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En los últimos años, cada vez son más las voces que alertan sobre la crisis de la democracia liberal, debido, entre otras cosas, al ascenso de proyectos autoritarios en distintos lugares del mundo. De igual forma, con frecuencia se advierte sobre los riesgos del populismo para la democracia, el cual se asocia a posturas “extremistas” y demagógicas. Pero, para Chantal Mouffe, reconocida teórica política belga, el populismo, y particularmente un populismo de izquierda, lejos de ser una amenaza para la democracia, es el mejor chance que tenemos para restablecerla y profundizarla.
Hablamos con ella acerca de la naturaleza de la democracia, sobre las recientes jornadas de protesta social en el país, sobre las posibilidades de consolidar la paz en Colombia y sobre la relación entre la política y las prácticas artísticas y culturales.
Chantal Mouffe estudió Ciencia Política y Filosofía en las universidades de Lovaina, París y Essex. Es profesora de Teoría Política en la Universidad de Westminster, Reino Unido. Ha enseñado en muchas universidades de Europa, América del Norte y América Latina. Su libro más reciente es Por un populismo de izquierda.
Chantal Mouffe presentará su conferencia Afectos, política agonista y prácticas artísticas el 23 de septiembre a la 1: 00 p.m. Será la segunda conferencia de Argumentos, ciclo académico organizado por Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria y la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia. El evento será transmitido a través de las páginas de Facebook de estas dos instituciones.
En Colombia, un tema que causa mucha preocupación en diversos sectores políticos es la “polarización” del debate público, la cual se concibe como un grave riesgo para la democracia, pues, se argumenta, podría conducir a la violencia política. ¿Considera que la polarización es necesariamente negativa para la democracia?
Las concepciones consensualistas de la democracia, es decir, aquellas que ven en la conciliación y la erradicación de los conflictos el objetivo de la política democrática, de alguna manera siempre son, en realidad, una defensa del orden establecido, porque no reconocen la pluralidad de intereses en juego. Por el contrario, la concepción de la democracia que yo defiendo, y que llamo “agonista”, consiste en abrir la posibilidad de expresión a voces e intereses distintos al interior de un marco de instituciones que permitan la confrontación sin que se llegue a la guerra civil. Muchos liberales piensan que la polarización necesariamente destruye la democracia, que la polarización es negativa en sí. A mí no me gusta el término. Yo prefiero hablar de una frontera política que implica la distinción entre un ‘ellos’ y un ‘nosotros’, y la cuestión es cómo imaginar un conjunto de instituciones y formas políticas que permitan esa distinción desde una visión de una vida común a pesar de las diferencias.
La idea de que la polarización es por sí misma una cosa negativa (aunque sea cierto que entraña un riesgo) y de que el objetivo de la democracia consiste en establecer un consenso omite lo que es fundamental en la política, que es el carácter inerradicable del conflicto. La democracia es reconocer la diferencia, el pluralismo de voces y el hecho de que esas voces no se pueden armonizar. Quienes defienden una concepción consensualista de la democracia dicen que no hay que excluir, pero pretender no excluir a nadie es una manera de excluir a todo un sector al que no se le va a dar voz. En nombre de la inclusión, lo que se hace es establecer una frontera con los que no tienen derecho a hablar. Eso no permite una concepción progresista de la democracia.
¿Qué factores considera usted que son importantes para que, en un contexto con la historia de guerra política como es el caso de Colombia, se consoliden instituciones y prácticas políticas de carácter agonista, para usar sus términos, de manera que logremos evitar que los conflictos desemboquen en una nueva guerra?
Están los acuerdos de paz, el problema es que hay que ponerlos en práctica. Con la victoria de Iván Duque, hubo un retroceso muy fuerte en Colombia. Fui invitada a la Universidad de Antioquia justo después de la firma del Acuerdo de Paz, en 2016, y había un entusiasmo impresionante. Todo el mundo decía que se abría una nueva etapa. Hubo un momento con una posibilidad real de una política agonista. Y por la reacción del uribismo se cerró esa posibilidad. Eso de alguna manera puede explicar un poco lo que está pasando hoy, el rechazo y el descrédito de los partidos tradicionales y de la vieja política, porque la gente tuvo esa esperanza que luego se frustró. Eso acentuó una actitud negativa respecto a las instituciones en el movimiento social.
Pero no todo es negativo. No es una situación en la que hay que empezar de la nada. Es cierto que es difícil reabrir la ventana de oportunidad que abrió el proceso de paz y que se ha cerrado a lo largo del último gobierno. Pero ya hay semillas de algo nuevo. Y, después de todo, así es la política: avance, retroceso, avance, retroceso.
Justamente, en relación con el movimiento de protesta social que sacudió a Colombia en los primeros meses de 2021, hay una tensión interesante. Por una parte, las instituciones de la democracia liberal y los partidos políticos sufren un tremendo descrédito entre la gente, particularmente entre los jóvenes. Pero, por otro lado, hemos vimos en esas protestas, también en particular entre la juventud, un fuerte deseo de participar efectivamente en el proceso político. ¿Cómo cree que podemos interpretar esa tensión? ¿Y qué conexiones tiene con otros movimientos de protesta recientes en el mundo?
Ese movimiento sigue, no se ha acabado. Por otro lado, no estoy de acuerdo con la premisa de su pregunta, porque creo que hay un rechazo, digamos, de la democracia liberal realmente existente en Colombia, mas no del ideal de la democracia liberal representativa. Hay un rechazo a la manera como está puesta en práctica y al hecho, fundamentalmente, de que esa democracia no es realmente suficientemente agonista. Lo que se quiere no es un modelo distinto de democracia, sino una verdadera democracia liberal representativa. Lo que hay en Colombia es una crítica del viejo sistema de los partidos y de la vieja política. Por lo demás, no es que la gente no espere nada de la política, sino que hay una demanda muy positiva por un nuevo tipo de política.
Por otra parte, a mí lo que me parece muy interesante de la situación en Colombia es que se abren muchas posibilidades, porque, según lo que leo, el que está hoy más opcionado a ganar la presidencia en 2022 es Petro. Para mí es una enorme promesa para Colombia, si no le impiden llegar a las elecciones. Petro para mí es alguien que representa exactamente el tipo de populismo de izquierda que yo defiendo. Colombia Humana no es un partido tradicional, sino un movimiento social que construye una voluntad colectiva articulando el feminismo, el movimiento campesino, el movimiento indígena, etc. Su triunfo sería el principio de una etapa completamente nueva para Colombia.
Otro caso que me parece muy interesante es el de Chile. La movilización popular para terminar con la constitución de Pinochet fue increíble. Muchas personas que conozco en Chile, además, están diciendo que hay una posibilidad real de que Boric, el candidato del Frente Amplio, gane las elecciones en noviembre. Así que eso también sería el principio de una época. Imagine a Petro en Colombia y Boric en Chile. Sería un avance formidable para la política democrática en América Latina. Así que no hay que ser pesimista.
El próximo 23 de septiembre, usted dará una conferencia en Fragmentos: Un Espacio de Arte y Memoria, que es una institución cultural creada a partir de los acuerdos de paz. ¿Qué rol desempeñan las artes y las instituciones culturales en la construcción de una sociedad que pueda tramitar sus conflictos de forma agonista? Y, de manera general, ¿qué rol juegan en la constitución de cualquier orden político?
Las prácticas culturales y artísticas (el teatro, el cine, las artes visuales, etc.) son lugares de producción de la subjetividad. Y por esa razón juegan un papel muy importante en la constitución de lo que Gramsci llama el sentido común, a saber, la manera en que uno ve lo que puede esperar, lo que es posible. La aceptación de un cierto orden, como el orden neoliberal en la actualidad, es algo que tiene que ver con un régimen de deseos y de visiones de lo posible, y es ahí donde los artistas pueden actuar. Las prácticas artísticas permiten la reproducción del orden existente, pues no son por naturaleza transgresoras, pero también su transformación. Y esto porque el arte nos permite ver las cosas de otra manera, nos permite crear una brecha en el consenso social y dar voz a los excluidos.
Para hacer una ruptura con el neoliberalismo, hay que crear una voluntad colectiva, y para eso hay que transformar las subjetividades, crear nuevos sujetos políticos que deseen un orden distinto, que no acepten pasivamente el orden que se les impone. Las prácticas artísticas están para mí a la vanguardia de esa tarea. Porque pueden contribuir a la construcción de otros mundos posibles; de formas de subjetividad que permitan que la gente vea las cosas de otra manera, empiece a desear un orden distinto y a actuar para la realización de ese orden.