escritora, novelista y dramaturga feminista nigeriana; Fatou Bom Bensouda, la fiscal de la Corte Penal Internacional; Phumzile Mlambo-Ngcuka, la directora ejecutiva de ONU Mujeres; Tabhita Muthalo, congresista de Zimbabue, y Lina Abirafhe, del Centro de Estudios de las Mujeres en el Mundo Islámico.
Ellas y muchas otras que han arriesgado su seguridad para hablar de participación y representación política, de violencia sexual, de aborto, de reproducción y matrimonio libres y, claro, de prostitución, como la suma de todas las violencias contra las mujeres sin que la reglamentación lo haya podido cambiar.
Fue precisamente en Estocolmo donde conocí a Kajsa Ekis Ekman, una periodista, escritora y activista sueca de 37 años que lleva 12 de ellos investigando la prostitución en toda Europa. Kajsa es autora del libro El ser y la mercancía: prostitución, vientres de alquiler y disociación, una reflexión crítica, muy documentada, sobre estas industrias, que para ella son el producto de la intersección del capitalismo (donde los ricos compran a los pobres) y el patriarcado (donde los hombres compran mujeres y ellas los complacen).
Me recibió en su casa, a las afueras de la ciudad, para hablar de por qué ha concluido que las mujeres no pueden estar más a la venta y por qué los modelos que buscaron reglamentar la prostitución, como Alemania y Holanda, han fracasado.
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¿Por qué investigar sobre la prostitución?
Cuando vivía en España compartí apartamento con una rusa que se prostituía en la calle y su vida era terrible. Murió dos años después. Tenía 34. Conocí a otras chicas prostitutas como ella y por eso entendí de cerca este mundo. Todo eso pasó al mismo tiempo en que Europa empezó el debate sobre si la prostitución debía ser considerada un “trabajo”.
Pero en Suecia para entonces ya se había aprobado la ley que abolía la prostitución...
Sí, esa ley fue una revolución, pero no porque multe al cliente, porque en realidad la multa es similar a la que te ponen si parqueas mal el carro, alrededor de 100 euros, sino porque contesta a la pregunta “¿qué es la prostitución?” desde un lugar distinto.
¿Cuál?
Antes se había dicho que la prostitución era la prostituta y punto. Pero a partir de 1999 la prostituta dejó de existir como categoría en la sociedad sueca. Desde entonces, la prostitución se enfocó en quien estaba invisible: el que compra sexo. En ese momento la ley pasó sin mucha controversia, pero el discurso del “trabajo sexual” empezó a llegar con mucha fuerza de Estados Unidos, donde se criminaliza la prostitución y a la prostituta, pero tienen una de las industrias de sexo más poderosas, y de Holanda, donde se legalizó la prostitución en el año 2000. Entonces me metí de lleno a averiguar el tema.
¿Qué encontró?
Que en la prostitución hay una desigualdad del deseo. Cuando se dice que ella elige, es que ella elige el dinero, pero no hubiera elegido a ese hombre si no fuera por eso.
¿Qué impacto ha tenido la ley sueca?
La ley se dio en un momento en que Suecia no tenía una industria de sexo fuerte y organizada. La ley nos ha permitido bajar el número de hombres que compran sexo. Antes de la ley había uno de cada ocho suecos que compraban sexo y ahora hay uno de cada 13. Mientras en Alemania, donde reglamentaron la prostitución en 2002, uno de cada cuatro hombres compran sexo y es “normal”, si vas a Hamburgo o Colonia, ver los “puticlubes” con mujeres expuestas en todas partes.
¿Qué pasa en Suecia con las mujeres que quieren prostituirse?
En Suecia, la prostituta no es criminalizada. Pero si le pasa algo, por ejemplo, si el cliente es violento o no quiere pagar, ella lo puede denunciar, pero él a ella no. Entonces, en esa transacción que es tan desigual, ella tiene una pequeña ventaja ante la ley.
¿Qué relación encuentra entre este modelo y el feminismo? Lo pregunto porque en Colombia hay quienes defienden que quienes promueven una ley para acabar la demanda de la prostitución son mojigatas o moralistas, que no quieren que las mujeres sean libres de “prostituirse”.
Bueno, es que justamente el sexo en la prostitución no es libre. Desde el feminismo, el sexo existe para el placer de la mujer, no sólo para el hombre. Cuando dejamos estos roles es cuando podemos ser libres para disfrutar uno del otro. Porque en la prostitución la mujer no elige al hombre; la mujer está expuesta, está en la calle, está en la página de internet. Él dice “yo quiero con ella” y qué quiere con ella: el sexo anal cuesta tanto, el sexo oral tanto.
¿Cómo es el fenómeno de la prostitución en otros lugares?
El estudio de Melissa Farley que sondeó entre 854 personas que estaban o habían ingresado recientemente en el mundo de la prostitución en nueve países (Canadá, Colombia, Alemania, México, Sudáfrica, Tailandia, Turquía, Estados Unidos y Zambia) encontró que el 71 % de ellas habían sido agredidas físicamente mientras ejercían la prostitución, 63 % denunciaron violaciones, 89 % querían salir de la prostitución pero no tenían ninguna alternativa para ganarse la vida o sobrevivir, 75 % habían estado sin hogar en algún momento de sus vidas y 68 % cumplían los criterios diagnósticos del trastorno de estrés postraumático (TEPT). La gravedad de los síntomas del TEPT estaba fuertemente asociada a la cantidad y tipos de violencia física y sexual experimentados a lo largo de sus vidas.
¿Por qué, entonces, puede sonar absurda la reglamentación de la prostitución?
Porque si realmente vamos a hacer del sexo un trabajo, entonces lo primero que habría que acabar es la discriminación laboral. Eso, en la práctica, supondría que el cliente entra a un “puticlub”, paga por una masturbada y un hombre gordo de 60 años puede decirle: “Hola, yo soy tu trabajador sexual y te voy a masturbar”. Si vas a un café no puedes decir: “No me gusta este mesero, quiero una mujer joven, alta, rubia y atractiva”, ¿no? Ahora, si la prostitución realmente fuera un trabajo, tendrías que desear un trabajador experimentado. Pero en este caso el cliente preferiría por encima de todo a una mujer joven y virgen. Algo extraño, ya que si te van a hacer una cirugía, por ejemplo, no quisieras que te atendiera un médico que nunca haya operado.
¿Cómo responde a los casos de mujeres que dicen ser prostitutas libres, no han sido pobres, migrantes o violentadas?
Cuando alguien te paga por sexo se establece una relación de poder, donde el cliente tiene siempre la razón. No estamos juzgando a las personas, estamos hablando del contrato en sí. Hay que analizar el fenómeno de la prostitución, más allá de los casos individuales. Estamos hablando de un mundo que convive con la trata de personas y donde la industria es poderosa y rica. Las estadísticas demuestran que no hay una situación más peligrosa para una mujer que estar en la prostitución.
¿Qué piensa de las mujeres proxenetas?
Muchas lo hacen para salir de la prostitución o porque ya perdieron vigencia en el “mercado”. Así era la rusa que conocí en Barcelona. Ella trataba de hacer llegar mujeres del Este de Europa para que se prostituyeran. Me acuerdo del día en que se encabronó tanto porque no dejaron pasar a estas mujeres en la frontera: había gastado mucho dinero y ahora le tocaba a ella “trabajar”.
¿Cómo explica que la identidad del cliente sea tan clandestina?
Sí, él sigue siendo la cara oculta de la prostitución. Ese hombre que en el día trabaja, tiene familia y es muy respetuoso, muy correcto, pero los fines de semana se emborracha y compra sexo. En Suecia fue muy interesante que, a partir de la ley, las cartas de las sanciones por comprar sexo llegaran a las casas. Al principio, de hecho, los hombres pedían a los policías que no enviaran esa carta a sus casas sino al trabajo, porque los avergonzaba y atemorizaba que sus familias se enteraran.
Y ¿los sindicatos de trabajadoras sexuales?
Lo que he documentado es que detrás de los supuestos sindicatos de trabajadoras sexuales hay otras financiaciones invisibles. En Holanda, por ejemplo, fue el Estado quien fundó el sindicato Hilo Rojo cuando iba preparando su legalización, así publicitó mejor la industria. Les he podido hacer seguimiento y afirman tener 100 miembros. Nada si se tiene en cuenta que en Holanda hay más de 25.000 prostitutas. El sindicato de Inglaterra es peor. Lo fundó un proxeneta que se llama Douglas Fox, quien tiene abiertamente una agencia de escorts. Se trata del sindicato IUSW (International Union of Sex Workers).
¿Por qué afirma que fracasaron los modelos de reglamentación?
Los modelos que reglamentaron la prostitución en Alemania y Holanda, por ejemplo, tenían como metas incluir a las prostitutas en el sistema de tributación y seguridad social y reducir la trata de personas, porque supuestamente se podía distinguir qué era trata y qué prostitución. En Alemania han medido bien el impacto y en dos estudios recientes se ha demostrado que de las 600.000 mujeres prostitutas que tenían en 2015, menos del 1 % de ellas se habían incluido al sistema. Cuando hice reportería con ellas explicaban esto diciendo que querían “putiar” durante poco tiempo y que no querían que conocieran su nombre.
Y ¿la trata en Alemania y Holanda?
Ha aumentado muchísimo, porque la industria es cada vez más grande, al igual que la demanda. Si hay poca oferta en el país (sólo el 2 % de las alemanas son prostitutas), tienes que traerla de algún lugar. Un tipo que tiene un superclub necesita cada tanto nuevas mujeres, porque en la prostitución las mujeres se agotan muy rápido. Se mueren, se enferman, se suicidan, se deprimen.
En términos tributarios, ¿creció la informalidad?
Sí, visiblemente. Al lado de estos burdeles que pagan impuestos ha crecido muchísimo la prostitución ilegal. Hay, por ejemplo, unos parqueaderos horrorosos donde usted parquea el carro, se baja, se folla en la calle a una mujer, paga y se va. En Holanda, asimismo, están quitando las vitrinas de mujeres a la venta porque se han dado cuenta del daño. De hecho, varios policías de Ámsterdam han venido a Suecia porque están a favor del modelo sueco y han visto el incremento de otros delitos que vienen con la trata: el tráfico drogas y de armas, porque las redes criminales son las mismas. Ellos saben que han fracasado. Pero hoy la industria es muy grande y muy poderosa y es difícil acabar con ella. En cambio, varios países han adoptado el modelo sueco, que ahora es llamado nórdico. Primero fue Suecia, después Noruega, Islandia y ahora Francia.
Kajsa habló durante dos horas sin dejar de mover con pasión las manos. De regreso a Colombia, “el país más feliz del mundo”, recordé el testimonio de la mujer que denunció el tour de la violación a las afueras de Cartagena, al que la Procuraduría le hace seguimiento. Un safari aberrante dirigido por supuestos ciudadanos israelíes que contactan a menores de edad y jóvenes de 18 años a las que les ofrecen ganar dinero por participar en una cacería sexual, donde una veintena de hombres las corretean y las violan en grupo. “No se trata de filosofía, se trata del valor de la vida de las mujeres”, sentenció esa noche Kajsa.
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