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El joven universitario José Otty Patiño Hormaza tenía 20 años cuando vio y escuchó por primera vez al sacerdote Camilo Torres dando un discurso en su natal Buga, Valle del Cauca. Fue él quien le despertó esa rebeldía política que lo llevaría a pensar que se enrolaría en la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (Eln). Pero la temprana muerte del cura, en febrero de 1966, le produjo un rápido distanciamiento con esa naciente organización armada.
Unos años más tarde volvió a estar cerca de los “elenos” desde la militancia en un grupo urbano clandestino que buscaba la unidad de las guerrillas. Pero renunció, nuevamente, a enrolarse en esas filas. Su siguiente encuentro con integrantes de ese grupo fue en 1987, cuando él ya ocupaba un lugar de mando en el M-19, organización que ayudó a fundar en 1972.
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Fue en el Bajo Cauca antioqueño, en una reunión de comandantes de la naciente Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG), donde conoció a Pablo Beltrán, quien no era aún de la dirección del Eln. Recuerda que lo acompañaron Afranio Parra, Vera Grabe y Eduardo Chávez, y que discutieron las posibilidades de construir una unidad con el Quintín Lame, el Epl y el Prt. Eran muy distintos, y aunque crearon algunos planes conjuntos y tejieron líneas de cooperación entre algunas estructuras, nunca se consolidó esa unión.
La historia -y Carlos Pizarro- llevarían al M-19 a protagonizar uno de los procesos de paz más exitosos -en el que Otty participó- a través de la Asamblea Nacional Constituyente. De esa gran pista de aterrizaje en la que se convirtió el proceso constituyente se quedaron por fuera las Farc y el Eln. Ahora Otty está otra vez negociando, pero en esta oportunidad representa al Estado al que combatió y está sentado frente a Pablo Beltrán, quien representa a ese grupo al que no logró unirse.
Cuando se le pregunta sobre por qué las Farc y el Eln no se subieron a ese tren de la paz, dice que cada guerrilla tenía una manera diferente de ver la realidad del momento y, además, que los gobiernos trataron de que la paz les saliera al menor costo posible, pensando solo en la desactivación de las guerrillas. “La paz nuestra fue despreciada porque algunos afirmaban que mientras no se hiciese la paz con las Farc no habría paz. Y esa ‘verdad’ hizo carrera por años. Pero la paz con las Farc tampoco lo fue, porque el país tenía otras realidades y esa paz no supo incorporar al Eln ni frenar la descomposición de otros grupos armados después de la desmovilización de los paramilitares”, afirma.
Otty Patiño fue el elegido por el presidente Gustavo Petro para encabezar una nutrida y variada delegación de Gobierno que terminó su primer ciclo de negociaciones en Caracas, Venezuela, el pasado 12 de diciembre y en la que hay representación de diferentes sectores del espectro político (incluida la derecha representada por el presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie, y la presidenta de Acopi, Rosmery Quintero), militares retirados, una lideresa indígena (Dayana Urzola Domico), y hasta un ambientalista (Rodrigo Botero).
Esa delegación, reconoce Otty, es muy heterogénea; pero ahí radica su fortaleza, en esa diversidad y en el conocimiento que aporta cada integrante. “Ya tengo claras algunas cosas para ejercer mi liderazgo. En este tiempo he podido ejercer la jefatura y lograr la aceptación y el respeto en la conducción de los diálogos”, dice.
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El equipo creó una rutina para la negociación: toda la delegación se reúne a las ocho de la mañana y luego dividen el trabajo en comisiones. En la tarde van a la plenaria con la delegación del Eln y también trabajan por comisiones. Esta metodología les permitió avanzar, en este primer ciclo, en asuntos tan variados como las comisiones que conformaron: en la agenda (a la que se le hicieron ajustes); en comunicación y pedagogía; en los protocolos (son varios y reservados) que organizan el funcionamiento de la mesa, prevén la resolución de las crisis y reglamentan el papel de los garantes, observadores y acompañantes.
La delegación de gobierno empezará a trabajar a mediados de enero en Colombia, para luego empezar las deliberaciones con su contraparte en una ciudad de México que aún no se ha determinado. El tema que abordarán en la mesa será el de la participación de la sociedad civil en este proceso.
¿Cómo ve al Eln, 35 años después de su último encuentro con ellos en esa cumbre de la CNG?
Reconozco que hay un gran estoicismo en el Eln para soportar una realidad difícil, pero creo que esas banderas de “vencer o morir” ya están arriadas. Ellos reclaman que no son una organización derrotada. Reconocemos en ellos el último grupo guerrillero con unas banderas políticas. No sé hasta dónde ellos son conscientes de que la expansión de las economías ilegales y toda la degradación de las armas en este país puede devorarlos.
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El Eln se ha quejado de que el Estado los ha visto como un grupo residual, ahora todo el protagonismo está en esa mesa de negociación, ¿ese factor podría jugar a favor del proceso?
Sí podría jugar a favor. Ellos no quieren ser comparados con las Farc y no quieren que los igualen con los otros grupos armados organizados. Nos pidieron -y nosotros estamos de acuerdo- en reconocer que son una organización política alzada en armas. Y ese es el punto de llegada: que ellos dejen las armas y sigan siendo una organización política.
¿Cómo lograr que dejen las armas y hagan política sin ellas?
A diferencia de los otros grupos que no tienen mentalidad ni estrategia política, el Eln puede ayudar a abrir las puertas para el cambio en un país en el que el Estado asuma con responsabilidad el monopolio de las armas. Ellos pueden ser los socios en procesos de institucionalización hacia la paz. Ellos todavía lo ven como una distinción y no como una oportunidad, es probable que lleguen a verlo así en el transcurso de la negociación. Ese es el reto. Tenemos que construir una gramática distinta en este proceso.
El Eln ha copado algunos espacios que dejó las Farc y se ha consolidado en otros territorios, ¿qué sería llamativo para que el Eln renunciara a las armas?
Una sencilla razón: tendrían la oportunidad de entrar en un proyecto que lidera el actual Gobierno, en una alianza para el cambio, para gobernar en los territorios en donde tienen una base social sólida. Esa es la propuesta del Acuerdo Nacional que está planteando el presidente Gustavo Petro. No se trata de que sean cooptados por el Pacto Histórico, sino de que sean parte de ese gran acuerdo nacional.
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¿Y cómo no pensar que el Eln se convierta en un veedor armado del cumplimiento de lo acordado?
Depende mucho de la utilización de las armas. Nosotros hicimos unos acuerdos humanitarios en lugares donde hay una situación complicada porque, según el Eln, el Clan del Golfo está tratando de tomarse un territorio con cierta indiferencia o ayuda de la Fuerza Pública. Si planteamos que vamos haciendo cambios para lograr la paz no llegaremos a esa situación. El Eln no quiere hacer una revolución por decreto desde una mesa de negociación. Nosotros tampoco.
¿Cómo serán esos alivios humanitarios en esas zonas donde operan otros grupos con los que el Eln está en una guerra sin cuartel?
Es como generar un laboratorio de paz, como los que hizo el padre Francisco de Roux, pero hay que ir un poco más allá. En esos territorios de paz debemos considerar que el actor fundamental es la población, porque es la más afectada, pero también porque puede ser el factor más dinámico en generar procesos. Por eso me pareció un contrasentido decretar un paro armado en una zona donde se está planteando un alivio humanitario. No se trata de crear refugios para que siga “el candeleo” y la gente tenga dónde esconderse. Se trata de que las armas estén al servicio de la protección de los cambios que se estén generando en ese territorio.
¿Cómo es eso?
Estos son territorios de extremo abandono, de extrema pobreza, de una precariedad de vida enorme, donde la gente se muere por lo básico, por desnutrición, por gastroenteritis, donde las mujeres mueren por partos mal atendidos, no hay escolaridad… Necesitamos empezar a construir algo que permita un convivir decente, un vivir digno, desde luego que el Estado debe llegar ahí y quien esté pretendiendo dominar el territorio tiene que darle paso a que se empiece a construir democracia al lado de la gente y comenzar a defender los procesos que ahí se viven. Las Fuerzas Militares, mis Fuerzas Militares, tienen que estar ahí, al frente y ante cualquier incursión o pretensión de llegar a este territorio, de sabotear esos procesos, deben tener el dedo en el gatillo listo para impedirlo. Deben ser una fuerza disuasiva para proteger a la gente y sus procesos de participación.
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¿Quién velará para que el Eln no utilice estas zonas para consolidarse militarmente o para expandirse?
Hay organizaciones comunitarias. Allí está la Iglesia, que sabe y conoce muy bien el territorio, que se relaciona con todo el mundo, que tiene el respeto de todo el mundo y que es un activo muy importante para generar otras condiciones. La comunidad internacional podría apoyar esa veeduría.
¿Esos alivios serían que, por ejemplo, el Eln no secuestre, deje de poner minas, permita el tránsito de la población, no reclute menores de edad, deje de hacer empadronamiento, mientras las Fuerzas Militares los cuidan?
No. Las Fuerzas Militares deben proteger a la población. Este Gobierno está adelantando conversaciones con el Clan del Golfo para bajar la intensidad de esos enfrentamientos. El Eln debe asumir una conducta diferente, no puede haber expansión ni afianzamiento territorial. Es a lo que llamamos desescalamiento del conflicto. Allí necesitamos una comunidad cada vez más empoderada, y a las mujeres en primera línea. La vanguardia de la paz deben ser las mujeres.
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¿Cuándo empezarían a operar esas zonas?
Hay un planteamiento, falta la operatividad. Hay que ver el papel de las autoridades locales, que están casi secuestradas por el actor dominante de cada territorio. Entre ellos hay gente muy valiosa que podría ser un actor importante, porque tienen vocación política y cierta capacidad administrativa.