“Dijo que me enseñaría a ser mujer”: mujer lesbiana víctima de violación en la guerra
Claudia Patricia fue víctima por prejuicio por parte un paramilitar con quien era obligada a trabajar. Fue violentada sexualmente, desplazada y tuvo un hijo producto de esa violencia. Su historia la contó a la Comisión de la Verdad.
Durante el conflicto armado las personas gais, lesbianas, bisexuales y trans sufrieron violencia por prejuicio, un concepto que habla sobre las acciones cometidas contra alguien que es o parece ser algo que el victimario considera inferior, detestable o merecedor de violencia. Ese fue el caso de Claudia Patricia, una mujer lesbiana y afrodescendiente que sufrió violencias sexuales, secuestro, tortura y desplazamiento forzado por parte de un paramilitar que la obligó a trabajar con él. Su testimonio valiente lo narró ante la Comisión de la Verdad en el Espacio de escucha a personas LGBT: desarmando el prejuicio. Esta es su historia.
"Mi nombre es Claudia Patricia. Soy una mujer lesbiana, tengo 38 años y soy víctima del conflicto armado por parte de grupos armados que se establecieron en Clemencia (Bolívar), entre 2006 y 2010, donde residía. En ese tiempo los “paracos” actuaban en el territorio con un jefe al que llamaban Pelo de Burra. Comandaban la zona entre Luruaco, Santa Cruz, entre Las Caras, Cien Pesos, La Tabla y el Pinique, que son corregimientos de Clemencia. El hombre que lideraba el grupo en Clemencia se apodaba El Manco. Fue la persona que se obsesionó conmigo y me obligaba, me amenazaba y decía que si no trabajaba y hacía lo que él quería, mataría a mis papás y luego a mi hermano, luego vendría por mí.
Por eso motivo cada vez que se presentaba en mi casa en su moto él mostraba un arma y un machete y me decía que nos fuéramos, que había cosas que hacer. Esas cosas eran trasladar motos robadas desde Luruaco hasta Clemencia, partes de motos robadas, a veces animales, vacas, cerdos, caballos. En ocasiones, personas que desmembraban. Las mataban, las cortaban, las metían en sacos y luego se tiraban en fincas que quedaban cerca.
Pasaron de dos a tres años cuando estábamos trabajando así. Aquí en el municipio había un batallón de infantería en el que esta gente se apoyaba. Ellos les despejaban el camino para poder transportar la mercancía sin que los pararan en los retenes que hacían. Ahí era donde yo actuaba porque a las mujeres en ese entonces, en ese tiempo, cuando manejábamos moto no nos paraban ni nos requisaban. Por estos favores les daban (a los militares) a cambio gasolina, comida u otro tipo de favores: les llevaban mujeres para que ellos se divirtieran ahí en el batallón.
El sargento que estaba a cargo del sitio los dejaba pasar, despejaba el camino todo el tiempo para que nosotros pudiéramos pasar la mercancía.
(Lea: “Si incluye a las personas LGBT, la Comisión de la Verdad cambiará la historia”)
El Manco todo ese tiempo me molestaba y me decía que yo tenía que ser su mujer, que él haría lo que fuera para que yo dejara de andar con mujeres, porque él me enseñaría a ser mujer y se aferró a la idea de que yo debía ser de él como fuera, que yo tenía que cumplirle a él como mujer, como fuera, aunque él tenía claro que nunca me gustaron ni me gustarán los hombres. Él mismo pagaba o invitaba mujeres para que se acostaran conmigo, pero que yo le tenía que devolver el favor acostándome con él.
Yo todo el tiempo le huía y le dejaba claro que solo estaría con mujeres y que no me gustaban los hombres.
A principio de 2010, entre enero y febrero, hubo más movimiento. Se movieron más las tareas que hacíamos. Cada rato traíamos partes de motos robadas, motos completas. Un día El Manco llegó a mi casa y me sacó el revólver. Me dijo que teníamos que ir a hacer una vuelta, que yo tenía que irme con él o ya sabía lo que me podía pasar. Yo me fui con él, eran como las tres de la tarde. Me dijo que íbamos para Luruaco, que Pelo de burra había reunido una mercancía para nosotros traerla y salimos hacia allá.
Cada vez que pasábamos por un pueblo, él empezaba a pedir cervezas en una tienda para tomar. Así hicimos varias paradas hasta que llegamos como a las 5:30 a Luruaco, a un kiosco que queda en la entrada, a esperar a la persona que nos entregaría la mercancía.
(Le puede interesar: Casa Diversa y Crisálidas, los colectivos LGBT que la guerra no pudo eliminar)
Estuvimos un tiempo largo ahí. Él pedía cerveza. Cuando ya era casi de noche y no llegaba nadie, yo le reclamé y me dijo que me calmara, y pidió otra cerveza. Yo le dije que iría hasta el baño, que tomara la cerveza, yo le dije que ya no quería más, que ya estaba mareada. Cuando de pronto él sacó el revólver y me dijo que me la tenía que beber. De ahí ya yo perdí la memoria. No recuerdo más.
Cuando tuve la oportunidad, que ya reaccioné, me desperté y al querer levantarme estaba amarrada de manos y pies en un catre. Sin nada de ropa. Me dolía todo el cuerpo porque a parte de que me tenían amarrada, me apagaban los cigarrillos en el cuerpo, me golpeaban. Tenían como una bolsa de destroza (suero intravenoso) con un tipo de droga, que no sé cuál era. Empecé a forcejear para soltarme y entraron unos tipos. Él lo dejaban cuidándome cuando él no estaba. Me dijeron que esperara, que él llegaría, pero que primero se divertirían conmigo.
A lo que me inyectaron un… algo ahí, no sé qué fue. Yo perdí el conocimiento nuevamente. Sé que pasé varios días ahí, castigada. Había sido violada, golpeada, ultrajada por hombres que por ser lesbiana decían que me lo merecía. Al pasar un tiempo yo reaccioné, no sé cuántos días pasaron en total.
Cuando desperté, vi que los tipos estaban dormidos y con la vista borrosa y mareada, miré hacia la puerta y vi que estaba medio abierta. Como pude, saqué fuerzas no sé de dónde y salí corriendo. Antes me desaté los pies, me tropecé cuando iba a arrancar porque estaba mareada. Me arranqué la aguja que tenía en el brazo y salí corriendo, sin rumbo. Encontré una moto y la puse directa, la prendí y me fui así desnuda.
(Lea también: Comunidad LGBT de El Carmen de Bolívar: reconocida como sujeto de reparación colectiva)
Más adelante había una finca. Una señora lavaba y dije que me habían atacado, que me habían robado y violado, que me regalara una sábana para cubrirme. La señora me dio una pijama y por las trochas me volé, por donde conocía. Me fui para Turbaco. Me escondí un tiempo.
Pasó tiempo y supe que estaba embarazada. Fui hasta donde El Manco. Lo enfrenté, le reclamé porque yo nunca quise tener hijos. Nunca estuvo en mis planes. Así que él me llevó a varias partes para que me lo sacaran. Un día en el Batallón me dijo que nos fuéramos para que me casara con él, que viviera con él para que no me matara a mí ni al niño. Volví a huir después de eso y me decía que yo era de él.
Me perdí un tiempo para que no me encontrara. Así nació mi hijo. De esa violación nació mi hijo. Por ser un ser que, en la sociedad machista en la que vivimos, no me acepta, por ser una mujer lesbiana que ama a otra mujer, pasé un tiempo viviendo en el municipio de Turbaco y él me encontró hasta allá. Volví a huir.
En eso me encontré con una persona de la que me enamoré, viví con ella un tiempo. Ella me incluyó en la Defensa Civil Colombiana, donde ahora mismo estoy, soy instructora y llevo varios años en la institución. También conocí a una persona llamada Omar Meza, quien es un activista que me contactó con Caribe Afirmativo, con el Centro Nacional de Memoria Histórica e inicié un proceso de apoyo psicológico, de apoyo legal, con las cuales he trabajado.
Fui a la Unidad de Víctimas e hice mi declaración. Omitieron muchos de los crímenes que me hicieron en esa declaración. Todavía es la hora y estoy luchando para que me hagan esa reparación que ellos se supone que están haciendo. Fui a la Defensoría del Pueblo y ahí empecé como activista a luchar por la población LGBT. Llevo varios años ya.
En 2019, viviendo en Turbaco, conseguí que se hiciera una jornada para la población en el municipio. En las horas de la noche, cuando llegué a la casa con la persona con la que vivo ahora mismo, con mi pareja actual, por ahí a las 11 de la noche, llegaron unos hombres armados a amenazarnos, nos golpearon. Que nos fuéramos de ahí porque estábamos dañando el pueblo, que no querían ni machorras ni maricas. Nos dieron menos de 72 horas para irnos. Nos tocó salir corriendo y dejar todo.
Yo aún sigo luchando por mi comunidad, con la ganas de evitar que lo que yo viví, y sé que otras personas han vivido por parte incluso de policías, militares, que nos atacan, nos acosan y se excusan en ese uniforme, nos gustaría que no volviera a pasar. Que no nos agredan más. Nosotros no somos malos, no somos personas enfermas, no queremos dañar a nadie, queremos es vivir una vida en paz. Por eso le pido al Estado, a las entidades del Gobierno que nos revictimicen más. Yo quiero vivir con mi hijo y mi pareja sin tener miedo, sin tener que escondernos. Quiero crear mi propio negocio, crear una fundación, una casa de refugio para las personas LGBT, que lleguen a ese lugar y sientan que ese espacio es suyo y que nada ni nadie les va a hacer daño. Gracias".
Durante el conflicto armado las personas gais, lesbianas, bisexuales y trans sufrieron violencia por prejuicio, un concepto que habla sobre las acciones cometidas contra alguien que es o parece ser algo que el victimario considera inferior, detestable o merecedor de violencia. Ese fue el caso de Claudia Patricia, una mujer lesbiana y afrodescendiente que sufrió violencias sexuales, secuestro, tortura y desplazamiento forzado por parte de un paramilitar que la obligó a trabajar con él. Su testimonio valiente lo narró ante la Comisión de la Verdad en el Espacio de escucha a personas LGBT: desarmando el prejuicio. Esta es su historia.
"Mi nombre es Claudia Patricia. Soy una mujer lesbiana, tengo 38 años y soy víctima del conflicto armado por parte de grupos armados que se establecieron en Clemencia (Bolívar), entre 2006 y 2010, donde residía. En ese tiempo los “paracos” actuaban en el territorio con un jefe al que llamaban Pelo de Burra. Comandaban la zona entre Luruaco, Santa Cruz, entre Las Caras, Cien Pesos, La Tabla y el Pinique, que son corregimientos de Clemencia. El hombre que lideraba el grupo en Clemencia se apodaba El Manco. Fue la persona que se obsesionó conmigo y me obligaba, me amenazaba y decía que si no trabajaba y hacía lo que él quería, mataría a mis papás y luego a mi hermano, luego vendría por mí.
Por eso motivo cada vez que se presentaba en mi casa en su moto él mostraba un arma y un machete y me decía que nos fuéramos, que había cosas que hacer. Esas cosas eran trasladar motos robadas desde Luruaco hasta Clemencia, partes de motos robadas, a veces animales, vacas, cerdos, caballos. En ocasiones, personas que desmembraban. Las mataban, las cortaban, las metían en sacos y luego se tiraban en fincas que quedaban cerca.
Pasaron de dos a tres años cuando estábamos trabajando así. Aquí en el municipio había un batallón de infantería en el que esta gente se apoyaba. Ellos les despejaban el camino para poder transportar la mercancía sin que los pararan en los retenes que hacían. Ahí era donde yo actuaba porque a las mujeres en ese entonces, en ese tiempo, cuando manejábamos moto no nos paraban ni nos requisaban. Por estos favores les daban (a los militares) a cambio gasolina, comida u otro tipo de favores: les llevaban mujeres para que ellos se divirtieran ahí en el batallón.
El sargento que estaba a cargo del sitio los dejaba pasar, despejaba el camino todo el tiempo para que nosotros pudiéramos pasar la mercancía.
(Lea: “Si incluye a las personas LGBT, la Comisión de la Verdad cambiará la historia”)
El Manco todo ese tiempo me molestaba y me decía que yo tenía que ser su mujer, que él haría lo que fuera para que yo dejara de andar con mujeres, porque él me enseñaría a ser mujer y se aferró a la idea de que yo debía ser de él como fuera, que yo tenía que cumplirle a él como mujer, como fuera, aunque él tenía claro que nunca me gustaron ni me gustarán los hombres. Él mismo pagaba o invitaba mujeres para que se acostaran conmigo, pero que yo le tenía que devolver el favor acostándome con él.
Yo todo el tiempo le huía y le dejaba claro que solo estaría con mujeres y que no me gustaban los hombres.
A principio de 2010, entre enero y febrero, hubo más movimiento. Se movieron más las tareas que hacíamos. Cada rato traíamos partes de motos robadas, motos completas. Un día El Manco llegó a mi casa y me sacó el revólver. Me dijo que teníamos que ir a hacer una vuelta, que yo tenía que irme con él o ya sabía lo que me podía pasar. Yo me fui con él, eran como las tres de la tarde. Me dijo que íbamos para Luruaco, que Pelo de burra había reunido una mercancía para nosotros traerla y salimos hacia allá.
Cada vez que pasábamos por un pueblo, él empezaba a pedir cervezas en una tienda para tomar. Así hicimos varias paradas hasta que llegamos como a las 5:30 a Luruaco, a un kiosco que queda en la entrada, a esperar a la persona que nos entregaría la mercancía.
(Le puede interesar: Casa Diversa y Crisálidas, los colectivos LGBT que la guerra no pudo eliminar)
Estuvimos un tiempo largo ahí. Él pedía cerveza. Cuando ya era casi de noche y no llegaba nadie, yo le reclamé y me dijo que me calmara, y pidió otra cerveza. Yo le dije que iría hasta el baño, que tomara la cerveza, yo le dije que ya no quería más, que ya estaba mareada. Cuando de pronto él sacó el revólver y me dijo que me la tenía que beber. De ahí ya yo perdí la memoria. No recuerdo más.
Cuando tuve la oportunidad, que ya reaccioné, me desperté y al querer levantarme estaba amarrada de manos y pies en un catre. Sin nada de ropa. Me dolía todo el cuerpo porque a parte de que me tenían amarrada, me apagaban los cigarrillos en el cuerpo, me golpeaban. Tenían como una bolsa de destroza (suero intravenoso) con un tipo de droga, que no sé cuál era. Empecé a forcejear para soltarme y entraron unos tipos. Él lo dejaban cuidándome cuando él no estaba. Me dijeron que esperara, que él llegaría, pero que primero se divertirían conmigo.
A lo que me inyectaron un… algo ahí, no sé qué fue. Yo perdí el conocimiento nuevamente. Sé que pasé varios días ahí, castigada. Había sido violada, golpeada, ultrajada por hombres que por ser lesbiana decían que me lo merecía. Al pasar un tiempo yo reaccioné, no sé cuántos días pasaron en total.
Cuando desperté, vi que los tipos estaban dormidos y con la vista borrosa y mareada, miré hacia la puerta y vi que estaba medio abierta. Como pude, saqué fuerzas no sé de dónde y salí corriendo. Antes me desaté los pies, me tropecé cuando iba a arrancar porque estaba mareada. Me arranqué la aguja que tenía en el brazo y salí corriendo, sin rumbo. Encontré una moto y la puse directa, la prendí y me fui así desnuda.
(Lea también: Comunidad LGBT de El Carmen de Bolívar: reconocida como sujeto de reparación colectiva)
Más adelante había una finca. Una señora lavaba y dije que me habían atacado, que me habían robado y violado, que me regalara una sábana para cubrirme. La señora me dio una pijama y por las trochas me volé, por donde conocía. Me fui para Turbaco. Me escondí un tiempo.
Pasó tiempo y supe que estaba embarazada. Fui hasta donde El Manco. Lo enfrenté, le reclamé porque yo nunca quise tener hijos. Nunca estuvo en mis planes. Así que él me llevó a varias partes para que me lo sacaran. Un día en el Batallón me dijo que nos fuéramos para que me casara con él, que viviera con él para que no me matara a mí ni al niño. Volví a huir después de eso y me decía que yo era de él.
Me perdí un tiempo para que no me encontrara. Así nació mi hijo. De esa violación nació mi hijo. Por ser un ser que, en la sociedad machista en la que vivimos, no me acepta, por ser una mujer lesbiana que ama a otra mujer, pasé un tiempo viviendo en el municipio de Turbaco y él me encontró hasta allá. Volví a huir.
En eso me encontré con una persona de la que me enamoré, viví con ella un tiempo. Ella me incluyó en la Defensa Civil Colombiana, donde ahora mismo estoy, soy instructora y llevo varios años en la institución. También conocí a una persona llamada Omar Meza, quien es un activista que me contactó con Caribe Afirmativo, con el Centro Nacional de Memoria Histórica e inicié un proceso de apoyo psicológico, de apoyo legal, con las cuales he trabajado.
Fui a la Unidad de Víctimas e hice mi declaración. Omitieron muchos de los crímenes que me hicieron en esa declaración. Todavía es la hora y estoy luchando para que me hagan esa reparación que ellos se supone que están haciendo. Fui a la Defensoría del Pueblo y ahí empecé como activista a luchar por la población LGBT. Llevo varios años ya.
En 2019, viviendo en Turbaco, conseguí que se hiciera una jornada para la población en el municipio. En las horas de la noche, cuando llegué a la casa con la persona con la que vivo ahora mismo, con mi pareja actual, por ahí a las 11 de la noche, llegaron unos hombres armados a amenazarnos, nos golpearon. Que nos fuéramos de ahí porque estábamos dañando el pueblo, que no querían ni machorras ni maricas. Nos dieron menos de 72 horas para irnos. Nos tocó salir corriendo y dejar todo.
Yo aún sigo luchando por mi comunidad, con la ganas de evitar que lo que yo viví, y sé que otras personas han vivido por parte incluso de policías, militares, que nos atacan, nos acosan y se excusan en ese uniforme, nos gustaría que no volviera a pasar. Que no nos agredan más. Nosotros no somos malos, no somos personas enfermas, no queremos dañar a nadie, queremos es vivir una vida en paz. Por eso le pido al Estado, a las entidades del Gobierno que nos revictimicen más. Yo quiero vivir con mi hijo y mi pareja sin tener miedo, sin tener que escondernos. Quiero crear mi propio negocio, crear una fundación, una casa de refugio para las personas LGBT, que lleguen a ese lugar y sientan que ese espacio es suyo y que nada ni nadie les va a hacer daño. Gracias".